martes, 11 de diciembre de 2012

Boletín nº 19 - Las fuentes de energía y la crisis



Los peligros de vivir en la Arcadia

La Arcadia era en la realidad una provincia de la antigua Grecia que con el tiempo se ha convertido en el nombre de un país imaginario, cantado y representado por poetas y artistas, sobre todo del Renacimiento y del Romanticismo (nuestros Cervantes, Lope de Vega o Garcilaso, entre muchos otros), en el que reina la felicidad, la sencillez y la paz en un ambiente idílico en comunión con la naturaleza, como en la leyenda del buen salvaje.  En puridad, la Arcadia idílica es perfectamente equiparable al concepto de Utopía si bien los fundamentos de una y otra figura son sensiblemente diferentes...
El origen de la leyenda cabe buscarlo en la mitología griega, que sirvió al poeta latino Virgilio para escribir sus Bucólicas, una serie de poemas situados precisamente en Arcadia. Virgilio influyó a su vez poderosamente en la literatura europea medieval y en lo que representó la vuelta a la Naturaleza, de forma que durante más de dos mil años, mientras la guerra triunfa como modo legítimo de vida y el poder bendice sus sangrientas empresas, nunca han faltado voces poéticas que mantuvieran viva esa perpetua llamada bucólica a la simplicidad, ese contrapunto de mensaje de una felicidad posible.
En el Renacimiento, y a diferencia de la Utopía de Tomás Moro, que se erige en objetivo como instrumento de evolución cultural y actitudinal creado por el hombre, Arcadia es presentada como el resultado espontáneo de un modo de vida natural, no corrompido todavía por la civilización.
De ahí nace, entonces el concepto mismo de la investigación de la Arcadia Feliz, que encierra la emoción de seguirle las huellas a una misma idea pensada por el hombre a lo largo de siglos y siglos. Por vez primera se plantea el doble reto de trazar sobre los parajes reales de una Arcadia actual un retrato documentado y vivo de la Arcadia que imaginaron los antiguos y de rastrear a un tiempo la conformación y la influencia de ese sugerente mito desde la antigüedad a nuestros días a través de las obras y los testimonios de los personajes históricos que expusieron o desarrollaron diferentes enfoques del fenómeno, desde Hesíodo hasta Goethe o Blake pasando por Erasmo o Góngora, todos los que, al final, sin embargo, no perdieron de vista que las evocaciones de la Arcadia gozan de la conciencia plena de paraíso perdido que de ninguna forma les hace perder la noción del rabioso presente.
Sin embargo, ya el gran Antonio Machado, observador agudo y privilegiado de su entorno, avisaba de la existencia de un cierto personaje que tan magistralmente describe en su poema “Del pasado efímero”:

“Este hombre del casino provinciano
tiene … algo más o menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
…”
 
Y tal parece que se reproduzca hoy este personaje machadiano del profesional que vive en un estado imaginado sin darse cuenta de que, ya no sólo la situación real, sino las tendencias, sociales, económicas, políticas, etc., apuntan a que, de esa Arcadia confortable en la que alguno cree vivir va quedando cada vez menos.
Causa sonrojo, en ese sentido, ver que en determinados observatorios que, en épocas de bonanza pasaban por ser punteros de la gestión de recursos humanos, algunos de sus colaboradores no han sido capaces de asimilar el cambio radical ocurrido, y no solo en lo que se refiere a las posibilidades de empleo, sino en la imparable tendencia social que necesariamente ha de desembocar en nuevos paradigmas que se adecuen a las nuevas formas de relación profesional. Así, observar que algunas de esas reputadas publicaciones, en lugar de los ineludibles análisis de la situación enfocados a ponderar cómo se han de estructurar las oportunidades, emplean su espacio en elucubraciones metafísicas y cantos filosóficos (únicamente válidos, en todo caso, en fases posteriores de plena automotivación personal) en torno a las diferencias entre satisfacción, alegría y felicidad en el desempeño de una obligación, pongamos por caso, entristece porque da a pensar que los expertos se están dejando llevar por posturas erráticas e inanes que ni benefician su mercado ni, incluso, dejan en buen lugar, su pretendido conocimiento de la realidad.

Y hay que revisar con cierto desapasionamiento cómo se prevé el futuro inmediato para tener la fuerza suficiente para afrontarlo con una mínima posibilidad de éxito


Las fuentes de energía y el futuro de la crisis

Viene apuntándose, cada vez con mayor fundamento argumental, que lo que está en juego en lo que empezó (simplemente) como una fortísima crisis económica es nada más ni menos que el modelo de sociedad, que la época del desarrollismo como germen del consumismo, base a su vez del modelo relacional y político, está llegando a su fin, y para demostrar esa premisa se echa mano de una idea nuclear irrebatible: si el mundo en que vivimos y los recursos que nos proporciona son finitos, del futuro no puede sustentarse en un crecimiento sin límites, que choca con la realidad circundante.

No se dedican estas líneas a glosar la necesidad de cambio en el sistema de sociedad basado en el crecimiento continuo (y desordenado, me atrevería a decir en algún caso), que, como forma social, merece otro espacio.
Sin embargo, hay un factor adicional al meramente filosófico de forma de vida, más preocupante a corto plazo, que parece olvidarse en torno al estudio y previsión de agotamiento de las fuentes tradicionales de energía, y es algo que ya se está haciendo visible en el mundo empresarial, como es la aplicación pura y dura de la ley de la oferta y la demanda. Para decirlo de forma breve en este inicio de exposición, a medida que un recurso (la energía fósil, por ejemplo) se agota, su precio va en aumento, de manera que, aunque sin levantar mucha polvareda en los noticiarios, ya se han dado a conocer casos de industrias que, lisa y llanamente no pueden asumir el incremento del coste de la energía que necesitan para desarrollar su actividad y han tenido que cerrar sus puertas.
No son artificios retóricos, por supuesto. Basta recordar un solo ejemplo cercano, el de la empresa vasca Babcock & Wilcox, que, de tener más de 5.000 empleados a mediados de los años 70 del pasado siglo y un producto tecnológicamente puntero y de gran demanda mundial pasó al total desmantelamiento y desaparición tras sufrir el impacto que la llamada crisis del petróleo de los años setenta precisamente produjo en la industria de  bienes de equipo, muy consumidora de energía en volumen y precio asequibles para sus necesidades y su viabilidad. El corolario a que se llega, es, por decirlo en expresión suave, preocupante, toda vez que se colige que el coste de la energía para la actividad industrial es una variable de considerable peso en las cifras de desempleo y en la desigualdad social.

No hay que olvidar que, en la reciente evolución de la humanidad, a partir de la eclosión de los progresos industriales, la historia de la industria en el mundo se escribe en paralelo a la obtención y aprovechamiento de la energía necesaria para su funcionamiento de forma que a nadie sorprende que numerosas crisis económicas ocurridas, en particular en la segunda mitad del siglo XX, el detonante siempre ha sido algo relacionado con la energía, sea su producción, su distribución o su precio.

En España debe tenerse muy presente, además, que, por los escasos recursos naturales que produce, el 76 % de la energía se importa y que, por condicionamientos de índole política que afectan a las inversiones necesarias para ir efectuando el cambio a energías renovables, se han destruido más de 70.000 puestos de trabajo desde el inicio de la crisis en 208, de los que unos 48.000 se pueden atribuir al parón en el desarrollo del sector fotovoltaico, unos 14.000 al de los parques eólicos y el resto a otras fuentes.

El agotamiento de los recursos naturales

Cuando hablamos de “recurso natural”, es conveniente ponderar su aplicación a algo tan aparentemente disperso como un yacimiento mineral explotable, una bolsa de petróleo,  un bosque, el agua o el aire respirable, por poner ejemplos sin discusión. De hecho, lo que consideramos recurso ha ido cambiando con el tiempo. El petróleo, por ejemplo, era ya conocido hace miles de años, pero su identificación como recurso energético es muy reciente, cuando se ha podido explotar técnicamente. Y eso también es aplicable a muchos minerales, a los recursos de los fondos marinos, de los saltos de agua o de la energía solar que, obviamente, siempre han estado ahí.
La idea de “recurso” lleva implícita su limitación, es decir, la evidencia de que es algo valioso pero que no está al alcance de todos. Por eso, el agotamiento de los recursos es uno de los problemas más acuciantes para la sociedad en general y para la ONU en particular, como quedó demostrado en las conclusiones de la primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992[1].
Resulta obligado, claro está, referirse al agotamiento de los recursos energéticos fósiles, que aparece como uno de los ejemplos más claros. Sin embargo, paradójicamente, los comportamientos sociales en los países desarrollados no muestran una comprensión real del problema cuando se siguen fabricando coches que queman alegremente cantidades crecientes de petróleo, sin tener en cuenta, ni las previsiones de su agotamiento, ni tampoco los problemas que provoca su combustión o el hecho de que constituye la materia prima, en ocasiones exclusiva, de multitud de materiales sintéticos (fibras, plásticos, cauchos, medicamentos…).
Como es fácilmente comprensible, resulta difícil predecir con precisión cuánto tiempo podremos seguir disponiendo de petróleo, carbón o gas natural. La respuesta depende de las reservas estimadas y del ritmo de consumo mundial. Y ambas cosas están sujetas a variaciones: se siguen realizando prospecciones en busca de nuevos yacimientos e incluso se está volviendo a extraer petróleo de yacimientos que hace tiempo fueron abandonados como no rentables. Pero las tendencias son cada vez más claras y ni los más optimistas pueden ignorar que se trata de recursos fósiles no renovables, cuya extracción resulta cada vez más costosa, lo que se traduce en un encarecimiento progresivo del petróleo, que se ha disparado de forma alarmante y sostenida tras la invasión de Irak en la primera década de este siglo.
Pero, desgraciadamente, la situación de emergencia planetaria no es atribuible a un único problema, por muy grave que sea el agotamiento del petróleo. De hecho, algunos expertos temen que no llegue a agotarse lo suficientemente deprisa como para poner freno al acelerado cambio climático que está provocando su combustión. Y si se sigue considerando el problema del agotamiento de recursos, para la inmensa mayoría de la población mundial resulta tanto o más grave el proceso de desertización y drástico descenso de los recursos hídricos, un recurso esencial tan sólo aparentemente renovable, en cuyo acceso se dan desequilibrios insostenibles.

Posibles alternativas

El agotamiento de los recursos conocidos, el derroche energético y la agresión al medio ambiente, como consecuencia de la misma producción energética, son los problemas que más preocupan a los Gobiernos como gestores de los recursos, y a la sociedad en su conjunto. Esto es así porque cualquier actividad humana necesita un consumo de energía provinente de esos recursos, pero dependiendo de los fines requeridos, emplea un determinado tipo, pudiéndose observar a lo largo de la Historia que el hombre ha utilizado distintos tipos de energía empezando por los tradicionales (fuerza humana, fuerza animal, madera, agua y viento). La evolución de las fuentes de energía a partir de los inicios de la industria ha sido debida a la influencia de diferentes factores como:
  • El encarecimiento de determinado recurso.
  • Mayor eficiencia de unas energías respecto a otras.
  • Mejor aprovechamiento tecnológico de unas u otras
  • Descubrimiento de nuevos recursos.
  • Agotamiento de las fuentes de energía.
  • Menor impacto medioambiental.
En razón de todo ello debe admitirse que actualmente, las reservas energéticas existentes son obtenibles mediante la tecnología disponible a un precio competitivo, lo que permite suponer, pese a todo, que las reservas estimadas en la actualidad pueden aumentar de manera espectacular por las mejoras de los sistemas de obtención de la energía.
Sería ingenuo, sin embargo, fiarlo todo a un presunto mantenimiento de standards de obtención y, consecuentemente de unos precios estables; al contrario, debe trabajarse decididamente en la tendencia de cambiar el uso de energías no renovables por renovables, dando por descontado que la calve del cambio se estructura en dos pilares: el respeto por el medio ambiente como marco inalterable imprescindible para la supervivencia y convivencia futuras[2], y el estudio de la tecnología (unido a la economía y a las tendencias sociales) que permita el aprovechamiento y la aplicación de las fuentes de energía necesarias.
Revisemos a vuelapluma, y solo a título de recordatorio, las diferencias básicas entre la energía no renovable y renovable, lo que, sin duda, proporcionará argumentos que justifiquen la necesidad del cambio
a) las energías no renovables se encuentran supeditadas a ciclos geológicos de formación del producto; como el proceso geológico dura miles de años, el elevado consumo agota las reservas a una velocidad mucho mayor que el tiempo necesario para que se formen de nuevo.
El carbón, el gas natural y el petróleo son las principales energías no renovales, y todas ellas tienen características comunes:
  • Agotamiento progresivo con su consumo.
  • Cubren mayoritariamente la demanda mundial.
  • Reparto geográfico desigual.
  • Explotación costosa y perjudicial para el medio ambiente.
b) las energías renovables, su estudio, aplicaciones y aprovechamiento, nacen como consecuencia de factores como la degradación ambiental, el desequilibrio energético entre países desarrollados y en vías de desarrollo y el agotamiento de recursos combustibles tradicionales. También puede afirmarse que, como ocurre en el segmento de las no renovables, las renovables comparten ciertas características comunes:
  • Tienen un impacto ambiental menor o nulo respecto a las energías tradicionales.
  • Exigen generalmente inversiones costosas para su obtención, aplicación y distribución.
  • Son inagotables o muy abundantes.
  • Suponen el aprovechamiento de recursos naturales.

Dentro de las energías renovables, cabe citar, sobre todo: energía solar (principalmente para producción de agua caliente, calefacción y electricidad a través de paneles fotovoltaicos), energía eólica, para la producción de electricidad con aerogeneradores, la biomasa o combustible obtenido de recursos biológicos, energía geotérmica que hace aflorar fuentes de calor interna de la tierra, energía marina, que abarca la de olas y mareas y la de diferencias de temperatura por las profundidades diversas, energía hidráulica de saltos de agua en embalses, etc.

Propuestas de futuro

Como se ha apuntado, el sistema económico basado en la máxima producción, el consumo, la explotación ilimitada de recursos y el beneficio como único criterio de la buena marcha económica es insostenible. Un planeta limitado no puede suministrar indefinidamente los recursos que esta explotación exigiría. Por esto se ha de imponer la idea de que hay que ir a un desarrollo real, que permita la mejora de las condiciones de vida, pero compatible con una explotación racional del planeta que cuide el ambiente. Es el llamado desarrollo sostenible.
La definición más conocida de Desarrollo sostenible es la de la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo (Comisión Brundtland) que en 1987 lo hizo como:
"el desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias necesidades".
Según este planteamiento el desarrollo sostenible tiene que conseguir a la vez: 
  • satisfacer a las necesidades del presente, fomentando una actividad económica que suministre los bienes necesarios a toda la población mundial[3].
  • satisfacer a las necesidades del futuro, reduciendo al mínimo los efectos negativos de la actividad económica, tanto en el consumo de recursos como en la generación de residuos, de tal forma que sean soportables por las próximas generaciones. Cuando nuestra actuación supone costos futuros inevitables (por ejemplo la explotación de minerales no renovables), se deben buscar formas de compensar totalmente el efecto negativo que se está produciendo (por ejemplo desarrollando nuevas tecnologías que sustituyan el recurso gastado)
Para ello, un desarrollo económico/social que podamos calificar de sostenible ha de reunir una serie de características que pueden resumirse en: 
  • Busca la manera de que la actividad económica mantenga o mejore el sistema ambiental.
  • Asegura que la actividad económica mejore la calidad de vida de todos, no sólo de unos pocos elegidos.
  • Usa los recursos eficientemente.
  • Promueve el máximo de reciclaje y reutilización.
  • Pone su confianza en el desarrollo e implantación de tecnologías limpias.
  • Restaura los ecosistemas dañados.
  • Promueve la autosuficiencia regional 
  • Reconoce la importancia de la naturaleza para el bienestar humano.
Sin embargo, el primer escollo es mental, y obedece a que en la mente humana está firmemente asentada una visión de las relaciones entre el hombre y la naturaleza que lleva a pensar que:
  • los hombres civilizados estamos fuera de la naturaleza y que no nos afectan sus leyes
  • el éxito de la humanidad se basa en el control y el dominio de la naturaleza
  • la Tierra tiene una ilimitada cantidad de recursos a disposición de los humanos
Estos planteamientos, imbricados firmemente en la cultura occidental, hacen que, desde hace unos cuatro siglos, se ha visto que el éxito va asociado a una forma técnica de pensar, centrada en el dominio de la naturaleza por el hombre. 
Por el contrario, el punto de vista del desarrollo sostenible enfatiza en que debemos plantear nuestras actividades "dentro" de un sistema natural que tiene sus leyes, usando los recursos sin trastocar los mecanismos básicos del funcionamiento de la naturaleza.
Un cambio de mentalidad es lento y difícil. Requiere afianzar unos nuevos valores dando a conocer ejemplos de actuaciones sostenibles, promoviendo imprescindibles compromisos políticos, y desarrollando programas que se propongan fomentar este tipo de desarrollo. 
No está de más acabar recordando que en la Unión Europea se elaboró en 1992 el V Programa de acción de la Comunidad en medio ambiente con el título de "Hacia un desarrollo sostenible". En este programa se decía "No podemos esperar… y no podemos equivocarnos", el medio ambiente depende de nuestras acciones colectivas y estará condicionado por las medidas que tomemos hoy. El V Programa reconoce que "el camino hacia el desarrollo sostenible será largo. Su objetivo es producir un cambio en los comportamientos y tendencias en toda la Comunidad, en los Estados miembros, en el mundo empresarial y en los ciudadanos de a pie". 
Coincide la publicación de estas líneas con la celebración de la cumbre de Doha (Qatar), en la que se dirime la continuidad de los compromisos (siempre vulnerados) de la cumbre de Kyoto de 1997, por la que un número importante de países declaraba su intención de limitar la emisión de gases industriales que propiciaban la aceleración del cambio climático. Ya hay quien ha anunciado que ha variado su estrategia y que no piensa disminuir las emisiones, aparte de quienes, como USA, China o India, nunca asumieron su deseo de limitarlas.
Es algo más lo que está en juego, con o sin acuerdo en la cumbre: es un modelo de progreso (no necesariamente equivalente a crecimiento) económico y social que permita dejar un mínimo legado a las generaciones futuras.


[1] Se documentó entonces que el consumo de algunos recursos clave superaba en un 25% las posibilidades de recuperación de la Tierra. Pero, lejos de tomar medidas eficaces de contención, sólo cinco años después, en el llamado Foro de Río + 5, se alertó sobre la aceleración del proceso, de forma que el consumo a escala planetaria superaba ya en un 33% a las posibilidades de recuperación. Según manifestaron en ese foro los expertos: "si fuera posible extender a todos los seres humanos el nivel de consumo de los países desarrollados, sería necesario contar con tres planetas para atender a la demanda global”.
 
[2] Hay un marcado desequilibrio en la distribución geográfica entre los grandes consumidores de energía y los productores de la misma, lo que, por un lado, favorece el comercio energético a nivel internacional, pero también, por otro lado, es una inacabable fuente de conflictos. Eso, aún a pesar de que es un hecho que los países grandes consumidores de energía, que se ven obligados a importarla, han controlado más su gasto energético sobre todo a partir de la crisis del petróleo de los años setenta.

[3] La Comisión Brundtland resaltó "las necesidades básicas de los pobres del mundo, a los que se debe dar una atención prioritaria".

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