Hace muy poco tiempo reflexionábamos en este blog sobre el sinsentido de las guerras, ejemplificada en las órdenes para “carne de cañón”, y eso nos ha hecho recordar el que, sin duda, es el alegato antimilitarista y antibelicista por excelencia, la novela de Dalton Trumbo1 de 1939 y posterior película dirigida por él mismo de 19712 (con Timothy Bottom, Jason Robards, Donald Sutherland,...), llamada en España Johnny cogió su fusil3, Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Cannes de ese año. Ambientada durante la Primera Guerra Mundial y los años previos, la ficción, basada en la novela, narraba la historia de un joven atrozmente mutilado tras resultar herido en combate. Joe Bonham, un joven soldado que sirve al ejército estadounidense, se despierta en lo que supone que es la cama de un hospital después de haber sido alcanzado por la explosión de un obús. Gradualmente se da cuenta de que ha perdido sus brazos, piernas, y toda su cara (incluyendo sus ojos, oídos, dientes y lengua), quedando completamente inmovilizado y completamente sordo, mudo y ciego, reducido solo a tacto limitado, si bien su cerebro funciona perfectamente; esto lo deja prácticamente prisionero de su propio cuerpo. Joe intenta suicidarse pero no lo logra. Al principio Johnny desea morir, pero después empieza a sostener consigo mismo un largo monólogo, vaga entre la realidad actual (filmada en blanco y negro) y la fantasía y el recuerdo (filmados en color)4, charla de vez en cuando con Jesucristo, recuerda su anterior vida con su familia y su novia, y se ven reflejados los mitos y las crueles realidades de la guerra. Decide que quiere ser puesto en una caja de cristal y ser expuesto por todo el país para mostrar al público la cara verdadera de la guerra. Joe consigue comunicar estos deseos a los militares golpeando la almohada del hospital con su cabeza en código morse, lo que es notado por su enfermera. En un final que está en el guion cinematográfico pero no en la novela, la enfermera lo acompaña, se encomienda a Dios, y, apiadada, motu proprio, le aplica la eutanasia; Johnny lo agradece desde dentro de su cuerpo y le ruega a Dios que se lo premie a ella, pero es sorprendida en el proceso por un militar, Johnny sigue viviendo su tortura y se queda completamente solo, a oscuras, con las ventanas cerradas. Cuando por fin se concibe un atisbo de esperanza para Joe, al lograr comunicarse con médicos y responsables militares mediante cabeceos que reproducen el código morse, la alegría que uno como espectador llega a sentir se esfuma de golpe con la inhumana decisión que adoptan: condenarlo al hermetismo de su habitación para siempre. Es más, jamás volverán a descorrer las cortinas y nosotros sabemos lo que significa. No volver a sentir, nunca más, el calor de los rayos de sol que entran por la ventana. Esa es la respuesta a su petición de libertad. Quiere morir, pero necesita que le ayuden. La enfermera lo intenta pero es descubierta: no hay esperanza. Si el mundo se desvanecía para Joe, él también desaparecía para el mundo. No existía para nadie, ni siquiera para el personal del hospital responsable de sus cuidados, porque quienes le rodean borran toda posibilidad de vida en él. A pesar de todo, en este drama hay atisbos de pequeñas alegrías, emociones o el cariño por parte de la enfermera. Incluso hasta un pequeño optimismo cuando el muchacho logra comunicarse por código morse, pero este débil sentido que da a su vida queda truncado por unos inhumanos militares que no quieren comprender su padecimiento.
Sin adornos estéticos ni musicales, la película va escarbando en las emociones de lo que queda del hombre resultado de la guerra, logrando que el espectador se identifique y experimente las sensaciones que va sufriendo, desde el pánico al descubrir su mutilación a la desesperación de no tener conciencia del tiempo, la placidez de sus recuerdos de infancia, la alegría al sentir el sol, el amor de y hacia su padre, el horror de sus sueños, la compasión de la enfermera, la emoción cuando ella le escribe en el pecho, el tormento de la condena a la soledad, la compresión de un Cristo que recoge a los muertos… En resumen, un antes y un después del hombre exterminado y un mensaje claro: ¿al terminar la guerra se habrá salvado al mundo?. La trama contenía algo que para aquel entonces resultó único; no era su alegato antibelicista ni la descripción del horror de la guerra; lo que convirtió la película en un hecho clave y fundamental para la década de los setenta fue la profunda exploración de la psique de la víctima, del hombre destruido por la guerra. Ese brutal argumento, además de discutir la gloria de la guerra y revelar su intensa inhumanidad, denunciaba la actitud de sus responsables en un momento en el que la sociedad estadounidense, inmersa en la confusión y descontento generalizado, protagonizaba una verdadera revolución social, estimulada desde 1965. Es realmente demoledor para el espectador ver a un hombre que, reducido a lo más mínimo de un cuerpo que le permite sobrevivir, conserva su mente totalmente intacta. Consciente de su absoluta desprotección, el pensamiento de Joe va a ser oído en voz alta a través del narrador, un recurso que va a permitir dos cosas: una, que nosotros le conozcamos; y dos, que él sea subversivo y se rebele contra todas aquellas creencias que, en nombre del idealismo y el destino nacional, justifican los crímenes cometidos. Crímenes cometidos por los seres humanos. Por hombres iguales que han aceptado convertirse en criaturas de doctrinas y consignas que les permiten ver cada acto justificado. Crímenes cometidos por líderes que han distorsionado las creencias de los hombres hasta la crueldad y la violencia más insospechada. El antibelicismo y la defensa del pacifismo recorre el metraje de la película. De hecho, podría decirse que la idea que subyace alrededor de todo lo que vamos viendo es la sinrazón de la guerra y la denuncia de la indefensión y el abandono de las personas que, como Joe, son enviadas a combatir. Individuos en manos de sujetos que se han adueñado de unas vidas que no les pertenecen, para entregarlas en un conflicto bélico que tantos y distintos intereses despierta. Johhny cogió su fusil no intenta tirar de la metáfora sutil para hablar del antibelicismo; directamente habla a través de los pensamientos de un chaval que, creyendo en una especie de macabro sueño americano, se alistó para servir a su país y acaba mutilado y con la dignidad perdida, para siempre atado a una cama de hospital. No hay romanticismo en ello, no hay metáfora sutil a descifrar. El mensaje es alto y claro: la guerra genera muertos, la guerra destroza vidas, hogares, sueños y, en el caso concreto de nuestro protagonista, viola todos los derechos humanos al enfrentarnos a un caso muy concreto ante el que el sujeto sufridor no puede hacer valer su opinión sobre su propia vida. Es cierto que profundiza poco en los porqués, pero tampoco los necesita, de la misma forma que no requiere de una denuncia directa ya que los hechos hablan por sí mismos y el monólogo del pobre soldado herido en cuerpo, alma y mente no deja lugar a dudas. La lectura de la novela o el visionado de la película no son complicados de entender en ese sentido y permiten entender perfectamente por qué la obra marcó el pensamiento de aquellos americanos que crecieron con la Segunda Guerra Mundial (recordemos que la novela se publicó en 1939). Con la idea de ofrecer su guion a Buñuel, finalmente Trumbo se hizo cargo de la dirección de esta cinta demoledora, estremecedora, duramente tierna, descarnada, en la que las acusaciones parten del dolor más terrible, de un dolor que el espectador no puede imaginar, de un dolor cuya entidad, provocada por la guerra, cuya capacidad de impacto en el público viene precisamente de su imposibilidad de ser imaginado, de estar mucho más allá del horror que el ser humano es capaz de describir. Las guerras… Pese a todo, Johnny cogió su fusil no es una más de tantas películas antibelicistas, en ella hay un enfoque más profundo que utiliza dicha temática como un mero hilo conductor para entrelazarla de forma crítica con ciertos valores de la sociedad: la religión, la ética o el estamento militar. Destacando sutilmente y de forma rotunda al final de la cinta un alegato a la eutanasia.
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1Dalton Trumbo, nieto de un veterano de la guerra hispano-americana e hijo de un comisario de frontera, era un hombre con esperanzas de un sistema más justo y equitativo. Ingenioso, áspero e imprevisible, su legado literario es notabl, creía en la justicia social y, aunque siempre se mantuvo alejado del dogmatismo y la disciplina, a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado, su decisión de adherirse al Partido Comunista marcó durante treinta años su carrera profesional tanto como su vida personal. Su afiliación respondía a una razón que explicó en entrevistas posteriores. hacía cosas que pensaba que debía hacer. Se oponía al ascenso del fascismo en toda Europa, ayudaba a los refugiados. Durante la Caza de Brujas del senador McCarthy, los comités de investigación del Congreso le incluyeron en la lista negra, junto a cientos de escritores, actores, actrices y trabajadores de Hollywood vetados en los estudios cinematográficos. Detenido y culpado de desacato al rehusar cooperar con el llamado Comité de Actividades Anti Americanas, fue señalado junto a otros nueve guionistas como uno de los Diez Hostiles, después llamados los Diez de Hollywood. Bajo su perspectiva, el asunto se trataba de una cuestión contra la represión y el control del pensamiento, la lucha del ciudadano frente a quienes pretendían abusar de él y dominarlo. Por esa razón, prefirió mostrarse hostil, declarándose enemigo de cualquier interferencia que tratase de forzar confesiones sobre creencias, fes y demás: «Mi madre y mi padre siempre rehusaron, declinaron significar su filiación política en las primarias. Y yo aprendí a declinar significarme. Aprendí que ciertas cosas no incumbían a nadie y que si les permitía entrometerse en esa cuestión, ya pueden preguntarte cuanto quieran sobre tu mujer, tus hijos, tus ideas políticas, y hasta imagino que llegará un momento en este país en que lleven a los demócratas al estrado y digan: ¿Pertenece o ha pertenecido al Partido Demócrata?». Durante un tiempo se las arregló para seguir trabajando con los grandes estudios firmando sus guiones bajo distintos pseudónimos pero la situación cambió a partir de 1958, al ser contratado por Kirk Douglas para escribir el guión de Espartaco (Spartacus, de Stanley Kubrick, 1960). La industria comenzó a reconocer sus trabajos y fue incluido en los títulos de crédito de Éxodo (Exodus, de Otto Preminger, 1960), El último atardecer (The Last Sunset, de Robert Aldrich, 1961), Los valientes andan solos (Lonely are the Brave, de David Miller, 1962), Castillos en la arena (The Sandpiper, de Vicente Minnelli, 1965), El Hombre de Kiev (The Fixer, de John Frankenheimer, 1968) o Papillon (de Franklin J. Schaffner, 1973). Mientras tanto, Trumbo volvía una y otra vez sobre su novela Johnny cogió su fusil y la idea de llevarla a la gran pantalla. En 1964 trabajó con Luis Buñuel en la adaptación del libro, pero problemas con la productora hicieron que el proyecto cayera en el olvido.
2Se rodó bajo un contexto comprometido para la sociedad estadounidense del momento; el país estaba inmerso en plena guerra del Vietnam y desde hacía años el gobierno norteamericano, según informes secretos, sabía que el conflicto sería difícil que acabase con una victoria. Por otra parte, las bajas eran alarmantes, más de 50.000 efectivos habían caído en el frente desde que se inició la guerra, eso sin contar los heridos y familias destrozadas. Todo esto unido bajo el clamor social, para que regresaran aquellos pobres muchachos de unas selvas que estaban a miles de kilómetros.
3El título original en inglés, “Johnny got his gun“ es un juego de palabras con la frase "Johnny get your gun" (Johnny coge tu fusil), una llamada masiva que se utilizaba comúnmente para alentar a los jóvenes estadounidenses a alistarse al ejército en los últimos años del siglo XIX y los primeros años del XX. La expresión fue popularizada el primer año en que Estados Unidos se involucró en la Primera Guerra Mundial:
4La decisión de rodar en blanco y negro y color, atendía a la división de los dos mundos en los que el personaje de Joe viviría desde ese momento. El mundo de los muertos, de sus recuerdos, sueños y delirios que constituía el universo onírico de su mente, era un mundo en color tal como lo había conocido. Sin embargo, para él, ahora un trozo de carne humana, hasta el momento de su muerte el mundo de los vivos sería en blanco y negro. Jamás volvería a verlo, oírlo o tocarlo y todo lo que había conocido dejaba de ser real. Si el mundo se desvanecía para Joe, él también desaparecía para el mundo. No existía para nadie, ni siquiera para el personal del hospital responsable de sus cuidados, porque quienes le rodean borran toda posibilidad de vida en él.
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