¿Vencedores o vencidos?
Judgment at Nuremberg es una película de los años sesenta del pasado siglo, dirigida por Stanley Kramer y magníficamente interpretada por, entre otros, Spencer Tracy, Burt Lancaster, Marlene Dietrich, Montgomery Clift y Maximilian Schell, todos ellos parte de la historia del cine. El argumento de la película no es otro sino la dramatización de los históricos juicios celebrados en la ciudad alemana de Nuremberg, quince años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, en los que se pretende centrar el tema en establecer la posición de determinadas personas, en especial jueces que aplicaban las leyes nazis durante el Tercer Reich, subyaciendo el dilema histórico de la posible responsabilidad del pueblo alemán con respecto al Holocausto. El juicio que desarrolla la película está basado en el verídico «caso Katzenberger» en el cual un hombre judío fue acusado de «relación impropia» con una mujer aria y sentenciado a muerte en 1942.
El título de la película en España, de ¿Vencedores o vencidos?, resulta, cuando menos, chocante, cuando no claramente ambiguo y confuso. Lo cierto es que, al final, la óptica de análisis de un problema siempre es la de los vencedores en la contienda, lo que no resulta ninguna novedad y pudiera afirmarse que es consustancial con la condición humana. Y seguramente es así, no solo por el proverbio cierto de que “la Historia la escriben los vencedores”, como se puede comprobar mediante la simple comparación de la forma de explicar, sobre todo en textos oficiales, por ejemplo, la batalla de las Navas de Tolosa desde el punto de vista musulmán y cristiano, o la batalla de Aljubarrota en libros portugueses o españoles, o visitando la Bretaña francesa, en la que el para nosotros histórico traidor Beltrán Duguesclin (ya sabéis, aquello de “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor” para facilitar la eliminación del rey contrario al que le pagaba) es un auténtico ídolo, o, más recientemente, el observar los quebraderos de cabeza (auténticos y prolongados en el tiempo) que ha causado intentar definir el terrorismo ya que la consideración de terrorista o héroe depende de a favor de quién acabe el conflicto de que se trate.
Incluso en ámbitos aparentemente tan inocentes como el deportivo se cumple esta norma, de forma que, cuando un equipo gana, todo se le permite o perdona, mientras que cuando pierde, todo son críticas. Es la plasmación juiciosa que ha manifestado un jugador del Futbol Club Barcelona cuando un periodista (pseudo periodista, sin duda, a la busca de un titular truculento) le ha preguntado su opinión acerca de las dudas que está generando la actuación del entrenador del Real Madrid en la actual campaña. La respuesta ha sido simplemente que “Él siempre ha sido así. Sois vosotros, los periodistas, quienes, cuando ganaba su equipo, ensalzabais todos sus actos, aún los claramente sancionables, mientras que ahora, que no gana, ponéis en tela de juicio todo lo que hace”.
Lo dicho, ¿vencedores o vencidos? Es la misma actuación, pero…
Las decisiones formales ante la crisis
Recientemente se han levantado voces desde diferentes sectores que o bien cuestionan la actuación del Banco de España sobre todo en los albores de la crisis o, directamente, exigen determinar responsabilidades sobre las consecuencias de estas acciones o, según se mire, esta inacción.
De entrada, nuevamente se cumple aquello de que cuando “España va bien”, nadie se preocupa por saber si, además, también todo “se hace bien”, y es cuando las cosas resultan rematadamente mal cuando se echa la vista atrás, aunque, no nos engañemos, no siempre con la voluntad de saber qué falló realmente para corregirlo, sino para identificar en quién cargar el mochuelo…. hasta la próxima. Ya decía Ortega y Gasset que “España y yo somos así, señora” y cuando ocurren estas situaciones, la política, los eternos vencedores y vencidos, marcan la pauta de lo que se investiga o no y, eventualmente, lo que se aprovecha como enseñanza de lo investigado. Conviene, entonces realizar la reflexión sin sesgos partidistas, sin dejarse llevar por elementos que no sean propios del análisis estricto.
Para llegar a conclusiones válidas sobre las enseñanzas que pueden obtenerse con el análisis de hechos pasados, hemos de partir de la premisa de que se pensó que las decisiones que se tomaron fueron las adecuadas y éticas en cada momento, ya que, en caso contrario, la decisión errónea tomada a conciencia no suele hacer sino producir resultados adversos, y estas situaciones sí que se advierten en el momento en que se toma la decisión. Un ejemplo actual que confirma esta afirmación: en un banco al que se han destinado importantes ayudas públicas y en el que se está investigando vía judicial la gestión de sus dirigentes en el pasado inmediato, se está manteniendo en las oficinas la exigencia del mismo porcentaje de crecimiento en el mercado que tenían como objetivo cuando las cosas “iban bien”. Sin entrar a valoraciones detalladas, ésta aparece como una de las situaciones citadas en las que ya puede verse que no es la decisión adecuada al momento, por varias razones perceptibles incluso para un observador externo:
- la actividad bancaria se basa en la confianza, que en este caso está en entredicho.
- la clientela de entidades como la citada (la misma, en líneas generales, a la que se están ofreciendo continuamente nuevos productos) está públicamente esperando respuesta a sus reclamaciones en cuanto a productos inapropiados que les han ocasionado quebrantos de importancia.
- la situación del mercado financiero ha cambiado, tanto para las propias entidades como para la ciudadanía en general
- las posibilidades de ahorro de las familias, en general, han caído en picado.
En ese contexto, sólo a quien desconoce la realidad se le ocurre mantener los objetivos sin tener en cuenta ese cambio. Pero hay otro factor que abona la idea de que estas actitudes son inapropiadas, y es la codicia de algunos directivos, y su propensión a usar como herramienta de presión la consecución de estos objetivos y ligarla al mantenimiento del puesto de trabajo en momentos difíciles como los actuales, en una obscena ceremonia en la que se valora, no la validez del empleado ni la eficacia de su desempeño sino, simplemente, las cifras de venta alcanzadas, que no son ni siquiera totales, sino del/de los producto/s en campaña en ese momento. Quizá pueda pensarse que es excesivo, pero en estas actitudes puede reconocerse la teoría criminológica de Edwin Sutherland ya que, a través de “formación interna”, los empleados aprenden técnicas de venta de productos en las que se incluye la justificación comercial de su bondad, es decir, por qué la competencia entre entidades, de la que se dice que sólo sobreviven las que se adapten a los mercados, exige vender, por ejemplo, preferentes, y se supeditan los ascensos, o el simple mantenimiento del puesto de trabajo, al cumplimiento de objetivos, en un ritual que suele ser público y periódico, premiando a las oficinas que más venden lo ordenado.
El caso del Banco de España, sin embargo, debe analizarse en otro contexto, del que no es ajeno el momento global en que, en teoría de Greenspan (ayer endiosado y hoy vilipendiado con igual fuerza), no era necesaria una vigilancia y supervisión estrictas ya que los mercados tendían a autorregularse.
Solamente bajo esa óptica, y sobre la evidencia de que la entidad tiene un fuerte sesgo político en su actuación (el gobernador del Banco de España, en teoría autónomo en su gestión, suele ser nombrado por el gobierno de turno), puede entenderse que en mayo de 2006, antes, como se ve, del inicio de la crisis, un número importante de inspectores de la Institución remitiera al Ministro de Hacienda Pedro Solbes (PSOE) una carta en la que criticaban la actuación del gobernador Jaime Caruana (PP) con, entre otros, los siguientes argumentos: “Los inspectores del Banco de España no compartimos la complaciente actitud del gobernador ante la creciente acumulación de riesgos en el sistema bancario, derivados de la anómala evolución del mercado inmobiliario nacional durante sus seis años de mandato….. Sólo su pasividad explica… que no se pusiera freno a los crecimientos del crédito que considere inadecuados”, basado todo ello en el criterio de que “El Banco de España cuenta con los medios normativos necesarios para ello”. A la vista del contenido, fundamentos técnicos y procedencia de esta carta cuesta creer que el nuevo gobernador Miguel Ángel Fernández, nombrado dos meses después por el PSOE, tampoco pusiera en marcha ninguna iniciativa en el sentido denunciado.
Parece poder afirmarse, pues, que se tomaron decisiones erróneas, habida cuenta de que la denuncia de los inspectores reflejaba una realidad ante la que hubo una inacción manifiesta. Aún en la distancia del tiempo transcurrido no acaba de entenderse cómo se permitió llegar a ese punto que podría calificarse como de no retorno y cómo se aplicaron finalmente soluciones inadecuadas.
En la generación anunciada de una situación de dificultad, España proclamaba que las cajas de ahorro eran la columna vertebral del sistema financiero, tanto por su vertiente financiera como por la obra social que mantenían. Prueba de ello era su inveterada voluntad de financiar el acceso a la vivienda de los particulares. Hay que señalar en este punto que esta voluntad de financiación a la vivienda particular por parte de las cajas se adulteró cuando también se empezaron a financiar a promotores: efectivamente debe distinguirse una operación de la otra, pese a que ambas son del mercado inmobiliario e influenciadas por la insensata euforia del momento, toda vez que en la financiación a la compra de una vivienda, el titular del crédito defiende su vivienda, cuya adquisición suele ser de primera necesidad para él mientras que en la financiación de una promoción, el titular del crédito defiende un negocio puramente mercantil, representado generalmente por una sociedad. Cuando estalla la burbuja inmobiliaria se pone de manifiesto que la inversión en el segundo sector de clientes comporta un riesgo mucho mayor que la inversión en el primer sector, lo que comportó serias dificultades para la mayoría de las cajas, de mayor o menor importancia en función de su agresividad previa, y hay que decir que con cierto disimulado regocijo de los bancos, que de esta forma “se resarcían” de los efectos de la crisis bancaria de 1974/1984 por la que las cajas les arrebataron una cifra importante de cuota de mercado.
Con este escenario se antoja como no muy acertado el no saber valorar la dimensión de la crisis que se avecinaba, particularmente cuando en 2008 se produce la quiebra de Lehman Brothers y, a su rebufo, la nacionalización parcial o total de grandes entidades financieras, no solo norteamericanas sino también italianas, holandesas, británicas, belgas, alemanas o irlandesas. Sin dejarse influenciar por esta cadena casi coordinada de reacciones, el gobierno español continua proclamando ingenuamente que el sistema financiero español es de los más sólidos de Europa y, por lo tanto, casi inmune a la crisis. Este criterio “escaparate” cambia radicalmente cuando el Financial Times se hace eco en su primera página de la intervención por el Banco de España de la Caja Castilla-La Mancha y, para demostrar ante los ojos del exterior que se controla la situación de las entidades financieras españolas, se apuesta entonces apresuradamente por la solución de alentar las fusiones de cajas (de repente, las “malas de la película”) para ganar volumen y afrontar mejor la crisis, olvidando algo tan simple como que lo que marca la diferencia no es el volumen, sino la gestión y que la suma de dos o más entidades con problemas no es el equilibrio sino la suma de problemas.
Esta política, errónea ya cuando se planteó, propició el nacimiento de nuevas entidades que, en lugar de ganar, mostraban mucha mayor flaqueza al sumar las carencias de cada una de las componentes; si además se suman los aspectos políticos de las luchas por mantener las cuotas de poder en cada una de las fusiones de entidades de diferentes comunidades, no es difícil deducir que la solución de las fusiones contribuyó claramente a la ceremonia de la confusión y al caos económico en que se convirtió el proceso.
A estas alturas no parece necesario, aunque sí conveniente, recordar que, posiblemente, el mantenimiento del criterio de calidad de gestión por encima del volumen, podía haber permitido acciones y soluciones diferentes. En ese sentido no puede olvidarse que, con la excepción de la Caixa, Unicaja y el conglomerado de cajas vascas, debería de tomarse muy en consideración el ejemplo de las dos únicas cajas que han permanecido casi indemnes en el naufragio general, y no precisamente por su volumen de negocio sino por su estilo de gestión: la Caixa de Ontinyent (no debe ser casual que mantenga su logo de “la caja de las comarcas”) y Colonya, Caixa de Pollença.
Para acabar de redondear la cuestionabilidad de las decisiones de las autoridades financieras españolas en la crisis, cuando a mediados de 2010 la European Bank Authority pidió a los bancos centrales de los países miembros que sometieran a una prueba de resistencia a las entidades que representaran más del 50 % del sistema financiero del país (Santander, BBVA, la Caixa y Popular en nuestro caso), y el Banco de España, en actitud, sin duda, quijotesca pero difícil de entender conociendo los problemas de solvencia que iban apareciendo en los movimientos que se estaban produciendo entre las entidades, anunció que TODAS las entidades se sometieran a las pruebas. La publicación de los resultados de esos stress tests en el Financial Times, nuevamente en la portada, en la que se daba cuenta que no habían superado la prueba siete entidades bancarias europeas de las que cinco eran españolas, provocó un nuevo cataclismo, y el hecho de que de esas entidades con problemas dos fueran producto de fusiones, ni ayudaba a resolver el problema de credibilidad de la eficacia de las soluciones propuestas ni justificaba su inclusión en las pruebas.
Los hechos posteriores son demasiado recientes como para incluirlos en este análisis, pese a su relevancia: adjudicación de Unnim al BBVA, el escándalo de Bankia, la adjudicación de la CAM al Banc de Sabadell, la adquisición de Banco de Valencia por la Caixa, etc.
Lo realmente importante es ver la repercusión de unas decisiones tomadas en momentos en los que ya se percibe que no son las adecuadas y cuando los criterios para hacerlo están viciados con elementos ajenos (en estos casos) a la economía.
Algunas fuentes sostienen respecto del título en España (que no en la América de habla hispana, donde se mantuvo El juicio de Nuremberg) que, como Franco había sido aliado de los alemanes, y estos bombardearon y probaron sus armas en nuestro país durante la Guerra Civil, como está ampliamente informado y reconocido, se vieron obligados a poner un título ambiguo que jugando con alguna de las ideas de la película diera a entender que efectivamente aunque los alemanes habían sido vencidos, los americanos terminarían por darse cuenta de que tenían razón en su lucha contra el comunismo. En todo caso, el título para España es un eufemismo que trata de ocultar la verdadera dimensión ética de esta película.
Edwin H. Sutherland (1883-1950), sociólogo americano, considerado como uno de los criminólogos más influyentes del siglo XX. Muy conocido por la definición de "asociación diferencial", que es una teoría general del delito y la delincuencia que explica cómo los marginados han llegado a aprender las motivaciones y los conocimientos técnicos para cometer actividades criminales de forma que el comportamiento se halla completamente modelado, en un proceso que atraviesa todas las biografías, por las experiencias adquiridas mediante procesos de enculturación permanentes.