domingo, 23 de octubre de 2022

Esa puntualidad...


Tengo un muy buen amigo, una persona cercana, que suele decir por ejemplo cuando quedamos: “Pues nos vemos mañana, en tal sitio, a las cinco o a las cinco y media”, y de nada vale que se le explique, una y otra vez, machaconamente, que una cosa son las cinco y otra muy distinta las cinco y media, más que nada pensando en la espera que le espera (valga la redundancia) a quien acude a la primera hora de las mencionadas. Esta anécdota (real) nos da pie para reflexionar hoy, de manera amplia, sobre eso de la puntualidad, sin duda uno de los hábitos sociales más importantes, pues el estar a tiempo a diferentes compromisos o el simple hecho de estar apegado a un horario nos ayudara mucho en la vida. Quiere decir que cuando una persona va a ir a algún lado con otras, ya sean familiares, amigos, compañeros, entre otros, y quedaron de encontrarse a la 1 p.m. (se ha de defnir con exactitud), se debe estar a esa hora exactamente, ni un minuto menos, ni un minuto más, puesto que eso se define como una persona impuntual. La puntualidad es cortesía, educación y respeto mientras la impuntualidad es una muestra de falta de cultura, es no apreciar el tiempo de los otros ni el propio. El valor de la puntualidad es la disciplina de estar a tiempo para cumplir nuestros compromisos adquiridos deliberadamente: una cita del trabajo, una reunión de amigos, un compromiso de la oficina, un trabajo pendiente por entregar, una cita médica…, y la puntualidad es necesaria para dotar a nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro trabajo, ser merecedores de confianza.


La puntualidad, en principio, es una cualidad adquirida por los seres humanos, que es considerada como la virtud de cumplir con un compromiso u obligación dentro del tiempo estipulado y comprometido. En algunas culturas, el tiempo no es tan importante como en otras y, por lo tanto, algunas personas dentro de dichas culturas se encuentran en la libertad de no cumplir con los plazos, como así tampoco con los horarios. En estas culturas no está mal visto llegar tarde a las reuniones, ni incumplir con los plazos de entrega; sin embargo, en las culturas donde la puntualidad es valorada, la falta de la misma es considerada una falta de respeto y consideración con otra persona u obligación; que hasta puede ser tomado como un insulto. Efectivamente, en muchas culturas, el ser impuntual es algo mucho más tolerado que en otras; por ejemplo, en países como Inglaterra o Alemania, la puntualidad es casi una tradición (un “sí o sí”) mientras que en otros lugares como Italia, España o Latinoamérica, la impuntualidad simplemente es algo que pasa “normalmente” sin poder hacer nada al respecto. Pero, en los primeros, quien llega tarde o no cumple con los plazos preestablecidos, se excluye de las reuniones o se le rechazan los trabajos; casi, de esta manera, penándolos socialmente por lo que se considera un incumplimiento de palabra. La puntualidad es una disciplina que consta de estar a tiempo para cumplir nuestras obligaciones: una cena familiar, una reunión de amigos, un trabajo que entregar, una reunión en la oficina, etcétera. Incluso hay empresas que les exigen a sus empleados, mediante la firma de un acuerdo, el hecho de llegar puntuales a sus trabajos cotidianos, siendo penados por la acción contraria. Como tal disciplina, con el paso del tiempo, se puede lograr alterar un estilo de vida impuntual e ir, poco a poco, convirtiéndose a la puntualidad. Esto es tan necesario para crear nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, debido a que nos permite disfrutar más los momentos de la vida cotidiana, organizados y sin estar a las corridas para llegar a horario. La puntualidad requiere de una organización que va desde el nivel más pequeño de la vida en sociedad, hasta el nivel más grande y nos permite recuperar el valor del tiempo, así como realizar nuestros trabajos y actividades en condiciones adecuadas para poder hacerlas. La impuntualidad indica un desinterés que muchas veces genera un puntaje negativo, en el caso de empleos y grandes actividades, así también como la molestia de los que se relacionan con nosotros. Obviamente hay actividades que generan un mayor interés y atracción, por eso el valor del tiempo varía dependiendo de la situación, pero el resultado de querer vivir siempre de acuerdo a nuestros gustos es la pérdida de formalidad en nuestro actuar y poco a poco se reafirma el vicio de llegar tarde. Además, la falta de puntualidad tiene un cierto grado de egocentrismo, es decir, partir de la base de que el tiempo de los otros es menos valioso que el propio, así que no importa llegar tarde porque la otra persona no es tan “importante” como lo soy yo. Además de ser una actitud egoísta es totalmente irrespetuosa.


Poca broma. En los medios de transporte suele tomarse la puntualidad como valor importantísimo, ya que para los viajes de placer o de negocios muchas veces las combinaciones de medios de transporte son necesarias y eso, lamentablemente, no siempre depende de cuán puntual sea el usuario, sino que es responsabilidad de las empresas que nos brindan estos servicios. Muchas compañías de aeronavegación se esfuerzan por crear una imagen de respeto al usuario, ofreciendo, entre otras cosas, puntualidad entre sus valores principales, asemejándose a las garantías que ofrecen los trenes, que sí se jactan (algunos) de tener una gran puntualidad en cuanto a las llegadas y partidas de sus formaciones. Pero, la “culpa” de la impuntualidad siempre es “de los otros”: se culpa al deficiente sistema de transporte: “El tráfico me hizo llegar tarde”, “No llegué a subirme en el tren”, “Había mucha gente en el bus y tuve que esperar el siguiente”, se culpa a gente inocente: “La maestra de mi hijo me citó de imprevisto”, “Mi esposo estuvo horas en el baño y tuve que esperar”, “El vecino aparcó en mi puerta y no podía salir”, se culpa a esas casualidades de la vida inexplicables: “No sonó mi despertador”, “Todos los semáforos estaban en rojo”, “Cuando vi el reloj ya era muy tarde”, se culpa a situaciones que no tienen nada que ver: “Tuve una pesadilla anoche”, “Me quede sin luz y no pude cargar mi teléfono”, “El calentador de agua se descompuso”,… o se culpa descaradamente a la persona que nos hace sentir culpables: “Pensé que habíamos quedado a esta hora”, “Yo recuerdo que me dijiste que más tarde”. En realidad no importa cuál sea la justificación, porque el hecho de llegar tarde en varias ocasiones (a pesar de hacer aparentemente todo por evitarlo) puede tener estás consecuencias en tu vida:

- Genera sentimientos de culpa y frustración

- Diminuye la credibilidad frente a las demás personas

- Desencadena estrés y ansiedad

- Fomenta la procrastinación en otras áreas

- Puede afectar las relaciones personales y/o laborales


¿Por qué no somos, pues, puntuales? La falta de puntualidad denota desorden, mal manejo del tiempo, falta de planeación en las actividades, y por supuesto carencia de una agenda, pero no nos volvemos puntuales de la noche a la mañana. Para querer corregir este error se necesita voluntad, disciplina, determinación, compromiso y responsabilidad como en todos los propósitos y, antes de empezar a poner alarmas, llenar agendas, programar recordatorios, etc., se tendrá que hacer un cambio de mentalidad. Debemos ser conscientes que toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de importancia. Nuestra palabra deberá ser el sinónimo de garantía para contar con nuestra presencia en el momento preciso y necesario. A renglón seguido, se tendrá que encontrar la causa que provoca nuestra impuntualidad (interés, gustos, importancia, orden, egocentrismo, pereza, olvido, falta de concentración…). Establecer un orden y delimitar prioridades es básico, como lo es concentrarse en la actividad que estamos realizando, procurando mantener nuestra atención para no divagar y aprovechar mejor el tiempo. Para corregir esto, se tendrá que echar mano de algunas ayudas, como son las alarmas del computador, agenda electrónica, celular, pedirle a un familiar o compañero que nos recuerde la hora (sólo algunas veces para no ser molesto y dependiente) y, por último, habrá que hacer algunos ajustes en nuestro nuevo estilo de vida enmarcado en la puntualidad. Quizá levantarse un poco más temprano, adelantar el reloj unos minutos, establecer un horario, entre otros. Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en personas dignas de confianza. Con todo esto no hay que convertir el tiempo en una obsesión; es importante conocer el balance entre ser puntual y ser un maniático del reloj ya que a veces nos convertimos en los prisioneros de los horarios, tratando de forma compulsiva terminar todo a tiempo y estar a la hora prevista en cada actividad planeada. Lo más importante es comprobar que el hábito de ser puntual contribuya a tu bienestar.


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