La pregunta puramente
retórica “Quo Vadis Europa?”
es más pertinente que nunca en este año 2022 en el que la comunidad
internacional, y Europa en particular, contempla con incredulidad el
regreso de la guerra en nuestro continente. Si la Unión Europea es
un actor político en constante cambio, la guerra en Ucrania nos
obliga a redefinirnos como un actor global en el orden mundial: ¿qué
impacto tiene esta guerra, y la inestabilidad que genera, en la
política, economía y estabilidad social de Europa? La
sociedad internacional está viviendo numerosos cambios en el siglo
XXI: por la crisis financiera de 2008, el impulso y la «crisis» de
la globalización, la amenaza terrorista, el cambio climático, la
aparición de populismos y noticias falsas, la
invasión de Ucrania, etc.
Todo ello, coronado por la pandemia del coronavirus, cuyo
impacto
promete ser mayor de lo esperado dado que sus consecuencias se
extienden a numerosos ámbitos: sociales, económicos, políticos,
etc. y,
además,
cabe esperar que de él se deriven consecuencias estructurales más a
largo plazo: transformación de las estrategias a nivel nacional y
europeo y por supuesto en las relaciones internacionales. ¿Habrá
alguna potencia que se erija definitivamente en el actor hegemónico?
¿Se perfilará más claramente un liderazgo de China o Estados
Unidos? ¿O seguiremos asistiendo a un tablero mundial apolar?
Siendo
la UE el mayor espacio de libertades y democracia, nuestro destino
está en manos de los europeos. Vamos a donde nuestras decisiones nos
llevan y de nada sirve criticar a nuestros gobernantes, siendo
nosotros los que les hemos dado en las urnas el liderazgo ejecutivo.
Europa ha vivido en un régimen de confort bajo las premisas del
Estado del Bienestar. A él debemos grandes conquistas sociales y,
por supuesto, también parte las debilidades que hoy padecemos. La
cuestión ahora, ante el desafío lanzado por Putin con la invasión
de Ucrania, es saber si renovamos esas bases o buscamos nuevas
fórmulas de convivencia a futuro. El líder ruso nos ha situado ante
el espejo que deja ver nuestras arrugas, pero también ante la
posibilidad de seguir tomando nuestras propias decisiones, nos
enfrentamos a los riesgos que supone elegir el camino; el
primero de ellos consiste en definir si queremos acometerlo
fuertemente unidos o buscando cada cual las salidas sin pensar en el
vecino (en
las últimas crisis que ha vivido la UE, como el Brexit y la
pandemia, se ha optado por la unidad; ante
la invasión de Ucrania, inicialmente hemos vuelto a apostar por una
respuesta única, pero con acentos demasiado pronunciados entre los
socios y a
medida que el conflicto se alarga, el peligro del sálvese quien
pueda se pone más de manifiesto. La crisis energética y la
inflación va a poner a prueba la solidaridad entre europeos en un
invierno que se vislumbra muy duro).
Otro camino fácil, que nos expone a más amenazas aun, es el de no
querer madurar y seguir pensando que el mundo ideal en el que vivimos
es gratis y no requiere de esfuerzo alguno, cuando los enemigos de la
libertad y la democracia nos atacan; vivir
del gas ruso, del modelo Otanizado de seguridad de Europa o no tener
una política migratoria sensata ante el deterioro demográfico que
afecta al continente, es sembrar miseria para las próximas
generaciones. Tampoco sería
la primera vez que Europa opta por soluciones fáciles y se entrega a
gobernantes populistas; los
problemas complejos no requieren soluciones simples, pero lo más
probable es que los oídos se dejen seducir por los protagonistas del
ruido: políticos, propagandistas, comunicadores y detrás de ellos,
una nueva clase empresarial dispuesta a todo con tal de alcanzar el
poder, para lo que
emplean estrategias de discurso político gobernadas por el
descontrol y el exceso, no es un régimen político sino una
estrategia de conquista o de ejercicio del poder sobre un fondo de
democracia, pero de manera exacerbada. En Francia, en Alemania, en
España y, en muchos Estados miembro de la UE, estamos asistiendo a
fenómenos de estas características que merodean las puertas de los
Gobiernos y que pueden sentarse en los palacios de la toma de
decisiones. Ante estos riesgos cada vez más ciertos debemos tomar
conciencia de la trascendencia del momento y de la importancia de no
perder los valores de la sociedad del bienestar que nos hemos sabido
dar.
Por unas cosas o por otras, Europa1 siempre ha sido envidiada, deseada y puesta sobre un pedestal, ya en la mitología, y para muestra, un ejemplo del relato del rapto de Europa (aunque, ojo, nada que ver el nombre de la doncella de la leyenda con el del continente; al parecer, Europa -nombre destinado, en principio, sólo a la Grecia continental-, al igual que Asia, fue antes un topónimo que un personaje mitológico): se cuenta que el enamoradizo dios Zeus, a pesar de su esposa Hera, tan celosa y vengativa, vio a la bella joven fenicia Europa cuando ésta estaba jugado con sus compañeras en la playa de Sidón donde reinaba su padre Agenor. Parece que las muchachas se encontraban junto a una manada de vacas, por lo que Zeus decidió convertirse en un toro de resplandeciente blancura y cuernos semejantes a una luna creciente, y se mezcló con el rebaño. Poco a poco, el blanco toro se fue acercando y acabó tumbándose a los pies de la bella Europa. Ésta, asustada al principio, va cobrando ánimo, acaricia al animal y acaba por sentarse en su espalda. Sin dejarla tiempo para reaccionar, el toro se levanta y se lanza hacia el mar, que cruzó nadando a gran velocidad. A pesar de los gritos de Europa, que se aferra a sus cuernos para no caerse, se adentra en las olas y se aleja de la orilla, Así llegan ambos a la isla de Creta. Allí, en Gortina, Zeus se transforma en águila, y consuma la unión con Europa junto a una fuente y bajo unos plátanos que, en memoria de estos amores, obtuvieron el privilegio de no perder jamás sus hojas. Fruto de estos amores Europa dio a luz tres hijos: Minos, Saperón y Radamantois. Zeus entregó tres regalos a Europa: Talos, un autómata de bronce, Laelaps un perro que nunca soltaba a su presa, y una jabalina que nunca erraba. Europa se convertiría en la primera reina de Creta porque, por designio de Zeus, se casaría con Asterión, el rey, y posteriormente con Asterio. Mientras tanto, en Fenicia, la familia de la princesa lloraba su pérdida, pues desconocían su paradero. Su padre, furioso por el rapto de su hija, dispuso que partiese de inmediato Cadmo, su hijo, para rescatar a su hermana, prohibiéndole que se presentara de nuevo en palacio si no era con ella. Cadmo decidió ir a buscarla, aunque para ello tuviera que recorrer todo el mundo conocido. Sin embargo, jamás logró descubrir el lugar donde Zeus la había escondido, e incapaz de regresar a casa y soportar el dolor de su padre, decidió fundar una nueva ciudad: Tebas.
Más allá del caso de Europa, en la mitología, particularmente en la griega, encontramos ejemplos de mujeres que son raptadas, e incluso una diosa sufre el rapto de su propio tío. El historiador Heródoto de Halicarnaso (484 a.C.-425 a.C.), a quien debemos la narración del rapto de Europa, nos dice en el libro I de su Historia que el motivo de escribir su obra es “que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros”. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesante y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros. Y, todo seguido, el escritor comienza a narrar los raptos de distintas mujeres como desencadenante más acuciante de las guerras. Las primeras “culpables” fueron las Sabinas, Proserpina,..., unas más famosas que otras, pero supusieron intercambios de mujeres entre Oriente (Asia Menor) y Occidente (básicamente Grecia).
La violencia ejercida sobre el sexo femenino ha constituido un aspecto bastante notable en la sociedad desde tiempos antiguos; la violencia en general y la sexual en particular, se habían convertido en un modo más de expresar el dominio que el hombre poseía sobre la mujer. Con el tiempo, esta pasó a reflejar la esencia del patriarcado, sistema que trata constantemente de fomentar la autoridad y la potestad del sexo masculino, quien pretendía hacerse escuchar siempre por encima de los demás, especialmente por encima de las mujeres, relegándolas a un segundo plano. La mitología griega no solo refleja en sus contenidos el sexismo imperante en la sociedad antigua, sino que a través de los mitos se contribuía a la naturalización, legitimación y reproducción del patriarcado. Es así como numerosos aspectos relacionados con la violencia aparecen en los mitos cogidos de la mano de alguna figura femenina, que es la quien sufre siempre las consecuencias.
A través del rapto de Europa y los principales autores clásicos que aluden a este relato mitológico en sus escritos, se puede reflexionar sobre el modo en que se ejerce la violencia sobre la protagonista. Un mismo hecho violento se puede representar e interpretar de distintas formas según la persona y el punto de vista que adopte ante una misma situación, lo que a su vez incluye, de forma automática, un estudio sobre el concepto central que envuelve su figura: el rapto mitológico, pues es el elemento que une gran parte de los relatos griegos donde el factor predominante es la violencia de carácter sexual que se ejerce sobre una figura del sexo femenino. Resulta ciertamente triste que la verdadera realidad de la mujer de la Grecia Antigua nos sea desconocida por la falta de fuentes femeninas. Si en el siglo V a.C. Eurípides da voz a mujeres como Fedra o Medea, no deja de ser un hombre quien les da voz. Por otra parte, las noticias que los autores masculinos nos dan sobre el mundo femenino, se limitan a “ciertas” mujeres, ya que de todos es sabido lo diferente que podía ser la vida según fuesen mujeres libres, esclavas, extranjeras, prostitutas…De cualquier forma, las mujeres estaban siempre bajo la tutela de un padre o marido (cosa no tan lejana aún ni tan “exótica” para nosotros, pues hasta el reciente año 1975 las mujeres tampoco podían, en España, abrir una cuenta corriente sin permiso del marido, si se casaba con un extranjero se perdía la nacionalidad aunque nunca se saliese de España…), y eso fue así desde el principio: la mujer bailando al son que el hombre tocaba. Y desde el momento en que la mujer pertenece al hombre, como los demás animales domésticos, en las permanentes guerras el rapto de doncellas, aún hoy, se convierte en el botín más apreciado.
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1Ovidio, en su obra “Fastos”, señalaba el día 14 de mayo como aquel en que se veía en el cielo la constelación de Tauro, el toro, y atribuye el origen del nombre al mito del rapto de Europa por Júpiter, bajo la apariencia de un toro. En su obra “Metamorfosis” relata este mito. Ay, Europa, noble doncella. Te sentaste cándidamente sobre el lomo de un toro de apariencia mansa y él te separó de los tuyos para siempre. Apenas el animal penetró con sus patas en el agua, cuando tú ya intuiste que no podrías regresar a la orilla, cada vez más distante. Se marchitaron de pronto las guirnaldas que adornaban su testuz y bajo ellas reapareció la naturaleza de la bestia. Qué paradoja: hubiste de agarrarte con fuerza a tu captor para no caer al agua, para no ahogarte en ese mar tuyo, ese mar nuestro testigo del abuso que se cometía contra ti. Cuando arribásteis a la ribera a donde te conducía para poseerte, Júpiter se despojó de su disfraz de toro y se manifestó ante ti con todo su esplendor divino. Y tú, virgen ingenua, le temiste más que cuando parecía un toro manso. Luego, Júpiter premió al toro de cuya apariencia se había valido para raptarte, colocándolo en el cielo, entre las estrellas. Y a ti te dejó preñada flotando sobre el mar, extensa, varia, hermosa, para que muchos pueblos pudiéramos llamarte patria.
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