domingo, 5 de julio de 2015

Baltasar Gracián y el moderno management



Cuando, después de múltiples aplazamientos, uno se decide, o "lo deciden", a poner un poco de orden en la biblioteca de casa (el trastero de los libros es, seguramente, más apropiado), sabe que, dentro de ese orden y limpieza, una de las consecuencias es que algún libro cambiará su lugar de prioridad, pasando de la segunda fila del anaquel del rincón a la primera fila junto a la puerta, o al revés, pasa al anaquel/almacén de los "ya lo leeré un día". Menos frecuente, pero más emocionante, es el descubrir en el proceso de limpieza alguna obra cuya existencia estaba en el más absoluto de los olvidos.Y es emocionante porque ayuda a reconocerse uno mismo en lecturas antiguas casi olvidadas (pero incorporadas al acervo personal) que suelen volver a la mente repentinamente, aunque sea en retazos.

Eso me ha pasado recientemente con Oráculo manual y arte de la prudencia, de Baltasar Gracián, que dormía una, sin duda, imprevista hibernación dada su permanente actualidad sobre todo para las clases dirigentes que deberían tenerlo como uno de sus libros de cabecera. No es aventurado afirmar que esta obra puede incluirse sin desdoro en lo que podríamos llamar los clásicos del "moderno" management junto a Platón, Sun-Tzu, Confucio, Maquiavelo y tantos otros.

Recordemos, en semblanza rápida, que el clérigo, pensador y filósofo Baltasar Gracián nació cerca de Calatayud, en 1601, se crió en Toledo, ingresó en la Compañía de Jesús y desarrolló su vida como religioso en Catalunya, excepto sus últimos años, en los que volvió a Aragón hasta su muerte en Tarazona, en 1658.
Llama la atención el hecho de que, vista en conjunto su obra, puede observarse en ella una estrecha relación con su biografía. Desde el juvenil entusiasmo por el triunfo y la gloria del hombre ejemplar, configurado en El Héroe, se llegará al desengaño de la vejez y la muerte en los últimos capítulos de El Criticón, pasando por dos tratados más que continuarían el delinear del hombre perfecto: El Político, que extrae las cualidades del rey Fernando el Católico, y El Discreto, un manual de conducta para el hombre en sociedad, sea cual sea su posición en ella.
Toda la obra de Gracián, ocupada siempre en conseguir su aplicación práctica a la vida del hombre, tiene por objeto la Filosofía Moral. Es por eso que cabe destacar como una de sus obras más valoradas el Oráculo manual y arte de prudencia. (Valoradas, sobre todo, más allá de nuestras fronteras; por lo que se refiere en concreto a El arte de la prudencia, se dice que Schopenhauer aprendió español para poder leerla en su idioma original y en los últimos años del siglo XX se produjo una nueva lectura que fascinó a los líderes del mundo más avanzado, y esto hizo que el libro se convirtiera en un bestseller en Europa y los Estados Unidos. Sin que ello tenga mayor importancia, ni crítica a las editoriales españolas, el libro que "reapareció" en mi biblioteca es una edición crítica, de hace diez años, de una editorial de la República Dominicana)  Las ideas acumuladas en tratados anteriores sobre el modo de conducirse en el mundo son sintetizadas y reunidas en el libro, que resulta ser el más lacónico y sentencioso de su producción, y con el que culmina el proyecto de "manuales del vivir para la persona cabal".

De este libro - publicado en Huesca poco antes de la muerte de su autor, con autoría atribuída a Lorenzo Gracián (seudónimo que utilizaba para evitar la censura previa del Colegio de los jesuitas), y que llevaba  el equívoco subtítulo de “sacado de sus aforismos” como si la obra fuera compendio de otras anteriores como El héroe, El político y El discreto, cuando eso no era así - nos atrevemos a extraer alguna sentencias para ver si sigue o no de actualidad su pensamiento:

- Carácter e inteligencia: los dos polos para lucir las cualidades; uno sin otro es media buena suerte. No basta ser inteligente, se precisa la predisposición del carácter. La mala suerte del necio es errar la vocación en el estado, la ocupación, la vecindad y los amigos.
- Estar en la cima de la perfección. No se nace hecho. Cada día uno se va perfeccionando en lo personal y en lo laboral, hasta llegar al punto más alto, a la plenitud de cualidades, a la eminencia. Algunos nunca llegan a ser cabales, siempre les falta algo; otros tardan en hacerse.
- Tratar con quien se pueda aprender. El trato amigable debe ser una escuela de erudición, es y la conversación una enseñanza culta. El prudente frecuenta las casas de los hombres eminentes. Hay que complementar lo útil del aprendizaje con lo gustoso de la conversación.
- Aplicación y capacidad. No hay eminencia sin ambas, y si concurren, la eminencia es aún mayor. Es mejor conseguir una medianía con aplicación que una superioridad sin ella. La reputación se compra con trabajo: poco vale lo que poco cuesta.
- No dedicarse a ocupaciones desacreditadas. Sólo se obtiene desprecio y no renombre. Las sectas del capricho son muchas y el hombre cuerdo debe huir de todas ellas. Hay gustos exóticos que siempre se casan con todo aquello que los sabios repudian.
- Nunca exagerar. Es importante para la prudencia no hablar con superlativos, para no faltar a la verdad y para no deslucir la propia cordura. Las exageraciones son despilfarros de estima y dan indicio de escasez de conocimiento y gusto. La alabanza despierta vivamente la curiosidad, excita el deseo. Después, si no se corresponde el valor con el precio, como sucede con frecuencia, la expectación se vuelve contra el engaño y se desquita con el desprecio de lo elogiado y del que elogio.
- Cuanto mayor fondo tiene el hombre tanto tiene de persona. Como los brillos interiores y profundos del diamante, lo interior del hombre siempre debe valer el doble que lo exterior. Hay sujetos que sólo son fachada, como casas sin acabar porque faltó caudal: tiene la entrada de palacio y de choza las habitaciones. No hay en estos donde descansar, o todo descansa, porque tras el saludo se acabó la conversación.
- No estar siempre de broma. La prudencia se conoce en la seriedad, que está más acreditada que el ingenio. El que siempre está de burlas no es hombre de veras. A éstos los igualamos con los mentirosos al no creerlos; a los unos por recelo de la mentira, a los otros de su burla. Nunca se sabe cuándo hablan con juicio, lo que es tanto como no tenerlo. No hay mayor desaire que el continuo donaire. Otros ganan fama de chistosos y pierden el crédito de prudentes. Lo jovial debe tener su momento, y la seriedad todos los demás.
- Comenzar con pies de plomo. La Necedad siempre entra de rondón, pues todos los necios son audaces. Su misma estupidez, que les impide primero advertir los inconvenientes, después les quita el sentimiento de fracaso. Pero la Prudencia entra con gran tiento. Sus batidores son la Observación y la Cautela; ellas van abriendo camino para pasar sin peligro. Cualquier Acción Irreflexiva está condenada al fracaso por la Discreción, aunque a veces la salva la Suerte. Conviene ir con cuidado donde se teme que hay mucho fondo; que lo prepare la Sagacidad y que la Prudencia vaya ganando terreno. Hoy hay muchos bajíos en el trato humano y conviene ir siempre con la sonda en la mano.

Hay más, claro, hasta llegar a 300 "sentencias", pero si uno es capaz de reflexionar tan sólo sobre esta muestra, eso de las “modernas técnicas” de management, nos suena más a clásico que a otra cosa, sólo que adaptando el lenguaje.
Más claro...

En los trescientos aforismos que ya hemos dicho que componen la obra no se advierte una estructura definida, aunque sí pueden percibirse claramente unas constantes que permiten diseñar un sistema de pensamiento estratégicamente definido incluso en sus contradicciones. Muchos de los aforismos llevan por lema «Saber + infinitivo», que indica que estamos ante normas de comportamiento que puedan llevar al éxito. Así: «saber hacerse a todos», «saber declinar a otro los males», «saber vender sus cosas», «saber sufrir (=soportar) necios», «saber pedir», «saber un poco más y vivir un poco menos» o «saber olvidar», serían ejemplos de aprendizajes necesarios para conducirse adecuadamente en una sociedad compleja y cambiante. Se trata, en definitiva, de una suerte de mercadotecnia del siglo XVII, de un saber práctico. La inteligencia, para Gracián, consiste en saber salir airoso de cualquier situación, y así dirá: «no se vive si no se sabe», «hasta el saber ha de ser al uso» o «Algunos comienzan a saber por lo que menos importa y los estudios de crédito y utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir». 
Debe ser por todo ello que es habitual encontrar la obra de Gracián en el apartado de "libros de autoayuda" de las grandes librerías.

Como colofón a este recordatorio en el redescubrimiento, no nos resistimos a reproducir el aforismo número 165: 

Pelea, si es necesario, pero en buena lid y con ética. Pueden obligar al hombre sensato a ir a la guerra, pero debe hacerla sin malicia. Debes actuar como eres y como quieres, y no como te obligue otro.Es posible la caballerosidad con quien te enfrenta. Pelea no sólo por lograr el poder, sino para imponer un modo decente de competir. Vencer con ruindades, no es vencer. La generosidad siempre ha sido muestra de superioridad. Como hombre de bien, no debes valerte de armas inmorales. La amistad no ha de ser ofendida por el odio. Ni emplearse la confianza para la venganza.Todo lo que huele a traición difamará tu nombre. Es muy extraño que un hombre serio use la más mínima inmoralidad: establece distancia entre nobleza y vileza. Préciate de que si todo el mundo perdiese la caballerosidad, la generosidad y la fidelidad, no perecerán las que hay en tu corazón, que sería el último relicario de la virtud.


¿Es o no de actualidad?

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