En los últimos meses (ya más de un año) toda la atención mundial ha estado puesta,
conteniendo la respiración, en la evolución de la crisis socio/económico/sanitaria generada por
la pandemia del aún semidesconocido coronavirus Covid-19, de una gravedad indiscutible. Sin
embargo, desde hace muchos años, gran parte de la humanidad se ha visto y se ve azotada
por otra pandemia que, a diferencia del covid, no se detiene (los estudios apuntan que esta
pandemia de ahora acabará cuando menos se espere, cuando el “bicho” se canse de hacer
mal, eso sí, con la colaboración en acelerar ese final de la mascarilla, el confinamiento y la
vacuna) ni se investiga, sino que va en aumento: el hambre, y el número de personas
afectadas crece cada año.
Siguiendo con la tónica de banalización de realidades difíciles ya apuntada en nuestras
reflexiones sobre la pobreza, el hambre no es lo que presenta la exitosa película de ciencia
ficción de Gary Ross (basada en la novela del mismo nombre de Suzanne Collins) Los juegos
del hambre. El hambre se manifiesta técnicamente cuando una persona no puede acceder a
alimentos; si esta situación se alarga, puede presentar desnutrición, que es el estado en el
que al cuerpo le faltan los nutrientes necesarios para llevar una vida sana. Quizás no seamos
conscientes de ello, pero también en nuestro entorno, no en las manidas imágenes africanas,
hay gente con problemas para acceder a la comida y a una alimentación saludable. Por eso,
el hambre se considera la mayor pandemia del siglo XXI y, según cifras de estudios creíbles,
mata a 3,1 millones de niños cada año1 (8.500 niños y niñas cada día). Y las pruebas revelan
que el mundo no va por buen camino para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) de la ONU de Hambre Cero para el año 20302. El hambre es el causante del 45% de
las muertes entre los menores de 5 años en todo el mundo, y se calcula que 47 millones de
niños y niñas de menos de cinco años sufren de adelgazamiento patológico, 14,3 millones de
los cuales en casos muy graves.
El hambre, estrechamente vinculada con la pobreza, también tiene rostro femenino. La
pobreza afecta más a las mujeres que a los hombres pues las desigualdades de género están
en el origen y las consecuencias del hambre y la pobreza, ya que las mujeres tienen menos
oportunidades para recibir una educación y para encontrar empleo remunerado, además de
escasa presencia en espacios de representación y de toma de decisiones. Las previsiones
muestran que el mundo no está en vías de acabar con el hambre para 2030 y, pese a que se
han realizado ciertos progresos, tampoco lleva camino de lograr las metas mundiales sobre
nutrición, de acuerdo con la mayoría de los indicadores. Además, es probable que la seguridad
alimentaria y el estado nutricional de los grupos de población más vulnerables se deterioren
aún más debido a las repercusiones socio-económicas y sanitarias de la pandemia de la
enfermedad por coronavirus. Las proyecciones combinadas de las tendencias recientes en el
tamaño y la composición de la población, en la disponibilidad total de alimentos y en el grado
de desigualdad en el acceso a los alimentos apuntan a un aumento de casi un punto
porcentual respecto a la situación de ahora. En consecuencia, el número mundial de personas
subnutridas en 2030 superaría los 840 millones.
En general, y sin tener en cuenta los efectos del Covid-19, las tendencias previstas de la
subnutrición cambiarían drásticamente la distribución geográfica del hambre en el mundo y
África superaría a Asia (actualmente, por números, encabezando el ranking) para convertirse
en la región con el mayor número de personas subnutridas (433 millones), lo que representaría
el 51,5% del total. La pandemia del Covid-19, que se extiende por todo el mundo, supone
claramente una grave amenaza para la seguridad alimentaria ya que las evaluaciones
preliminares basadas en las últimas perspectivas económicas mundiales disponibles sugieren
que la pandemia podría añadir entre 83 y 132 millones de personas al número total de
personas subnutridas en el mundo en 2020, dependiendo del escenario de crecimiento
económico (pérdidas que oscilan entre 4,9 y 10 puntos porcentuales en el crecimiento del
Producto Interior Bruto, PIB, mundial); la recuperación prevista para 2021 haría que el número
de personas subnutridas disminuyera, pero aun así sería superior a lo proyectado en un
escenario sin la pandemia. Una vez más, es importante reconocer que toda evaluación en
esta etapa está sujeta a un alto grado de incertidumbre y debe interpretarse con cautela.
Según informa la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia provocada por el
Covid-19 podría hacer que aumentasen en 130 millones de personas más aquellas que pasan
hambre. Y según estudio de Acción contra el Hambre, la pandemia de coronavirus tiene
impactos múltiples y masivos, que varían de una región a otra, que hacen más urgente que
nunca las acciones para erradicar el hambre y la desnutrición.
Un alto necesario; ¿pandemia? ¿el hambre es una pandemia? Según nuestro Diccionario de
la Real Academia de la Lengua, “pandemia” es la enfermedad epidémica que se extiende a
muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región, y la
Organización Mundial de la Salud (que, seguramente, algo de eso sabe) la denomina como la
propagación mundial de una enfermedad, con carácter infeccioso y de tipo epidémico, que
ocurre simultáneamente en diferentes países y que afecta a una parte importante de la
población, lo que ocurrió, entre otras, con la peste negra, la mal llamada gripe española, la
gripe porcina o A, o la actual del Covid-19. A la vista de estas definiciones, surgen nuevas
preguntas que, sin duda, encierran un mucho de retórica, como ¿es el hambre, pues, una
enfermedad? ¿y es infecciosa?
Contrariamente, no hay ningún virus infeccioso detrás del hambre ni es ninguna enfermedad
fatal y sin remedio; la solución está en, básicamente, responsabilidad y solidaridad generosa
de todos los humanos porque es cierto que son muchos los factores que contribuyen al
hambre pero no es menos cierto que la pobreza es la mayor causa de hambre en el mundo,
tanto en los países ricos como en los pobres y no importa si las personas viven en áreas
urbanas o rurales. La mayoría de aquellos que sufren de hambre es porque viven sumidos en
la pobreza extrema, que se define como la población que vive con un ingreso de 1.25 dólares
o menos al día. Estadísticamente, el mayor grupo de personas sumidas en la extrema pobreza
a nivel mundial son los pequeños agricultores de los países en desarrollo porque no poseen
tierra para cultivar suficientes alimentos para el autoconsumo durante todo el año y el poco
ingreso obtenido de sus ventas no les alcanza para poder comprar alimentos una vez que los
suyos se agotan, sin olvidar que, paralelamente, en países desarrollados, con ingresos altos,
el hambre es causada en su mayoría por la pobreza que genera la falta de trabajo, los trabajos
precarios o los bajos salarios; se puede comprobar (y estos tiempos de pandemia lo muestra
crudamente en el aumento de las colas ante los comedores de beneficencia o en los Bancos
de Alimentos) que las tasas de hambre aumentan cuando la economía nacional o local cae
hasta el punto que una vez que la gente pierde el empleo es incapaz de encontrar otro, a lo
que quizá haya que sumar la problemática particular y social, por ejemplo, que en los hogares
monoparentales (casi siempre representados por mujeres) puede que se haga imposible
aceptar un empleo o trabajar suficientes horas debido a que carece de opciones para el
cuidado infantil y aún cuando la economía mejora, existen algunas personas que continúan
luchando por encontrar empleo.
Luego están los factores “técnicos”, entre los que no es menor el cambio climático, en el que
se da la cruel paradoja de que, a pesar de no haber contribuido a él, los países en desarrollo
(más pobres) son los que ya están experimentando sus efectos. El cambio climático está
afectando la producción de alimentos y al abastecimiento de agua potable de manera
significativa. Este es el mayor desafío ambiental que el mundo haya enfrentado jamás y la
forma de responder a dicho desafío determinará si la erradicación del hambre continúa siendo
un objetivo conseguible porque alimentar a todos los habitantes del mundo sería lo
suficientemente importante sin que a eso se agregara el cambio climático. Numéricamente, se
espera que la población mundial aumente a más de 9 mil millones para finales del siglo luego,
aunque solamente se espera un pequeño aumento en la tierra cultivable disponible, la
producción agrícola deberá aumentar en un 70% para poder mantenerse a la par con el
crecimiento poblacional.
No podemos echar en saco roto tampoco, en este somero repaso a algunos factores
“naturales” responsables de la “enfermedad” del hambre, que es tanto causa como efecto de la
guerra y los conflictos. La pobreza y el hambre a gran escala conducen a la frustración y el
resentimiento con los gobiernos que parecen ignorar los problemas de las personas que
padecen de hambre. Los miembros más pobres de la sociedad (a vueltas con la pobreza) son
los que más sufren durante las guerras y los conflictos, hogares son destruidos y comunidades
desplazadas; cuando por fin llega la paz, la realidad es que a menudo la misma es muy tenue
porque la infraestructura necesaria para la reconstrucción ha sido dañada y en ocasiones
destruida. Como no se pueden olvidar factores como carencia frente a desperdicio de
productos (por “los ricos”), la inestabilidad de los mercados alimentarios, deficiencia de
infraestructuras, discriminación en el “reparto”,… ¿a qué seguir? Con todo lo visto, se llega a
la conclusión fácil de que de virus y de enfermedad, nada de nada, y que la actitud del género
humano tiene bastante que ver en la erradicación del hambre.
Y luego, un factor atípico, para añadir más leña al fuego. La religión ha contribuido, junto a la
tecnología, la economía, la organización social y los procesos de aprendizaje, a la adaptación
del ser humano a su universo aportándole seguridad y en todos los pueblos o culturas, las
elecciones alimentarias están condicionadas muy a menudo, al menos aparentemente o en
primera instancia, por todo un conjunto de creencias religiosas, prohibiciones de diverso tipo y
alcance, así como por concepciones dietéticas relativas a lo que es bueno y a lo que es malo
para el cuerpo, para la salud en definitiva, lo que no quita que, en la religión mayoritaria en
este país se ponga de manifiesto la necesidad de acabar con el hambre. En los versículos
35-40 del capítulo 25 del Evangelio de Mateo podemos leer que Jesús dice, personificando el
tema: "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui
forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a mí." Entonces los justos le responderán, diciendo: "Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos
como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo, o en
la cárcel, y vinimos a ti?" Respondiendo el Rey, les dirá: "En verdad os digo que en cuanto lo
hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis."
Pero, ¿realmente puede hacerse algo efectivo para luchar contra esta lacra, que ni es
enfermedad, ni mucho menos pandemia? Todos podemos contribuir a reducir el hambre en el
mundo. Nosotros, desde casa, debemos concienciarnos para frenar el desperdicio de alimentos
y promover su consumo responsable (pensemos que cada año se desperdicia un tercio de los
alimentos que producimos). En los países desarrollados, los alimentos se desperdician a
menudo en el plato, mientras que en los países en desarrollo se pierde durante la producción.
Por eso también hay que innovar e invertir para que las cadenas de suministro sean más
eficientes. Y para ello hay que mejorar también las infraestructuras en las zonas más pobres,
especialmente las carreteras, el almacenamiento y la electrificación para potenciar la actividad
agrícola. Fomentar los cultivos sostenibles más variados y hacer de la nutrición una prioridad
a nivel mundial son otras de las prioridades para poder hacer realidad el hambre cero en 2030.
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1Las fuentes de información y datos son la ONU, la FAO, la OMS, la ONG Acción contra el hambre, WFP y otros informes de organizaciones sobre el problema.
2Este es, de hecho, unos de los desafíos más importantes de nuestra época, y así queda plasmado en el listado de los 17 Objetivos Globales para el Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por la ONU para mejorar las vidas de las personas antes del 2030. En concreto, el Hambre Cero es el Objetivo 2 de los ODS, y su finalidad es la de acabar con el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible.
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