domingo, 21 de agosto de 2022

Les Luthiers pese a todo.



Hoy
, 21 de agosto de 2022, se cumplen siete años de la muerte de Daniel Rabinovich, alma reconocida del grupo Les Luthers, y con ella el inicio del proceso del fin del grupo, tal como lo conocíamos y admirábamos puesto que ellos, a través de la combinación de parodias musicales y diálogos en clave de humor, habían conseguido convertirse en uno de los grupos de humor más divertidos dentro de la escena cultural, representativo dentro de su país, Argentina, y fuera de él, inconfundibles, únicos y muy populares. Tal proceso se vio corroborado por la muerte, cinco años después, de Marcos Mundstock, con su voz, única e irrepetible, y su presencia sobre el escenario, siempre con su carpeta roja y frente al micrófono, que cautivaba al público antes de decir una sola palabra. Si a ello le añadimos la retirada “por cansancio” en 2017 de otro histórico del grupo, Carlos Núñez Cortés, los nubarrones se generalizan. Ya en 1973 falleció uno de sus fundadores, Gerardo Masana, y el grupo siguió. En un principio, Les Luthiers nació en 1967 como un cuarteto formado por Masana, Mundstock, Rabinovich y Maronna que, viendo el auge de los coros universitarios en la ciudad de Buenos Aires, se formó un grupo de artistas capaces de ofrecer al público un espectáculo teatral lleno de música, monólogos y diálogos de culto, formado por auténticos maestros de la palabra, de la música y del humor. Además de su magia encima de los escenarios, este grupo se diferencia por el uso de la música como uno de los elementos protagonistas durante sus actuaciones; los instrumentos que podemos ver en cada uno de sus shows están creados gracias a materiales comunes de nuestro día a día. El éxito y el paso de los años hicieron que se fuera ampliando el grupo hasta un máximo de siete componentes al integrarse Carlos Nuñez Cortés y, más tarde, en 1971, Carlos López Puccio y Ernesto Acher (nombres míticos hoy).


Todo empezó realmente en
1958, cuando se crea el Coro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, con alumnos de distintas disciplinas, en el que se integrarán una setentena de estudiantes, entre ellos Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés, Daniel Rabinovich y Jorge Maronna; también entra en el coro Gerardo Masana, alumno de arquitectura (de abuelos catalanes), un habilidoso joven con gran sentido del humor, capaz además de construir cualquier cosa; que tenía estudios musicales y estaba dotado de un gran oído y de una buena voz de barítono (Masana y su amigo Carlos Iraldi construyen el primer “instrumento informal” del grupo, el contrachitarrone da gamba, un híbrido de guitarra y chelo; o sea, una guitarra vertical, apoyada sobre un pie. Masana será el gran fundador; el padrino primigenio de lo que luego vendría. Ya en 1965 nace el grupo I Musicisti, parodia del famoso grupo italiano I Musici, especializado en la música del barroco (los espectáculos de I Musicisti se basarán en guiños humorísticos destinados sobre todo a un público muy conocedor de la música clásica; incluyen entre sus instrumentos un serrucho a modo de violín y una flauta de cartón), y precedente de Les Luthiers. La formación consta de diez integrantes. O sea, eran un “diezteto”... Tal vez un “decateto”. Finalmente, en 1967 se crea el grupo Les Luthiers. Maronna propone ese nombre, que significa “constructor de instrumentos de cuerda”. El nuevo grupo estrena el 2 de octubre de ese año el espectáculo Les Luthiers cuentan la ópera, en el que aparecen con sus “instrumentos informales” y recuperan su vieja ópera humorística Il figlio del pirata. La crítica los aclama. Unas 5.000 personas ven el espectáculo. Son cuatro componentes; pero contratan colaboradores y cantantes ocasionales para algunas escenas. Su fama crece entre las minorías; pero aún no crecen las minorías. En 1973 muere Gerardo Masana, a los 36 años, el golpe más duro sufrido por el grupo. El año 2000.Les Luthiers descubren que son humanos, que a veces enferman y hay que suspender una función o una gira, por lo que deciden contratar a un “reemplazante” que domina el piano, el saxo, la guitarra, la batería… ¡y el bass-pipe a vara!… Fue escogido Tato Turano tras una prueba a numerosos candidatos. Turano dirigía antes un cuarteto de jazz. Otros reemplazantes, aunque esporádicos, han sido Marcelo Trepat y Gustavo López Manzziti. En la actualidad cuentan, pues, con tres sustitutos estables. Pero, como escribe Daniel Samper en su biografía de Les Luthiers, Tato Turano es el reemplazante” titular..


Y
la vida sigue. La formación, reconvertida de nuevo en sexteto con las incorporaciones hechas para suplir el fallecimiento de dos de sus históricos componentes y el abandono del grupo por parte de un tercero, triunfa con su obra ‘Viejos hazmerreíres’1, una selección de nueve piezas, más un “añadido fuera de programa” (señal de identidad de todas sus actuaciones), que recorre sin fisuras una trayectoria hilarante y exitosa de más de cincuenta años sobre los escenarios. Cierto es que cada seguidor del grupo, cada uno de los espectadores haría su propia selección de obras. Resulta imposible no echar de menos algunas otras piezas de la formación, incluidas, eso sí, en anteriores antologías. Pero las nueve piezas que conforman estos ‘Viejos hazmerreíres’, algunas aún tan lozanas como cuando fueron creadas, resumen muy bien los puntos fuertes de un grupo que desde hace más de cincuenta años hace reír con sus juegos de palabras, con su humor ‘ultrainteligente’ (si existiera tal más allá), con sus continuos equívocos, con su mordaz ironía, con esa sencilla puesta en escena que persigue que el espectador se imagine, detrás de un escenario vacío y de seis caballeros trajeados con postín, que está viendo un libidinoso navío español atacado por unos piratas, un estadounidense local nocturno de jazz, un rítmico cuarto de baño con instrumentos impensables, una sala de baile donde resulta posible aprender, o casi, filosofía a ritmo de cumbia o un surrealista estudio radiofónico en el que el tiempo transcurre al revés. Les Luthiers no ha perdido frescura. Sus piezas se mantienen inalterables demostrando que el humor, si está bien elaborado, no envejece; que los grandes temas, como ocurre con los clásicos grecolatinos, son tan resistentes al paso del tiempo como las propias carcajadas que surgen cuando se ponen en solfa los convencionalismos sociales, la corrupción política, las relaciones de pareja o la desternillante postura de la cúpula eclesial ante la cópula. No es casualidad que, a lo largo de su carrera, los diversos miembros de Les Luthiers han sido galardonados con numerosos premios por su trayectoria, dedicada en cuerpo y alma, a la cultura: la Orden de Isabel la Católica, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades y el premio Grammy Latino especial.a la Excelencia Musical son solo algunos de los grandes reconocimientos a su arte y creatividad. Claro que se echan de menos, porque sería muy difícil no hacerlo al recordar sus interpretaciones, los rostros que formaban el quinteto que durante más años se mantuvo inalterable sobre los escenarios, con las figuras destacadas de Carlos Núñez, retirado, y de los desaparecidos Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock. Pero también hay que resaltar que Carlos López Puccio y Jorge Maronna, los dos que se mantienen de aquel quinteto, se han hecho acompañar en el escenario de un cuarteto que mantiene con holgura el nivel habitual del grupo argentino, algunos de ellos, de hecho, ya estaban en la compañía como suplentes ante cualquier imprevisto en los espectáculos de los últimos años.


Son músicos y cómicos. Pero sobre todo son queridos, admirados y un icono humorístico que no conoce ni de generaciones ni de fronteras. Ahora, Les Luthiers vuelve, y lo hacen tras un fuerte y prolongado parón provocado,
entre otras cosas, por la pandemia: dos años han tardado en subirse de nuevo a un escenario con un público renovado; en palabras de Maronna, Nosotros teníamos 20 años y nuestros espectadores también. Cumplimos 30, 40 y 50 con la misma gente. Y, entonces, hubo un momento en el que empezamos a ver chicos jóvenes en las butacas. Las familias llevaban a los hijos, los niños se sabían nuestras canciones. Creo que tuvo que ver con el fenómeno Youtube. Pero no fue nada que nosotros controlásemos, ningún esfuerzo consciente por rejuvenecerlos”. Es un humor fino, familiar (Les Luthiers no hacen gags sobre políticos concretos ni sobre ningún tema que pueda ser portada de un diario. Si que han hecho chistes sobre estereotipos de políticos. Pero no es lo mismo), basado en las palabras y en una música muy bien hecha. No puede olvidarse que, a excepción de Mundstock, todos sus miembros siempre han sido músicos profesionales con un talento innato para esta profesión. La música de Les Luthiers siempre ha tenido complejidad y belleza… y de fondo, la música con el célebre Mastropiero2 a la cabeza. Esos temas de mil ritmos distintos nacidos de la imaginación de estos constructores de instrumentos que, también, construyen esas historias de humor tan necesarias para pasar la vida un poco mejor.


 

 

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1Viejos hazmerreíres, es una antología de gags que aparece en forma de audición radial. Es una radiotertulia conducida por dos supuestos periodistas que presentan una serie de actuaciones musicales: hay una zarzuela, una música de la India, un supuesto grupo inglés, una bossa nova, una pieza de jazz, una canción que es una loa al cuarto de baño ejecutada con aparatos sanitarios. Ahí aparecen instrumentos hechos parta la ocasión como el nomeolbidet, la desafinaducha, el calentadófono, la lira de asiento...

2Johann Sebastian Mastropiero es un compositor musical ficticio del grupo de músicos y humoristas argentinos Les Luthiers quienes, en cada una de sus presentaciones, utilizan diversos personajes, entre los que destaca Mastropiero, quien aparece reiteradamente en sus espectáculos como autor de muchos de sus números musicales. No me resisto a incluir aquí La verdadera historia de Johann Sebastian Mastropiero según los propios Les Luthiers: Mastropiero es sin duda uno de los compositores que han motivado mayores polémicas entre los musicólogos. Por ejemplo, diversos autores coinciden en que nació un 7 de febrero, pero no se ponen de acuerdo respecto del año, y ni siquiera del siglo. Del mismo modo, diversos países se disputan su nacionalidad, sin que hasta el momento ninguno de ellos haya transigido en aceptarla. Tampoco se conoce la fecha exacta de su muerte; y ni siquiera se sabe si murió. Aún su nombre de pila, Johann Sebastian, es materia de discusión, ya que también fue conocido por otros nombres: Peter Illich, Wofgang Amadeus, etcétera. Por ejemplo, firmó su tercera sinfonía como Etcétera Mastropiero. Lo único que se sabe con certeza sobre Mastropiero es que el Viernes Santo de 1729, la catedral de Leipzig fue testigo del estreno de una "Pasión según San Mateo" que, definitivamente, no le pertenece. Su primer maestro fue un maestro de capilla. Así lo recuerda el propio Mastropiero en sus memorias: "De niño yo poseía una agraciada voz y muy temprano comencé a cantar en la iglesia, hasta que se despertó el sacristán. El bondadoso anciano, impresionado por mi voz, me llevó ante el maestro de capilla, un obeso sacerdote que había dejado los hábitos y no se acordaba dónde. Él fue mi primer mestro de música". A los veintitrés años, Mastropiero comenzó a tomar clases de música con Franz Schutzwarg, de tan solo cuatro años de edad. El profesor Wolfgang Gangwolf también fue maestro de Mastropiero, durante la época de su composición de la opereta rusa "El zar y un puñado de aristócratas". Gangwolf le aconsejó vivamente que no compusiera la opereta, consejo que Johann no tomó en cuenta. Sobre el padre de Mastropiero es poco lo que se puede decir. Se sabe, eso sí, que siempre se opuso a la carrera artística de su hijo. En la época en Johann Sebastian componía una opereta rusa su padre le envió una carta en que le pedía encarecidamente que abandonara la música. El compositor se vio obligado a optar entre su familia y la música, y eligió la música, para desgracia de ambas. Terminó de componer la opereta, y a fin de evitar más conflictos con su familia, se dispuso a firmarla con un seudónimo: Johann Severo Mastropiano. Enterado el padre, le mandó otra carta en la que le decía: "Hijo mío, si usas ese seudónimo, todos sabrán que no solo soy el padre del compositor, sino también el padre de un imbécil". Johann Sebastian reconoció que esta vez su padre tenía razón, y se cambió el seudónimo: firmó la operata como Klaus Müller. Esto solucionó por fin el problema con su familia, pero le acarreó demandas penales de treinta y siete familias de apellido Müller. Tuvo una nodriza, Teresa Hochzeitmeier, quien lo inspiró a escribir el cuento orquestal "Teresa y el oso". Dice Mastropiero en sus memorias: "Los personajes de 'Teresa y el oso' están inspirados en Libi y Dini, mis dos ositos de felpa, y en Teresa Hochzeitmeir, mi nodriza. Con ellos yo dormí hasta los cinco, siete y veintiséis años, respectivamente". Johann Sebastian tiene un hermano gemelo de asombroso parecido con él. Lleva por nombre Harold, y es un mafioso que vive en Nueva York. Harold Mastropiero explotaba un sórdido local en el que funcionaban un cabaret clandestino, un salón de juegos prohibidos y un centro de apuestas ilegales. Pero en realidad, el local era solo una pantalla para ocultar la verdadera fuente de sus fabulosos ingresos: en los fondos funcionaba un almacén. Tuvo una tía, Matilde, a quien dedicó su Cuarteto Opus 44.

 

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