Decir que el mundo de las empresas de juego se rige por el azar es, cuando menos, ingenuo. Ciertamente que toque o no un premio a un cliente sí que tiene un alto componente de azar, pero, cumpliendo los requisitos legales de destinar un porcentaje fijado de ingresos a premios, poco hay de azar en la organización, que implanta sistemas matemáticos de probabilidades y estadísticos tan sofisticados que dejan la Simulación de Montecarlo, por ejemplo, en pañales, y serían la envidia del mismísimo Pascal.
De ahí el aserto poco cuestionable de que "la banca siempre gana", entendiendo como banca la empresa de juego. Sin embargo, demagogias aparte, también estamos asistiendo a una creciente ceremonia de confusión en la que parece percibirse que la banca entendida como la globalidad del sistema financiero (eso tan etéreo cuando se quiere justificar lo injustificable como los mercados) también maneja el sistema a su antojo organizando normas que sólo la benefician a ella con el consentimiento (¿el aplauso?) de los poderes públicos que deberían pensar en lo que juran cuando piden el voto, es decir, en el conjunto de los ciudadanos.
El último episodio que abona esta sensación es la previsible aprobación en el Consejo de Ministros de mañana viernes de una ley que, dicen, mejora la fiscalidad de los jubilados en lo referido a las rentas de que dispongan en la jubilación. Y resulta que esa ley, no olvidemos que divulgada como de mejora fiscal de la persona física, es recibida con una sonrisa de oreja a oreja por la banca y por la patronal de seguros, lo que aconseja acudir raudo a leer la letra pequeña y analizar las razones de esa euforia.
La ley propone que las plusvalías de la realización de activos por los mayores de 65 años que se destine a complemento de pensión no tributen. ¿A que suena bien? Por fin la obtención de rentas derivadas de una pensión (por cierto, eso obligará seguramente a retocar la Ley de Fondos y Planes de Pensiones en lo relativo a la fiscalidad de los rescates) dejarán de estar sujetas a impuestos. Todos contentos ¿o no?
Pues vayamos por partes: El proyecto de ley especifica que las personas mayores de 65 años que vendan cualquier tipo de activo, ya sea un inmueble, valores, objetos de valor, etc. para destinar el producto de la venta a obtener una renta vitalicia, no estarán obligados a tributar en el IRPF por la plusvalía generada por esta venta. Sigue siendo aséptico, pero las palabras del Secretario de Estado de Hacienda, Miguel Ferre, arrojan alguna luz sobre el dramático trasfondo del asunto al asegurar sin sonrojarse que "Es perfectamente oportuno en este momento que los mayores de 65 años tengan la capacidad de hacer líquido cualquier bien material de que dispongan para dedicarlo a una renta vitalicia que complemente su pensión"
O sea que
1.- Reconoce que la pensión que se cobra (ya hoy) es, de media, raquítica
2.- Alienta la contratación de seguros privados
3.- Desprecia el sufrimiento de la gente que ha trabajado toda su vida para construirse un pequeño patrimonio, que sí, puede destinarse a mejorar las condiciones de la vejez, pero nunca alentado desde el gobierno declarando su actitud irresponsable.
Y, puestos a pensar, quizá debería preguntarse el Sr. Ferre, con el escenario laboral que tenemos, si difícilmente un trabajador joven podrá cotizar para alcanzar una pensión en su mínima expresión y sus padres, ya hoy, se ven obligados a realizar patrimonio para subsistir, ¿qué cuadro socioeconómico de población de futuro está diseñando este gobierno?
Y muchas otras preguntas que impactan de pleno en la línea de flotación ética de los redactores de las leyes, eso sin entrar en temas prácticos vinculados como por ejemplo: yo tengo una pequeña cartera de acciones que decido transformar en una renta vitalicia en una entidad financieras/de seguros y, una vez formalizada, necesito que se me haga una intervención quirúrgica urgente (que, como la Sanidad está como está, he de contratarla por la privada salvo que afronte meses de espera y angustia). Pues no puedo afrontarla, porque la entidad no permite disponer de lo que eran mis fondos, en virtud de aquel artículo de la ley, escrito con tinta simpática de "Santa Rita, Rita..."
Y las entidades, eufóricas: captan más y mejores fondos, adquieren inmuebles para su cartera, no tienen obligaciones adicionales...
Como en los barcos del Mississippi, el capitán del barco permite que los tahúres ganen para tenerlos siempre de su lado en detrimento de los marineros (que no se olvide que son los que mantienen el barco a flote).
No hay comentarios:
Publicar un comentario