Con el loable propósito de contribuir al necesario relajamiento, ante la que está cayendo de todos los colores, oyendo música, me han enviado unos archivos digitales musicales con versiones sin palabras, sólo música (debe ser para no distraerse prestando atención a lo que se dice en las canciones), de piezas conocidas, y, entre otras, está la de Mourir d’aimer (Morir de amor en su versión en castellano). Corramos un tupido velo sobre el hecho de que la versión es de un ejecución tal que se abre un encendido debate familiar acerca de si lo que se escucha no es en realidad el Adagio de Johann Sebastian Bach (“tomado prestado”, por cierto, de un movimiento del Concierto para oboe en re menor de Alessandro Marcello). Al final se establece que sí, que lo que suena es, efectivamente, la canción Mourir d’aimer, de Charles Aznavour y, aprovechando que precisamente hoy, 7 de abril, hace dos años y medio de su muerte (decirlo en meses, 30, queda como más contundente y redondo para esta conmemoración), parece buen momento para reflexionar sobre el desaparecido autor y sobre la canción, más allá de lo que se dijo aquí mismo cuando aún vivía.
¿Qué decir a estas alturas de Charles Aznavour? De ese artista que algunos anglófilos seguramente bienintencionados llegaron a bautizar como el Frank Sinatra francés prescindiendo del pequeño detalle de que Sinatra (magnífico “crooner”, sin duda) no escribió ni una sola canción. En nuestra aludida entrada de este blog ya se hacía referencia a la canción La bohème, escrita en 1965, que cuenta la historia de un pintor que recuerda con nostalgia sus años de vida bohemia en la colina del barrio de Montmartre, en París. Se dice que para el cantante siempre fue su tema favorito, y muchos dicen que es porque la letra tiene una gran carga autobiográfica, y le recuerda los difíciles momentos que pasó en su juventud porque, por mas que durante más de seis décadas fascinó a su audiencia mundial, convirtiéndose en uno de los cantautores más admirados de la época moderna, pocos conocen otra faceta más importante, admirable y respetable de su vida, que viene a cuento ahora tras el regreso (¿alguna vez se fueron?), sin que al parecer importe a nadie, en todos los países de movimientos totalitarios, frecuentemente agresivos y violentos, que beben de un nazismo o fascismo que se daban por extinguidos.
Resulta que, en los tenebrosos años de la ocupación nazi en Francia, el joven Charles, recordemos que de origen armenio, junto a su hermana Aída y sus padres, Knar y Mischa, protagonizaron una historia de heroísmo (en 2016, Israel edito un sello postal conmemorativo, con la imagen de los padres de Charles, Mischa y Knar Aznavour): la familia Aznavour colaboraba con el grupo de Resistencia de Missak Minouchian y en ese contexto brindó refugio pasajero en su modesto departamento parisino a un gran número de judíos, armenios y otros que huían de la implacable persecución nazi. Este capítulo singular fue revelado por el historiador israelí, Yair Auron, destacado especialista en estudios del Holocausto y del Genocidio, luego de un número indeterminado de encuentros con el cantante francés. De dichas entrevistas se desprende también que Charles arriesgó su vida, además, actuando como correo de la Resistencia. Como reconocimiento, en 2017 (un año antes de su muerte) se le rindió homenaje en Israel, otorgándole la Medalla Raoul Wallenberg (concedida por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg (FIRW), una ONG global dedicada a preservar y difundir el valiente legado de Raoul Wallenberg y las mujeres y hombres que ayudaron a víctimas de persecución durante el Holocausto, el Genocidio Armenio y otros capítulos trágicos de la historia). En su emotivo discurso de aceptación, Aznavour recalcó: “siempre me sentí cerca del pueblo judío, a tal punto que conocía sus plegarias mejor que las cristianas. Me siento profundamente emocionado de recibir esta distinción en Jerusalén, una de mis ciudades favoritas” y, acabado el acto oficial, a la pregunta de: “¿Cuáles fueron los motivos de arriesgar sus propias vidas para salvar a gente que ni conocían?”, cuentan que un Aznavour perplejo, con los ojos muy abiertos, en señal de sorpresa, respondió tajantemente: “¿Qué otra cosa podríamos haber hecho?” Una razón más, música aparte, para quitarse el sombrero en señal de admiración y respeto ante el artista.
Pero estábamos con Mourir d’aimer. La canción francesa (la “chanson”) es más pródiga que otras en presentar al público piezas en las que la trama deducida por la letra parece una cosa pero la realidad es muy otra; en este mismo blog nos hemos detenido en alguna ocasión para desmenuzar las historias reales que hay detrás de determinadas canciones “románticas” como L’aigle noir, de Barbara o Ne me quitte pas, de Jacques Brel. Con Aznavour, a quien en la década de los 50 ya le censuraron varias canciones por hablar de sexo y adulterio, había de pasar algo parecido con algún tema. Veamos.

También se hizo una película, interpretada por Annie Girardot.
Mourir d’aimer no es una simple canción de desamor; trata (sin nombrarla) de la historia de amor entre una profesora, Gabrielle Russier, de 32 años, madre divorciada y profesora de letras en un centro del norte de Marsella, y uno de sus alumnos, Christian Rossi, menor de edad, de 17 años, durante la atmósfera acalorada de mayo del 68. Ella es una joven muy comprometida políticamente. Los padres de Christian presentan una denuncia por la situación después de la negativa del muchacho a dejar la relación, la justicia (con minúscula) se embala, la mujer es suspendida de sus funciones y encarcelada, de forma excepcional, según algunos juristas de la época, porque hay consentimiento, pendiente de un sentencia de apelación (programada para octubre de ese año), y comienza el drama que desemboca en su suicidio ya que la maestra se suicidó en septiembre de 1969 con el gas de su apartamento1 (seguramente, sola, Gabrielle repite su drama, sus recuerdos, el estallido de mayo, la prisión, la angustia del segundo juicio y se resquebraja). Charles Aznavour se encuentra en Francia durante el tiempo en que tuvo lugar el suicidio de Gabrielle, una tragedia que lo sorprendió y comenzó a trabajar en la canción que fue todo un éxito. La tragedia lo abruma. “Estaba indignado, fue inaceptable. Cuando un millonario de 70 años vive con una joven, no se dice nada. Y esta pobre mujer que tiene una auténtica historia de amor con un joven, la arrastran. el barro, hasta el punto de empujarla a suicidarse! Quería levantarme con la canción contra la estupidez y los espíritus burgueses", explica. Desde las primeras palabras, el tono está marcado, trágico: "Los muros de mi vida son lisos / Me aferro a ellos pero resbalo". Y el resto se desarrolló de forma casi natural. En tres días, Mourir d'aimer está completa.
El suicidio de la Sra. Russier desencadenó una controversia en Francia relacionada con las relaciones románticas, el consentimiento y la edad de la mayoría sexual. Tres semanas después de la tragedia, Georges Pompidou, elegido en primavera de ese año presidente de la República, accedió (aunque sin admitir preguntas) a responder sobre el tema en rueda de prensa tras ser enviada al Ministro de Justicia una carta, firmada incluso por diversos Premios Nobel, en la que se denuncia en particular "el ensañamiento digno de los monjes de la Inquisición", citando, en lugar de responder directamente, unos versos de Paul Eluard en homenaje a las mujeres con la cabeza rapada por haber mantenido relaciones con los alemanes durante la ocupación, cosa que no hizo sino dar testimonio de una Francia y una sociedad dividida porque, sí, Gabrielle Russier se suicidó; una muerte que, de manera odiosa, acusa las singulares contradicciones de una época. Todo parece indicar que se están produciendo grandes cambios morales pero si tocamos en esa época la imagen virtuosa del cuerpo docente, la justicia (seguimos con minúscula) y la autoridad paterna, inmediatamente aparece la brecha entre las palabras y las cosas. El romance de una mujer de 32 años con un chico de 17 se vuelve escandaloso.
La historia ha terminado, pero empieza el tiempo de las preguntas. ¿En nombre de qué justicia, para las necesidades de qué investigación, podemos poner en la cárcel, en el lugar, como queramos, a alguien que no sea un criminal? Es abominable.¿Por qué la justicia ha sido tan severa, tan feroz con su presa? ¿Quizá porque era necesario sancionar al mismo tiempo las secuelas de mayo, las tendencias al liberalismo de la moral y la culpa de un profesor? Gabrielle Russier, ¿habría sido condenada tan severamente en otro lugar? Imagínese que hubiera ocurrido un romance entre una chica de 17 años y un decano de la facultad; envidiaríamos al decano, pero lo contrario es impensable. Y, por cierto, ¿Qué será de Christian ahora2? ¿Qué será de los magistrados de Marsella en su conciencia? ¿Qué será, finalmente, de las gemelas de 10 años de Gabrielle Russier, que era demasiado frágil para enfrentar su tragedia? El divorcio de la justicia (¿hay que repetir que con minúscula?) y la realidad de las personas sigue siendo visible, aunque cambien los protagonistas. Un ejemplo de este divorcio lo encontramos hoy mismo; en la Audiencia de Barcelona se está celebrando el juicio por una vilolación múltiple a una chica; pues bien, el fiscal (no las defensas, sino el fiscal) somete a un interrogtorio a la víctima que sobrepasa la insensibilidad para caer en la ineptitud flagrante. Dice (a la sociedad) el escritor y filósofo francés Paul Nizan, muerto en 1940, en la batalla de Dunkerque contra los alemanes, en su libro Aden, Arabie, de 1931, “Hay realidades desgarradoras detrás de tus frases”. Ése es un buen epitafio al caso.
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1No tiene desperdicio la secuencia de los hechos publicada por el periódico L’Express el 8-9–1969, sólo una semana después del suicidio: Con los tumultos de mayo de 1968, su historia se acelera. Aquí está ella ocupando la escuela, en el gran torbellino que debe traer mejores días. Christian a su lado. Libre, de repente, de sus idas y venidas: sus padres, académicos - son asistentes en la facultad de Aix - izquierdistas, ex militantes comunistas, están en el mismo tren que Gabrielle Russier.
Luego, junio sigue a mayo, la ola refluye. El chico tiene que irse a casa. Ya no quiere. Los padres piensan que podemos ser izquierdistas, pero que ante todo somos padres., volvamos al escándalo, aplicamos al joven el método clásico: la distancia, pero Christian escapa para encontrar a Gabrielle. Queja. Policía. Arrestar. En diciembre, la joven se familiariza con la siniestra prisión de Baumettes. Christian se rinde y vuelve al redil. Ella está en libertad. Abril, el nuevo escape de Christian para unirse a ella. Regreso a Les Baumettes. Argumento del juez de instrucción Sr. Robert Palanque, quien la hizo encarcelar: "Ella se burló de la autoridad paterna". Un mes y medio en compañía de prostitutas, ladrones, hacedores de ángeles. Una humillación tan dura como la violenta terquedad de Gabrielle, pendiente como una adolescente de la imagen que tiene de la fidelidad a un amor. En julio, la juzgan. El suplente solicita trece meses de prisión, lo que le permitirá ser excluida del beneficio de la ley de amnistía (que se limita a penas inferiores a doce meses) decidida por el nuevo presidente de la República. Y tacharla, al mismo tiempo, de inmediato, del profesorado. El tribunal es severo, muy severo; pero no tanto como quisiéramos en la acusación. Inflige doce meses, por lo tanto, amnistía. Entonces el fiscal Tirel apeló y pidió la agravación de la pena. Por qué ? "Imposible responderle, declara el Parquet d'Aix-enProvence a L'Express, secreto profesional".
2Los padres de Christian Rossi lo internaron en un sanatorio psiquiátrico al final del caso. Una vez fuera, en una única entrevista concedida tras su mayoría de edad, publicada el 1-9-1971 (justo dos años después del suicidio de Gabrielle) por Le Nouvel Observateur, declara: “No fue en absoluto una pasión. Fue amor. La pasión no es lúcida. Pero estaba lúcido. [...] Los [dos años] de recuerdos que me dejó, me los dejó, no tengo que contarlos. Los siento. Los viví, yo solo. [...] El resto, la gente lo sabe: era una mujer llamada Gabrielle Russier. Nos amábamos, la pusimos en prisión, se suicidó. Es simple”.


Qué interesante el texto. No podría haber imaginado tan desgarradora historia detrás de esta canción. Y también me sorprendió la faceta altruista de la familia de Aznavour. Lo que no me queda claro es si la música pertenece a la obra de Bach y cuál sería el título.
ResponderEliminarLa música de la pieza NO pertenece a Bach. Se trata sólo de una confusión al escucharla. Saludos.
EliminarEs una hermosa canción... Y muy interesante texto... Ahora, sabiendo la historia detrás, me hace verlo más a fondo... Es una buena pieza,y vaya coincidencia! Pues estoy pasando por una misma situación siendo yo una estudiante, pero ¡Oh sorpresa, somos mujeres! Ese es el único inconveniente entre nosotras (La edad ni tanto), y lo que nos detiene, la sociedad...
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