domingo, 6 de noviembre de 2022

La locura de Juana la Loca.



Aprovechando que hoy es 6 de noviembre, conviene recordar que ese día de 1479, nacía Juana I de Castilla, tercera hija de los Reyes Católicos, en el Palacio de Cifuentes, en Toledo. Fue amamantada por su madre, a diferencia del resto de sus hermanos y dicen que se parecía tanto a Juana Enríquez, su abuela paterna, que Isabel la Católica le puso el apodo de «mi suegra». Aprovechemos la fecha también para echar una mirada crítica a la historiografía oficial sobre, digámoslo ya, la llamada Juana la Loca. La imagen de una reina loca de amor nace en el siglo XIX y alcanza su paroxismo durante el franquismo, cuando Juana se transforma en todo lo que una mujer afecta al régimen no debe ser.(en el franquismo la actuación de Juana era la réplica al continuado sacrificio y entrega de Isabel, su madre, el modelo femenino preconizado por la Sección Femenina. La Católica era una mujer asexuada, que representaba la entereza castellana, mientras que en Juana predominaba aquello que había inducido a Eva a cometer el pecado original. Juana era una mujer reprobable, loca de amor, como quedaba puesto de manifiesto en el film de Juan de Orduña Locura de amor, hábil propagandista de los ideales del Movimiento y edecán de su caudillo. En Juana predominaban los sentimientos, no la razón, era esposa antes que madre, no atendía a sus obligaciones sino que vivía obsesionada por los actos de su marido. Y así, contaminada, llega hasta la actualidad. En los primeros años de su vida a Juana le toca representar otra imagen, es una infanta castellana, la duquesa de Borgoña primero (por su matrimonio con Felipe de Habsburgo) o la princesa heredera de la Corona de Castilla después (desde 1500 en que murió su sobrino Miguel y pasó a ser la sucesora de su madre Isabel) y, sobre todo, una mujer que debe aceptar el espacio que la sociedad patriarcal en la que vive tiene diseñado para las mujeres por lo que ella debía adecuarse a esta imagen como muy bien hizo durante una larga etapa de su vida, aunque en algunos momentos surgieron desajustes que pronto fueron utilizados corno signos de falta de razón y sirvieron para ir diseñando la imagen con la que la Historia la va a conocer. La Historiografía ha respondido al patrón dominante y en la mayoría de las obras se la ha presentado con mayor o menor acritud corno una mujer enferma e incapaz de dominar sus sentimientos y, por ello, sabiamente apartada del poder por su marido, su padre o su hijo. Este punto de partida, la locura de Juana, que invalida el rigor histórico, se ha dado tanto en las obras elaboradas en España corno en las alemanas o flamencas, no olvidemos que su hijo Carlos fue duque de Borgoña y emperador de Alemania. Desde el siglo XIX ya aparecieron las primeras voces discordantes en ámbitos lejanos a la Península. En estos escritos también había una clara motivación política pues lo que se pretendía, a través de Juana, era insistir en la leyenda negra hispana. Juana no estaba loca sino que se había acercado a planteamientos religiosos próximos al erasmismo y a la Reforma protestante y, por ello, era necesario apartarla del poder y el único medio era tildarla de perturbada. Esta teoría, que ha sido duramente criticada por la historiografía hispana más racial, no es en absoluto despreciable y sobre ella hay que insistir como ya se está empezando a hacer en este siglo XXI. Una lectura de las crónicas de la época con mirada crítica, sobre todo las escritas fuera de la Península, es el camino que debe seguirse para hacer una revisión de este período de la Historia que ha sido manipulado repetidamente. Tanto en la época como en tiempos posteriores, no solo por los historiadores sino también por artistas diversos. Sobre todo ha sido apropiada, mistificada y divulgada por los románticos, tanto pintores como escritores, por los especiales perfiles a los que se ha dotado a la manipulada imagen de Juana y sobre todo por los excesos a los que la llevó su "desmedido amor".


Un poco de lo que dicen las crónicas. En 1496 zarpó de Laredo, en Cantabria, una escuadra de 133 buques y en uno de ellos iba la infanta Juana de Castilla camino de Flandes para contraer matrimonio con Felipe de Habsburgo (conocido como El Hermoso aunque según los retratos era más bien feo, que se benefició desde el primer día a todas las damas de la corte), que había heredado de su madre María de Borgoña este ducado al que estaba incorporado Flandes. Juana es la tercera hija de los Reyes Católicos y no estaba en aquel momento considerada como posible heredera a la herencia hispana; era una mujer joven, tenía 17 años, bella y culta, ha sido bien educada en la corte de su madre, sabía leer, escribir y posiblemente latín, y poseía notables aptitudes para la música, que sería uno de sus escasos consuelos a lo largo de una vida cada vez más trágica. Los retratos que en aquellos años se hicieron la muestran perfectamente vestida y llena de joyas, pues representa con su cuerpo a una infanta castellana y debe mostrar el poder de la Corona a la que pertenece. Esta primera imagen es, por tanto, una imagen de poder y debe distinguirse por su cortejo, su acompañamiento, su ajuar, sus ropas y su cuerpo del resto de las personas; ella, entonces, participa del cuerpo de la realeza. No hay conflicto pues Juana quedaba asumida por la infanta de Castilla y futura duquesa de Borgoña (los Reyes Católicos habían ideado una estrategia de alianzas matrimoniales en Europa con el propósito de rodear a su gran enemigo, la monarquía francesa, estrategia en la que Juana no era más que un peón). Los años siguientes son importantes en la formación humana e intelectual de Juana. Bien es cierto que ella tiene una formación humanista recibida en Castilla, en la que la religión creaba una impronta peculiar pero Flandes era una sociedad muy diferente a la castellana, aquí había un fuerte desarrollo del pensamiento religioso mucho más interiorizado y personal que el preconizado por Isabel y su corte de confesores. El Humanismo marcaba otras pautas de comportamiento menos rígidas y Juana debió ser consciente de estas diferencias y valorarlas, aunque ésta es más una posibilidad hipotética que supone un buen tema de investigación. Además de todas estas nuevas influencias, Juana se había casado y mantenía un buen intercambio conyugal con su marido pues, a pesar de las largas etapas en las que estaban separados por las obligaciones políticas de su marido, los hijos nacían con una periodicidad de dos años. Su vida, su pensamiento, posiblemente estaba sufriendo unos cambios importantes que es necesario valorar detenidamente. En 1500, tras una serie de muertes en la familia, Juana se convirtió en la única heredera de las coronas de Castilla y Aragón, por lo que su madre, Isabel, le imploró que regresara urgentemente de Flandes a España. Por entonces nadie cuestionaba la capacidad de Juana para reinar; sus arranques temperamentales eran del dominio público, pero se los consideraba un rasgo heredado de su imponente madre, también propensa a sufrir accesos de melancolía. En cuanto Juana y Felipe llegaron a España, la reina Isabel lo dispuso todo para que las Cortes de Castilla reconocieran a su hija como heredera legítima al trono; el archiduque Felipe, relegado al rango de consorte, abandonó España seis meses más tarde, dejando a su mujer embarazada de su cuarto hijo. La intención de Isabel era que Juana la sucediese en Castilla como reina propietaria, con o sin el apoyo del archiduque; lo que no podía saber de antemano era si tanto Felipe como Fernando el Católico –que legalmente era sólo rey de Aragón– aceptarían tal resolución.


Muchos estudiosos sostienen que la presunta "locura" de Juana obedecía únicamente a una conspiración política masculina; dado que suponía un obstáculo para que Felipe o Fernando ejercieran el control absoluto sobre Castilla, inhabilitarla satisfacía los intereses de ambos. Su trastorno mental se exageró deliberadamente con objeto de hacerla inaceptable como soberana. Se ha argüido además que su conducta extravagante fue, en realidad, un intento legítimo de reafirmarse en un mundo dominado por los hombres. Esta línea de argumentación convierte a Juana en un exponente de todas aquellas mujeres que, en el transcurso de la historia, han sido excluidas injustamente del poder. Entre 1503 y 1504, Juana estuvo recluida en el castillo de la Mota, en Medina del Campo, donde se enfrentó violentamente con su madre para que le permitiera partir hacia Flandes con su esposo, con quien volvió a España después del fallecimiento de Isabel la Católica. Felipe le comunicó que había firmado la concordia de Villafáfila, en la que se estipulaba que si la nueva reina no quería o no estaba en condiciones de gobernar, Felipe asumiría total autoridad y hasta continuaría siendo rey a la muerte de su esposa. Fernando, su padre, se comprometió a retirarse a Aragón, aunque conservó la mitad de las rentas que reportaba a Castilla el Nuevo Mundo, así como pleno control sobre las órdenes militares. En un principio a Juana le habían indignado estas negociaciones, pero luego pareció no prestarles atención y en lugar de pronunciarse, sólo pidió recorrer los jardines del conde de Benavente, famosos por su colección de animales.


La muerte repentina de Felipe supuso sin duda un tremendo golpe emocional para Juana, embarazada de su sexto hijo. No se han podido verificar las historias macabras sobre su empeño en reabrir el féretro del esposo, mientras lo trasladaba de un pueblo a otro de Castilla, a fin de examinar sus restos, quizá para evitar que se extraviaran o fueran robados. Por el contrario, es importante concentrarse en los aspectos políticos de su reacción frente a la muerte del archiduque en Burgos. El rey de Inglaterra, Enrique VII, pronto la solicitó como esposa, cosa que a su padre Fernando le pareció muy apropiado. Juana se negó a este nuevo matrimonio pues en él veía un grave peligro para consolidar la herencia castellana para su hijo Carlos. Al negarse a tratar los asuntos urgentes, independientemente de que fuera por falta de interés o por enfermedad, Juana de Castilla había “demostrado su incapacidad para el gobierno”, y así Fernando el Católico se hizo con las riendas del gobierno de Castilla, además del de Aragón y a su muerte, tras la breve regencia del cardenal Cisneros, el primogénito de Juana, Carlos, sería proclamado rey sin atender a los derechos dinásticos de su madre, que quedaría confinada en el castillo-palacio de Tordesillas desde 1509 hasta su muerte. La imagen de Juana en Tordesillas es valiosa por los claroscuros que en ella aparecen. Supone un diseño propio y un apartamiento decidido de la corte, del poder y del gobierno. Ha conseguido liberarse de la fuerte carga que para ella ha debido de ser el soportar el doble cuerpo del rey y de una mujer con ideas propias. Mantenía relaciones con su familia, pero sobre los temas que a ella le parecían importantes, sin duda el sentimiento religioso ocupaba un lugar importante en su vida y por ello las especiales comunicaciones con su nieta Juana y sobre las que es necesario profundizar. Ha conseguido asegurar la Corona de Castilla y también la de Aragón en su hijo Carlos. Vive, pues, recogida en Tordesillas en profunda comunicación con las monjas clarisas vecinas, leyendo libros no demasiado conocidos en Castilla en aquel momento como la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis que ella había mandado traducir al castellano e imprimir en su época de Flandes. ¿Todo esto es propio de una mujer loca? Juana I de Castilla murió el Viernes Santo de 1555, a los 76 años, tras haber permanecido confinada casi medio siglo. Su confesor, el jesuita Francisco de Borja atestiguó que sus últimas y balbuceantes palabras habían sido "Jesucristo crucificado, ayúdame". Juana luchó durante toda su vida para ser una buena hija, esposa y madre. Aceptó que enfermaba con frecuencia y que, cuando eso ocurría, era incapaz de gobernar sus múltiples reinos. El mayor tributo que puede rendirle la historia es reconocer sus debilidades.


Pero casos como el de Juana no son cosa del pasado ni “historias del abuelo”. La participación ciudadana de las mujeres hoy es mayoritariamente social y excepcionalmente política. Actualmente, las mujeres participan activamente y ejercen liderazgos en trabajos de desarrollo y protección social, humanitarios, educativos, y de salud de las comunidades. En algunos casos se vinculan a las campañas políticas locales, pero en menor medida ocupan altos cargos políticos a nivel local, nacional e internacional. Poco a poco se están incorporando las demandas de las mujeres en las agendas políticas, sin embargo no hay una voluntad para priorizarlas o ponerlas en práctica. La exclusión de las mujeres de la vida política formal ha deformado las democracias y en general, su presencia es todavía simbólica. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Democracia (UNDEF), a nivel mundial, la representación política de las mujeres debe llegar al 30% para que sus demandas puedan tener un impacto significante, sin embargo, en más de 40 países dicha representación en los parlamentos no llega al 10%. Existen diferentes estudios que reflejan que a medida que aumenta el número de mujeres que ingresan en el ámbito de la política, cambian los programas públicos, disminuye la corrupción y mejora la gobernanza. Para alcanzar esta igualdad política, algunos países han aplicado sistemas de cuotas con la finalidad de que las mujeres puedan defender sus intereses en ese ámbito.


Parafraseando a una de las reconocidas expertas en el estudio de la figura de Juana, “Locas… Las mujeres siempre estamos locas cuando pretendemos ocupar espacios que, al parecer, no nos corresponden”.






 

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