domingo, 28 de septiembre de 2014

Perversidad CON el lenguaje



Puede afirmarse que una lengua (un idioma, seamos precisos) es como un organismo vivo, que nace de manera complicada, que puede crecer, que puede expandirse…. y que a veces muere. La lengua es sobre todo, instrumento de comunicación entre personas, es la forma de expresar lo que sentimos que nos transmiten nuestros padres, es la forma de expresar nuestro amor, la de formular las oraciones, etc. y, en ese sentido, debería ser algo sagrado a respetar y cuidar, con independencia del número de personas que la hablen.

Pero, la lengua, frecuentemente, se ha usado como herramienta demostrativa de poder político, y de ahí esa insensatez del penoso “un país, una lengua” aplastando sin contemplaciones en base a él las lenguas minoritarias de territorios sojuzgados y que, a la postre, solo indica la ignorancia prepotente del opresor y el temor atávico de que el simple uso de una lengua sea el seguro indicador de conspiración.  Es un tema complejo, sin duda, pero que hoy cae fuera de estas reflexiones, encaminadas al uso que se hace, en muchas ocasiones, del idioma, para  corromper las costumbres o el orden y estado de las cosas (que es como define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua el verbo “pervertir”), es decir, el ser perverso utilizando el lenguaje que se dice proteger. Politizarlo lo llaman  otros.

Hay múltiples ejemplos del uso torticero del idioma para conseguir fines políticos, además de los más usuales del engaño y la mentira, pero debe reconocerse que otros son tan sutiles que son capaces de pasar, a la larga, como evolución natural de la lengua. Hoy vamos a fijarnos en alguno de ellos.

1.- “Debe hablarse como…”. Al finalizar muchas contiendas, el vencedor quiere, a veces, exterminar todo lo que no le sea propio, hasta el punto de querer imponer un modo de hablar, como se puede ver mismamente en nuestro país, en el que poco a poco se impuso como forma de hablar “culta” la de las elites vencedoras, llegando a afirmar que esa era la mejor forma de expresarse. Aparte del logro político, han conseguido (porque la “norma” sigue vigente) cargarse cualquier acento que no sea el que imponen, y, lo que es peor, relegar a los demás acentos y léxicos, algunos sumamente ricos, a ser asociados con la incultura. Así, aún hoy se hacen por ejemplo películas en las que el zoquete de turno habla con marcado acento andaluz mientras el docto protagonista se expresa en una cosa átona que dicen que es la imagen de la cultura. Igual pasa con el gallego, catalán, canario,… que permanecen proscritos de los medios y solo se usan para remarcar la caricatura o la burla con trazo grueso del personaje identificado con ellos. Reflexión aparte merece la connivencia de los poderes públicos de las zonas donde se hablan esas lenguas en su menosprecio desde la óptica del vencedor, lamentablemente más por mezquindad personal que por temor al ganador.

2.- La condición humana. Los guardianes de las esencias demuestran con demasiada frecuencia su tendencia al fanatismo intolerante, mayor cuanto menor es su nivel cultural, como es bien sabido (con excepciones, claro: hay auténticos totalitarios con un aparente alto nivel cultural). Veamos dos ejemplos.

          a) Hace unos años, las personas que no poseen el dominio de las facultades físicas o mentales consideradas “normales”, recibían el nombre de subnormal hasta que algunos de los que, sobre el papel, no lo eran  demostraron su talla moral utilizando el calificativo como insulto hasta conseguir desvirtuar totalmente el término. Los poderes públicos, entonces, intentaron hacer volver las aguas a su cauce sustituyendo “subnormal” por “minusválido” hasta que en un proceso similar al anterior, se vio la  conveniencia de cambiarlo a su vez por el actual de discapacitado. A ver lo que dura sin que la bien pensante sociedad capaz de convertir en insulto palabras como la misma subnormal o las de enano, ciego, etcétera, no vea que eso no es evolución normal del idioma. Y que ese proceso pase en prácticamente todos los idiomas “cultos” no hace sino agravar el problema social.

          b) Tengo en mi biblioteca un libro excelente, de unos investigadores franceses llamado Afrique noir, de mediados del pasado siglo, una época en la que se podía utilizar sin problemas la palabra “negro·” aplicada al color de la piel de las personas. Claro, la persona de color era entonces algo lejano, exótico para nosotros y se decía “negro” sin malicia, e incluso con tonillo condescendiente. Pero poco a poco, su presencia se va haciendo habitual entre nosotros, trabajan, tienen familia, algunos incluso ¡oh, sorpresa! tienen igual o mejor formación académica que nosotros y llegan a ser en ocasiones patrones o jefes de empleados blancos. Es decir, han pasado de ser algo ajeno a ser rivales, competidores o líderes, lo que resulta insufrible para el aludido guardián de las esencias que, a falta de argumentos, se “defiende” escupiendo al rival la única palabra que marca una diferencia, la relativa al color de su piel. El hecho de que idiomáticamente se haya pasado de negro a moreno (ya metida en un proceso similar al de negro), subsahariano, afroamericano, de color, etc., tampoco obedece, pues, a evolución natural de idioma sino a manejos y perversión social.

3.- Exhibiendo ignorancia. Los procesos que hemos analizado se originan en el pueblo y puede entenderse que, dentro de su perversión, sean espontáneos. Diferente es el uso inadecuado de un vocablo por quien, en principio, está obligado a conocer su significado, con tal recurrencia que llega a desvirtuarlo totalmente (aunque eso signifique, realmente, que exhibe una impúdica ignorancia que en otros ámbitos abochorna). Hay múltiples ejemplos de palabras con significado concreto que se usan sesgada e interesadamente, pero por la frecuencia y generalización indiscriminada de su uso vamos a recordar “nazi”. En general, cualquiera que cobre del erario debería saber que Nazi se refiere al nacionalsocialismo que, nuevamente, acudiendo simplemente al Diccionario de la Real Academia de la Lengua y ni siquiera a sesudos tratados políticos, era un movimiento político y social del Tercer Reich alemán, de carácter pangermanista, fascista y antisemita. Todo lo que no sea eso, no es nazi. Será otra cosa, pero nazi, no. Y vemos demasiadas veces a dirigentes políticos/as (curiosamente en la actualidad, pertenecientes en su gran mayoría a una misma formación política) que, ante un rival ante el que sienten un odio visceral e irracional, lo primero que le cuelgan es el sambenito de nazi, haciendo extensivo el epíteto a sus seguidores y prescindiendo de si ese rival se encuadra en el comunismo, nacionalismo, fascismo, antifascismo,… ¿Ignorancia? Si lo es, requiere su cese inmediato por incompetente porque pase que el personaje en cuestión no sepa hace bricolaje, pongamos por caso, pero se supone que si cobra de la política, alguna noción de ella ha de tener. ¿Manipulación? Su formación, entonces, ha de ser consciente de que usa el engaño crispante ante la falta de argumentos, y el votante debería actuar en consecuencia. Lo único claro es que con tales actuaciones se promueve que en futuras ediciones del DRAE, la primera acepción de la palabra sea insulto sin argumentos. Y el experto lingüista se las verá y deseará para analizar qué tiene que ver la evolución de la palabra con la de todo el idioma y la sociedad.

En definitiva, que la lengua, incluida la propia, se contamina con la política y con los “cambios sociales” que no son tales. Y que todo eso que oímos habitualmente de la evolución de la lengua se debe muchas veces a intervenciones falaces políticamente interesadas de las que, eso sí, los propios protagonistas no prevén el alcance que pueden llegar a tener. Otro día podemos dar vueltas alrededor de los neologismos, extranjerismos, las lenguas minoritarias, etc. Puede ser curioso.

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