Uno no para de darle vueltas, intentando aplicar todos los enfoques posibles de análisis, al problemón que representa para nuestro país la diferencia entre los ingresos y gastos fiscales, cuyo deseable equilibrio solucionaría de un plumazo más de una situación colectiva trágica. Y uno de esos enfoques es, quiérase o no, el admitir fatalmente que las cosas son así,
Y como es fácilmente deducible, en
todos los ámbitos de nuestra vida son reconocibles determinados hechos o
conceptos que lo son “porque sí”; algunos de ellos pueden demostrarse
empíricamente y pasan a denominarse principios fundamentales; otros
tienen una mayor complejidad en el tratamiento y búsqueda de sus razones y
suelen conocerse como verdades inmutables.
Y
no me refiero, claro está, a todo aquello que tiene que ver con las creencias
íntimas, sean o no de índole religiosa, sino a aquellas otras cosas que se
admiten sin más: ¿Por qué todos los revolucionarios mexicanos son bigotudos?
¿Por qué no es de bajada en toda su longitud la línea férrea Madrid-Almería?
¿Por qué los tiburones no tienen pestañas? Ya lo podemos ver: unas tienen
explicación más o menos inmediata y otras no, convirtiéndose, en cada caso, en principios
o verdades, según convenga.
Quizá viene
todo esto a cuento porque días atrás, para descansar del agobio del monotema de la
crisis inacabable, el alza del precio del carburante y su repercusión sobre nuestra ya
maltrecha economía doméstica, el impacto de los recortes en el día a día, y esas fruslerías, quise reservar mesa en un buen restaurante de la
costa (total, para cuatro duros -para según que cosas aún se usa la mención a una moneda que ya es historia- que me quedaban, que pudieran gastarse en una
opípara cena) y, sí, encantados de tomar nota de la reserva, pero ¡para dos
meses después!
A
partir de aquí, ni verdades inmutables, ni principios fundamentales, ni sobre todo ese karma que quieren mantener los que, pudiendo, no tienen empeño de luchar contra ella, de que "la crisis es igual para todos". Lo más
probable es que exista una tercera vía que pueda explicar, y esta vez con una
calculadora en la mano, cuál es la razón por la que en épocas de crisis es
cuando más llenos están los restaurantes o los espectáculos, o por qué, haciendo un poco de historia, cuando
la escalada de precios de la vivienda era escalofriante y, simultáneamente, el
mercado laboral más inestable, menos dificultad aparente había en acceder a la
compra de un piso por parte de personas cuya situación económica y estabilidad
de futuro (aún inmediato) está en el alero. Y así lo vemos hoy.
Probablemente,
en este punto, hay que echar mano del refranero, que siempre ha sido muy sabio,
recordar que “las apariencias engañan”, y que cabe pensar que una cosa es lo
que se ve de la situación económica y otra lo que no se ve de ella pero cuya
existencia se conoce.
Nos permitimos pues, anunciar la publicación en breve de unas reflexiones acerca del fenómeno conocido como "economía sumergida"
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