Mucho se ha dicho y escrito (y lo que vendrá) sobre las consecuencias de todo tipo que ya
acarrea, y acarreará, esta situación de inactividad prolongada a la que obliga el intentar evitar
la propagación de la pandemia por el virus Covid-19. Más allá del impacto sobre la salud y la
vida de millones de personas en todo el mundo, la pandemia también ha asestado un duro
golpe sobre la evolución de la economía a nivel global. Aunque los países que se han visto
sacudidos por la crisis han impulsado incómodas e impopulares medidas político-sanitarias
para paliar la ralentización económica provocada por este virus, se vislumbra que su
propagación podría tener un triple efecto sobre la economía mundial: impacto directo sobre los
volúmenes de producción a nivel global; disrupciones y trastornos sobre las cadenas de
suministro y distribución; e impacto financiero en las empresas y los mercados de valores.
Particularmente dramática puede ser la situación de las empresas vinculadas al sector turístico
y de restauración, que han visto limitada su capacidad de maniobra como consecuencia de las
restricciones impuestas por los gobiernos de todo el mundo para frenar el contagio del
coronavirus. El sector vaticina que sus empresas se enfrentarán a pérdidas que probablemente
no serán recuperables y se prevé el cierre definitivo de un alto porcentaje de negocios pese a
las perspectivas razonablemente halagüeñas con la puesta en marcha del “pasaporte” que da
fe de la inmunización de su titular y le permite la movilidad entre países.
A ello hay que añadir el coste de una respuesta global al coronavirus. Los centros económicos
de todo el mundo estarían sujetos a cierres mientras la población mundial entraría en pánico
por la propagación del virus. Las decisiones descoordinadas de cada país interrumpirían el
movimiento de personas, bienes y mercancías y, en consecuencia, se produciría un descenso
en los niveles de producción, ya que los negocios con cadenas de suministro internacional
solo podrían operar de manera intermitente. El turismo, así como las empresas y regiones
dependientes de este sector, como ya se ha comentado, se verían fuertemente afectadas y
disminuirían drásticamente su volumen de ingresos. Ante este escenario, se necesitaría más
de un año para que la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas elaborasen
una respuesta global que priorizase las medidas sanitarias coste-eficientes, de forma que
resultase bien recibida por las principales economías mundiales.
En España, el desempleo provocado por la pandemia es el principal generador de desigualdad
y pobreza, debido a la caída de ingresos de los trabajadores y trabajadoras más precarios.
Los sectores sometidos al cierre durante el año 2020 mantienen un salario anual que, de
media, supone un 60% del salario medio en España, mientras que aquellos sectores que han
podido teletrabajar durante los cierres mantienen unos salarios un 140% superior al salario
medio. Personas migrantes, jóvenes y mujeres son los colectivos más afectados por la
desigualdad que ha provocado la pandemia. Entre las personas jóvenes, esta desigualdad en
los ingresos salariales aumentó 1,6 veces por encima del promedio, mientras que la tasa de
desempleo llega al 55% entre las personas menores de 20 años. Las mujeres, por su parte,
constituyen el 57% de todas las personas subempleadas y el 73% de las que trabajan a
tiempo parcial. El incremento del desempleo también se dobla en los niveles educativos
inferiores.
Pero no todo es por la pandemia, porque antes del inicio de la crisis económica por ella,
España ya era uno de los países más desiguales de Europa, siendo el quinto país más
desigual, sólo por detrás de Rumanía, Letonia, Lituania y Bulgaria tras haber experimentado
un estancamiento en la reducción de sus niveles de desigualdad, que crecieron
significativamente durante la anterior crisis económica y que, sin embargo, han mostrado
mucha resistencia a la reducción durante los años de recuperación económica, (entre 2014 y
2017). La reducción de la desigualdad de la renta durante 2018 ha sido inferior al ritmo que se
mantenía desde el inicio de la recuperación económica por la estructura de nuestro mercado
de trabajo, por el desigual reparto de rentas entre capital y trabajo en la salida de la crisis y en
el escaso componente redistributivo de nuestro gasto público. De esta manera, en 2018
(antes del inicio de la pandemia), España mantenía una desigualdad todavía superior a la
existente en los años previos a la crisis de 2008, habiendo incrementado, además,
notablemente su diferencial respecto del promedio de la Unión Europea.
En términos de pobreza, España se enfrentaba a la pandemia con unos niveles de pobreza
relativa que se situaban también entre los más altos de la Unión Europea, ocupando de nuevo
la quinta posición de la Unión Europea y sólo por detrás de Estonia, Bulgaria, Letonia y
Rumanía. Esta posición se explica por el alto crecimiento de la desigualdad durante la anterior
crisis y en la desigual recuperación económica posterior y, si atendemos a la pobreza severa,
España empeoraba su posición, siendo el cuarto país con mayor tasa de pobreza severa, con
un 9,2% de la población por debajo del umbral, sólo por detrás, como se ha apuntado, de
Rumanía, Bulgaria y Letonia. Pese a los años de recuperación económica, en 2019 había en
España 4,2 millones de personas por debajo del umbral de pobreza severa, doscientas mil
más que en 2010. Nos encontramos así con un país que, pese a la recuperación económica
vivida entre los años 2014 y 2019, y por las razones anteriormente señaladas, no había
logrado reducir sustancialmente sus niveles de pobreza y de desigualdad, que se mantienen
todavía bien por encima de los niveles previos a la crisis de 2008-2010. Este, y no otro, es el
escenario en el que España entró en la crisis del coronavirus durante al año 2020 y la irrupción
de la pandemia de la COVID-19 ha golpeado de manera desigual a las personas puesto que
la incidencia del virus depende en buena medida de la situación socioeconómica. La evidencia
muestra que, a lo largo de la historia, las epidemias y las pandemias no han afectado de la
misma forma a toda la población, sino que su impacto ha estado muy determinado por
condiciones socioeconómicas.
Este año 2021, en el mes de enero, en una convocatoria atípica por la pandemia, durante la
primera fase, virtual, del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza) – la segunda fase,
presencial, está prevista para agosto, en Singapur -, la organización no gubernamental (ONG)
Intermón-Oxfam presentó, en inglés, francés y castellano, un demoledor informe titulado El
virus de la desigualdad, prologado por el secretario general de las Naciones Unidas, el
portugués Antonio Guterres con la frase de inicio “Existe el mito de que todos estamos en el
mismo barco. Pues si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan
en súper yates mientras otros se aferran a desechos flotantes”, en el que, con datos, afirma
que la situación por el Covid dispara la pobreza severa en España, que podría aumentar en
casi 800.000 personas y llegar a 5,1 millones, pues las personas más pobres en nuestro país
habrían perdido, proporcionalmente, hasta siete veces más renta que las más ricas. La ONG
destaca que los ERTE (expedientes de regulación TEMPORAL de empleo) habrían evitado
que más de 710.000 personas caigan en la pobreza y pide más políticas públicas contra la
desigualdad. "Los datos demuestran cómo la pandemia se ha cebado con las personas más
vulnerables", dicen responsables de la ONG. "Sin una respuesta adecuada, hay un grave
riesgo de que la salida de la crisis profundice y eternice las desigualdades en España,
empobreciendo a las personas más pobres mientras las más ricas se recuperan a paso firme.
El mensaje más importante en este sentido es que las políticas públicas pueden servir para
cambiar esta situación, como lo demuestran los ERTE y otras medidas como el Ingreso Mínimo
Vital, aunque éste necesita mejoras urgentes en su puesta en práctica". O sea, que los ricos
son más ricos, y los pobres más pobres. Algún ejemplo: en tan solo nueve meses las 1.000
personas más ricas del mundo han recuperado toda la riqueza perdida; su fortuna aumentó en
3,23 billones (con "b") de euros entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020 y su riqueza
conjunta asciende ahora a 9,8 billones de euros (lo que se acerca a a la suma que todos los
Gobiernos del G20 han movilizado para responder a la pandemia). En el otro escalón,
estimaciones recientes señalan que el número de personas en el mundo que viven con menos
de 4,50 euros al día podría haber incrementado entre 200 millones y 500 millones en 2020.
¿A qué seguir? La pandemia, con ser atroz, no tiene la culpa de todo, como recuerda este
informe, de obligada lectura aunque deprima y como recuerdan también humildes reflexiones
en este mismo blog hace ya ¡10 años! (mucho antes de ni siquiera imaginar esta pandemia).
Lo que es difícil de entender, y mucho menos de aceptar como “normal”, es que determinados
medios de información (?) serios (??) banalicen la pobreza, causada por la pandemia o no,
directamente o usando infames subterfugios que hacen quitarle la importancia que tiene e
incluso la presentan como algo cool, recurriendo usualmente a anglicismos que suenan más
“modernos”. Y es que, no cabe duda de que quizás “infraempleo”, “precariedad”, “pobreza” o
“exclusión” suenen mejor en inglés. Más aun si sus homólogos anglosajones se presentan
como modos de vida deseable que refuerzan la imagen del ‘buen precario’ y se insertan en
discursos, aparentemente alternativos, que pretenden actuar como un bálsamo para amortiguar
las frustraciones colectivas. Quizás suenen mejor, sí. Y, quizás, es posible que así, en inglés,
pierdan parte de su carga denotativa, pero no nos engañemos, por suerte o por desgracia, la
realidad no se agota en el lenguaje.
De este modo más o menos sutil, la nueva economía, en una vuelta de tuerca más de su giro
discursivo, ha convertido al currante precario más joven en sinky, una categoría con aires de
tendencia social que aglutina a solteros, con ingresos y sin hijos (single, income, no kids), y
constituye una representación más del abismo al que se asoma la juventud española. Lo
mismo sucede con los freegans, quienes se abandonan al nesting y los que practican el
wardrobing. Ejemplos no faltan en unos tiempos en los que la basura se ha convertido en t
esoro y la precariedad, en tendencia; conceptos como freeganismo, trabacaciones, nesting,
minijobs, cooling, millenials, doer, wardrobing, job sharing, sinkies… uno tras otro, sin parar..
Y muchas metáforas, marcos y discursos que se autolegitiman por su forma más que por su
fondo. Porque no nos engañemos, ¿quién no quiere un planeta más sostenible a cuenta del
trash cooking y del aprovechamiento máximo de recursos? O, ¿quién volvería a firmar
alquileres abusivos pudiendo practicar el coliving? Y, ¿qué me dicen de la transformación de
los sectores productivos tradicionales? Sería de locos no suscribir la nueva cláusula del
contrato social que ha traído consigo la uberización del mercado laboral. Pero, aunque la
mona se vista de seda…Pobreza, se llama p-o-b-r-e-z-a.
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