Una de las causas de que la salida de esta crisis que nos ahoga poco a poco tenga un ritmo mucho más lento del que sería deseable es la falta de financiación a proyectos empresariales, esa queja fundamentada y recurrente de emprendedores y pymes de que "no hay crédito" en la banca para ellos cuando sí que lo hay, por cierto, para grandes organizaciones y para la Administración. No vale ya la excusa pueril de las entidades financieras del altto índice de morosidad, toda vez que éste, que existe, ni es de pymes ni de economías domésticas, sino de megaproyectos ruinosos que en su día tenían una fachada más política y de prestigio (?) que otra cosa.
Quizá sea momento de reflexionar colectivamente sobre lo que es, lo que dejó de ser y lo que nunca debió abandonarse (pese al machacón "España va bien" y "todo vale" que se instauró de manera insensata) en la actividad bancaria.
La esencia de la actividad de las entidades financieras es la toma de riesgos, es decir, que el riesgo es un
componente intrínseco en las mismas, su estudio, administración, las decisiones de inversión de sus activos y la toma de decisiones en general, en la búsqueda de maximizar sus beneficios, que tienen una relación directa con la productividad. Existe una relación directa entre el grado de riesgo asumido por una entidad y el
potencial de beneficios a generar.
Administrar los riesgos de una manera eficiente e integral es fundamental, ya que la correcta identificación,
medición, seguimiento y control de riesgos permite a las entidades optimizar el rendimiento sobre su capital,
ajustado por el nivel de riesgo, optimizar las decisiones relativas a su operativa, prevenir pérdidas y proteger
el capital.
A raíz de la apertura de los mercados, del aumento del volumen de transacciones y volatilidad de las mismas, el análisis de estrategias de administración de riesgos se hace indispensable para no cargar indebidamente las tintas de las desviaciones en operaciones que son ajenas, como está pasando con el hecho de achacar responsabilidades del marasmo financiero a las hipotecas de las familias .Es necesario que las entidades financieras sean capaces de identificar riesgos genéricos y que cuenten con sistemas de medición, que les permitan conceptualizar, cuantificar y controlar estos riesgos en el ámbito institucional, ya que el objetivo principal de la administración de riesgos es asegurarse que las actividades de operación e inversión de una entidad no exponen a pérdidas que puedan amenazar la viabilidad futura de la misma. La administración integral de riesgos es, en ultima instancia, responsabilidad de la dirección y del consejo de administración, ya que es a éstos niveles a quienes corresponde determinar la dirección estratégica a tomar, así como la tolerancia al riesgo que están dispuestos a asumir.
La administración integral de riesgos, por lo tanto, los modelos de medición de riesgo y sus sistemas de control interno deben ser acordes a las actividades propias de cada entidad.
La alta dirección y el consejo de administración deben tener un flujo de información continua que les permita
estar al tanto de los niveles de riesgo que está asumiendo la institución, adicionalmente se debe llevar a cabo
la evaluación periódica del grado de exposición aceptable para la institución con relación al manejo y medición de riesgos, así como el cumplimiento a los límites establecidos, la existencia de controles internos funcionales y un proceso extensivo de reportes y análisis de riesgos.
La administración integral de riesgos debe incluir:
· La identificación y valuación de los distintos tipos de riesgos.
· El establecimiento de políticas, procedimientos y límites de riesgo.
· Seguimiento e información de posibles desviaciones en los límites establecidos.
· Determinación del capital asignado y de la administración de la cartera de acuerdo con las exigencias legales de capital.
· Guías para el desarrollo de nuevos productos con absoluto rigor en su exposición al riesgo dentro de la
estructura existente.
· Aplicación de nuevos métodos de medición a los productos existentes.
Una entidad no debe aceptar la introducción de un nuevo producto hasta que todo el personal relevante así como la alta dirección tengan un entendimiento profundo del mismo y que éste haya sido integrado a los sistemas de medición y control de riesgo internos.
Todos los riesgos mayores deben ser medidos explícita y consistentemente e integrarse a un sistema de
medición de riesgos integral de la entidad. Los sistemas y procedimientos deben reconocer que la medición
de riesgos en muchos casos es una aproximación sujeta a variaciones por factores económicos y de mercado, pero esto no quiere decir que, como ha pasado, se traslade el riesgo de un epígrafe nuevo a otro ya tradicional pero ajeno a él..
Una práctica sana de medición de riesgo es mantener identificados de manera continua los cambios en las
condiciones del mercado que pueden afectar negativamente el valor de los activos.
Todas las inversiones en mercados de dinero, capital y productos derivados (fijémonos en que quedan excluidas de estos criterios operaciones tradicionales de préstamo y crédito a particulares, base de la actividad productiva) son diferentes de banco a banco, influenciadas por las diferencias en tamaño, estructura organizacional, sofisticación de los sistemas de control, estrategia, ganancias esperadas, historial
financiero, y la experiencia en cuanto a pérdidas, riesgos y tipos de productos que se están operando. Como
resultado de lo anterior las prácticas, políticas y procedimientos de una entidad en lo que se refiere a la
administración de riesgos integral no necesariamente aplican en otras.
Si al final de estas reflexiones, alguien piensa en el evidente desconocimiento de la actividad bancaria por parte de ciertos políticos que se encontraron al frente de entidades,o que prescindieron de la prudencia y el saber elementales en la comercialización de productos novedosos cuyo impacto aún colea, como por ejemplo eso que se llamó "preferentes", las conclusiones son de cada uno. Y respetables, por supuesto.
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