miércoles, 10 de febrero de 2021

Soy minero.

 

 


Este año, 69 años. Toda una vida en la que el mundo ha dado muchas vueltas y las personas
ni te cuento, y es ingenuo pensar que todo sigue igual, que nada ha cambiado cuando la 
verdad es que, mirando hacia atrás, se constata que son dos mundos diferentes, el de 1952 y 
el de ahora. Craso error de quien se aferre a eso, a que nada ha cambiado, y, para darse 
cuenta, veamos con ojos de hoy cosas “normales” de entonces. Por ejemplo, hace 69 años, 
empezaba el apogeo de un cantante de copla de voz de tono alto, inimitable e inclasificable, el 
malagueño Antonio Molina. Ya en 1949 había grabado su primer disco con la discográfica La 
Voz de su Amo gracias a que se había presentado a un concurso radiofónico de canción en 
una emisora de Madrid en el que resultó ganador, pero fue en 1952, hace esos 69 años, 
cuando debutó en el madrileño teatro Fuencarral con un espectáculo propio. La difusión 
radiofónica de sus canciones lo condujo rápidamente al éxito, y su peculiar estilo, con esa voz 
cristalina y un falsete inconfundible, gozó de gran aceptación por parte del público. 

 
De origen muy humilde, su canción más recordada, algo posterior, es Soy minero, pero su 
amplísimo repertorio se compone de otros éxitos, canciones de la post guerra (in)civil que 
enaltecían los oficios humildes y honrados, y valorizaban la figura masculina reflejando sus 
estereotipos en la época franquista, especialmente en los de clase baja, con modelos 
emblemáticos que los incitaban a trabajar con hombría y valor, canciones que se escuchaban 
con veneración por la radio y que hoy forman parte de la memoria colectiva de millones de 
personas. Decía Manuel Vázquez Montalbán1 en su Cancionero general del franquismo2 que 
la copla (la que cantaba Antonio Molina y la que cantaban todo/as) es como la caja negra de 
la emoción de España, que la gente normal siente la misma emoción oyendo algunas coplas 
que un lector culto leyendo a Eliot. Que hay canciones capaces de resumir en dos frases las 
400 páginas de “Il mestiere di vivere”, de Pavese. Y no seré yo quien contradiga en ésto a 
Vázquez Montalbán.
 
 

Fijémonos, para ver, entre otros incuestionables, algunos cambios sociales, precisamente en 
la letra de la canción Soy minero, compuesta en 1956 por Daniel Montorio con letra de Ramón 
Perelló, convertida casi en un himno que parece describir la dura vida del minero, pero al 
tiempo se vanagloria del orgullo de la profesión ejercida “porque es la que ha tocado” y la 
renuncia a otro tipo de actividad. Y hallaremos alguna perla, identificativa del estilo de vida en 
aquellos años y, por consiguiente “normal” entonces.

 
Yo no maldigo mi suerte porque minero nací…Así, de sopetón, sin árnica ni cataplasmas o 
curas paliativas para rebajar el pasmo, para que nadie se llame a engaños, nada mejor que 
empezar con ese contundente mensaje que es una declaración de motivos: el futuro nada 
tiene que ver, como sostienen algunos, con la lucha por lograr las oportunidades, el esfuerzo 
personal, la valía y otras zarandajas así, sino sólo con la cuna, de forma que si uno ha nacido 
minero, ya sabe que su futuro está en el fondo de la mina, donde, eso sí, puede ser el 
mejor barrenero de toda Sierra Morena…porque eso sí está dentro del destino marcado.
contento, sin maldecir la suerte. Aceptada esa fatalidad del destino, el protagonista la solventa 
con la aplicación de un aparente sentimiento religioso como tabla de salvación ante el fatal 
peligro cotidiano, aunque dirigido este consuelo sólo a la mujer, a la madre en este caso, 
  ..bajo a la mina cantando porque sé que en el altar mi mare queda rezando por el hijo que se 
va…pues la solución viril va por otros derroteros muy distintos, como, por ejemplo, el alcohol, 
  …y con caña vino y ron me quito las penas …, que es más cosa de hombres, mientras que la 
religión es cosa de beatas. ¿A qué seguir? Retrato, si duda, de una sociedad, afortunadamente 
superado. ¿O no?
 
 

Pues va a ser que “o no”, porque es llamativo que se detecte un empeño por volver al pasado 
por parte de quien se supone que no nació en determinadas condiciones desfavorables y 
quiere perpetuar ese modelo que le beneficia (no a la sociedad en su conjunto, sino a él). En 
ese sentido, resulta todo un síntoma clarificador que el calificativo “nostálgico” se identifica 
claramente con un bando de la sociedad (los “vencedores” en la guerra -in-civil), cada vez más 
una banda con cada vez menos complejos y con una cada vez mayor impunidad en sus 
actuaciones. 

 
Por cierto, el Soy minero estuvo en un tris de no existir, mira por dónde, precisamente por 
motivos políticos. El autor de la letra, Ramón Perelló Ródenas (1903 – 1978), nacido en la 
también minera ciudad de La Unión (Murcia), fue letrista de canciones, músico y poeta, autor 
en los años 30 del siglo pasado, durante la República, de algunas de las más populares letras 
de la canción española difundidas por todo el mundo (Mi jaca, La bien pagá, Falsa monea, 
Échale guindas al pavo, Los piconeros,…) pero, finalizada la guerra (in)civil, Perelló fue 
condenado a muerte por su activa militancia antifranquista, pena que fue conmutada por la de 
prisión. Cuando salió libre, Ramón no dejó de escribir ni de componer hasta completar un 
extenso repertorio de varios cientos de obras en las diversas modalidades de la composición 
musical. En nuestros días, Joaquín Sabina, Concha Buika o los desaparecidos Carlos Cano y 
Luis Eduardo Aute cuentan en sus repertorios con canciones de Ramón Perelló. 

 
69 años para todo, o para casi todo.


----------------------------------------------------------

1Manuel Vázquez Montalbán (1939 - 2003) fue un escritor inabarcable, que se definió a sí mismo como "periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en general", En el campo de la copla publica en 1969 Crónica sentimental de España, donde señala que los letristas de la copla son los más afortunados fotógrafos de la sentimentalidad. La canción puede convertirse, escribe, en un test sobre psicología colectiva y sobre el temple sentimental de toda una época. Las canciones son esa ración de estética que más se presta a ser recreada a medias entre el que la emite y el que la recibe. Todos tenemos derecho a la expresión estética y a la expresión épica

2El «Cancionero general del franquismo», de Manuel Vázquez Montalbán, es «una caja negra de la sensibilidad de un pueblo» que permite recuperar la memoria de una época a través de las canciones que se emitían por radio y el uso que de ellas hacía la gente, un libro escrito a partir de cinco reportajes del mismo título aparecidos en la revista ‘Triunfo’ entre septiembre y octubre de 1969. Con más de cuatrocientas composiciones, la mayoría de ellas coplas, el autor hace un inventario de los estribillos que alimentaron el gusto popular durante la postguerra hasta 1975, con el capítulo «Pasión y muerte de la sentimentalidad franquista».

Dividido en los grandes apartados: Cancionero historificado y Cancionero temático, la obra refleja desde la canción nacional, la testimonial o sentimental, hasta el erotismo, la religión, los paraísos terrestres, la juventud, la familia, la sabiduría convencional, el ritmo como condicionante, los héroes machistas, la tipología femenina y la exaltación de Madrid. Vázquez Montalbán da por concluida su labor de inventariar las raíces de una sentimentalidad que se refleja en las coplas forman parte de una cultura popular muy arraigada. «El cancionero refleja el uso que el público hacía de la propuesta cultural y de los mensajes que escuchaban a través de la radio. La gente vivía otra vida diferente de lo que se le estaba proponiendo y eso es lo que se muestra en las canciones». Para Vázquez Montalbán, lo interesante ha sido «el uso que hacía el público receptor de la canción, que podía tener en él la misma repercusión que la poesía culta», como ocurre con la canción No te mires en el río que es una traslación de una de las poesías del Cancionero de García Lorca, «pero traducido al lenguaje popular».En una época, en que no existía la cultura de masas que conocemos hoy, eran las coplas, influidas por la tradición, las encargadas de reflejar esa memoria sentimental. Si bien la copla se sigue interpretando, «a la tonadillera no se le abastece de canciones que perduren. Interpretan composiciones heredadas en un repertorio hecho a su medida. La copla es un fenómeno que no ha remontado porque ha estado cerrado por la gran industria cultural del disco que no le ha permitido prosperar».Montalbán recuerda con ironía que, a finales de los setenta, los intelectuales de izquierda empezaron a recuperar la copla y el fútbol y a descubrir que existía lo cotidiano, no sólo la política, «y ahora ya no es un drama reconocerlo». En este sentido, y por poner ejemplos de sobras conocidos, Joan Manuel Serrat, brillante en catalán y en castellano, aceptado entusiásticamente por las dos culturas, supondría una fusión fraternal de la “protesta” y la “copla” en lo que, después de todo, significaba, en el más amplio sentido de los mensajes, una común actitud antifranquista. Por su parte, Carlos Cano, generacional y geográficamente adecuado, vendría a unir “copla” y “compromiso”, entroncando la tonadilla eterna con las nuevas formas de expresión artístico-políticas.

2 comentarios:

  1. Buenas tardes Miguel, buena reflexión de la que resalto una frase "es llamativo que se detecte un empeño por volver al pasado
    por parte de quien se supone que no nació en determinadas condiciones desfavorables". Bueno es llamativo pero en alguna forma comprensible lo que es llamativo aunque al menos para mí incomprensible es que consigan despertar nostalgias en aquellos que para nada debieran sentirlas por la parte que les tocaría ante ese supuesto retorno, añado yo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No siempre lo llamativo es comprensible, como tú apuntas. ¿O no es llamativo que el candidato a la Generalitat de una formación política declaradamente racista y xenófoba sea negro? ¿Comprensible?

      Eliminar