Emulando
lo que dicen que dijo el
poeta y fraile agustino Fray
Luis de León cuando volvió a sus enseñanzas de Filosofía Moral en
la Universidad de Salamanca al salir de sus
cuatro años en
prisión, donde
lo llevaron envidias y rencillas entre órdenes religiosas y la
denuncia ante la Inquisición por haber traducido directamente del
hebreo a la lengua
vulgata
(algo expresamente prohibido
por ley)
el Cantar de los Cantares de la Biblia, “Decíamos ayer…”
(Dicebamus hesterna die…). Y
ayer acababan nuestras reflexiones en este blog con la banalización
de la pobreza, hecho que tiene más enjundia de lo que pueda parecer
y que no se debe a la pandemia. Retomémoslo.
La
maniobra de banalización
tiene mucho que ver con el nuevo paradigma a nivel económico,
político y social hacia el que se encamina el mundo. Una de las
claves de este cambio de paradigma radica en la necesidad de detener
la sobre-explotación de recursos experimentada hasta ahora, pasando
de una industria basada en el petróleo y sus derivados, hacia una
nueva industria basada en fuentes de energía más eficientes y
limpias y hacia nuevos materiales como el grafeno. Si a este
necesario desmantelamiento de los procedimientos industriales y
energéticos actuales le añadimos la creciente mecanización y
robotización de la producción industrial y el uso de las nuevas
tecnologías, como por ejemplo, las impresoras 3-D, el resultado es
obvio: cada vez harán falta menos personas para realizar el mismo
volumen de trabajo, lo
que
implicará un crecimiento del paro estructural en todos los países,
es decir, unos niveles de desempleo crecientes e irremediables y una
precariedad laboral en forma de contratos de trabajo a tiempo parcial
y temporal, en sustitución de los contratos fijos indefinidos y por
lo tanto, un mayor nivel de privaciones y escasez para la mayoría de
la población mundial. En
plata:
en el nuevo paradigma hacia el que nos encaminamos, sobrará
gente
y por lo tanto, en promedio, todos seremos mucho más pobres; de
hecho, la crisis que estamos viviendo tiene este objetivo: sentar las
bases para realizar esta transformación de manera controlada y
dirigida, para que las mismas manos que manejaban el “antiguo
régimen”, manejen también el “nuevo régimen” hacia el que
nos encaminamos. Lo que estamos viviendo, en definitiva, ya
antes de la pandemia, es
un cambio de piel del sistema, como lo haría una serpiente que se
despoja de sus antiguas escamas de
forma que,
para que la población trague con sus nuevas circunstancias vitales,
será necesario manipularla de alguna manera.
El primer paso será provocar un giro radical en los anhelos de la población, es decir, cambiar el sentido de los sueños que nos son inculcados por la sociedad. Hasta ahora, hemos vivido en un mundo en el que el máximo sueño de cualquier ciudadano debía ser la persecución de la riqueza material; la sociedad nos inculcaba desde bien pequeñitos que el máximo triunfo que podíamos tener en la vida era ser ricos y famosos, poseer coches caros, casas lujosas, yates, joyas y prestigio social. Evidentemente, para la mayoría de la población, eso solo era un anhelo, un sueño inalcanzable y había que conformarse con los sucedáneos ofrecidos por la sociedad de consumo, en forma de piso, coche propio, buen sueldo y vacaciones, pero en el nuevo paradigma, eso debe cambiar, al menos para un elevado porcentaje de la población y admitir que la mayoría de nosotros no dispondremos, ni tan solo, de esos pequeños lujos que antes nos parecían tan normales y por lo tanto, será necesario inculcar en la ciudadanía un nuevo paquete de deseos y anhelos que sustituyan a los antiguos, con el fin de evitar una frustración generalizada que pudiera derivar en una rebelión incontrolable. La clave, pues, radicará, no solo en que nos conformemos con lo que tengamos, sino en que queramos conformarnos con ello, incluso consiguiendo que hacerlo sea motivo de orgullo. Y para conseguirlo, serán usadas las mismas técnicas que se utilizan para poner de moda cualquier movimiento social.
Durante
décadas, la pobreza nos ha sido vendida como una fuente de exclusión
social, conflictos, drogadicción, delincuencia y sufrimiento. Pues
bien, el giro consistirá en asociar valores positivos a esta
condición social, tales como: la solidaridad, la convivencia, la
hermandad, el compañerismo, el ingenio, la amistad y la obtención
de la felicidad a través de las pequeñas cosas, rechazando los
lujos superfluos, y
para conseguirlo, los medios de comunicación y la industria del
entretenimiento, se emplearán a fondo, hasta conseguir moldear
nuestra mente de nuevo y hacernos ver a los pobres y a los marginados
como a los nuevos héroes a seguir, para
lo que
hará falta una oleada de ejemplos mediáticos de toda índole:
personas en situación de precariedad, capaces de compartir lo poco
que tengan con los demás; ejemplos de convivencia extrema, superando
la barreras “caducas” de la raza o la etnia; gente que abandonó
el mundo del lujo superficial y han hallado la felicidad en una vida
mucho más modesta, repleta de valores “auténticos” como la
amistad sincera y la solidaridad, etc…
Y a todo ello deberemos añadir los imprescindibles ejemplos de emprendedores que no se rinden ante la adversidad: inventores ingeniosos, capaces de reciclar productos de vertedero hasta convertirlos en objetos útiles; jóvenes que con pocos recursos y mucho talento inventan aplicaciones de software y fundan exitosas empresas de última generación; o valientes emigrantes que viajan de país en país buscando un trabajo, sin “perder el tiempo entre lamentos o luchas sociales infructuosas”, con lo que el mensaje que nos inocularán con tan brillantes ejemplos estará muy claro: “En lugar de malgastar tu tiempo protestando o luchando por cambiar las cosas, inviértelo en solidaridad y convivencia y hallarás la felicidad”
Esto
quizá pueda parecer una exageración. A muchos parecerá imposible
que la escasez y la austeridad vital se conviertan en algo fácilmente
aceptable entre la población, y
más viniendo de épocas de abundancia y un relativo bienestar
pero
desgraciadamente, hemos llegado a tal punto de borreguismo que
accionando los resortes adecuados se puede condicionar a la población
para que haga cualquier cosa. Una persona de los años 40 por
ejemplo,
jamás habría creído que algún día la gente llegaría a pagar
dinero por llevar unos pantalones descoloridos, rotos, arrugados y
llenos de agujeros, o unos pantalones caídos con los que enseñar
los calzoncillos, o que mucha gente se perforaría partes del cuerpo
para insertarse fragmentos de metal; le
habría parecido imposible. De hecho, no hace falta retroceder tanto:
hace tan solo diez años, cuando David Beckham representaba la
apoteosis de la metro-sexualidad, nadie habría creído que en poco
tiempo se pondría de moda llevar barba de mendigo, pero
literalmente, los medios de comunicación, incluidos Internet y las
redes sociales, pueden poner de moda cualquier cosa y conducir el
rebaño adonde convenga. Así será como, por ejemplo, los pobres
acabaremos comiendo insectos y nos deleitaremos con ello;
literalmente,
las élites conseguirán que “la chusma coma bichos” mientras
ellos comen filetes de ganadería ecológica, y
la
campaña para conseguirlo ya ha comenzado: la
propia ONU, a través de la FAO (la organización de las Naciones
Unidas para la alimentación y la agricultura) ya ha inoculado la
idea en el imaginario público y las televisiones generalistas ya
empiezan a darle el eco adecuado. Solo falta el detonante: que
alguien famoso, joven y guapo coma “deliciosos bichos fritos”
haciendo una pose ante las cámaras o en una película taquillera y
ya tendremos a miles de borregos siguiendo la moda.
En el mundo actual, para instaurar cualquier costumbre o idea, solo hace falta un buen “envoltorio” y otorgarle el marchamo de la legalidad, la oficialidad o el prestigio social. Y quién sabe lo que nos puede deparar el futuro: Como en el caso de la pobreza, solo hace falta asociarle valores positivos…Como ya dijo el afamado tanguista argentino Enrique Santos Discépolo en su conocido Cambalache, de 1934, “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé / En el 510 y en el 2000 también… “, y cada vez parece que peor.
Tiempo
al tiempo.
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