El compositor Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908) fue uno de los grandes compositores del romanticismo ruso y perteneció al grupo conocido como Los cinco junto a César Cuí, Modest Músorgski, Aleksandr Borodín y Mili Balákirev. Rimski-Kórsakov es uno de los grandes orquestadores de la historia de la música, aspecto que adquiere una mayor dimensión si tenemos en cuenta que su música arranca de algunos románticos nada más. El conjunto de instrumentos no tenía secretos para él y siempre buscó el atractivo exótico en base a la fidelidad absoluta de la línea melódica, con lo que sus obras, si bien pueden parecer un tanto frágiles y huecas desde el punto de vista de la riqueza armónica, suelen producir en el gran público un especial deslumbramiento. En casa de los Rimski-Kórsakov, en el pequeño pueblo de Tihvin, perteneciente a la provincia rusa de Novgorod, todos eran aficionados a la música: la madre tocaba un poco el piano y el padre un poco menos. Pero la familia tenía antecedentes militares y en 1856 abandonó Nikolái el pueblito y llegó a San Petersburgo para ingresar en la Escuela de Cadetes Navales, de donde salió en 1862 como guardiamarina y fue destinado a una fragata que se preparaba para un largo crucero. Durante toda su preparación como marino, sin embargo, nunca abandonó sus estudios musicales, lo que disgustaba a su hermano mayor que lo regañaba continuamente por estar más interesado en la música que en la marina. Su catálogo está formado por un buen número de óperas, obras que tienen por objetivo evocar ideas e imágenes en la mente del oyente, representando musicalmente una escena, imagen o estado de ánimo, elaboraciones para agrupaciones de cámara o poemas sinfónicos. En el imaginario colectivo permanecen melodías tan icónicas como la de su Vuelo del moscardón. Scheherezade, sucediendo inmediatamente al Capricho español, es la obra más popular de Rimski-Kórsakov y la que le habría bastado por sí sola para asegurar su inmortalidad. Es también, sin que nadie se atreva a negarlo, el más importante monumento oriental de toda la música del siglo XIX. Al escribir esta partitura, Rimski se inspiró en diferentes episodios de los cuentos de Las mil y una noches, aunque sin necesidad de atenerse a una exacta versión: el sultán Shahriar, que considera a todas las mujeres infieles después de haber sido traicionado por su esposa de mayor confianza, hace que le traigan un miembro de su harén cada noche y lo ejecuten a la mañana siguiente. La Sultana Scheherazade, sin embargo, inventa un complot para salvar su vida, le cuenta al sultán una nueva historia cada noche, sin revelar nunca la conclusión de la historia hasta la noche siguiente. El sultán, incapaz de contener su curiosidad sobre el resultado de estos cuentos encantadores, retrasa su ejecución día a día hasta que, finalmente, durante este largo proceso, el sultán se enamora de Scheherazade y abandona su brutal plan. Consta de cuatro movimientos: El mar y el barco de Simbad, El cuento del príncipe Kalender, El joven príncipe y la joven princesa y el último movimiento en el que se suceden el Festival de Bagdad, El mar y El barco se estrella contra las rocas (nada de Scheherezade). En su autobiografía, Rimski escribe: "Los títulos de las cuatro secciones individuales.... fueron concebidos sólo como pistas para dirigir, pero ligeramente, al oyente individual..... Todo lo que había deseado era que el oyente, si le gustaba mi obra como música sinfónica, se llevara la impresión de que es una narración oriental de algunas de las numerosas maravillas de los cuentos de hadas y no sólo cuatro piezas interpretadas una tras otra y compuestas sobre temas comunes a los cuatro movimientos. ¿Por qué entonces, si ese es el caso, la suite lleva el nombre de Scheherazade? Porque este nombre y el título The Arabian Nights connota en la mente de todos las maravillas de Oriente y los cuentos de hadas; además, ciertos detalles de la exposición musical insinúan el hecho de que todos ellos son varios cuentos de una persona (que resulta ser Scheherezade) que entretiene a su severo esposo". Aquí se oponen dos principios musicales: el tiránico-enfático del Sultán, con un tema que genera agresión, violencia, temor... y la voz seductora de Scheherezade que dulcifica al Sultán, que lo balancea como una barcarola, que lo redime y lo amansa al final de esta fantasía sinfónica.
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