No ha pasado tanto tiempo, pero el fragor del día a día lo convierte en una eternidad, desde que había suficiente sosiego para dar salida a los sucesivos problemas, unos endémicos y otros repentinos, que presentabas el devenir económico. Sorprende, eso sí, que nadie tuviera el suficiente sentido común, dentro de esa calma, como para reparar en los múltiples avisos que alguna organización medianamente sensata lanzaba. Digo esto por varias razones coincidentes: nos estamos acostumbrando a un auténtico bombardeo de noticias, rumores y presagios que alienta la paranoia colectiva, ese bombardeo produce una parálisis en el análisis y toma de decisiones y, para colmo, nos percatamos de avisos útiles que inicialmente se nos han pasado por alto cuando ya hemos tomado la decisión equivocada.
Es evidente que ninguno de nosotros somos actores de este docudrama en el que vivimos, pero tampoco podemos relajarnos y verlo como un espectáculo que no nos atañe. Pero ¿qué podemos hacer?. Hoy, por ejemplo, el FMI ha echado un jarro de agua fría sobre las expectativas de crecimiento de nuestro país, se dice que el futuro de la moneda única pende de un hilo y naciones enteras como Grecia tienen un porvenir económico en entredicho, con todo lo que eso conlleva para sus ciudadanos, víctimas la mayoría de las veces de políticas en las que eso de "velar por el bien común" no pasa de ser un eslogan partidista para captar un puñado de votos.
Parece evidente que el futuro, no es que exija esfuerzos, es que se convertirá en una lucha a brazo partido para conseguir la mera supervivencia y un mínimo de convivencia armónica. Alguien tan poco sospechoso de ser incluido dentro de los "indignados" como el BIS (Bank international of settlements o Banco internacional de pagos) ya alertaba hace más de un lustro, es decir, antes del inicio de este marasmo actual, de la insoportabilidad de la deuda. Sin decirlo, el BIS proponía aplicar la cuenta de la vieja a la estabilidad económica. ¿verdad que un endeudamiento del 80 % en una economía doméstica despierta todas las alarmas en el analista que estudia la concesión de un crédito a esa unidad familiar? ¿por qué, pues, se admite sin más que el endeudamiento de Japón sea del 456 % del PIB, el de España del 355 % o en el Reino Unido del 322 %? Naturalmente, esta situación no es flor de un día ni se genera espontáneamente: el BIS publica datos que atestiguan que en 1980, la media de endeudamiento era del 176 % y que el crecimiento hasta hoy ha sido constante y ascendente.
Claro, lo fácil es culpar de este enorme déficit a la necesaria inversión en sanidad, educación y gasto social, olvidando que, entre otras cosas, las coberturas actuales son hijas de la posguerra, una época en la que no se puede decir precisamente que los estados nadaran en la abundancia y olvidando también que el crecimiento constante como premisa no es viable. Pero entonces no existía la sacralización de ese palabro de significado versátil (en su acepción de voluble e inconstante) al que está todo supeditado y que se conoce como "MERCADOS"
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