martes, 14 de febrero de 2012

Es carnaval: ¿fuera máscaras?

La reciente publicación del Real Decreto Ley referido a la esperada reforma laboral merece una reflexión alejada, aunque complementaria, de los análisis que estos días se están realizando desde diferentes ámbitos, sean como parte afectada (trabajadores o empresarios) o como observadores preocupados.
En nuestra opinión hay demasiados puntos de fricción innecesaria  en ese texto, promulgado por un gobierno (no se olvide) con mayoría absoluta y destinado, por tanto, a su aprobación sin más en el Parlamento.
El primer punto es la propia génesis de esta reforma que no es una respuesta a la crisis actual como se ha querido vender, sino una revisión en todas regla de las relaciones laborales tal como están legisladas. No es una respuesta a la crisis porque, si se admite que las medidas impositivas sí lo son, éstas se han tomado (así se ha dicho hasta la saciedad) de forma temporal, término que no se ha aplicado a la reforma, que nace con voluntad de que sea definitiva. No es una respuesta a la crisis porque eso equivaldría a suponer que esta situación ha estado originada por la forma de entender las relaciones laborales, cuando lo cierto es que su origen, como se sabe, tiene más que ver con la codicia de "los mercados" que con el bienestar (?) de las clases trabajadoras. Ahondando en ese aspecto, resulta malévolo y ruin hacer creer que limitando los derechos adquiridos por los trabajadores se soluciona la crisis. rotundamente no. La crisis es estructural, y hasta que no se acuda a su raíz no se podrá acometer su solución auténtica y duradera.
Se dice que los términos de la relación laboral que contiene esta reforma permitirá a los empresarios capear mejor situaciones difíciles ajustando su personal a las necesidades. Bien, pero debe recordarse (es duro, pero verìdico) que la Ley se promulga para la gente honrada. Y si con las actuales leyes "que tenían al empresario atado de manos" se han perpetrado atrocidades de gestión que han desembocado en cierres traumáticos de negocios, no es descabellado suponer lo que algunos llamados empresarios pueden llegar a hacer. No es demagogia populista: hay estadísticas de negocios mal gestionados que han abocado al cierre; hay estadísticas de empresas vilmente descapitalizadas por "empresarios" indecentes que después no han tenido reparos en llorarle a las administraciones (o, más llanamente, a su entorno cercano)   culpando de manera infame a los propios trabajadores a los que ha estafado Y sin dramatizar, si eso ha sido así con políticas aparentemente proteccionistas ¿podrían incrementarse esas actitudes con la nueva norma.
Hay un síntoma adicional inquietante que no debe pasarse por alto: la OCDE se ha apresurado a felicitar al gobierno por la reforma, pero no porque sea o no válida para asegurar una estabilidad o un cierto nivel de bienestar general ciudadano sino porque son medidas tomadas en la dirección que indican los mercados.
Es muy preocupante. En este punto debería abrirse un debate (pero no se hará) sobre prioridades en concreto sobre si el legítimo derecho a enriquecerse de unos pocos debe primar sobre, simplemente, el derecho a una vida digna de los trabajadores. No puede despersonalizarse el problema asignando a una persona la categoría de ficha de ajedrez en una partida en la que otra decide sobre su ser. En el mejor de los casos, es esa una concepción paternalista de la relación que se mantiene mientras quienes juegan la partida registran el nivel de beneficio económico esperado (aún resuenan en mis oídos las palabras fatuas de un "líder empresarial" jactándose de que gracias a él comían cuarenta familias -sic- poco tiempo antes de que engañara, despidiera y estafara a su plantilla cuando no supo acometer los cambios en el mercado, pero esa es otra historia) prescindiendo de que la relación ha de estar basada en otros aspectos y regida por otras normas. Ya lo decía Yupanqui (algún día habrá que reivindicar la actualidad de la poesía popular) en sus versos:
"El estanciero presume / de gauchismo y arrogancia. / Él cree que es extravagancia / que su peón viva mejor / más no sabe ese señor / que por su peón tiene estancia."
En definitiva: es el modelo de sociedad lo que debe cambiarse, no aprovechar "que el Pisuerga pasa por Valladolid" de la crisis para imponer unas leyes que dan la vuelta como un calcetín a avances que no deberían de cuestionarse, más allá del debate de si 20, 33 o 45 días por despido.
El médico de la peste - Carnaval de Venecia


Pero es carnaval. Y como el personaje del médico de la peste del carnaval veneciano, se quiere hacer creer que rellenando de perfumes la aparatosa nariz del disfraz, la peste está solucionada...

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