Todos recordamos los viejos juegos de óptica entre los que hay aquel que presenta al espectador el dibujo de una espiral que se hace girar mientras se pide que se mantenga fija la vista en el centro de la figura. El resultado es el aturdimiento, el mareo momentáneo y - dicen los expertos - la presencia de una predisposición a la hipnosis basada en la merma de capacidad de concentración. Por eso se conocen como "discos hipnóticos".
Pues bien, uno no sabe si los actuales dirigentes político-económicos están blandiendo una espiral gigante e invisible porque, solo analizando superficialmente la evolución de la crisis, el aturdimiento está asegurado. El problema es que no es una sensación momentánea, sino que se está consolidando y hoy por hoy nadie sabe ni su alcance ni la forma en que finalizará.
A vuelapluma: el inicio de la crisis se nos vendió como meramente económico, consecuencia de unos productos financieros mal gestionados. Después se nos dijo que no, que la cosas tenía más que ver con la confianza entre entidades financieras privadas, que habían creído esa idea de Friedman de la autoregulación; más tarde se constató que, a rebufo de las entidades, las economías nacionales de los países que "iban bien" también se resentían y que eso de que podían "dar lecciones de crecimiento a otros países" era más parecido al cuento de la lechera que a otra cosa. Por desgracia, la cosa no paró ahí y los movimientos ciudadanos empezaron a mostrar su preocupación sobre una consecuencia cada vez más evidente: el sistema falla.
De ahí a empezar los "quítame allá esas pajas" entre países para demostrar que el culpable siempre es otro, que no ha hecho bien los deberes, va un paso. Y ahí llegamos al hoy: de un problema inicialmente económico y limitado a entidades concretas, hemos pasado (de momento) a una crisis global en la que se cuestiona la pervivencia política de una moneda nacida en tiempos de euforia y de unos países que han cedido, por esa misma circunstancia, todo el protagonismo a los mercados.
No es hora de críticas: hemos de presuponer que las decisiones que se toman son las que se consideran las mejores en el momento en que se toman; pero eso no elude que, cuando se evidencia que esas decisiones no han sido las más adecuadas, no conviene repetir los mismos esquemas ara solucionarlo.
Un sólo ejemplo: todo el mundo está hoy de acuerdo en que la implantación del euro pecó en su día de candidez, por decirlo de una manera elegante, y que las voces que apuntaban (ya entonces) que antes de diseñar una moneda única era imprescindible armonizar las políticas económicas y fiscales tenían más razón que un santo. Si se olvida esa premisa (y en la última reunión se ha manifestado la negativa del Reino Unido a hablar de armonización fiscal entrando además en el juego de euro sí, euro no para mí), los parches que se vayan poniendo durarán cada vez menos y tendremos aún ante los ojos la espiral que no cesa de girar.
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