domingo, 19 de julio de 2015

Boletín nº 48/1 - "El crepúsculo de las ideologías" – Así va Europa



Tomamos prestado para esta reflexión el título de una obra del escritor y ministro de Franco Gonzalo Fernández De la Mora[1], El crepùsculo de las ideologías, publicada en 1965, en plena dictadura y cuando hablar de partidos políticos quedaba reducido exclusivamente a círculos íntimos protegidos de escuchas ajenas, en la que se defendía que las ideologías, en tanto que consideradas como formas primitivas de racionalidad y culpables del enmascaramiento y falseamiento de la realidad, serían sustituidas por la racionalidad plena, simbolizada en la tecnocracia y la racionalidad científica propias de la sociedad del bienestar que ya se empezaba a vivir en España dentro del denominado «desarrollismo».

Según esta idea central, dejando aparcada la ideología, los partidos hacen lo que les parece más adecuado para ganar elecciones (¡ya en 1965!), tarea en la que no juega un papel precisamente secundario la batalla en la propaganda. Debe admitirse, sin embargo (posiblemente por la época en que fue expuesta, en  la que la existencia de partidos políticos no pasaba de ser una utopía penada por las autoridades), que el ensayo podía ser relegado al rincón de la mera teoría política y esa tesis del crepúsculo de las ideologías peca claramente de confusa y, paradójicamente y ante todo, ideológica, ya que la defensa de una ausencia de ideología es ella misma una ideología en sentido negativo, en tanto que encubre problemas políticos que no pueden resolverse mediante la apelación a una razón que no puede ser científica ni tecnológica, sino basada en situaciones contingentes y posibilistas.

Tampoco las definiciones de ideología de De la Mora son muy precisas, porque la ideología no es, como decía el autor, un elemento meramente subjetivo, un error que mediante la acción de los intelectuales es traspasado a las masas, sino una doctrina ligada a una clase social que define su lugar en el mundo y sus intereses. Resulta interesante señalar la distinción que se hace  en la obra entre ideología y creencia, argumentando De la Mora que las creencias se refuerzan cuando se eclipsan las ideologías, y que se caracterizan por abarcar a una sociedad completa, sin distinción de clases: la religión católica en España, por ejemplo.

Con la “normalización” de la existencia de opciones políticas tras la promulgación de la Constitución de 1978, se llegó al convencimiento buenista de que los conflictos sociales serían sustituidos por mera gestión y administración de la cosa pública, desembocando al final en la evidencia de que los partidos simplemente buscaban lo mismo: llegar al gobierno.

Sin embargo, difícilmente puede sostenerse que la mera ausencia de ideología práctica en los partidos suponga el fin de las ideologías, sino que, fatalmente, alientan justamente lo contrario, como se observa en la falta de respuesta de los partidos “del establishment”  a las inquietudes de movimientos sociales como el 15M o la falta de reacción ante problemas que afectan a la misma estructura del Estado como el actualmente fallido encaje de Catalunya, temas a los que unos partidos carentes, a la postre, de otro programa que no sea el de ganar las elecciones cada cuatro años, son incapaces de hacer frente.

En los tiempos actuales, la ideología neoliberal ha globalizado el capital, su influencia y tratamiento mientras que las tesis tradicionalmente de izquierdas se han enzarzado en luchas locales que desvirtúan su acción. Cabe señalar, por tanto, que cuando se habla de cambios o de carencias en la ideología de una formación política, se entiende por defecto que se habla de las fuerzas de izquierda.

La grave crisis actual, nacida en 2008, y el serio aumento de las desigualdades debería haber empujado a lo que conocemos en conjunto como la socialdemocracia hacia posturas de izquierda y, sin embargo, no ha sido así (más allá de leves reajustes simbólicos). La socialdemocracia ha perdido credibilidad ya que cuando alcanza la responsabilidad de gobernar se adapta casi de inmediato a los requerimientos de los “mercados”  globalizados y mantiene en lo esencial, al parecer de modo resignado y pasivo, políticas económicas gratas a la derecha, asumiendo habitualmente el célebre “TINA” (There is Not Alternative - No hay alternativa) acuñado en su día por Margaret Thatcher[2]. En este sentido, todo parece indicar que la socialdemocracia ha renunciado a lo que fue su razón histórica de ser: redistribuir los bienes para disminuir las desigualdades sociales y regular el capitalismo con estrategias reformistas. Por tanto, se ha perdido una oportunidad única para relanzar políticas de cambio de rumbo que revirtieran la actual correlación de fuerzas tan favorable a los “mercados”.

Esto significa, en definitiva, que la socialdemocracia ha sido incapaz de capitalizar a su favor la actual coyuntura (el fracaso de François Hollande en Francia y,  por extensión en la “Europa de la austeridad”, es el paradigma más representativo al respecto). En este análisis nos centramos en Europa, donde no se puede importar el modelo de los Estados Unidos de América, por su tan diferente arquitectura institucional y competencial y por los límites estructurales del Banco Central Europeo que afecta a diferentes países. 

Haciéndonos eco de las tesis del sociólogo Ignacio Urquizu[3], hay que buscar causas objetivas y subjetivas en la actual situación de los partidos de la socialdemocracia.

Entre las objetivas, cabe destacar las siguientes:
-          El cambio del capitalismo industrial en favor del financiero especulativo, que ha implicado el fin del crecimiento económico continuo tradicional y la imposibilidad de aplicar políticas neokeynesianas de empleo a nivel nacional, con lo que la capacidad redistributiva interna es hoy menor que antaño.
-          Los cambios en la estructura de las clases sociales con la pérdida de centralidad y cohesión de la vieja clase obrera industrial y la mayor diversificación socio laboral, lo que se traduce en que la socialdemocracia ha perdido en buena medida sus bases tradicionales de apoyo ( trabajadores industriales y empleados)
-          El actual proceso neoliberal de integración europea liderado por las derechas, que complica extraordinariamente opciones genuinamente socialdemócratas toda vez que la unión económica y monetaria en curso implica una muy seria restricción para políticas sociales. No hace falta acabar con el ejemplo de Grecia para notar que es el actual sistema dominante en la UE el que dificulta estrategias de reformismo fuerte
-          Pese a algunas soflamas interesadas en ese sentido, el Estado-Nación , aunque sigue siendo el principal marco político de referencia para los ciudadanos, tiene hoy una capacidad “soberana” más reducida que en el pasado y la crisis de las democracias nacionales está a la orden del día con serias advertencia sobre la necesidad de cambiar el sistema
-          Hay cambios culturales que también inciden en los problemas de la socialdemocracia y que originan que, por un lado, la derecha se aleja del centro para consolidarse a la derecha, y éste es ocupado en parte por la socialdemocracia que deja entonces a buena parte de la izquierda huérfana de representación (los partidos a su izquierda casi nunca consiguen rellenar ese espacio).


Entre las causas subjetivas pueden señalarse:
-          La aceptación incondicional por parte de todos los agentes sociales del actual rumbo de integración europea hace que la socialdemocracia haya asumido una UE cada vez más disfuncional en lo institucional y con serios (y crecientes) problemas de legitimidad social. Está claro que la socialdemocracia es incapaz de invertir el actual proceso, pero lo más criticable es su completa sumisión fáctica  a los inflexibles imperativos de la “troika” (aunque esta denominación, tras el escándalo de la humillación al pueblo griego, se ha archivado, en la práctica las “recomendaciones” de sus instituciones siguen siendo obligatorias
-          La calidad del liderazgo socialdemócrata ha empeorado ostensiblemente, sobre todo por la generalización de la política de “puertas giratorias” que ha cooptado en empresas y círculos financieros a numerosos dirigentes socialdemócratas. Esto significa que la mentalidad pro-mercado y business friendly es mayoritaria en las élites socialdemócratas, de ahí que sus eventuales impulsos reformistas sean meramente ejercicios retóricos
-          Aunque puede haber deficiencias en la comunicación (ésta es una típica explicación oficialista en el seno de esta familia ideológica), el problema no es de forma, sino de fondo. Lo esencial es que la socialdemocracia hoy no resulta atractiva y su oferta es vaga y poco visible.

En palabras de Ashley Lavelle[4], la socialdemocracia actual rehúye el conflicto social, idealiza la “estabilidad” y se aleja de los sindicatos y los movimientos sociales. Con ello, se produce una aproximación al mundo de los negocios de tal suerte que sus diferencias con la derecha son inapreciables y parece formar un todo indiferenciado con ella (el establishment) al servicio de los poderosos.

Si los gobiernos  socialdemócratas no pueden cambiar nada relevante, la democracia se uniformiza de manera intrascendente puesto que da igual quién gobierne si ciertos intereses y líneas son intocables. La mera gestión del neoliberalismo (con leves reajustes sociales paliativos) socava las bases socialdemócratas (lo que implica retrocesos electorales en las formaciones tradicionales) y favorece objetivamente la irrupción de movimientos espontáneos de protesta al margen de los partidos. Un Estado del bienestar residual no es alternativa deseable y es totalmente insuficiente aferrarse a la expansión de derechos civiles para diferenciarse de la derecha (aborto, matrimonios gais) si las políticas económicas van a ser continuistas.

Esta aceptación resignada del statu quo de la socialdemocracia hace que muchos sectores sociales desfavorecidos busquen otras opciones de protesta, hoy mayoritariamente lideradas en varios países europeos por formaciones de la derecha radical populista, con raras excepciones de izquierda (Grecia o España). Por tanto, cuanto más se desplace la izquierda al  centro en tiempos de crisis y austeridad a ultranza, menos posibilidades tendrá la socialdemocracia como opción mínimamente atractiva y no dejará de perder apoyos sociales.


[1] Gonzalo Fernández de la Mora y Mon (1924 - 2002) fue un político y ensayista español, miembro del Consejo Privado de Don Juan de Borbón desde 1959, progresivamente se fue acercando al círculo de poder franquista y fue nombrado Subsecretario en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Ministro Plenipotenciario de primera clase y fue Ministro de Obras Públicas al final de la dictadura.
Durante lo que se conoce como la Transición fundó la Unión Nacional Española, uno de los partidos que formó Alianza Popular. En 1977 dejó AP y la dirección de la UNE cuando dieron su apoyo a la Constitución de 1978 (suya es la frase «España no necesita constitución porque es un Estado perfectamente constituido»). En 1979 fue uno de los fundadores del partido Derecha Democrática  Española. Hay autores que afirman que los «inmovilistas» (que se oponían a los «aperturistas» en el intento de éstos por reformar el franquismo dentro del propio franquismo en sus últimos años) encontraron su filósofo en Gonzalo Fernández de la Mora quien, bajo el seudónimo Diego Ramírez, lanzaba violentas diatribas contra el aperturismo y la democracia.
.
[2] Esta es una tendencia que se viene observando ya desde los años ochenta del pasado siglo, coincidiendo con los gobiernos, por ejemplo, de Felipe González en España o de Laurent Fabius en Francia y debe recordarse que fue presentada como “modernización” ideológica, siendo de hecho una renuncia a toda política de reforma del capitalismo y de control  sobre el mismo. La “tercera vía” apostó por el recorte del gasto público social, la reducción de impuestos a las grandes fortunas, las liberalizaciones, las desregulaciones y las privatizaciones (las nacionalizaciones quedaron totalmente descartadas), siendo la “competitividad” el gran mantra en detrimento de la igualdad, con la paradoja de que los partidos socialdemócratas empezaron a tener un entendimiento mucho más fluido con empresarios y financieros que con los sindicatos, éstos últimos, por cierto, cada vez más débiles

[3] Ignacio Urquizu – La crisis de la social democracia ¿qué crisis? –Editorial Catarata

[4] Dr.Ashley Lavelle - The death of social democracy: political consequences in the 21st century – Ashgate Publishing Limited, Aldeshort, UK

No hay comentarios:

Publicar un comentario