Siguiendo el hilo de la corrupción de baja intensidad, esa que, en algunos casos, es hasta socialmente admitida, hace pocos días ha salido a la luz un ilustrativo informe editado por la consultora KPMG International que revela que los defraudadores, en un 61 % de los casos estudiados,
son empleados de la organización
víctima, constituyendo una especie de caballo de Troya en el "ataque" a la empresa. Lo llamativo es que se puede leer que el 30 % de los autores de fraudes son ejecutivos o gerentes y que, en el 70 % de todos los fraudes analizados, al autor actuó en complicidad con otros.
El informe, con el nombre de Global profiles of the fraudster (que se puede consultar, en inglés, clicando aquí), ofrece suculenta información analítica como por ejemplo las características del estafador típico, que suele estar
entre los 36 a 45 años de edad (con 70 % de ellos entre 36 y 55), con funciones ejecutivas, financieras o comerciales, y tienen una antigüedad de más de seis años en la empresa.
En la presentación del informe, Dean Friedman, jefe de investigaciones de la red de KPMG en
Europa, Oriente Medio y África decía que “los especialistas en analizar y prevenir el fraude han
debatido durante mucho tiempo si es posible determinar el perfil de un
estafador de manera suficientemente precisa como para permitir que las
organizaciones descubran al perpetrador en el acto de fraude o incluso
antes, y hemos de concluir que la predicción de un crimen antes de que
ocurra es, al menos por ahora, algo de ciencia ficción. Pero un
análisis de la naturaleza constantemente cambiante de fraude y el
estafador puede ayudar a las organizaciones a reforzar sus defensas
contra estas actividades delictivas. Hombre prevenido vale por dos”.
Un estafador oportunista, que delinque
por primera vez, suele ser empleado de confianza, en un puesto de
responsabilidad, mientras que las "aves de rapiña" (que las hay), que buscan a una organización para iniciar un
esquema de defraudación casi inmediatamente después de ser contratado y
deliberadamente estafa a la organización con poco remordimiento, son
menos comunes.
El informe también revela que los tres
pilotos de fraude -motivación, oportunidad y razón- siguen siendo
temas intemporales. La capacidad, sin embargo, cambia continuamente y
hace que el perfil del defraudador también se altere. Las organizaciones
necesitan entender el comportamiento cambiante de los autores del
fraude para poder mitigar el riesgo de fraude y luego de responder
rápidamente a este tipo de delitos si se producen.
Según demuestra el estudio, más de la mitad
(54 %) de los fraudes fueron posibles por haber débiles controles internos, lo que sugiere que si las empresas ajustan los controles y la
supervisión de TODOS los empleados, la oportunidad de cometer fraude se vería
seriamente restringida.
Sin embargo, establecer fuertes
controles internos no evita todos los fraudes ya que para el 20 % de los
defraudadores, el fraude fue cometido por imprudencia,
independientemente de los controles, y en el 11 %, los estafadores se
pusieron de acuerdo para eludir los controles. Es evidente que, como en las novelas de intriga, en estos casos, el
estafador puede ser alguien que conoce los controles y sabe cómo
manipularlos o que encuentra un fallo en los controles y
lo explota.
El informe muestra que, en la mayoría de casos, solo se trata de dinero:
la razón abrumadora para cometer fraude es financiera, y de un total de
1082 motivaciones mencionadas en el documento, en 614 casos la razón fue la codicia, la ganancia rápida o la existencia de dificultades financieras, y otros 114 estaban relacionados
con los objetivos de negocio de la organización. El único motivo no financiero que se
acerca en la estadística es por pura ambición (o: ”porque puedo” ) con 106.
Ya tenemos, por lo tanto, la confirmación de algo que se barruntaba a la vista de los casos conocidos de corrupción política y financiera y es que la corrupción de baja intensidad está mucho más extendida de lo que nos gustaría.
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