Hay una contradicción conceptual que se observa con
frecuencia en el mundo de fantasía del séptimo arte y es que, en general, los
directores de películas que se nutren para todo de los efectos especiales, las
nuevas tecnologías y esos adelantos, predican que la ficción siempre supera a
la realidad, cuando es bien sabido que la frase correcta, nacida en torno a lo
enrevesado y sorprendente de algunos argumentos transformados en guion es que,
por increíble que parezca la trama, la realidad siempre supera a la ficción.
Y no sólo en el cine. Y llega hasta el punto la veracidad de
esas realidades que no lo parecen, que pueden encontrarse en distintos ámbitos.
Por ejemplo, lo que siempre se cita como una referencia jocosa, eso de las
Leyes de Murphy encarnada en el básico “si algo puede salir mal, saldrá mal”,
obedecen realmente a sesudos estudios de Edward Aloysius Murphy, ingeniero
aeroespacial estadounidense que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, trabajó
en el Instituto de Tecnología de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, como
Oficial de Investigación y Desarrollo en el Centro Wright de Desarrollo Aéreo
de la Base de la Fuerza Aérea Wright-Patterson. Fue durante ese período cuando
se involucró en los experimentos de trineos de alta velocidad impulsados por
cohetes y, a la vista de algunos resultados obtenidos, acuñó su celebérrima Ley que, originalmente, decía que "Si
hay varias maneras de hacer una tarea, y uno de estos caminos conduce al
desastre, entonces alguien utilizará ese camino"
No es ninguna novedad decir que en Estados Unidos hay toda una pléyade de pensadores e investigadores especializados en buscarle las vueltas o
matizar cualquier teoría, y la ley de Murphy no iba a ser una excepción, de
manera que, a su sombra, nacieron el principio o “navaja” de Hanlon (Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser
explicado por la estupidez), el corolario de Finagle (Algo que pueda ir
mal, irá mal en el peor momento posible), la Ley de Hofstadter (Cualquier tarea siempre lleva más tiempo que
el esperado), la Ley de Sturgeon (No
existe la verdad absoluta, que va derivando hasta desembocar en la Revelación de Sturgeon, esa que afirma que el noventa por ciento de todo es basura),
y otros menores como Ginsberg, Pierce, Brooks,
Lubarsky, etc. hasta que llegó O’Toole proclamando que Murphy era un
optimista incomprendido y ahí se acabó toda la discusión.
La traslación de las ideas de Murphy (y sus entusiastas
seguidores) al mundo de la empresa y, por extensión, de las organizaciones, la
hizo Scott Adams, economista MBA por
Berkeley, ejecutivo bancario durante un tiempo y creador de la tira cómica Dilbert, personalizada en un ingeniero
con ese nombre que tiene dificultades para relacionarse; la trama del comic se desarrolla en el contexto de lo
cotidiano para millones de empleados y oficinistas: políticas de oficina erráticas, jefes
incompetentes, compañeros de trabajo molestos, asuntos sin sentido, juntas
eternas, etc.. Adams explicó lo que se conoce como Principio de Dilbert en un
artículo que publicó en el Wall Street Journal en 1996; el principio alude a
una observación satírica que afirma que las
compañías tienden a ascender sistemáticamente a sus empleados menos competentes
a cargos directivos para limitar así la cantidad de daño que son capaces de
provocar.
Como ocurrió con Murphy, también en el caso de Adams,
algunos académicos rechazaron la veracidad del principio, señalando, muy
seriamente, que contradice las técnicas de gestión de Recursos Humanos tradicionales,
hasta que apareció el sosias del O’Toole de Murphy, en este caso Guy Kawasaki,
de Apple, que sostiene que «Hay dos
tipos de compañías, las que reconocen que son exactamente como la de Dilbert y
las que también lo son pero aún no lo saben.»
Y se acabó la
discusión.
Por cierto, como
quiera que el principio de Dilbert es una variación del principio de Peter, que
trata sobre la práctica de las organizaciones jerárquicas de usar los ascensos
como forma de recompensar a los empleados que demuestran ser competentes en sus
puestos actuales, afirmando que, debido a esta práctica, un empleado competente
terminará siendo ascendido a un puesto en el que será incompetente, y donde
permanecerá, dejamos para una próxima entrada el comentario sobre el
apasionante mundo del Principio de Peter.
Como ejercicio
previo, podemos pensar si hay alguna empresa, organización, gobierno,… en el
que se pueda dar el Principio de Peter. ¿no os parece?
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