miércoles, 30 de julio de 2014

¿Tanto tienes, tanto vales?



Una de las peores consecuencias de la crisis, y que puede afectar a las personas que ven que sus problemas se eternizan sin solución, en una espiral frustrante que va cerrando todas las salidas, es el paulatino convencimiento de que uno vale poco menos que nada, antesala del apocalipsis personal. El ambiente social no acompaña, ese ambiente que va instalando que, remedando a Ortega (ya se sabe, aquello de "Yo soy yo y mi circunstancia"), uno es uno y su salario, es decir, uno más su certificación  de que está dentro del engranaje, no está excluido, como si el quedarse en el paro equivaliera a estar apestado. 

Hace falta mucho aplomo y seguridad en uno mismo para no dejarse llevar por el abatimiento, primero por la necesidad económica, después por la social, después, ocasionalmente, por la afectiva (no son tan generalizados los casos fieles al refrán de contigo pan y cebolla) y finalmente por la auténtica crisis de desconfianza en uno mismo, difícil de combatir y mucho menos de superar.

Todos conocemos hoy, por desgracia, a alguien en ese proceso y, con voluntad de que esta reflexión pueda valer para ayudar a alguien (¡ojalá!), me permitiréis recordar una lección que recibí en mi época de estudiante y que no he olvidado, Después supe, por cierto, que la idea no era original de mi profesor, lo que no le quita en absoluto ni un ápice de su valor.

Un día, en clase, cuando se debatía qué carrera pretendía estudiar cada uno de nosotros, el profesor nos enseñó un billete de 1.000 pesetas (¡cómo pasa el tiempo, y cuánto valía la peseta!) y nos preguntó quién de nosotros lo quería. Tras un momento de perplejidad y una cierta desconfianza (vete a saber qué podía pasar después), todos levantamos la mano.
El profesor entonces arrugó el billete hasta hacerlo una bola y volvió a preguntar quién lo quería. Nadie bajó la mano, como es natural.
Tras eso, el profesor tiró al suelo la bola de papel que ahora era el billete y la pisoteó con ganas ante nuestro asombro para preguntar nuevamente, con el billete bajo el zapato, si aún lo queríamos. Sin entender nada, todos dijimos que sí, que lo queríamos.
Muy calmadamente, recogió la bola, la alisó con cuidado, limpió de polvo el billete y se lo volvió a guardar. Nos pidió que bajásemos las manos. y muy serenamente nos dijo,más o menos: "Hoy habéis aprendido algo muy importante pese a que no está en vuestros libros. Fijaos que he arrugado el billete, lo he tirado al suelo, lo he pisado y tirado al suelo…  y todos lo habéis querido tener porque su valor de 1.000 pesetas  no había cambiado. Es posible que cuando seáis adultos alguien os ofenda, que haya personas que os rechacen y es posible también que hechos que encontréis cada día os zarandeen dejándoos como al billete, hecho una bola, tirado y pisoteado. Puede que hasta os hagan sentir que no valéis nada, pero recordad siempre esta lección: vuestro valor no cambiará NUNCA para la gente que realmente os quiere. Incluso en aquellos días en los que podáis sentir que es vuestro peor momento, vuestro valor sigue siendo el mismo,... por muy arrugados que estéis”.

Ya lo dijo el maestro Machado: "Todo necio confunde valor y precio".Y si él lo dijo, no seré yo quien lo discuta.

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