La lectura en un blog amigo de un artículo, del que se hace eco, sobre las "claves para mantener el trabajo en épocas de recesión" me ha llevado a navegar por diferentes páginas de management en general y de gestión de recursos humanos en particular y las conclusiones apresuradas que podrían extraerse de su comparación son, cuando menos, dignas de análisis sosegado:
1. Los articulistas (en general) se erigen en padres bondadosos que pretenden guiar a los empleados desnortados a los que, lógicamente, confieren un alto nivel de protagonismo en el devenir y el futuro de la empresa a la que prestan sus servicios.
2. El tono (en general) de los artículos recuerda el de aquellos primeros (y superados) libros de autoayuda en los que venía a decirse que con un cambio de actitud personal, adaptándose al entorno (que, en ningún momento tenía protagonismo en determinadas situaciones) y transigiendo con todo lo transigible, se conseguía el bienestar, la concordia, el futuro prometedor e, incluso, se eliminaba la seborrea.
3. Confirma que (en general) hay un cierto divorcio entre la realidad y ese mundo ficticio que asoma entre las líneas de los bienintencionados artículos, redactados para que sean leídos por quienes pagan (no hay que4 escandalizarse por admitirlo, es condición humana)
4. Finalmente (last but not least), se colige que las normas, las guias de actuación, las leyes, están promulgadas pensando sólo en personas honradas.
El último apartado abre la reflexión a un tema aparentemente tabú en los tiempos difíciles que corren, y es el relativo no a la actuación del empleado, sino del empresario. Pensemos. ¿cuántos excelentes profesionales que cumplen con exceso todas y cada una de las "claves" apuntadas no han podido retener su trabajo? Si se admite que pueda haber más de uno, será necesario abrir el abanico de las claves a factores externos, que se reducen a dos: el mercado, de forma global, inmisericorde en su impacto, y el mal empresario, de forma individual. Y es preciso llamar la atención de que muchas situaciones adversas actuales, sobre todo en pequeñas empresas, podrían haberse evitado si el empresario hubiera actuado de forma diferente.
¿Cuántas empresas han cesado su actividad porque el empresario ha demostrado su ineptitud ante el cambio? ¿Cuántas porque se han hundido arrastradas por unas deudas ajenas a la actividad?
¿Cuántas porque el empresario ha descapitalizado el negocio en época de vacas gordas, atribuyéndose retribuciones escandalosas en detrimento de la continuidad de la empresa?
¿Cuántas, simplemente porque han echado el cierre sin atender sus obligaciones para con los organismos públicos, proveedores, empleados (que, dicho sea de paso, cumplían a rajatabla las claves citadas al inicio)... continuando la actividad alegremenre con otra razón social?
Que nadie malinterprete estas lineas: la abrumadora mayoría de empresarios no sólo son honrados sino que en situaciones como la actual merecerían unas atenciones (de financiación, fiscales, laborales) con las que no cuentan, lo que hace más llamativo el observar que desde numerosos foros se siguen cargando las tintas en la actitud del empleado prescindiendo del impacto de la actitud del empresario tóxico.
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