No es un juego de palabras, y para argumentarlo, acudiremos a un símil empresarial.
Supongamos que el mercado de zumos de fruta se lo reparten varias marcas de fabricantes, de las que una, lógicamente, es mayoritaria. El mercado está convulso, se producen hechos que afectan a la fabricación, los precios cambian (sobre todo los de la marca mayoritaria), hay diferentes estrategias comerciales, etc. En ese contexto se realiza un nuevo estudio de mercado en el que resulta que, gracias a la atomización del mercado y a la forma de contar los porcentajes, se ha consolidado la marca que ya era mayoritaria, pese a haber perdido casi el 20 % de sus ventas. Ante esto, en clave empresarial, ¿cuál es el punto de atención? ¿La preocupación por haber perdido 141.000 clientes o el espejismo de seguir como número uno del ranking?
Elección de Trasibulo como líder de la resistencia democrática (Atenas, 412 A.J.) |
Aplicando esta interpretación a los resultados políticos, caben varias reflexiones:
- Si la preocupación, como todos dicen hasta la saciedad, es los ciudadanos, parece evidente que de ninguna manera puede interpretarse este resultado como aval a una gestión que ha hecho perder 140.000 votos. Cualquier iniciativa adoptada sobre esa premisa está por tanto, viciada de raíz y sería indicativa de que quien lo hiciera, o no ha entendido lo que ocurre o engaña, con altas posibilidades de que concurran ambas características.
- Se consolida que el sistema imperante es la partitocracia, no siempre coincidente con la democracia. Eso lleva a paradojas hirientes como la sucedida últimamente en el Parlamento en la que una iniciativa presentada por la mayoría de grupos parlamentarios no prosperó por no recibir el apoyo de los dos mayoritarios, y eso provocó que los comentaristas (seguramente bienintencionados) proclamaran que "había sido derrotada por la mayoría de la Cámara" cuando había sido derrotada por la votación de dos partidos.
- Parece conveniente pensar en que ha llegado el momento de revisar alguna de nuestras leyes, como, sin ir más lejos, la ley d'Hont, la propia Constitución (que nadie se rasgue las vestiduras: cuando a los dos partidos mayoritarios y, por cierto, feroces antagonistas en otras cosas, les conviene, se cambia lo que haga falta en un fin de semana, sin debate, sin consenso y casi sin trámite parlamentario), la ley hipotecaria, etc.
El problema de fondo es que los políticos desconocen los rudimentos de la gestión empresarial y la importancia que tiene en ella la opinión del cliente.
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