domingo, 27 de noviembre de 2022

"Comerse el coco".


El ser humano es especialista en montarse películas, todos lo hacemos. más o menos elaboradas. Somos analíticos, y nos preocupamos por el futuro: eso está bien. El problema es quedarnos “enganchados” en las preocupaciones y en el análisis de lo que puede llegar a pasar (o lo que pasó), y sostenerlo y elaborarlo ad infinitum. Quedarse “enganchado” nos consume excesiva energía y nos bloquea. La famosa parálisis por el análisis. Etimológicamente la palabra “preocuparse” indica ya de por sí que la pre-ocupación es lo que viene antes de la “ocupación”. Es decir la finalidad y la utilidad de la preocupación es prepararnos para la acción, pero claro, cuando el “run-run” está tooodo el día en nuestra cabeza, estas preocupaciones y las películas que nos hemos montado dejan de cumplir su función: no son útiles, no ayudan… al contrario: embotan y bloquean. “No puedo parar de darle vueltas a todo, analizo las cosas una y otra vez: le doy vueltas a las cosas que he dicho o hecho y también a todos los posibles problemas que pueden surgir.. mi mente está todo el rato: “¿y si pasa ésto?, ¿y si pasa lo otro?.. inseguridades, preocupaciones.. es un “runrun” constante que me absorbe toda la energía” Hay épocas en las que no dejamos de darle vueltas a todo y donde ese «todo» indefinido, complejo y amenazante, nos asfixia y nos agota. Queda claro, no obstante, que tenemos derecho a preocuparnos cuando algo en concreto va mal ¡faltaría más!; sin embargo, hay veces en las que se entremezclan demasiadas cosas logrando que, al poco, surja la sensación de que cualquier cosa escapa ya de nuestro control y, admitámoslo, no hay una sensación peor que esa: la indefensión aflora en esos momentos y casi sin saber cómo, el estrés y la ansiedad toman el mando logrando que todo se desbarate. En esas situaciones donde la preocupación entra en bucle, aparece el agotamiento psicológico y, entonces, es casi imposible hallar una solución para cada problema. Decía Marco Aurelio con acierto que la vida queda determinada por nuestra forma de pensar. Sin embargo, hay algo que está bastante claro: a veces los pensamientos actúan en nuestra contra. Así, y a pesar de que muchos nos digan aquello de que «si cambias tus pensamientos, cambiarás tu realidad», hacerlo no es tan fácil. No basta con dar un chasquido con nuestros dedos, ni es suficiente solo con quererlo. Para salir del “bucle de las ideas” hemos de practicar el estar más en el presente, en lo que estamos haciendo más que en lo que estamos pensando: pasar de la preocupación a la ocupación, tomar un mayor contacto con el aquí y ahora, y ayudarnos a entrenar nuestra atención a focalizarse en el presente. Cuando no dejamos de darle vueltas a todo hay alguien que aviva ese bucle sin fin: el diálogo interno. Es él quien hace los problemas más grandes al introducir el miedo, al susurrarnos que no vamos a poder con eso, al situarnos en el inmovilismo y no en la acción. Es necesario por tanto educarlo y tomar control sobre esa voz interna. ¿De qué manera? Siendo conscientes del modo en que nos hablamos a nosotros mismos. Es esencial que comprendamos un detalle muy simple: preocuparse no es malo, hacerlo en exceso sí. La finalidad de una preocupación no está en avivarla más aún, en quedarnos quietos lamentándonos y dándole vueltas a eso que hay en nuestra mente. La clave está en buscar soluciones, en crear cambios.


Las preocupaciones son un tipo de pensamientos que se consideran como una forma de resolución de problemas, porque nos sitúan en posibles escenarios futuros donde podemos reflexionar acerca de cómo resolver determinadas situaciones o problemas, son una respuesta normal y adaptativa pero sólo hasta cierto punto, ya que se vuelven inútiles cuando interfieren en nuestra vida y nos pasamos más tiempo preocupados que resolviendo el problema en sí mismo, e incluso cuando ya no podemos controlar el tiempo que pasamos con ese tipo de pensamientos. De hecho, se podría llegar a pensar que cuanto más tiempo se pase preocupándose o dándole vueltas a las cosas, mejor se podrá resolver el problema o prevenir futuras consecuencias. Sin embargo, este no es el caso, ya que las preocupaciones prolongadas en el tiempo o muy frecuentes al cabo del día generan ansiedad y, a su vez, potencian esas preocupaciones. Procurar no hacer atribuciones y poner etiquetas hace que los pensamientos sean más realistas y efectivos. Por ejemplo: “He suspendido los últimos dos exámenes por no haber dedicado el tiempo suficiente a estudiar” es distinto de “He suspendido los dos últimos exámenes porque soy un mal estudiante”. Hay que ser consciente de que las ideas son eso: ideas y pensamientos, no necesariamente son “la realidad” ni necesariamente va a suceder la película que te montas .. Ser consciente de ello ayuda a tomar cierta distancia, por ejemplo: “No voy a poder” es distinto de “Estoy teniendo el pensamiento de que no voy a poder”. Son, por lo general, problemas que a futuro podrían suceder (o no): todas las posibles dificultades (y sólo dificultades habidas y por haber se presentan en nuestra mente, estos pensamientos suelen empezar por el famoso: “¿Y si…?”, que vale para preocupaciones sobre temas propios o que afecten otras personas como pareja, hijos, padres, amigos… Pero no se trata de negar el pensamiento ni discutirlo, sino de no seguir dándole vueltas, reconocer los “bucles”, aceptarlos y cambiar la atención a otro pensamiento que pueda ser más útil, pues hay que entender que intentar suprimir o controlar los pensamientos es contraproducente, ya que solo se consigue fortalecerlos y hacerte sentir peor. Sin embargo, prestarles atención, observarlos, puede ayudarnos a que nuestro malestar disminuya. Al distanciarse de estos pensamientos no los juzgamos ni los intentamos eliminar, simplemente dejamos que pasen por nuestra mente. Lo que solemos hacer de forma inadecuada es liarnos con ellos intentando solucionar algo y convirtiendo la solución en el problema. Está ampliamente demostrado que nuestros pensamientos tienen una relación directa con el estado del cuerpo a nivel físico y, en muchas ocasiones, dar demasiadas vueltas a los problemas puede acabar afectando a la salud. El pensamiento tiene siempre la última palabra. Somos esclavos de nuestros pensamientos y estamos a sus órdenes, pueden ayudarnos a expandir nuestra vida o pueden limitarla. Esta es la diferencia entre los animales y nosotros, que tenemos el cerebro más desarrollado y donde se genera el pensamiento. Nuestro cuerpo es todo uno y el estrés está relacionado con el sistema inmunitario, por ejemplo. Entonces si se interpreta cosas que no son, se genera un estrés innecesario, lo que puede llevar a enfermar. Es por esto por lo que es tan importante aprender a pensar bien y a saber distinguir y separar los pensamientos que son racionales de aquellos que nos perjudican y no nos dejan seguir adelante.


Esta nueva forma de relacionarnos con nuestros pensamientos necesita de otro componente, que sería algo así como el “desapego” de esos pensamientos, es decir, se trata de experimentar un evento interno como un acontecimiento que es independiente de la conciencia del yo (de nosotros mismos), es decir nosotros no somos el pensamiento, sino que el pensamiento es independiente, consiste en convertirnos en observadores externos de nuestros pensamientos. Para comprobar este aspecto acudamos, como ejercicio, a las fantasías, que normalmente, experimentamos como si fuesen reales provisionalmente, ya que nos sumergimos en ellas durante un periodo de tiempo, que es lo que llamamos “estar en modo objeto”. La práctica de cambiar a “modo observador” independiente del contenido de la fantasía durante la propia fantasía puede proporcionar una poderosa experiencia subjetiva de esta técnica. Esta habilidad, como el resto de habilidades nuevas que se aprenden a lo largo de la vida, lleva su tiempo de práctica. No es fácil y, como cualquier habilidad, requiere un cierto nivel de esfuerzo, tiempo, paciencia y práctica continua. Es importante destacar que no se utilice esta técnica como una forma de evitación emocional o cognitiva o como un medio para prevenir las consecuencias temidas. No es un medio para evitar los pensamientos, sino que se trata de relacionarse con ellos y experimentarlos de una manera nueva que requiere una inacción manifiesta. En realidad, detrás de cada pensamiento hay una emoción, una serie de creencias que damos por válidas, unas experiencias previas que dan fuerza a determinadas afirmaciones y a muchos mecanismos de defensa. Por lo tanto, controlar y gestionar nuestros pensamientos requiere de un profundo trabajo personal, pero todos podemos lograrlo porque, al fin y al cabo, no se trata de dejar de preocuparnos, sino de preocuparnos un poco mejor. Cuando no dejamos de darle vueltas a todo hay una mayor activación en la corteza cingulada anterior (región del cerebro que resuelve el conflicto emocional suprimiendo la actividad de la amígdala y sus conexiones salientes.) que activa una señal de dolor como respuesta a una alarma; lo hace así porque interpreta que hay un estímulo amenazante, algo de lo que es necesario protegerse. En ese estado mental, quien tiene las riendas de nuestra realidad es la amígdala cerebral, logrando que las emociones asuman el control. Ello explica por qué nos cuesta tanto pensar de manera más reflexiva, objetiva y racional cuando estamos preocupados e invadidos por la ansiedad. Cuando no dejamos de darle vueltas a todo, la mente no solo está cautiva de la ansiedad, lo que hay en su interior es desorden y es caos. De ahí que lo que debemos hacer una vez nos hayamos dado un descanso, es higienizar esa habitación mental, poner orden y quitar lo que no sirve, lo que intensifica el malestar.

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