Por una de esas coincidencias que a veces pasan, el otro día, al intentar medio ordenar en los
estantes de los libros unos cómics releídos (¡qué desorden, Señor!), me aparecieron juntitos un
libro con la edición integral del buscadísimo El Cid, del genial Hernández Palacios, un ejemplar
de Monte Arruit, de Braña y Bermejo, y uno de Maus, de Spiegelman, seguramente porque
todos ellos son de temática histórica y, en su día (que no me acuerdo) se pusieron juntos por
ello. Para refrescar un poco la memoria, decir que el primero es una epopeya gráfica basada,
muy libremente, en la leyenda de El Cid (aunque, curiosamente, el protagonista no es él), el
segundo versa sobre uno de los episodios más oscuros, desconocidos y tristes de nuestra
historia reciente y el tercero es la crónica de un superviviente a las cámaras de exterminio
nazis. El “hallazgo” permite reflexionar, aunque sea muy libremente, sobre el rol de lo que
alguien llamó “la literatura dibujada” en nuestras ideas y convicciones.
El cómic, ese llamado noveno arte que une la narrativa visual del cine con los diálogos y
recursos literarios de la narrativa escrita, ha evolucionado enormemente desde esas primeras
tiras cómicas de los periódicos estadounidenses que buscaban mostrar una moraleja antes
que contar una historia. Autores y artistas han llevado este arte a un nivel muy superior,
pasando a ser otro medio de transmitir historias complejas, conmovedoras o despiadadas con
la misma facilidad con la que lo hace un libro1 o una película. La historia, como tal, debe darse
a conocer para que no se repitan los errores pasados, y el cómic ha resultado ser un narrador
capaz de representar con fidelidad las luces y sombras de la humanidad. El cómic ha
demostrado sobradamente su capacidad de convertirse en medio y herramienta para
desarrollar, por un lado, universos de ficción en los cuales el límite está tan solo en la
imaginación de sus creadores; sin embargo, eso no ha impedido que algunos autores hayan
preferido apoyarse en hechos y personajes históricos o épocas determinadas de la humanidad
como contexto a partir del cual construir sus ficciones o, se hayan decantado por la
reconstrucción de los mismos (incluyendo la manipulación descarada, como lo atestiguan los
cómics que se publicaron en nuestra guerra -in-civil, la Segunda Guerra Mundial, la “guerra
fría”,...) Más que un matrimonio de conveniencia, lo que existe entre el cómic y la historia pasa
por ser un verdadero amor inmortal plagado de momentos memorables.
Mientras el cómic estadounidense de superhéroes se ha convertido desde hace ya años en su
reserva imaginativa comercial, en Europa una nueva corriente reivindica la vigencia creativa y
cultural del medio desde una perspectiva de autor. La autobiografía, la historia (hay excelentes
trabajos, bien documentados, de todas las épocas: prehistoria, edad antigua, medioevo,
historia moderna, el “lejano oeste” - sí, por autores europeos -, etc.) y la historieta de trasfondo
social (hace falta aquí reconocer en ella la labor de autores como Carlos Giménez) son los
caminos emprendidos por estos nuevos creadores para demostrar la vigencia del cómic. Y
esto es así porque hay que ser consciente de que el camino que hemos seguido marca el que
seguiremos en el futuro y que las decisiones tomadas, buenas y malas, decidirán qué nos
pasará más adelante. Nuestras vidas son pequeñas tiras cómicas perdidas entre las páginas
de los cómics de temática histórica. Como en la novela ‘Niebla’ de Miguel de Unamuno, poco
podemos hacer para cambiar qué ocurre a nuestro alrededor salvo protestar a nuestro creador.
La Historia (con mayúscula) es ese conjunto de desgracias y alegrías en las que pensamos
para intentar justificar o cambiar el mundo que nos toca vivir ahora, esas pistas que fueron
dejadas por los que estuvieron antes que nosotros. Ya sea en las paredes de una cueva, en
las profundidades de una biblioteca o en la memoria interna de un ordenador, el ser humano
parece tener (por suerte) una necesidad de plasmar lo que ocurre a su alrededor para dejar
constancia de los grandes triunfos y fracasos de cada época. Heródoto, considerado el primer
historiador, comenzó una tradición que llegaría enormemente extendida y desarrollada hasta
nuestros días.
¿Son, pues, los textos, pongamos por caso, de los poemas épicos la Ilíada o de la Odisea, de
Homero, una representación fiel de los hechos ocurridos? Sí y no. Con ese afán, tanto de
adoctrinar como de hacer más sencillos los hechos, es una práctica común que los autores
(también los de cómics) mezclen realidad y ficción para narrar los acontecimientos que han
marcado las distintas épocas, tanto en sesudos y serios textos oficiales como en obras
declaradamente de ficción. Desde los cuentos populares, los romances, las leyendas, los mitos
o, más recientemente, las películas y series de televisión; la historia se adapta a mil formas
distintas con tal de ser difundida. La imaginación humana se une a la realidad social para dar
lugar a historias humanas que, tal vez, pasaron desapercibidas durante años.
Analizando las obras reaparecidas en las estanterías podremos ver las dos caras de la
moneda en el tratamiento de los datos históricos. Prescindimos en esta ocasión del Maus de
Spiegelman en este análisis, no por nada; simplemente porque su temática no forma parte
directa de nuestra historia, pese a que, ciertamente, la locura nazi está incorporada a la
historia de toda la humanidad, y nos centraremos en los trabajos de Hernández Palacios y del
equipo Braña-Bermejo
Para empezar por El Cid, Hernández Palacios la desarrolla en cuatro álbumes (nunca llegó a
dibujarse el quinto álbum de la serie, del que el autor dijo en 1997 que tenía planificado ya su
argumento, pero falleció tres años después sin encontrar editorial interesada en publicarlo)
con cuatro historias, la primera, que sirve de introducción a los personajes, consiste en la
historia de la dama Usúa (nombre en euskera que viene de Urtsua/Ursua/Usua/Usoa - Paloma -,
por la Virgen de Ujué del Santuario-Fortaleza de Santa María de Ujué, en Navarra), la cual
vive en un valle alejada del mundo, la segunda sería la de Las Cortes de León, en donde
veremos a cada uno de los protagonistas de la familia real y las rencillas entre ellos, el tercer
álbum es el de la batalla y toma de Coimbra y el cuarto La Cruzada de Barbastro, y la historia
empieza justo después de la batalla de Graus en 1063 y concluye con la muerte de
Fernando I el Magno, en 1065. Estamos ante una serie de temática medieval, con un trasfondo
histórico muy concreto, la España de la reconquista y con una documentación muy meticulosa
por parte del autor, el cual se documenta con obras como El Cantar del Mio Cid, Historia de
España de Menéndez Pidal o incluso la película El Cid dirigida por Anthony Mann y
protagonizada por Charlton Heston. Palacios recrea muy bien todo el marco socio-político del
siglo X, con alianzas entre los cristianos y los musulmanes, relaciones de vasallajes en ambos
sentidos y disputas entre los cristianos de todo tipo. Una buena muestra de ello es la relación
de Sancho II con el emir de Zaragoza, Moctadir, las disputas entre cristianos o el episodio de
la Cruzada de Barbastro, en donde por iniciativa del Papa de Roma se crea un ejército de
mercenarios que irrumpen en la península para combatir a los musulmanes, estando al margen
las tropas castellanas. La obra de Palacios está repleta de escenas cotidianas, recordando en
esos aspectos estéticos a la obra de mediados del siglo pasado del maestro canadiense-
estadounidense Harold Foster: soldados entrenando, páginas enteras explicando como se
mueve un ejército por sitios infranqueables, detalles de la vida en la corte y personajes
retorcidos y malvados que pongan el contrapunto a los protagonistas. Es importante destacar
que la obra de Palacios estaba promovida en 1970 por la entonces nueva revista Trinca, de
Editorial Doncel, propiedad del falangista Frente de Juventudes, aún durante la dictadura
franquista, aunque ya en sus últimos estertores, en la que la exaltación de los símbolos y
mitos nacionales es parte fundamental de la propaganda del Régimen.
En el otro extremo, la obra de Braña y Bermejo Monte Arruit se refiere a un episodio oculto
(¿ocultado en una historiografía que sólo narra victorias a un público “patriota”?) de nuestro
pasado reciente, que tuvo lugar en el verano de 1921 (habrá que ver cómo se conmemora, si
se conmemora, el centenario, precisamente este año), durante el tiempo en el que Marruecos
era protectorado español, en el curso de la guerra del Rif (también desconocida). El General
Navarro con las tropas procedentes de la retirada de Annual (tras la grave derrota militar
española, importante victoria para los rifeños comandados por Abd el-Krim. La batalla
ocasionó la muerte de alrededor de once mil quinientos miembros del ejército español, de ellos,
nueve mil españoles y dos mil quinientos rifeños afectos a España encuadrados en unidades
indígenas, más de la mitad ejecutados tras rendirse) se refugió en el fuerte de Monte Arruit
(localidad conocida hoy como Al Aaroui), donde quedó cercado a la espera de recibir ayuda de
Melilla, la cual jamás llegó. La fortificación fue asediada desde el 24 de julio hasta el 9 de
agosto en que se produjo la rendición, tras un pacto por el cual la tropa podría volver a Melilla
entregando previamente el armamento. Los supervivientes tras deponer las armas fueron
asesinados por las tropas rifeñas, quedando prisioneros únicamente algunos oficiales que
fueron liberados tras el pago de un importante rescate. Fallecieron 3000 miembros del ejército
español, la mayoría soldados, solamente lograron escapar con vida unos 60 hombres. En el
cómic podemos ver el horror de la guerra desde el primer plano; se centra en gran medida en
las necesidades del día a día de una plaza sitiada: la búsqueda de agua, el hambre, los
cigarrillos, la importancia de los pozos o la pérdida de la dignidad de las personas. En cierto
modo, vemos la deshumanización que los militares, y las personas en general (aunque es
verdad que en el cómic se trata de militares), sufren en las guerras, las infecciones, la
convivencia con la muerte, el sacrificio de animales, el suicidio o la deserción. El patriotismo
queda a un lado cuando la guerra muestra su lado más cruel. Y el final, como no podía ser de
otro modo, trágico y cruel. Fiel a la realidad. E incluye la transcripción de una carta escrita
desde el frente por un soldado español a su novia, poco antes de morir, y que inspira en parte
la historia que da pie al cómic. Testimonio escrito de nuestra historia real. Un cómic que sabe
tocar la fibra y que responde a la idea del propio Braña en el prólogo, contrariamente a lo que
hemos visto en las fuentes de El Cid de Palacios: “La historia la hace quien la vive, no quien la
escribe”.
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1Como ya dio a entender Romà Gubern en su libro de referencia de 1972 El lenguaje de los cómics.
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