Dedicado a Antonio Machado, poeta
"Estos días azules y este
sol de la infancia"
Sevilla, 26-07-1875 - Colliure,
22-02-1939
Me atrevo a tomar prestado del admirado
Joan Manuel Serrat el título de este humilde homenaje al enorme poeta que fue
(que es) Antonio Machado Ruiz en el 75 aniversario de su muerte, un aniversario
que, tristemente, se recuerda más fuera de nuestras fronteras que en este país
en el que eso de la Cultura (con mayúscula, por favor) es un término en
recesión dominado cada vez más por oscuros intereses de personajes con sesgo claramente
partidista en una incompresible voluntad de adoctrinamiento ideológico que
pretende acabar, incluso, con la conquistada libertad de pensamiento.
Esa evidencia obliga, en este particular
homenaje, a efectuar un pequeño recorrido por la obra y sentir del poeta para
intentar entender (que no justificar) esa cicatería oficial, esa sordina o
menosprecio, en recordar la fecha.
Hay en la vida de Machado dos
épocas conocidas que marcaron profundamente la evolución de su obra, representadas
por Soria y Baeza, aunque conviene no olvidar otras estancias especialmente
fructíferas que también mencionaremos.
A Baeza llegó Antonio Machado a últimos
de octubre de 1912, para tomar posesión de su cátedra de Lengua francesa en el
Instituto General y Técnico de la ciudad el uno de noviembre.
Heme aquí hoy profesor
de lenguas vivas, ayer
maestro del gai-saber
aprendiz de ruiseñor,
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío
entre andaluz y manchego.
Venía herido en el alma por la pérdida de
Leonor —la esposa niña— y huyendo de Soria, donde vivió con ella por breve
tiempo y adonde le había alcanzado el trágico destino de su muerte.
Creía Machado poder restaurar su vida al
contacto de su tierra andaluza, pero su corazón seguía varado de nostalgia en
las tierras altas del Duero, dos paisajes superpuestos, el exterior y el
íntimo, el que ven los ojos del poeta y el que lleva en el alma, lo que le
provoca una desazón que declara, aún seis años después de su llegada a Baeza,
en carta a su amigo Pedro Chico:
Si la felicidad es algo posible y real —lo que a veces pienso— yo la
identizo mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer
a quien, como V. sabe, no me he resignado a perder, pues su recuerdo constituye
el fondo más sólido de mi espíritu.
La
crisis espiritual que esta dualidad provoca, este paraíso perdido y sumergido lo llevaba el poeta latiendo en el
alma como una espina y así no es extraño que surja una lírica elegíaca en torno
a Leonor, cuya imagen entrañada era la sola compañía del poeta solitario en sus
paseos por la muralla, viendo el campo de Baeza a la luz sombría del amor
perdido:
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
Este era su estado de ánimo, irresignado
y depresivo, hasta el punto de sentirse tentado, según escribe en abril de 1913
a Juan Ramón Jiménez, por el suicidio:
Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro
me salvó, y no por vanidad ¡bien lo sabe Dios! sino porque pensé que si había
en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla.
Hoy quiero trabajar, humildemente, es cierto, pero con eficacia, con
verdad. Hay que defender a la España que surge, del mar muerto, de la España
inerte y abrumadora que amenaza anegarlo todo.
También este estado de ánimo lo
manifiesta en su obra:
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.
Pero empieza a asomar, tras esa sensación
de desánimo y abatimiento, un sentimiento (que ahora se conoce como machadiano)
de objetividad por encima del pensamiento porque la muerte de Leonor no tiene
sólo una versión, digamos, lírica, sino otra supletoria, fundiendo al poeta y
al pensador / meditador en un mismo cuerpo, de forma que concluye que el
sentido o sinsentido del mundo está en íntima conexión con la pérdida de Leonor.
De la crisis de su palabra poética iba a surgir, en primera instancia, el
intelectual radical, y esta conciencia crítica de las necesidades sociales de
su entorno no sólo estimuló su alma jacobina, sino que dio también una más
honda gravedad existencial a su palabra poética. De otra parte, el apremio de
la crisis le llevó a la filosofía, buscando en ella, tal vez, consuelo en su desdicha.
Por eso decidió cursar por libre la carrera de filosofía, entre 1915 y 1918,
acuciado por la necesidad de contar con un título académico para concursar con
mejores expectativas a otras plazas de destino, pero tan ardua disciplina de estudio
estaba realmente sostenida por un interés intrínseco por la meditación
filosófica
En Kant descubrió Machado la grandeza y
el rigor del pensamiento racional puro. "Para
pensar es preciso evitar dos escollos: lo visto y lo soñado" pero la
influencia en su obra es más notable la de Nietzsche[1]. Piensa
Machado que lo fundamental de la filosofía de Nietzsche estaba en la colocación
del ser fuera de la razón y la conversión de la inteligencia humana en un mero
auxiliar de las fuerzas oscuras de la vida, y que la perspicacia que demuestra
al analizar las miserias humanas le parece con toda ironía el resultado del
profundo análisis que llevó a cabo en el interior de su propia persona.
No deja de ser curioso que la influencia
de esta filosofía se note sobre todo en lo que llamaríamos, seguramente de
forma inapropiada, obras populares de Machado. Asuntos como la capacidad de las
canciones populares para expresar de modo directo la voluntad de fuerza vital, el
presente eterno de la naturaleza, el eterno retorno del ser o la espiritualidad,
formaron parte del contenido de poemas de la primera época, aunque Machado no
los utilizara con ánimo mimético, sino para ponerlos en cuestión.
La atracción que Machado sintió hacia las
canciones populares a lo largo de su vida es bien conocida. (Luis Cernuda se
extrañaba de que Machado mencionara con más frecuencia en sus escritos
«coplillas» andaluzas que poemas cultos consagrados por la tradición). Pero las
canciones de los niños no son tan inocentes como a simple vista pudiera
parecer; pero sí ingenuas, en el sentido que Nietzsche da a esa palabra. Tras
su belleza indudable se manifiesta también lo terrible del existir humano. La
canción de los niños y el poema tienen un fin, y tiene un fin, también, la vida
del hombre individual. Pero la vida nunca se acaba. Su melodía es eterna. La
canción de los niños terminará pero el agua de la fuente seguirá manando
eternamente.
Esto
nos lleva a la asunción en la obra de Machado de uno de los puntos más controvertidos
del pensamiento de Nietzsche, como la teoría del eterno retorno aunque declara
que repetir la misma vida una y otra vez, en la eternidad que propone el agua
de la fuente de la canción infantil, también sería repetir indefinidamente la misma
tortura. En este sentido también tuvo el poeta su agonismo, similar al de
Unamuno (La agonía del cristianismo) pero más íntimo y sobrio. Del esfuerzo por explorar y objetivar
estas voces interiores, esta interna duplicidad de su alma de poeta y filósofo,
iba a nacer el impulso decisivo para la redacción de Los complementarios, cuaderno de notas, en que recogía
Machado apuntes variados, glosas, reflexiones, selecciones de poemas, en suma,
materiales diversos, en que iba vertiendo su alma. Se diría que en Los complementarios auscultaba Machado la diversidad de
voces, distintas, contrarias o complementarias a la suya, que pugnaban por
hacerse oír.
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
La crisis produjo además una radicalización
de la preocupación religiosa y política de Antonio Machado. En carta a Unamuno,
a quien más desnudaba su alma, y aún fresca la herida por la muerte de Leonor,
le confesaba un sentimiento de piedad universal, que es de raíz cristiana:
Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente.
Yo tenía adoración por
ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo hubiera preferido mil
veces morirme a verla morir,
hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada
extraordinario en este sentimiento
mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que
muere. […] En fin, hoy vive en
mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de
recobrar. Paciencia y humildad.
En lo que respecta al sentimiento
religioso, Machado se sentía por este tiempo del lado de Unamuno y compartía su
cristianismo cordial y fraterno.
Me parece, más bien, la fraternidad el amor al prójimo por amor al
padre común. [...] Yo no tengo derecho a convertir a mi prójimo en un espejo
para verme y adorarme a mí mismo, este narcisismo es anticristiano […]. El amor
fraternal nos saca de nuestra soledad y nos lleva a Dios.
Entre las dos tendencias del catolicismo,
de un lado, la católica patriotera culturalista y nacionalista, con la
subordinación de la religión a la política, y, del otro, la severa y exigente
de hacer el bien, él repudiaba la primera, como Unamuno, y simpatizaba con la
segunda, y como cara y cruz de la misma moneda, mientras más profundo y veraz
era su cristianismo cordial
y ético, más arreciaba, en contrapunto,
su crítica radical al catolicismo vaticanista, esclerosado
e inerte como una losa sobre la
conciencia española.
El cambio del mundo de Soria al de Baeza
también tuvo su repercusión en la evolución de sus ideas políticas, de tal
manera que su alma jacobina se radicalizó en contacto con los graves y
apremiantes problemas del campo andaluz. Muy pronto tomó conciencia de su nueva
circunstancia y se le hizo patente el conflicto entre ciudad y campo.
De los dos elementos que nos empujan —no dirigen, porque no puede
dirigir lo inconsciente—, que nos mueven o arrastran a un porvenir más o menos
catastrófico, están ausentes las huellas de la ciudadanía. Ambos son
campesinos. Estos elementos son la política y la Iglesia, o, por decirlo
claramente, los caciques y los curas.
El único antídoto para estos males se
llamaba cultura secular y laicismo, esto es, plantear a fondo la cuestión
social y la cuestión religiosa. Esta opción regeneracionista se vio favorecida
por dos grandes acontecimientos decisivos, que marcaron el siglo XX y le
sorprendieron a Machado en su retiro de Baeza: la Gran Guerra europea de
1914-18 y la revolución rusa de 1917. Si la primera abonó su republicanismo y
exaltó en él los grandes ideales de libertad y civilidad, la segunda le llevará
a sentir la gran reivindicación del socialismo. Ambas tendencias serán ya
determinantes en su pensamiento político.
Paradójicamente, él se sentía más joven
que los jóvenes radicales del reformismo. En carta a José Ortega y Gasset, en
1914, por una vez, un poeta perdido en el medio rural, intelectual solitario y
admirador discípulo, se atrevió a corregir al severo y consagrado filósofo:
Pero ¿qué vitalidad es la de un pueblo que se muere? Con los dos
tercios de nuestro territorio sin cultivar; la cifra máxima europea de
emigración desesperada; la mínima de población, ¿hablamos todavía de confianza
en nuestra vitalidad, en nuestra fuerza prolífica y en nuestro porvenir? ¿No es
absurdo hablar de confianza? Nuestro punto de partida ha de ser una irresignación desesperada.
Y luego, para no alarmarle demasiado,
justificaba el tono de su carta con el argumento de que
"si nosotros no somos también ecos,
sombras y fantasmas, seremos necesariamente revolucionarios, porque toda
realidad es revolucionaria en un mundo de ficciones".
Empieza a barruntarse con la evolución repasada
hasta ahora del poeta, ese artificioso desdén de la cultura oficial hacia la
figura de Machado, con tintes de cierto revanchismo político. Pero, seguramente
podemos hallar más. Para ello, basta recordar ahora, 75 años después de su
desaparición, otros hitos de su trayectoria, más allá del simbolismo que en
ella tienen Soria y Baeza.
Los años de Soria son quizá los de mayor
actividad poética relativa de Machado, pero, paradójicamente, son también los
de mayor actividad externa: sus clases de francés en el Instituto, su
matrimonio con Leonor Izquierdo en julio de 1909, las excursiones (famosa es su
excursión a los picos de Urbión y la laguna Negra) las intervenciones en actos
públicos, y finalmente su viaje y estancia de seis meses en París al año siguiente
para asistir como oyente a las clases del filósofo Henri Bergson en la
Sorbona...
Toda esta actividad cabe suponer que la
llevaría a cabo en un ambiente que no había de serle demasiado favorable en la
rancia pequeña ciudad soriana, e incluso un tanto hostil, y no sólo por la
publicación de algunas poesías de fuerte contenido crítico, como «Por tierras del
Duero», sino sobre todo por su amistad con el político republicano Manuel
Hilario Ayuso, antiguo amigo soriano y compañero de estudios en la Universidad de
Madrid. Todo ese ambiente nada amistoso para Machado habría de culminar con la
desagradable cencerrada en el día de su boda. No es de extrañar, pues, que tras
la muerte de Leonor, Machado hiciera las maletas y no volviera a pisar Soria
hasta 20 años después, en 1932, cuando el Ayuntamiento, ya republicano, tuvo a
bien nombrarle hijo adoptivo de la ciudad.
En Baeza, paseos y excursiones aparte,
Antonio Machado se sumerge en sus lecturas de filosofía. Qué otra cosa podía
hacer en un lugar donde el tiempo parece detenido, hasta el punto que poco
después de llegar escribe agobiado a su madre Ana Ruiz: «El tiempo pasa aquí
con una lentitud abrumadora. Me parece que va para veinte años que vine y aún
no han pasado dos meses» (carta de diciembre de 1912).
Si en algún lugar Antonio Machado estuvo
realmente a gusto, fue en Segovia, y no sólo por la proximidad a Madrid, sino
porque en Segovia halló un ambiente excelente, de notable florecimiento e
inquietud artística y cultural en la ciudad —similar al "renacimiento
cultural" de Granada unos años antes—, y que, por cierto, está aún
pendiente de detenido estudio. Importante sería la participación de Machado,
nada más recalar en Segovia, en la fundación de la Universidad Popular
segoviana en diciembre de 1919.
En los años de Segovia la actividad de
Machado se centra con preferencia en el teatro, junto con su hermano Manuel:
seis obras originales estrenadas entre 1926 y 1932, más cuatro adaptaciones de
obras del teatro clásico español.
Empapado en la filosofía de la figura de
los complementarios. en noviembre de 1934, ya en Madrid, publica la primera
entrega del "Juan de Mairena" en el efímero Diario de Madrid, que al cerrar este periódico al año
siguiente se continúa en El
Sol, colaboraciones
luego recogidas en el libro Juan
de Mairena (1936). La
guerra da al traste con la distribución del libro.
En los años de la guerra, especialmente a
partir de su traslado a Valencia, Antonio Machado lleva a cabo una actividad
ingente, a pesar de su ya avanzada edad y su precario estado de salud[2]. La
actividad pública de Machado en 1937 durante su estancia en Rocafort (Valencia)
fue notable: presidente del Patronato de la Casa de la Cultura; participación
en la Conferencia Nacional de Juventudes organizada por las Juventudes
Socialistas Unificadas, intervención en el II Congreso Internacional de
Escritores para la Defensa de la Cultura, donde leyó en la sesión de clausura
su famoso discurso «Sobre la defensa y la difusión de la cultura», pero
especialmente emotiva fue, poco después de su llegada a Valencia, la lectura
pública del poema a la muerte de García Lorca, asesinado en Granada el 19 de
agosto de 1936.
José Bergamín fue testigo de aquella
lectura:
Yo he visto subir al poeta, un claro mediodía, a un tingladillo
levantado en medio de la plaza más grande de Valencia. Le rodeaba una inmensa
muchedumbre. Parecía que subía al cadalso. Mas no ahogaba su voz; por el
contrario, habló desde allá arriba con tal fuerza, que aquel dejo tímido y
altivo de su palabra la iba desnudando o, mejor dicho, vistiéndola de sangre,
por un pensamiento que expresaba los sentimientos en conmoción de todos los
pueblos de España.
Cantaba el poeta la muerte de Federico García Lorca. Y quienes
escuchábamos aquella voz que tantas veces escuchamos al cobijo de su intimidad
solitaria, la veíamos, por vez primera, dibujando en los aires su contorno con
precisión exacta, con veracidad justa. No hablaba el poeta para nosotros.
Hablaba desentrañando sangrientamente de su propia voz enfurecida algo mucho
más hondo que su vida personal invisible, la vida visible, por su palabra, de
un pueblo entero.
Ya en Barcelona, en 1938, colabora
asiduamente en La
Vanguardia. Son en total
26 artículos, publicados entre el 27 de marzo de 1938 y el 6 de enero de 1939,
la mayor parte de ellos bajo el epígrafe «Desde el mirador de la guerra», y que
en opinión de algunos constituyen la visión más lúcida sobre la guerra en estos
años.
Acompañamos el testimonio del musicólogo
Vicente Salas Viu, que visitó a Antonio Machado en su residencia barcelonesa de
Torre Castañer, pocos días antes de la salida de éste hacia Francia:
Los fascistas cerraban su ofensiva sobre Barcelona; se combatía ya en
el Llobregat y no tardarían mucho en oírse las explosiones de la artillería en
los arrabales.
Era el 15 de enero, un domingo invernizo, con un sol apagado,
ceniciento [...].
La casa donde vivía Machado era un desvencijado palacio con un jardín
que el descuido hacía hermoso. Sus avenidas estaban por completo cubiertas de
hojas secas, los arrayanes se vencían sobre las sendas, las ramas muertas se
pudrían al pie de los árboles [...].
El poeta con su madre y un hermano habitaban la planta baja del
palacio y en los cuartos de arriba vivían un par de familias de refugiados, un
tropel de chiquillos que se perdía por los campos cercanos en busca de no sé
qué hierbas para comer, probablemente uno de aquellos ilusorios alimentos que
hubo que inventarse durante la guerra. Nos recibió en una sala alfombrada de
esparto con unas ridículas pinturas en las paredes, buena muestra del mal gusto
del que fue su dueño. Había allí otros varios amigos: el profesor Xirau, un poeta
catalán cuyo nombre no recuerdo, un soldado amigo mío, el musicólogo Torner y
otras cuatro o cinco personas. Torner había tocado al piano unas sonatas de
viejos maestros españoles que acababa de transcribir, y en cuyo estudio trabajaba
entonces [...]. Don Antonio Machado, en un rincón junto al piano, la escuchaba,
y los olmos del Duero, las encinas del seco campo castellano, el azul de las
sierras contra la tierra obscura de labor, el viento que se afila entre los
álamos, volvían temblorosos a su recuerdo. Estaba terriblemente envejecido,
acabado por el sufrimiento de los últimos días y aquella emoción le reanimaba y
hacía brillar sus ojos como el fuego en la ceniza.
Sólo una vez se habló de la guerra, de la angustiosa situación de los
frentes y de la amenaza que de nuevo, como en noviembre, se cernía sobre el corazón
de la República. «Estaremos donde haya que estar», dijo Machado, dispuesto como
siempre lo estuvo a sufrir sin regateos las amarguras, el dolor que se nos
reservaba a los españoles verdaderos
Como el propio Machado y como
tantos otros, también el autor de estos recuerdos hubo de emprender el doloroso
camino del exilio, a Chile en su caso. Es conocido que el poeta, viejo, enfermo
y acompañado/acompañando a su madre, salió de España y sólo pudo llegar al cercano
Colliure donde se hospedó en una pensión cuya dueña era de ascendencia española
y donde cerró definitivamente los ojos el día 22 de febrero de 1939, sólo tres
días antes de que también muriera su anciana madre.
Acabada esta recopilación rápida
sobre la figura y obra del inmortal Machado (sin entrar en ella, en realidad), persiste
la perplejidad sobre la actitud de nuestras autoridades de cultura (?) (esta
vez con minúscula) ya que, si bien es innegable que la orientación política
determina lo que los poderes llaman la conveniencia de algunos actos, que se
podrían decir de signo contrario, no es menos cierto que el hecho cultural debe
ser siempre ajeno a ideologías, y persistir en marcar la diferencia en ese
aspecto es un error, como lo es dejar únicamente a la iniciativa privada la
celebración de actos que recuerden un hecho tan importante como que, también
estos días coincidentes con el 75 aniversario de su muerte se conmemora los 25
años de la declaración por la UNESCO de la obra de Machado "Bien cultural
de la Humanidad" o "poeta universal", como se quiera. ¿No
debería recordarse oficialmente?
Cartel del homenaje en Colliure de los 75 años de su muerte, sobre un original de Picasso de 1955 |
[1] Es interesante, y hasta de actualidad en estos
momentos, recordar que cuando todavía en Francia Nietzsche era poco conocido y sólo se habían
traducido al francés sus ensayos sobre Wagner, ya aparecieron en catalán los
primeros comentarios sobre sus ideas y las primeras traducciones fragmentarias de
su obra. Fueron responsabilidad del espíritu inquieto e innovador del poeta
Joan Maragall, quien en los números 20 y 21 de la revista barcelonesa L’Avenç, de octubre y noviembre de
1893, publicó algunas partes seleccionadas del Zaratustra
[2] Ya en su estancia en Rocafort, Valencia, Machado padecía un enfisema
pulmonar, que le provocaba asfixia nada más andar unos pasos, complicado
seguramente con arteriosclerosis en las piernas, todo ello debido a su
inveterado hábito de fumador durante tantos años. El enfisema se agravaría
notablemente en Barcelona, en 1938
Mi reconocimiento a Jordi Doménech, Juan Merchán y Pedro Cerezo en la estructura de esta síntesis
Mi reconocimiento a Jordi Doménech, Juan Merchán y Pedro Cerezo en la estructura de esta síntesis
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