Somos esclavos del calendario para todas nuestras actividades (en Navidad “toca” hacer tal cosa, el Domingo de Carnaval, tal otra, y así cada día) y, emocionalmente, de su influjo en días señalados o marcados en él. Por eso hay fechas en las que los recuerdos, larvados aunque permanentes, de vivencias con personas queridas que ya no están con nosotros se disparan con más fuerza que en otras fechas “normales”. Dice la considerada como la escritora viva más leída del mundo de la lengua española, Isabel Allende (que ya de por sí es un enigma que hace pensar, porque es una escritora chilena con nacionalidad estadounidense, de ascendencia hispano-portuguesa y nacida en Perú), en su novela Cuentos de Eva Luna, una frase que nos hace reflexionar, aquella de que “La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.” y el desconocido poeta José de Arias Martínez (no confundir con el extinto cómico homónimo argentino, más conocido como Pepe Arias) tiene publicado un poema que, bajo el nombre de Sólo muere quien es olvidado, dice así:
No es la muerte quien mata las almas
Nadie muere por ser enterrado
El recuerdo y el alma no mueren
Sólo muere quien es olvidado
Si tu vida fue recta y valiosa
Si has amado con toda tu alma
Si has sembrado el camino de huellas
Has escrito una historia sagrada
No te importe morir algún día
Ese día tu cuerpo habrá muerto
Nunca muere quien supo vivir
Y ha dejado en la tierra un recuerdo
Si has escrito una historia de vida
Si has dejado en los rostros sonrisas
Si has sembrado tus campos de flores
No te importe partir algún día
Sólo teme la muerte si tu alma
Se olvidó de vivir cada día
Si dejó ya de amar y soñar
Y se fué sin saber qué quería
Sólo teme la muerte si llegas
Hasta el fin con las manos vacías
Si no has dado de ti lo más noble
Sin saber el por qué de esta vida
Si tu vida ha valido la pena
Quedará tu recuerdo grabado
Para siempre por siempre en la mente
De los hombres que un día has amado
No es la muerte quien mata las almas
Sólo muere quien es olvidado
y al gran Jorge Luis Borges le debemos este otro:
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.
Pero, posiblemente, haya que acudir a la física para verificar que la muerte SÍ existe. Desde
el punto de vista estricto de la física, si algo distingue a los seres humanos del resto de
animales es que todos sabemos que, en algún momento cuyo conocimiento no dominamos,
va a acabar nuestra vida; al menos tal como la hemos conocido hasta ahora. Existen
numerosos estudios que apoyan la teoría de que la vida después de la muerte existe, pero el
respetado físico Sean Michael Carroll, profesor en el Instituto de Tecnología de California,
afirma que es imposible la existencia de cualquier cosa después de morir, asegurando que
"conocemos por completo las leyes de la física que subyacen a la vida cotidiana", y todo tiene
que ocurrir en los márgenes de esas leyes. Carroll dice que para que hubiera algo después
de la muerte, la conciencia tendría que estar completamente separada de nuestro cuerpo
físico.
Aún sabiendo eso, enfrentarse a la muerte, particularmente la de un ser querido, es un
proceso muy duro, con altibajos emocionales aunque en realidad, para la mayoría de las
personas, es un periodo de acceso a una nueva comprensión y a un crecimiento personal. El
hecho de enfrentarse a las heridas del pasado, el restablecimiento de las relaciones y el hecho
de preocuparse por los seres queridos permite que las personas alcancen a menudo una
profunda tranquilidad interior, entre otras cosas porque partir de la aceptación de algo que
sabemos a ciencia cierta que ha de ocurrir, como es nuestra propia muerte y la de los demás
nos predispone a vivir en consecuencia: a priorizar lo importante y darle peso a lo que
realmente merece la pena, a disfrutar de la vida y del tiempo con la gente a la que queremos.
La muerte es el final de la vida: y lo importante es que esa vida haya merecido la pena.
La vida después de la muerte es la creencia de que la parte esencial de la identidad o el flujo
de consciencia de un ser vivo continúa después de la muerte del cuerpo físico. Según diversas
ideas sobre esta vida, la esencia del que vive después de la muerte puede ser el de algún
elemento parcial o la supervivencia del alma, espíritu o consciencia que lleva consigo y puede
conferirle una identidad personal. No obstante, como ya se ha apuntado, la posición científica
mayoritaria es que no hay pruebas de la existencia de la vida después de la muerte. También,
la creencia en una vida después de la muerte contrasta con la creencia en el olvido después
de la muerte o no-existencia.
La concepción de la muerte como fin o como tránsito, su creencia en una vida después de la
muerte, en el Juicio Final, actúan como condicionantes para la actuación de los individuos en
un sentido u otro. La idea de inmortalidad y la creencia en el Más allá aparecen de una forma
u otra en prácticamente todas las sociedades y religiones y momentos históricos. Usualmente
se deja al arbitrio de los individuos, en el marco de los conceptos dados por su sociedad, la
decisión de creer o no creer y en qué creer exactamente a ese respecto. La esperanza de vida
en el entorno social determina la presencia de la muerte en la vida de los individuos, y su
relación con ella. Su presencia en el arte es constante, siendo uno de los elementos
dramáticos a los que más se recurre tanto en el teatro, como en el cine o en novelas y relatos.
En este sentido, Clemente de Alejandría1 es el primer filósofo cristiano que organiza una visión
sistemática del concepto de muerte. En sus tres obras más importantes, Protréptico, Pedagogo
y Stromata, Clemente expone el carácter moral que reviste el concepto muerte y su
dependencia de un concepto clave de la teología cristiana, pecado. A partir de esta relación
Clemente divide la muerte en tres tipologías: muerte física, muerte del alma y muerte gnóstica.
En todos los casos la congregación de la filosofía griega y judía favorece el entendimiento de
una lógica thanatológica ya sistematizada en la época del alejandrino.
Pero, creencias y religiones aparte, sigue en pie esa vieja idea (ya decían los griegos que
mueres definitivamente cuando nadie te recuerda, cuando todo el mundo te ha olvidado
porque es como si no hubieses existido, como si nunca hubieras nacido), verbalizada por
Isabel Allende, de que una persona no muere cuando abandona la vida, sino que lo hace del
todo sólo cuando nadie la recuerda. Es un tema muy delicado porque acercarse a él implica
hablar de la muerte, incómodo pero necesario. Superar la muerte de un ser querido no
consiste en olvidar; consiste en aprender a vivir con la ausencia, con ese vacío inmenso que
nos dejan con su partida… consiste en recordar con dolor pero sin sufrimiento, con añoranza
pero también con alegría; consiste en poder continuar nuestro camino por la vida de la mejor
manera posible sabiendo que allá donde vayamos siempre nos acompañarán porque las
personas estamos hechas de historias, de momentos compartidos con las personas a las que
amamos; las personas estamos hechas de recuerdos que guardamos en nuestro corazón, en
nuestra alma y en nuestra memoria dando sentido a todo…
La marcha de un ser querido no se supera jamás; nunca, posiblemente, se es la misma
persona después de una pérdida, pero de la misma manera en la que cuando alguien que
amamos se va, aún en vida, un pedazo de nosotros muere con él, su recuerdo SIEMPRE
vivirá con nosotros hasta el final de nuestros días. No obstante, a riesgo de que parezca un
simple juego de palabras, no debe olvidarse lo que es en puridad un recuerdo: una evocación
personal, diferente para cada persona (menos si se trata de una figura que ha entrado en la
Historia, de la que se dice lo que se debe recordar y cómo) de unas vivencias, unas
situaciones, unos lugares, unas personas,… que existen aún o no, generalmente compartidos.
Pero, como dice, entre otros, la canción de 1969 El baúl de los recuerdos, que popularizó la
famosa entonces cantante Karina, “… los recuerdos son el pasado… “ que es del todo
imposible que vuelvan, mientras que la vida siempre avanza hacia adelante. Aquella foto tan
bonita, en New York, con las Torres Gemelas al fondo, con aquel amigo con el que se era uña
y carne, del que hace tiempo se perdió totalmente la pista, y ahora es igual si vive (si es que
vive) en las antípodas o en la calle que cruza… Pero el recuerdo es nítido aunque las Torres
Gemelas ya no existan y aquel amigo haya salido de nuestra vida.
Es un hecho que la positiva (también puede ser negativa, ojo) influencia de un recuerdo sólo
lo es para quien evoca la vivencia, entre otras cosas porque recordar un trozo de vida
compartido con alguien querido contribuye a aportar serenidad. Pero no debe confundirse: el
recuerdo sigue, posiblemente, tan vivo como cuando ocurrió lo que se evoca; otra cosa es la/s
persona/s con que se compartía la vivencia evocada que, si nos han dejado y ya no están vivas
(sin querer hacer chiste fácil de un tema tan delicado, ya lo decía James Bond con aquello de
sólo se vive dos veces), no pueden compartir el recuerdo, puntualizar detalles, complementar
desde su óptica… Es muy duro, tal vez, pero el recuerdo es sólo de uno, aunque de él forme
parte principal una persona querida y añorada. Mas lo importante es el sentimiento: seguirá
viva en nuestro recuerdo mientras éste esté con nosotros para que no se cumpla lo que canta
Sabina en su canción “Donde habita el olvido” (que nada tiene que ver con el poema casi
homónimo - Donde habite el olvido - de Luis Cernuda, poeta de la Generación del 27, cuyo
título está tomado a su vez de un verso de una Rima de Gustavo Adolfo Bécquer:): “… y la vida
siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido ...”.
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1Que, a pesar del nombre, era nacido en Atenas (Grecia,) hacia el año 150, con una amplia cultura pagana, fue uno de los más destacados maestros de Alejandría y administrador de su escuela catequística.
¿Donde puedo encontrar información sobre el poeta José de Arias Martínez, para corroborar su autoría del poema Sólo muere quien es olvidado?
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