Queda fuera de discusión el hecho de que la forma de relacionarnos con los demás ha cambiado, pasando de un ámbito cercano, confortable y "controlable" a otro sin límites ni fronteras en el que, además, las carencias afectivas y el deseo de encontrar personas afines puede hacer estragos.
Viene como anillo al dedo en este punto la constatación de una evidencia, y es que Internet es sólo una herramienta que hemos de poner a nuestro servicio y, como tal, necesita un control y una criba serena. no dejándose influir por el "todo vale" ni el "todo es verdad" teniendo con ella la misma prudencia, si no más acusada, que en una relación presencial tradicional.
¿Quiere eso decir que la Red es siempre una cortapisa entre las personas? En absoluto. Valga como ejemplo el justificado auge de las redes sociales de todo tipo y pelaje, en las que la afinidad (o la diferencia ¿por qué no?) de criterios crea auténticos lazos de afecto entre personas que nunca se han visto y que, posiblemente, nunca podrán compartir ni siquiera una charla ante una taza de café.
Tampoco es ninguna novedad. Hay suficientes casos de auténtico afecto entre personas que nunca se han visto físicamente, como demuestra la abundante documentación epistolar publicada de decenas de personajes conocidos. (Hay serias dudas, por ejemplo, de que Antonio Machado y Miguel de Unamuno llegaran a conocerse personalmente, pese a la gran cantidad de correspondencia cruzada, enormemente valiosa y reveladora de la personalidad de ambos).
Llegamos, pues, con esta reflexión, al nudo gordiano de la relación virtual. Es imprescindible, para que una relación ajena a la presencia física no sea traumatizante, que esté dominada por el respeto y la sinceridad. Eso no quiere decir que no haya de haber espacios privados, al contrario, debe reivindicarse el espacio íntimo, seguramente marcadamente diferente del público, y éste tratado con igual sentido común, respeto y franqueza que se desarrollaría si los interlocutores estuvieran frente a frente.
En las nuevas formas de relación hay un problema añadido, como es el hecho de que, en general, los mensajes son abiertos, esto es, no los lee un único destinatario, sino todo el partícipe en la red que se usa. Aún no está suficientemente estudiado del problema de la aparente convicción acerca de la privacidad en la Red cuando ésta es cualquier cosa menos privada. Por eso resulta sorprendente y sintomático comprobar que la misma persona a la que le causa desasosiego que le pregunten en público por cómo van los trámites de un divorcio traumático, pongamos por caso, airee con normalidad (y total inconsciencia) intimidades, tanto propias como ajenas, que deben guardarse, por discreción, en un ámbito más "controlable". Y al revés, la absoluta falta de tacto y respeto de algunas personas -bienintencionadas, seguramente- en hacer alarde público de indiscreción sin parar mientes en el daño que puedan causar con su actitud. Los psicólogos expertos en conducta saben que uno de los peores enemigos de la fluidez de una relación es el malentendido, y hay que reconocer que la forma de relación en Internet fomenta los malentendidos. La inmediatez (quizá con poca reflexión, ya apuntada) de los mensajes, el uso de lenguaje sincopado y sintético, lleno de abreviaturas, signos y "emoticonos" provoca que no siempre coinciden el mensaje que se quiere transmitir con el que se emite y mucho menos con el que se recibe. Si a eso le añadimos el deseo legítimo de gustar a todo el que lea el mensaje, "caer simpático siempre siendo permanentemente ocurrente", y la presunción de que todos entenderán el sesgo que se quiere imprimir, el caos está asegurado.
Pero decíamos que la Red, bien utilizada, crea afectos duraderos, con la particularidad de que son afectos dominados por la técnica, es decir, que están supeditados a que la red en cuestión no se "caiga" o borre, por insondables razones, a la persona o grupo afín al que aludíamos. Es curioso el sentimiento que nos embarga entonces, ya que no se "ha perdido" a una persona, sino que, simplemente, ha llegado de golpe el final de una relación, un final del que ni siquiera sabemos si obedece a la voluntad del interlocutor o también él está sumido en la confusión.
Como conclusión a esta reflexión, y volviendo a Castells, si es cierto que hemos de colmar nuestra necesidad relacional como humanos, admitamos que tenemos una magnífica herramienta de comunicación/relación y aprovechémosla desde el respeto, eludiendo radicalmente aquellos "amigos" que confunden jocosidad mal entendida con falta de respeto ... y rezando para que los hados de la Red no contribuyan con sus peligrosísimos (para lass relaciones) desfases técnicos a crear esa orfandad confusa en la pérdida "técnica" de afectos virtuales, tan fuertes a veces como los tradicionales físicos.
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