Hace 60 años que tiene 20 años: 80 añitos, pues. 80 jóvenes y fecundos años. Son los que ha cumplido hace unos días ese auténtico referente para muchos que es Joan Manuel Serrat, que no se ha retirado del mundo, sino sólo de los escenarios, del contacto directo con el público, dejando la puerta abierta a nuevas canciones y grabaciones. Pero es cierto que el adiós a ese contacto directo plantea un punto de inflexión en nuestro paisaje, como fue, unos años atrás, el paso dado por Lluís Llach o Raimon; cada uno le hizo rigiéndose por su coherencia íntima, ante la que el intento de entrar en discusiones es una pérdida de tiempo. La carrera de Joan Manuel Serrat como artista de directo ha sido pródiga en momentos memorables y algunos de los conciertos, por una u otra razón, figuran con letras de molde en la historia del cantautor del Poble Sec. Empecemos por el principio revelador: el 4 de mayo de 1965, en el Centre Cultural L’Avenç, de Esplugues de Llobregat (Barcelona), en el actual Teatro Joan Brillas, sala polivalente en las propias instalaciones, y presentado por el radiofonista Salvador Escamilla, que pocas semanas antes le había dado la alternativa en el programa ‘Radioescope’ de Ràdio Barcelona, el joven Joan Manuel Serrat, que iba para perito agrícola, con 21 años, subió por primera vez a un escenario; lo hizo todo elegante con traje y corbata y acompañado de Joan Ramon Bonet (hermano mayor de María del Mar) y Remei Margarit, dos miembros de Els Setze Jutges (Los dieciséis jueces) de la Nova Cançó, grupo al que se acababa de incorporar en calidad de ‘jutge’ número 131. “Subimos juntos al catafalco, cada uno con su silla y sus canciones. Era como cantar en el comedor de casa para una reunión de amigos”, recordaría muchos años después. En ese primer repertorio de Serrat, títulos primigenios como ‘El mocador’, ‘Ella em deixa’, ‘La mort de l’avi’ y ‘Una guitarra’ con la que, por cierto, cerró el recital. Faltaban aún 10 años para que muriera el dictador Francisco Franco pero aquella Nova Cançó que nacía tomaría una proyección popular entonces inimaginable y jugaría un papel destacado en la lucha por las libertades nacionales y democráticas. Y la carrera de Serrat como compositor y cantante, que tuvo ese primer hito en Esplugues, se alargaría casi seis décadas.
Posiblemente, la elección del lugar para la “puesta de largo” no fue casual, ya que l’Avenç, fundado en 1906, no era sólo un referente cultural; una de las actividades más importantes que llevaba a cabo la entidad, casi desde el inicio de la actividad, fue la creación de una caja de ahorros que, además de servir para ahorrar, disponía de una llamada Sección de Quintas que facilitaba históricamente a los impositores el importe de la cuota para evitar realizar el servicio militar en su época y su posterior destino africano (en las llamadas guerras de África, que darían lugar a la Semana Trágica de 1909). También se facilitaban créditos a los agricultores a un interés reducido, por lo que los adheridos debían pagar una cuota mensual. Con motivo de la guerra (in)civil toda la actividad quedó detenida y el edificio fue ocupado por la CNT, que estableció la sede de un comité; una vez terminada la guerra, y con todos los archivos desaparecidos, se intentó reanudar las actividades, pero la entidad vivió un trastorno importante a los pocos años cuando, un domingo de enero de 1969, un incendio producido por la explosión de una caldera destruyó la sala y el escenario (sólo pudo salvarse la zona destinada al café); la reconstrucción del edificio se llevó a cabo con muchos esfuerzos pero dos años después se pudo reinaugurar gracias, sobre todo, a que la sala nueva se destinó durante cinco años a discoteca.
Volvamos a Serrat y podremos también admirarnos de la manera en que, pasados los años, supo combinar varios perfiles, trabajando a la vez la sintonía latinoamericana, cuyo registro conservaba cierto aroma del cantautor, si no protesta, sí políticamente comprometido, y deviniendo un tipo de estrella pop en el Estado. Los ochenta fueron malos tiempos para los cantautores, y Serrat fue de los que supieron adaptarse a ellos. A costa de renovar el lenguaje musical (discutidos sintetizadores) y realizar composiciones un poco más ligeras, aunque al mismo tiempo era capaz de hacer álbumes con grosor poético, nada frívolos y poco posmodernos, como El sur también existe, con textos de Mario Benedetti. Y todo ello sin descuidar la producción de canciones en catalán. También aquí, combinando las apuestas por autores alejados del mainstream comercial (Salvat-Papasseit a Res no és mesquí, 1977) con obras portadoras de piezas perdurables, como Barcelona i jo. El alma catalana de Serrat ha sobrevivido siempre a sus ilusos enterradores, y fue relevante que, en 1996, se enredara en el doble álbum Banda sonora d’un temps, d’un país, homenaje a Guillermina Motta, a María del Mar Bonet y otros que, en un entorno donde no han faltado las suspicacias, rivalidades y envidias, representó un bonito gesto apaciguador, de reconocimiento y entendimiento, aunque no faltaron las almas ofendidas (de los trovadores ausentes del tracklist, o de aquellos que deberían preferido que eligiera otra canción suya). Unos años más tarde, Mô (2006) refrescó su producción en catalán con un tono introspectivo, en contraste con la fanfarria y el sentido del entertainment de su naciente tándem con Joaquín Sabina, una aventura por la que nadie apostaba al principio, Dos pájaros de un tiro, en que compartían escenario e intercambiaban canciones. En estos años hemos visto a Serrat, por otra parte, disfrutando del contacto con artistas de las sucesivas generaciones, mostrándose accesible, a los escenarios ya los estudios, a cantantes y grupos, ya fuera Silvia Pérez Cruz o el grupo Estopa, Judit Neddermann o la banda Sidonie, o trasladándose a un concierto para acompañar y abrazar a su querido amigo Lluís Miquel, cantautor valenciano casi desconocido en el Principado. Su adiós a los escenarios, ¿incluye a las colaboraciones en calidad de invitado especial? Ya veremos. Por ahora, nos queda disfrutar de Serrat y celebrar la fortuna que hemos tenido de coincidir con su arte en el tiempo y en el espacio.
Pero, si hay una música que no se puede disociar de Serrat, esa es la del disco Mediterráneo. Antes de él, desde sus primeras canciones, se convierte en un éxito y en 1967 el fenómeno Serrat, cantando en catalán, salta al resto de España. Canciones como Cançó de matinada y Paraules d’amor le convierten en el número uno en ventas de todo el país y a finales de aquel mismo año graba su primer disco en castellano. La dimensión pública de Serrat crece y es seleccionado para participar en el festival de Eurovisión de 1968, pero pocos días antes del concurso, en un confuso episodio, quizá políticamente magnificado, se niega a cantar si no puede hacerlo en catalán, llaman a Massiel para sustituirlo y el resto es conocido. Su primer pulso con el franquismo se cierra con un veto en los medios oficiales, una prohibición que ha de prolongarse por más de cinco años en la televisión pública. En 1971 Joan Manuel Serrat tiene al público dividido. Por un lado, TVE le ha vetado y por otro, tiene a la escena de la Nova Canço desconcertada por su bilingüismo: no se ciñe a cantar en catalán, saca discos en este idioma y en castellano indistintamente. ‘Mediterráneo’, elegida por un par de programas de RTVE y por la revista especializada Rolling Stone la mejor canción en español de todos los tiempos, la escribirá desde esa desazón en un pequeño retiro en México, lejos del mar. «Llevaba semanas en el interior. Soñaba literalmente con él. Agarré el coche y me fui a un lago, aunque sólo fuera por hacerme a la idea del mar que añoraba. Es en esos casos cuando me doy cuenta de que para mí, el mar, y concretamente el Mediterráneo es una identidad: una identidad feliz», recordaba el artista en 2014 en el diario El País. Otras fuentes nos hablan de que Serrat se instaló en el hotel Batlle de Calella de Palafrugell en mayo de 1971. Desde su habitación, en la segunda planta, se veía el mar, los pesqueros y las islas Formigues. Ante aquel paisaje, no tardó mucho en olvidarse de todas las controversias y censuras que le aprisionaban. Así lo expresó poco después: «Decidí retirarme durante un tiempo. Buscaba tranquilidad, trabajar sin presión. Y estar junto a la gente que me quiere y a la que yo quiero. El mundo del espectáculo me había ido distanciando de ella y no podía permitírmelo.». Allí estaba la brisa marina para llevarse las miserias y Calella vería nacer un gran Serrat, resuelto a usar su lengua materna (castellano) o paterna (catalán) según le viniera en gana, sin atender a fascismos ni a falsos nacionalismos. En las notas de la primera edición en CD de Mediterráneo, el propio Serrat escribe: «Surgió cuando forzábamos la noche en el hotel Batlle, cantando con Alberto Puig Palau —el Tío Alberto de la canción— y nos zambullíamos en las últimas copas de la madrugada que nos servían Tomás y Rosa. Era un Mediterráneo con más hormigas que hormigón, en el que tenía más importancia el plan nuestro de cada día que cualquier plan urbanístico».
Pero, sea como sea, ahí está ‘Mediterráneo’ inundada de nostalgia («quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa»), lo que no impide que sobre toda la grabación navegue y predomine cierta alma libre «de marinero». A esa sensación contribuyen los maravillosos arreglos de Gian Piero Reverberi y Juan Carlos Calderón, quien, procedente del jazz, básicamente trabajaba en la época con «todo el mundo» según sus propias palabras. Es gracias a ellos que ‘Vagabundear’ suena como una canción envalentonada capaz de echarte al monte, y ‘Lucía’ como el amor más grande y hermoso que pueda existir, el gran clásico del disco, «la más bella historia de amor que tuve y tendré» (mucho se ha escrito sobre su verdadera destinataria, quién sabe si una azafata de la compañía aérea Iberia, quién sabe si una mujer cuya boda, según dicen malas lenguas, trató de impedir Serrat a la desesperada; pero lo que trasciende es su facilidad para atravesar el tiempo, un sentimiento hacia una mujer cuya intimidad nunca se ha vulnerado, pero de la que permanece un recuerdo intenso, calando hasta los huesos: «tu sombra aún se acuesta en mi cama / con la oscuridad, entre mi almohada y mi soledad». Resuena aún en el corazón de las dos Españas aquello de que «no hay nada más bello que lo que nunca he tenido»; ni la censura de la época pudo contener este torrente de canciones excelentes). Se cuenta que Serrat era un donjuán por aquella época, y llamativa es la cubierta del disco en que le vemos inmortalizado como un hippie, transparente delante del mar. Con melena desgarbada y camiseta como recién salida de Carnaby Street, Joan Manuel nos está contando de manera diáfana una serie de historias costumbristas que le atañen a él y a la España que le rodea. En el disco, la mujer que Serrat quiere no puede ser devota («La mujer que yo quiero no necesita bañarse cada noche en agua bendita»), aunque eso implique que será tan libre que finalmente le hará sentir como un esclavo y, de hecho, el amor es secundario para ella. Declaraba Joan Manuel recientemente sobre el papel de la mujer en este disco y en su carrera: “La presencia de la mujer en mis canciones como madre o como compañera o como formadora es tan importante no tanto por una cuestión sexual, sino más bien de admiración por su papel en la formación, no solo la mía sino de toda la sociedad. Hemos vivido en un tiempo en el que la mujer ha tenido una exposición muy marginal, pero en cambio ha tenido una gran presencia en el mundo de la formación más próximo, en casa. Es un tema que me interesa mucho recalcar: el porqué de la presencia de la mujer en mis canciones, ya sea como madre, o como ‘tieta’, o abuela, o de amores, o de suegra… Está allí, en todas sus formas, constantemente». ¿Una voz contra el heteropatriarcado, acaso? ‘Mediterráneo’ se completa con más canciones significativas, como ‘Barquito de papel’ («sin nombre, sin patrón y sin bandera»), esa ‘Vencidos’ que se basa en un poema de León Felipe sobre El Quijote, pero que obviamente está hablando de la guerra (in)civil y del exilio, la delicatessen ‘Aquellas pequeñas cosas’,...
A la censura franquista se le atragantó el artista, fue declarado persona non grata y no fue hasta 1976 que recibiría el indulto tras la muerte de Franco. Desde entonces Serrat jamás se cansaría de su hit. Profesional y determinado -y agradecido por haber podido alcanzar semejante estado de gracia-, indica que aún toca ‘Mediterráneo’ «no solo por obligación sino por gusto». Mediterráneo es elegida por votación popular la mejor canción española de los últimos cincuenta años, y anticipándose al 50.º aniversario de la aparición del disco, en el 2018, Serrat se embarca en una gira que titula Mediterráneo da capo, término musical que significa “volver al principio”, gira que se alargará hasta mediados del 2019. Luego vino el Covid...
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1Serrat es quien más supo rendir justicia a la llamada de Lluís Serrahima, abogado y escritor considerado el padre de la Nova Cançó, en la revista Germinabit, en 1959, cuando escribió que había que hacer “canciones de ahora”; no pedía tanto composiciones de alta cultura, sino tonadas que todo el mundo, y en particular la juventud, pudiera hacerse suyas para que la lengua revivara en medio de la alisada franquista. Quizá Serrahima no podía imaginar entonces que en la figura de Serrat llegarían a converger ambas cosas: canciones cultas y a la vez populares, defendidas por un muchacho de la calle Poeta Cabanyes, en el Poble-sec de Barcelona, que entonaba con pulcritud versos delicadísimos y que se ponía con facilidad el público en el bolsillo (a las chicas en particular, a menudo, aunque sea motivo de debate, capitales en la construcción de los ídolos).