En estos tiempos de nuestro devenir político y social en los
que uno no sabe muy bien si estamos en período pre o post electoral dentro de
este frenesí de campaña y crispación continuada en el que algunos pretenden que
se convierta la política se está observando como muletilla común en todos los
discursos que protagonizan los dirigentes y cargos del partido actualmente en
del gobierno un conjunto de ideas que, al igual que el famoso tormento de la
gota malaya, se persigue que calen en el subconsciente de la ciudadanía hasta
conseguir que se admita como lo más normal y no se cuestione su razonabilidad.
Nos referimos a esas maniobras conducentes a considerar perverso cualquier acto
político (alianzas en particular) mediante el cual el partido en el gobierno se
ha visto relegado del poder, en el que, al parecer, aspiraba a eternizarse. Y
si hay que llegar a la modificación de la ley electoral a su gusto, pues se
hace, faltaría más.
Salvando las distancias, esa manía monotemática nos recuerda
al empeño de muchos, a través de los tiempos, en conseguir cuadrar el círculo,
esto es, dibujar con regla y compás un cuadrado equivalente a un círculo
dado, es decir, que tenga su misma área. Este es un problema que preocupó a
todos los matemáticos, hasta que, en 1882, Lindemann[1]
demostró que era imposible la solución exacta. Hay que decir que esto no
tiene importancia en la práctica, pues el error de la construcción geométrica
es tan pequeño que en una circunferencia de un metro de diámetro, no excedería
de 0,5 milímetros. Y todavía hay construcciones más exactas, de modo que el
simple grosor de las líneas excede en mucho al error teórico.
Para ilustrar el grado de popularidad que alcanzó el
problema, recordemos unas páginas de nuestro Miguel de Cervantes. En “El
coloquio de los perros” narra Berganza episodios de su vida en el Hospital de
Valladolid; fue allí testigo de las conversaciones entre varios locos: un poeta
que no encuentra príncipe bastante ilustre a quien dedicar su obra, un
alquimista que no acaba de hallar la piedra filosofal y un matemático que se
expresa así:
“- Bien han exagerado vuesas mercedes sus desgracias;
pero, al fin, el uno tiene libro que dirigir y el otro está en potencia
propincua de sacar la piedra filosofal; mas ¿qué diré yo de la mía, que es tan
sola que no tiene donde arrimarse? Veintidós años ha que ando tras de hallar el
punto fijo[2], y
aquí lo dejo y allí lo tomo, y pareciéndome que ya lo he hallado y que no se me
puede escapar en ninguna manera, cuando no me cato, me hallo tan lejos de él,
que me admiro. Lo mismo te acaece con la cuadratura del círculo: que he llegado
tan al remate de hallarla que no sé ni puedo pensar cómo no la tengo ya en la
faltriquera; y así es mi pena semejante a la del Tántalo, que está cerca del
fruto y muere de hambre, y propincuo al agua y perece de sed. Por momentos
pienso dar con la coyuntura de la verdad, y por momentos me hallo tan lejos de
ella, que vuelvo a subir el monte que acabé de bajar, con el canto de mi
trabajo a cuestas, como otro nuevo Sísifo.”
Muchos ejemplos presenta todavía la realidad de ilusos como
el de Cervantes. Peores, mejor dicho, porque al fin éste sabía que no había
encontrado la solución y se limitaba a buscarla, por lo cual no puede llamarse
locura a su razonamiento; locura fue, por ejemplo, la de Jaime Juan Falcó[3]
(final del siglo XVI), un poeta al que le entró la ventolera de hallar la
cuadratura del círculo, arrastrado por su afición a la geometría, su pasión por
lo difícil y lo extravagante, y, en fin, el afán, tan típicamente renacentista,
de superar a los antiguos, quienes habían porfiado en vano por cuadrar el
círculo de forma rigurosa. Se entregó en cuerpo y alma a su objetivo: pasaba
las noches cavilando y vivía rodeado de compases y reglas, casi olvidado de la
higiene y la comida. Pronto advirtió lo inútil de sus esfuerzos y quiso
abandonar la empresa, pero comprobó con horror que ya era demasiado tarde:
pensar en la cuadratura se había vuelto una obsesión tan invencible como
el problema mismo de la cuadratura. Imploró, desesperado, el auxilio del cielo
para escapar de tan difícil trance, pero cuando la cordura ya le empezaba a
flaquear, creyó haber obrado el imposible milagro. A la manera de Arquímedes,
salió corriendo de su casa desnudo —o en paños menores, que las fuentes
discrepan en este punto— y se puso a alborotar el vecindario con un grito
inverosímil de triunfo: Circulum quadravit Falcó quem nemo quadravit! (¡Falcó
ha cuadrado el círculo, que nadie ha cuadrado!). Publicó su hallazgo el año
1587, en Valencia, en un tratado que se conocería con el título De
quadratura círculi. Rápidamente ganó elogios pero también reprobaciones
pero lejos de arredrarse ante estas últimas, hizo reimprimir su obra el año
1591 en Amberes, sin duda para procurarle mayor resonancia internacional.
Y volvemos a la política, sin olvidar que, como con la cuadratura
del círculo, y parafraseando el torero cordobés Rafael Guerra “Guerrita”, lo que no puede ser, no puede ser, y además,
es imposible, por diferentes razones, si se apura, en cada caso. Y,por extensión, lo que no debe ser, no debe ser, como, pongamos por caso, maniobrar e intoxicar para interpretar la norma (y no digamos legislar) de tal forma que se mantengan los privilegios de un partido, por más que en su momento se adquirieran limpia y democráticamente.
Veamos. De entrada, recordemos que en España se encuentra
vigente la norma d'Hondt
para la asignación de escaños, en la que se favorece ostensiblemente a los
partidos mayoritarios, de forma (resumida) si una formación obtiene 100.000
votos, y sus dos rivales 50.000 cada una, la asignación de escaños queda muy
lejos de esta proporcionalidad de votos.
Luego está esa cantinela de “la lista más votada”, cuyo uso recurrente
exhibe un grave déficit de cultura democrática ya que sólo tiene sentido cuando
existe declarado bipartidismo pero no cuando hay varias formaciones que
conducen a la dispersión del voto (formaciones que, recordemos, ya resultan
penalizadas de inicio según la aplicación de la norma d’Hondt). Y, viendo la
práctica, supongamos que el partido de ideas A ha obtenido 100.000 votos, y los
partidos de ideas B1, 60.000, B2 50.000 y B3 40.000. Efectivamente, la lista A
es la ganadora en voto directo, pero la idea B (con sus matices) la aventaja en
voto popular, luego plantear alianzas forma parte de la acción política, y
denostarlo es mezquino.
También es jugar sucio el proponer (cuando se percibe
atomización en las formaciones rivales) el premiar a la lista más votada con un
plus de escaños, como ocurre en países como Grecia. Dicho sea de paso, en este
punto, que se despotrique sin freno contra la política griega a la vez que se
propone sin empacho imitarla cuando el viento sopla a favor en intención de
voto, resulta, usando un calificativo políticamente correcto, llamativo.
Y todo ello, por ley. Increíble. No es bueno asistir al
triste espectáculo de que el partido en el poder legisle en su beneficio
(aunque sólo sea por la razonable precaución de que “la tortilla se vuelva”),
pero estamos en un país hermoso y raro, en el que pocos han eludido la
tentación de “legislar en caliente” en demasiadas cosas. Ojalá se imponga, en
esto también, el sentido común vista la aconsejable imposibilidad de cuadrar el
círculo.
[1] Carl
Louis Ferdinand von Lindemann (1852-1939) fue un matemático alemán conocido,
sobre todo, por la demostración en 1882 de que el número π
es un número trascendente, es decir, no es cero de algún polinomio con
coeficientes racionales, lo que significa que, entonces, el clásico problema
griego de la cuadratura del círculo no puede ser resuelto.
[2] Hallar el
punto fijo es el problema de determinar la longitud geográfica en los viajes
marítimos, problema cuya resolución urgía en la práctica hasta el punto de que
Felipe II estableció un premio importante para quien lo resolviese. Galileo se
ocupó de él sin éxito. El problema no pudo ser resuelto hasta mucho más tarde
(1764) cuando el relojero inglés John Harrison construyó el cronómetro
compensado.
[3] Jaime
Juan Falcó y Segura o Iacobus Falco (1522-1594) fue un humanista,
matemático y poeta valenciano del Renacimiento. La mayoría de su obra se incluye
en los cinco libros de sus Opera Poética, en los que se contienen
composiciones de tema muy vario. Pero es conocido, ante todo, por ser el autor
del tratado De quadratura circuli (Valencia, 1587), un poema sobre este
insoluble problema matemático de nulo valor científico. Parece que también
versificó nada menos que la Ética, de
Aristóteles.
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