Se
acabaron las vacaciones. Con sumo respeto para con los que, por diferentes razones, (servicios públicos, turnos raros, workcoholismo, etc.) pero particularmente porque están en las filas del desempleo o en trabajos dignos y condiciones indignas, no pueden disfrutarlas, se confirma que el estado vacacional es casi como un estado de ánimo (en algunos casos llega al estado mental, al nirvana del dolce far niente), porque parece que en agosto TODO EL MUNDO está de vacaciones (Aún recuerdo un chiste
en la prensa diaria en el que, sobre un mapa de España habían dibujado una
puerta de persiana con el cartel de “Cerrado por vacaciones”). Y, claro,
como es un tema recurrente, se pone de manifiesto la solidaridad corporativa espontánea entre todos
para establecer lo dura que es la vuelta al deseado trabajo (o a lo que se llama "la normalidad" que a veces cabe traducir por el fin de las vacaciones de los otros), por aquello que se ha
venido en llamar técnicamente síndrome o depresión postvacacional.
Según los expertos médicos y asimilados, este síndrome provoca debilidad generalizada, irritabilidad, astenia, fatiga, tristeza, falta de apetito, insomnio....y no sé cuántas cosas más.
Por ello recomiendan todo un abanico de acciones, recurrentes al final de las vacaciones:
- una vuelta progresiva al trabajo (ya nos explicarán cómo se reincorpora uno progresivamente y no el día D a la hora H para el horario establecido y, seguramente, para atender un trabajo que parece que se ha multiplicado mientras uno estaba tan ricamente en la hamaca),
- mantener las aficiones iniciadas durante las vacaciones (por ejemplo, llevándose un trozo de playa de Gandía, con parasol, a Madrid y, a poder ser, una pequeña ola, sin ir más lejos),
- permitir la aclimatación progresiva del “reloj interno” desde el ritmo habitual de los últimos días de vacaciones al nuevo horario de actividad (o sea, concentrando la actividad de los primeros días a las dos de la madrugada y desconectando el teléfono del trabajo hasta las 13 horas).
- ...
De todas formas, estos mismos expertos ya nos dejan entrever que no las tienen todas consigo en cuanto a la eficacia real de estas medidas cuando rematan su perorata diciendo con naturalidad que no debe descartarse recurrir a la ayuda de un especialista o a un tratamiento farmacológico paliativo contra la ansiedad.
Las vacaciones, casi siempre asociadas al mar |
Quizá
haya que recordar que los humanos somos como somos y que, posiblemente no haya
receta más efectiva para la conformidad (que no quiere decir que sea la más recomendable) que compararse
con quien sí trabajaba en verano, sometido al calor (por cierto, QUÉ CALOR ESTE
AÑO alternando con un tiempo más raro para la época que un perro verde), la desmotivación por trabajar mientras otros ocian ("mira que tener que
trabajar precisamente ahora"), el insomnio, la falta de algunos servicios, la
pérdida de concentración, y otras minucias o... (muy en serio) con todos aquellos que no pueden disfrutar de vacaciones por el simple y duro hecho de no tener trabajo.
Lo
dicho, que las vacaciones, reales o anímicas, ya se han acabado y que, con síndrome o sin él,
ojala podamos decir todos que tenemos once meses para programar las próximas. Será buena señal.
¡Bienvenidos/as a casa!
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