Hoy, 8 de enero, sería el 90 cumpleaños de Juan Marsé, escritor catalán que escribía en castellano, si no nos hubiera dejado hace casi tres años. Personaje peculiar empezando por el nombre, pues nació como Juan Faneca Roca y los apellidos Marsé Carbó eran los de sus padres adoptivos (su madre murió en el parto), nació en Barcelona y creció entre sus calles, que luego configurarían gran parte del universo de sus obras (el Guinardó es el barrio barcelonés en el que se encuentran ambientadas la mayoría de las obras de Marsé). Con un estilo con tintes costumbristas y que aboga por el realismo social, y donde se percibe un fuerte hincapié en las emociones de los personajes, Marsé supo mostrarnos un pedacito de la historia en novelas intensas y llenas de detalle. Entre las obras que pueden ayudarnos a comprender la magnitud de su trayectoria literaria no deberían faltar Encerrados con un solo juguete, Si te dicen que caí, Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, El embrujo de Shanghai, Noticias felices en aviones de papel, etc.. Los libros de Marsé se sitúan donde pasó su infancia, que coincidió con la posguerra, lo que ha influenciado el modo de escribir del autor a lo largo de toda su vida. En el contexto de la posguerra o durante el franquismo analiza la degradación moral y social de la misma (tiene migas que muriera un 18 de julio), las diferencias de clase, la memoria de los vencidos, los enfrentamientos entre trabajadores y burgueses universitarios y la infancia perdida, casi siempre apelando a las técnicas del realismo social, pero experimentando a veces con otros mecanismos narrativos más vanguardistas, siempre con ironía. Independientemente de que luego, tras la lectura, sus novelas gusten más o menos, muchos de los títulos son tan golosos que al oírlos se abre el apetito lector y no extraña que, por su gracia poética o por lo que sugieren, hayan sido parafraseados decenas de veces en titulares de periódicos y en publicaciones diversas
De entre sus obras, nos quedamos con Últimas tardes con Teresa, que causó un gran impacto por su temática y la forma de expresarla. Inicialmente, la censura se cebó en ella; la prohibió totalmente, pero había la posibilidad de defenderla aunque no la censuró sólo la censura de expresiones (al censor no le gustaba la palabra senos, tampoco digería muslos; sugería antepierna.…) sino que era una cuestión de contenidos: las escenas que ocurren en la universidad, en las que se califica a los señoritos universitarios que juegan a la clandestinidad como señoritos de mierda, fueron recibidas con mucha virulencia en Ruedo Ibérico, por ejemplo, no gustaron tampoco las ironías sobre la Moreneta, sobre la pierna catalana de la señora Serrat, que es una pierna catalana, soberana, robusta, de tobillo grueso. e identificaba esa pierna con la solidez, el seny, la sensatez catalana, y todo eso no gustó….En una entrevista concedida en diciembre del 2006, Juan Marsé recordaba que la idea de escribirla “surgió cuando estaba en París, en 1960. El primer latido ocurrió a raíz de unas conversaciones con unas chicas francesas a las que se suponía que yo daba clases de español. Nos reuníamos una vez a la semana, y una de ellas se llamaba Teresa, hija de un pianista. Una muchacha guapísima en una silla de ruedas. Me escuchaban, les contaba cosas de Barcelona, de mi barrio, y noté en ellas una atención especial. Ése fue el germen de la novela. Capté que despertaba en ellas cierta fascinación por el arrabal cuando les hablaba de mis juegos infantiles en el Monte Carmelo con los chavales de cabezas rapadas, hijos de los inmigrantes del sur. […] La nostalgia del arrabal que yo veía en aquellas señoritas se combinó con el sentimiento que advertí en los exiliados con relación a España. Conocía a los exiliados […]; hablaban de la inminencia de una huelga general, decían que la caída del franquismo estaba a la vuelta de la esquina, que los trabajadores estaban bullendo… Ahí no me podían engañar, porque desde los 13 años yo había trabajado en una gran taller, donde había 30 operarios, y yo sabía cuáles eran sus aspiraciones: comprarse un reloj, una gabardina, un coche. Aquel romanticismo de la izquierda que veía el cambio al doblar la calle no se correspondía con la realidad”. Si el tema más evidente de esta novela es la imposibilidad de éxito de una relación extremadamente desigual (por diferencias económicas, culturales, de origen, de clase social, etc.), hay un subtema que es la crítica de la inautenticidad de las relaciones en una sociedad devota de las apariencias, la de la Barcelona de la década de 1950, en plena dictadura franquista. Es decir, en simbiosis con la falsa condición de novela romántica (personajes que, por amor, parecen querer luchar contra las barreras sociales que lo dificultan), se desarrolla el tema moral de la impostura (personajes que, por diferentes motivos, fingen ser lo que no son).
El argumento (a estas alturas queda descartado el spoiler) es que la noche de la verbena de San Juan de 1956, Manolo Reyes (Pijoaparte), que vive en una barraca de la barriada del Carmelo de Barcelona, entra con decisión en el jardín de una casa particular del barrio de San Gervasio para asistir a una fiesta a la que no ha sido invitado. Ha llegado hasta allí en una moto cualquiera que ha cogido”prestada” en una plaza del Guinardó. En la fiesta conoce a una muchacha, Maruja, que dice veranear en Blanes, “en la torre de sus padres”. Unos meses después, en septiembre, Manolo se encuentra por casualidad con Maruja en Blanes, junto a una mansión (la Villa) cercana a la playa, y esa noche entra furtivamente en su habitación y hacen el amor. Por la mañana, cuando descubre que Maruja es una criada de la Villa y no la hija de los propietarios, decepcionado, en un arrebato de furia la despierta a bofetadas; sin embargo, se hacen novios y empiezan a salir juntos; Maruja llega a conocer el ambiente en que vive Manolo y, de paso, le va hablando de Teresa, la hija de los Serrat, la familia para la que trabaja. Meses después, a consecuencia de una caída, Maruja entra en coma y es ingresada en una clínica de La Bonanova. Teresa y Manolo se encuentran con frecuencia en la habitación de la paciente, salen a pasear juntos y van intimando. Teresa, una estudiante progresista, quiere creer que Manolo es un obrero con ideología política de izquierdas, aunque Luis Trías, un líder estudiantil, no acaba de creérselo, y Manolo, por su parte, que ni trabaja como obrero ni tiene conciencia política, prefiere no desengañarla para mantenerla interesada. Maruja muere en la clínica y Manolo es detenido por la policía por haber robado una moto. Al saber que Manolo ha sido detenido por ese motivo, Teresa, que no sabía que fuera un delincuente, se echa a reír como si la historia con él “fuese un chiste viejo y casi olvidado”. Dos años después, cuando sale de la cárcel, Manolo se entera por Luis de esa reacción de Teresa y de los nuevos derroteros por los que está llevando su vida. La obra queda marcada por el personaje de “Pijoaparte”, uno de los personajes más fuertes, originales y sugestivos de toda la literatura de esa época, y que parece el doble canalla del propio escritor, puesto que la identificación autor/personaje funciona con una precisión y eficacia demoledoras, y lo que empieza siendo la historia amorosa de una niña bien, rebelde e ingenua (Teresa) y un charnego barriobajero, desarraigado y ladrón de motos (el Pijoaparte), termina como una formidable sátira y encarnación del tiempo en que transcurre esa breve, intensa y, lógicamente, calamitosa relación pasional. En la novela, Marsé presenta dos mundos contrapuestos: el mundo de la burguesía catalana, declaradamente franquista, caracterizado como un mundo de pijos prejuiciosos, clasistas y relamidos, al que pertenecen Teresa, su familia y sus amigos (Luis Trías, Mari Carmen Bori, etc.) y el mundo del Carmelo, al que pertenecen inmigrantes (identificados genéricamente como murcianos o, más despectivamente, como charnegos) que viven precariamente como el mismo Manolo y otros seres marginales, muchos de los cuales viven al borde o inmersos en la delincuencia (el Cardenal, Hortensia, Bernardo, las hermanas Sísters, etc.); por otro lado estarían Maruja y su familia, inmigrantes pero con trabajo estable al servicio de la burguesía, por lo que sirven de nexo entre ambos mundos (Manolo llega a conocer a Teresa gracias a Maruja). Pero, para Marsé los personajes no pueden ser de una manera simplista moralmente buenos o malos por el hecho de pertenecer a un determinado grupo social aunque es cierto que los personajes del mundo burgués están presentados negativamente y, algunos, como moralmente desagradables, pero, en contrapartida, tampoco los personajes de clase baja resultan ejemplares. Cada personaje tiene su matiz. Marsé sabe muy bien que si un novelista busca la verosimilitud no puede construir personajes maniqueos ni tampoco planos, idénticos a sí mismos de principio a fin, sino que pasan por diferentes fases, son personajes vivos que van cambiando a medida que van experimentando fracasos.
En la entrevista citada más arriba, de hace ¡casi veinte años!, dice Marsé: Pijoaparte es un charnego, un murciano. Hoy ya ni se dice la palabra. Hoy sería un inmigrante del Magreb... O de América Latina. A mí me decían: "Eres un charnego de mierda". No había un comportamiento racista, sino una manera despectiva de tratarnos; no llegaba a insultos del tipo "moro" o "negro de mierda"... Nunca llegó entonces el desprecio a los niveles que se ven hoy en asentamientos árabes en Barcelona. Los inmigrantes eran menospreciados en el trabajo, pero no se llegaba a los extremos que ahora se advierten en este país, lo que nos da pie, con el permiso de Marsé, al tocar el manido concepto de “charnego”, a abrir el abanico de nuestras reflexiones. En la década de los pasados años 60, Catalunya recibió una de las olas migratorias más importantes de su historia. Esta masa de población inmigrante que afluyó en tan poco tiempo (recordemos que entre 1960 y 1975 llegaron aproximadamente millón y medio de personas) lo hizo en el contexto político de la dictadura franquista, donde no existía Estado del bienestar ni ningún tipo de política social de acogida o gestión de la problemática generada por esta situación. En términos generales, la inmigración se concentró en los suburbios urbanos y las ciudades industriales cerca de Barcelona, creando una zona metropolitana de barrios masificados con una mayoría de población inmigrante de clase obrera. Además se encontraron con un entorno donde el régimen franquista prohibía y castigaba cualquier expresión de diversidad cultural y de identidad distintiva catalana. Entre otros símbolos, la lengua catalana fue directamente perseguida y excluida del espacio público y administrativo. Este contexto político no favoreció la integración lingüística de los recién llegados que, si por un lado no tenían demasiados espacios de interacción con los catalanes como para conocer y practicar un idioma que sólo podía usarse en el ámbito privado, por otra parte pensaban que si estaban en España se podían expresar y ser comprendidos en español. La llegada de población inmigrante a un ritmo tan fuerte acentuó en la sociedad receptora la sensación de amenaza a una identidad nacional, que estaba siendo perseguida, hasta el punto de que se generó la idea que esta inmigración era el producto de una planificación consciente y deliberada por Franco para acabar con los catalanes y su identidad nacional diferenciada. Fue en este contexto cuando una parte de la sociedad catalana empezó a expresar cierto tipo de rechazo contra estos inmigrantes y sus familias, interpretando como una clara falta de voluntad de integración el hecho de que esta población no hablara ni entendiera el catalán; especialmente si ya llevaban un tiempo viviendo en el territorio. Y se empezó a utilizar de forma peyorativa la palabra “charnego” para denominarlos; durante los pasados años setenta fue extendiendo poco a poco su ámbito de aplicación, donde los criterios culturales se mezclaron claramente con elementos de clase social. Aparentemente este es el sentido con el que se aplicó para denominar a los hijos e hijas de parejas mixtas catalanoespañolas. Pero su capacidad descriptiva siguió ampliándose y finalmente la palabra acabó utilizándose de manera genérica para referirse de manera despectiva al conjunto de las clases bajas obreras de los barrios de mayoría inmigrante de Barcelona y del cinturón industrial metropolitano, cuyos integrantes en su gran mayoría coincidían en ser inmigrantes o descendientes de inmigrantes, tener un apellido “español” (Pérez, García, López, etc.) y no contar con un buen dominio del catalán.
El uso del término empezó a declinar en los pasados años ochenta, cuando la restauración de la democracia coincidió con la ralentización de la llegada de población inmigrante y con un contexto económico claramente favorable. Estos años de bonanza política y económica permitieron la mejora en las condiciones de vida de la población obrera castellano-hablante y un proceso de movilidad social ascendente para ellos y sus descendientes. Aún as, se produjo un intenso debate público alrededor de la incorrección de volver a reintroducir la noción de charnego. Por un lado, en algunos chats y páginas webs de cariz catalanista reaparecían los antiguos discursos justificando como natural y necesaria la distinción entre catalanes y charnegos pero, paralelamente, algunos personajes públicos bien conocidos en la sociedad catalana (como el cantante Joan Manuel Serrat o el ex presidente de la Generalitat Pasqual Maragall) fomentaban una especie de elogio del “ser charnego”. Auto-aplicándose el término, proclamaban públicamente y con orgullo su origen “mezclado”, reivindicando así una situación de normalidad ante el mestizaje y demandando una consideración como catalanes iguales a los demás. Pero es importante remarcar el hecho de que, en el fondo, ambos discursos coincidían en no cuestionar la idea de fondo de la realidad “mezclada” que subyace al concepto de charnego: que en Catalunya viven poblaciones diferentes que han dado origen a esta categoría “mixta”. Quizás valga la pena recordar que la inmigración internacional y los procesos de “interculturalidad” son relativamente nuevos aquí en comparación con los que han vivido otros países europeos; y que Catalunya ha recibido una parte muy importante de estos contingentes de población procedente de fuera de Europa. A mediados de los últimos años ochenta ya casi no había migración interior española, siendo substituida ésta por la llegada en los noventa de población procedente principalmente del norte de África, que fue seguida por subsaharianos, sudamericanos y filipinos, añadiéndose más recientemente una importante proporción de inmigrantes originarios del este de Europa. En definitiva, habrá que ver hacia dónde van las cosas en el futuro y, muy especialmente, si aparecen nuevas formas para categorizar y denominar a los inmigrantes y sus descendientes, especialmente si se producen matrimonios mixtos, que hasta el presente han sido relativamente minoritarios. De momento, no parece que se hayan desarrollado categorías descriptivas sobre el “mestizaje” equiparables al uso que se hacía del término charnego. Si que están apareciendo algunos indicios de discursos de tono xenofóbico, que empiezan a poner el acento en elementos culturales y religiosos que van más allá del idioma. Y habrá que ver cómo evolucionan estos discursos si continua esta fuerte crisis económica durante mucho más tiempo, si adquieren nuevos tintes biológicos o raciales. La discriminación y los discursos sociales de exclusión pueden volver, esta vez dirigidos a esta inmigración que ocupa los lugares más bajos de la escala social, un lugar que en otros tiempos ocupaban precisamente los charnegos.
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