lunes, 6 de noviembre de 2023

Dejamos Todos los Santos.


Pasado ya Todos los Santos y su recogimiento (Halloween aparte), démosle la vuelta a la tortilla de los sentimientos echando mano de los recuerdos y sin otros comentarios:


A cuatro leguas de Pinto

y a treinta de Marmolejo,

existe un castillo viejo

que edificó Chindasvinto.


Perteneció a un gran señor

algo feudal y algo bruto;

se llamaba Sisebuto,

y su esposa, Leonor,


y Cunegunda, su hermana,

y su madre, Berenguela,

y una prima de su abuela

atendía por Mariana,


y su cuñado, Vitelio,

y Cleopatra, su tía,

y su nieta, Rosalía,

y el hijo mayor, Rogelio.


Era una noche de invierno,

noche cruda y tenebrosa,

noche sombría, espantosa,

noche atroz, noche de infierno,


noche fría, noche helada,

noche triste, noche oscura,

noche llena de amargura,

noche infausta, noche airada.


En el gótico salón,

dormitaba Sisebuto,

y un lebrel seco y enjuto

roncaba en el portalón.


Con quejido lastimero

el viento fuera silbaba,

e imponente se escuchaba

el rumor del aguacero.


Cabalgando en un corcel

de color verde botella,

raudo como una centella

llega al castillo un doncel.


Empapada trae la ropa

por efecto de las aguas,

¡como no lleva paraguas

viene, el pobre, hecho una sopa!


Salta el foso, llega al muro,

la poterna está cerrada.

-¡Me ha dado mico mi amada!

-exclama-. ¡Vaya un apuro!


De pronto, algo que resbala

siente sobre su cabeza,

alza la vista, y tropieza

¡con la cuerda de una escala!


-¡Ah!…-dice con fiero acento.

-¡Ah!…-vuelve a decir gozoso.

-¡Ah!…-repite venturoso.

-¡Ah!…-otra vez, y así, hasta ciento.


Sube que sube que sube,

trepa que trepa que trepa,

y en brazos cae de un querube,

la hija del Conde, la Pepa.


En lujoso camerín

introduce a su amado,

y al notar que está mojado

le seca bien con serrín.


-Lisardo,…mi bien, mi anhelo,

único ser que yo adoro,

el de los cabellos de oro,

el de la nariz de cielo,


¿qué sientes, dí, dueño mío?

¿no sientes nada a mi lado?

Y él responde:-Siento frío,

siento frío, estoy helado.


-Frío has dicho? eso me espanta.

¿Frío has dicho? eso me inquieta.

No llevarás camiseta

¿verdad?… pues toma esta manta.


Pero hablemos del cariño

que nuestras almas disloca.

Yo te amo como una loca.

-Yo te adoro como un niño.


-Mi pasión raya en locura,

-La mía es un arrebato.

-Si no me quieres me mato.

-Si me olvidas, me hago cura.


-¿Cura tú? ¡por Dios bendito!

No repitas esas frases,

¡en jamás de los jamases!

¡Pues estaría bonito!


Hija soy de Sisebuto

desde mi más tierna infancia,

y aunque mi padre es muy bruto,

y aunque es mucha su arrogancia,


y aunque temo sus furores,

y aunque sé a lo que me expongo,

huyamos…vamos al Congo,

a ocultar nuestros amores.


-Bien dicho, bien has hablado,

y si en El Congo nos cogen,

aunque de allí nos arrojen,

¡que nos quiten lo bailado!


En esto, un ronco ladrido

retumba potente y fiero.

-¿Oyes?-dice el caballero-,

es el perro que me ha olido.


Se abra una puerta excusada

y, cual terrible huracán,

entra un hombre.., luego un can…,

luego nadie…, luego nada…


-¡Hija infame!-ruge el Conde.

¿Qué haces con este señor?

¿Dónde has dejado mi honor?

¿Dónde?¿dónde?¿dónde?¿dónde?


Y tú, cobarde villano,

antipático, repara,

como señaló tu cara

con los dedos de mi mano.


El conde saca un puñal

e introduce el frío acero

entre la espina dorsal

y el cráneo del caballero.


El joven, naturalmente,

la diñó como un conejo.

Ella frunció el entrecejo

y enloqueció de repente.


También quedó el conde loco

de resultas del espanto,

y el perro…no llegó a tanto,

pero le faltó muy poco.


desde aquel día de horror

nada se volvió a saber

del conde, de su mujer,

la llamada Leonor,


de Cunegunda su hermana,

de su madre Berenguela,

de la prima de su abuela

que atendía por Mariana,


de su cuñado Vitelio,

de Cleopatra su tía,

de su nieta Rosalía

ni de su chico Rogelio.


Y aquí acaba la la leyenda

verídica, interesante,

romántica, fulminante,

estremecedora, horrenda,


de aquel castillo tan viejo

que edificó Chindasvinto

a cuatro leguas de Pinto

y a treinta de Marmolejo


Joaquín Abati y Díaz (1865-1936), fue un escritor y libretista de zarzuelas madrileño, hijo de italiano y española. Licenciado en Derecho, nunca ejerció, decantándose por la literatura; autor de fecunda producción, obtuvo éxitos clamorosos y de su pluma surgieron más de 120 títulos, que hicieron considerarle como un autor de primera fila en su época. Agüista del Balneario de Marmolejo, decidió incluir esta villa en su relato El Conde Sisebuto, de 1899, que, a la postre, fue quizás uno de los más famosos en su tiempo y que ha sabido mantenerse de actualidad hasta nuestra época. Existen muchas versiones (ligeramente diferentes) de esta genial composición que recordamos hoy.

 

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