Hoy, nuestras reflexiones nos llevan a un tema muy delicado y sin solución aunque persistente, que se ha de abordar “con pinzas” y, por supuesto, con sumo respeto. A lo largo de los últimos años y, en especial, desde el inicio de la pandemia por Covid-19 en el año 2020, la salud mental de los niños y adolescentes se ha deteriorado. Pero no es todo culpa de la pandemia; antes de ella ya se estimaba que en torno al 10% de los niños y al 20% de los adolescentes sufría trastornos mentales, con consecuencias que se pueden prolongar a lo largo de toda su vida y, en la actualidad, tras los estragos de la Covid, los adolescentes presentan más ansiedad, síntomas depresivos, autolesiones y conductas suicidas. Así lo ha constatado el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, que reclama a las autoridades aumento de recursos para atender la salud mental de niños y jóvenes, el futuro, tanto a nivel hospitalario como en Atención Primaria. Hay que decir que la salud mental incluye nuestro bienestar emocional, psicológico y social. Afecta la forma en que pensamos, sentimos y actuamos cuando enfrentamos la vida y ayuda a determinar cómo manejamos el estrés, nos relacionamos con los demás y tomamos decisiones. La salud mental es importante en todas las etapas de la vida, desde la niñez y la adolescencia hasta la edad adulta y la vejez. Ninguna persona que no tenga sus necesidades básicas y las de su entorno cercano garantizadas puede tener paz mental y tranquilidad. Esta situación de incertidumbre y miedo puede despertar todos los síntomas y patologías mentales a las que estemos genéticamente predispuestos. Fuentes de la Organización Mundial de la Salud opinan que las políticas estatales deberían ocuparse, además de los propios trastornos mentales y de su patología, de reconocer y abordar cuestiones más amplias, subrayando la importancia de la promoción de una salud mental integral con medidas de apoyo a los niños y ancianos, propiciando la emancipación socioeconómica de la mujer, estableciendo programas dirigidos a grupos vulnerables, no olvidar la salud mental en el trabajo, etc.
Un caso límite de trastorno es el de las conductas suicidas (que nada tienen que ver con la pandemia). En primer lugar, el trastorno mental ni es una condición necesaria ni suficiente para el suicidio; que exista relación entre una psicopatología y la conducta suicida no autoriza a concluir que la psicopatología sea la "causa" del suicidio, que un diagnóstico de depresión acompañe como una larga sombra a las conductas suicidas, no significa que el "cuadro" clínico sea la variable relevante para entender la "escena" y "acto" suicida: Se confunde un factor de riesgo con un factor decisorio y más aún, esta confusión se propaga como "verdad" a través de los medios de comunicación; institución social que se caracteriza por el hecho de que al informar sobre la realidad, crea significados y realidades. En ellos se afirma, por ejemplo, que el "suicidio patológico" es aquél que es "causado" por una "enfermedad mental", sin aportar mayor información1. Con datos anteriores a esta pandemia, el número de muertes por suicidio en España creció en 2019 un 3,7% respecto al año anterior, hasta un total de 3.671 personas, lo que supone un aumento respecto a 2018, año en el que la cifra se elevó a 3.539 personas. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, por edad, el mayor número de fallecimientos se produjo en la franja de los 30 a los 39 años, seguida por la franja de 50 a 54 y de 45 a 49 años, lo que lo convierte en una de las principales causas de muerte en el país; el suicidio es el mayor problema de salud pública en Europa, con una tasa de prevalencia de 11.93 por 100.000 y, a nivel mundial, cada año se suicidan casi un millón de personas, Lo peor es que por cada persona adulta que decide quitarse la vida, posiblemente más de otras 20 lo han intentado, y cada suicidio afecta íntimamente al menos a otras seis personas. Sin embargo, suicidio aún es sinónimo de silencio. Las muertes autoinflingidas en España siguen siendo un tabú directamente relacionado con la salud mental y pocas veces ocupan un lugar relevante en debates, tertulias y en los propios medios de comunicación, donde en muchas ocasiones se opta por silenciarlo, sencillamente porque no saben cómo tratarlo, aunque también para no generar el denominado “efecto llamada”. Aunque la psicopatología es, ciertamente, un factor de riesgo, no es el único. Habría otros factores de riesgo2; entre ellos los antecedentes de maltrato y abuso sexual infantil y los factores psicosociales sin olvidar los determinantes sociales (educación, condiciones laborales, vivienda e ingresos económicos) y los conflictos existenciales y culturales. La insistencia en sobredimensionar la importancia del factor diagnóstico en detrimento de otros, tanto o más importantes, tiene más un sentido ideológico, basado en intereses (comerciales-económicos, profesionales-corporativos o sociales-políticos), que científico, basado en evidencias.
En su informe mundial ”Prevención del suicidio: un imperativo legal”, del año 2019 (anterior al inicio de la pandemia), la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el suicidio como un problema de alta prioridad para la salud pública, alentando a todos los países a desarrollar estrategias de prevención. En el Plan de Acción Sobre Salud Mental 2013-2020 (extendido hasta 2030), los Estados miembros se comprometieron a trabajar para alcanzar la meta mundial de reducir las tasas nacionales de mortalidad por suicidio en un 10% para el año 2030.La Unión Europea también considera el suicidio un problema de salud al que hay que dar una respuesta prioritaria. De esta forma, en el año 2013 (mucho antes de la pandemia) se impulsa la Acción Conjunta para la Salud Mental y el Bienestar con la finalidad de establecer un marco para el desarrollo de políticas de salud mental en el ámbito europeo, que ayuden a promover la salud mental, la prevención de los trastornos y la mejora de la atención e inclusión social de las personas que padecen estas enfermedades. Para ello se plantea un proceso de trabajo colaborativo entre los Estados miembros de la UE y se establecen cinco áreas de actuación, siendo una de ellas, el abordaje de la depresión y el suicidio, así como la implantación de enfoques en cibersalud. En España, la Estrategia Nacional de Salud Mental (actualización 2009-2013, también anterior a la pandemia) recoge las actuaciones concretas en el ámbito de prevención de suicidios divididas en seis líneas estratégicas como la prevención, detección precoz y abordaje de la conducta suicida, la formación del personal sanitario y la coordinación intrainstitucional e interinstitucional, entre otras. Aunque las tasas de suicidio anuales en nuestro país han mantenido una tendencia descendente desde el año 2000, es importante destacar que en el año 2013 se realizó un cambio en la metodología en la recogida de datos, lo que se debe tener en cuenta al interpretar esta tendencia.
O sea, que ya se ve que es algo que viene de lejos y que, aunque la pandemia lo ha puesto descarnadamente encima de la mesa, las causas van mucho más allá de ella, con un trasfondo alineado con la desestabilidad familiar, social, económica,… que es la que hay que atajar. Claro, que si se quiere culpar sólo al Covid y se sigue sin afrontar las causas de fondo ….
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1No es lo mismo el deseo de escapar de un sufrimiento intolerable agravado por el significado de cronicidad y estigma atribuido a una "enfermedad mental" (trastorno bipolar), que el deseo de morir tras un estado de desmoralización y desesperanza que nubla cualquier prospección positiva de futuro (depresión), que la respuesta de huida ante unas voces imperativas que incitan a tirarse por la ventana (esquizofrenia), que la conducta autodestructiva impulsiva tras una pérdida o rechazo afectivos (trastorno límite), etc. No basta con constatar que ahí había un diagnóstico psiquiátrico, como si la relación entre trastorno mental-conducta suicida fuera causal, lineal, evidente y unívoca.
2La conducta suicida no es una conducta aleatoria sino que, en cierta medida, se puede predecir, ya que se encuentra asociada a ciertos factores que aumentan la probabilidad de desarrollar ideaciones y conductas suicidas.
• Factores sociodemográficos
– Sexo: las mujeres presentan tasas superiores de ideación suicida e intentos de suicidio. Los hombres tienen una mayor tasa de suicidios consumados.
– Edad: el suicidio aparece en todas las edades, pero son los jóvenes (15-34 años) y las personas mayores (>65 años) los grupos con mayor riesgo de suicidio.
– Origen étnico: la tasa de suicidio es mayor en personas de raza blanca. La emigración, y el desarraigo que conlleva, aumentan el riesgo de suicidio.
– Estado civil: se observa una mayor tasa de suicidios en hombre y mujeres solteros, divorciados o viudos. Vivir solo también se considera un factor de riesgo.
– Situación laboral: La pérdida del empleo, más que la situación de desempleo, está asociada al suicidio.
• Factores medioambientales
– Antecedentes familiares de suicidio: existen dudas sobre si la relación entre este factor y el riesgo de suicidio se debe a factores genéticos o está más relacionado con el ambiente familiar y social en el que crece el individuo.
– Hechos vitales estresantes: la mayoría de las personas que optan por el suicidio han vivido hechos estresantes en los tres meses previos al mismo, sobre todo problemas interpersonales, pérdidas de seres queridos, problemas escolares, laborales y financieros, situaciones de jubilación, etc.
– Conducta suicida previa: la existencia de antecedentes personales de suicidio es uno de los factores de riesgo más claros que aumenta la posibilidad de un nuevo intento de suicidio. Del 10% al 14% de las personas con tentativas de suicidio lo consuman.
– Disponibilidad de medios para cometer suicidio.
• Factores clínicos
– Padecimiento de una enfermedad o discapacidad: el riesgo de suicidio es mayor si se padece una enfermedad crónica o una discapacidad. Además, ciertos factores asociados a estas enfermedades contribuyen a aumentar el riesgo (pérdida de movilidad, desfiguración, dolor crónico, pérdida de estatus laboral e interrupción de las relaciones personales). La discapacidad y un mal pronóstico de la enfermedad están relacionados con el suicidio. Algunas de las enfermedades y discapacidadesmás relacionadas con el riesgo de suicidio son: trastornos neurológicos, cáncer, VIH, enfermedades crónicas renales y hepáticas, esclerosis múltiple, trastornos osteo-articulares con dolor crónico, trastornos sexuales, discapacidades motoras, visuales y auditivas y trastornos mentales. El riesgo de suicidio es mayor en fases tempranas de la enfermedad y en los primeros seis meses tras el alta de un ingreso psiquiátrico. Por otro lado es importante tener en cuenta que, además de factores de riesgo, se han identificado una serie de factores que actúan como agentes protectores contra el comportamiento suicida:
• Factores personales
– Poseer habilidades para la resolución no violenta de conflictos y la superación de problemas.
– Tener confianza en uno mismo y en sus logros, es decir, valorarse personalmente.
– Buenas habilidades sociales y de comunicación.
– Apertura a nuevos conocimientos, experiencias y soluciones que nos aporten otras personas.
• Factores sociales y medioambientales
– Apoyo familiar: contar con una familia estructurada con fuertes lazos entre sus miembros.
– Estar integrado socialmente, manteniendo buenas relaciones interpersonales con el entorno. El efecto protector se ve aumentado si se participa en alguna red de apoyo comunitario (club social, grupo parroquial, equipo deportivo, etc.).
– Poseer creencias religiosas.
– Adoptar valores culturales y tradiciones.
– Tener un acceso restringido a medios de suicidio.
– Recibir una adecuada atención integral bajo el principio de continuidad de cuidados.
– Tener fácil acceso a mecanismos de búsqueda de ayuda.
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