sábado, 9 de diciembre de 2023

Leyendas...

 


Decir a estas alturas que la Historia (también la oficial) se nutre, entre otras cosas, de leyendas, a veces, cuando menos, discutibles, a las que se les da total credibilidad, se considera que cuestionarlas es un anatema y se incorporan con toda la pompa al relato oficial que se va transmitiendo es una repetición cuando tantas veces ya se ha dicho, la mayoría de casos en vano porque sólo indagar los hechos reales es algo así como luchar contra la verdad revelada. Tomemos como ejemplo la Batalla de las Navas de Tolosa del lunes, 16 de julio de 1212, de la que, en realidad, a pesar de su peso en la Historia transmitida, no conocemos con exactitud, ni que ocurrió, ni dónde; tan sólo que representa el anhelo de los reinos cristianos por culminar lo que se ha dado en llamar la Reconquista abriendo el paso a Andalucía “la buena”: el valle del Guadalquivir. Para ello, una vez que se ha dado la ruptura de las treguas castellano-musulmanas, y con carácter de cruzada, por bula del Papa Inocencio III1, incitado por el incansable nuevo arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, se conjuraron en torno al Reino de Castilla y a su soberano, Alfonso VIII, después de su derrota ante los musulmanes unos años antes en Alarcos, Concejos de Castilla; el Señorio de Vizcaya con los López de Haro I y II; la Corona de Aragón con Pedro II; el Reino de Navarra con Sancho VII; las ordenes militares de Malta, el Temple, Calatrava y Santiago; el Arzobispado de Toledo; voluntarios de Portugal al mando de Alfonso II y del norte de los Pirineos (aunque días antes de la batalla se registra la deserción de una buena parte de los caballeros ultrapirenaicos; tan sólo quedarían algunos nobles de la provincia de Vienne, el arzobispo de Narbona Arnau Amalric y Teobaldo de Blazón, más unos 150 caballeros) formando un ejército de unos 40.000 hombres, asombrosamente numeroso para la época, concentrados en Toledo,.…todos frente al heterogéneo ejército musulmán reunido por el Califato Almohade de Muhámmad al-Násir (Miramamolín para las crónicas cristianas) y acuartelado en Sevilla. La superioridad táctica de los cruzados y la heterogeneidad del ejército africano-andalusí fueron determinantes en las sangrientas operaciones previas (Malagón, Calatrava la Vieja, Piedrabuena, Caracuel,…) y en la victoria final cristiana, que supuso el derrumbe de la frontera musulmana que permitió en las décadas siguientes la conquista de Andalucía por Castilla, lo que tácticamente se hizo alcanzando el pie del puerto del Muradal y reconociendo el terreno, establecimiento de los primeros campamentos en la cima y visualización de las huestes musulmanas. Posteriormente tiene lugar la ocupación del paso o desfiladero de la Losa por los musulmanes y el hallazgo de una ruta alternativa por parte de los hispanos con lo que se establece el campamento cristiano en la Mesa del Rey (al norte de la actual Miranda del Rey) y se planifica allí la estrategia. Hasta aquí la narración resumida de la batalla en la crónica De rebus Hispaniae, de Jiménez de Rada, y nada se dice en ella del lugar de la batalla ni de cómo se buscó camino alternativo, que es lo que da pie a las leyendas. Por cierto, en la batalla no hubo cuartel para los vencidos, y se dice que sufrieron unas 200.000 bajas. En los días que siguieron a la gran batalla, al parecer, entre las actuales poblaciones de Santa Elena y Miranda del Rey, Alfonso VIII tomó algunos castillos e incluso entró en Baeza y saqueó Úbeda antes de regresar a Toledo con miles de cautivos y gran botín, mientras al-Násir se retiraba a Sevilla considerando con un providencialismo directo propio de aquellos tiempos que «así son las guerras, que Dios ha dispuesto tengan variada fortuna y ha concedido campo para todos los pueblos».


Para los autores cristianos, Las Navas se convirtió en «la Batalla» por excelencia y, en el futuro, un medio de probar o acrecentar nobleza y prestigio consistiría en demostrar la presencia de algún antepasado en ocasión tan honrosa y señalada: así sucede, por ejemplo, en el relato sobre el origen del linaje de Cabeza de Vaca o en la narración de cómo un caballero llamado Reinoso vio y mostró al rey la cruz que habría aparecido en el aire antes de comenzar la lucha. Los relatos sobre milagros y sucesos maravillosos relacionados con la batalla llegaron a su apogeo en los siglos XVI al XVII. Por otra parte, la vinculación tradicional de diversos trofeos y reliquias con Las Navas es dudosa o falsa en bastantes ocasiones: así sucede con el famoso pendón que se expone en el monasterio de Las Huelgas de Burgos, o con las cadenas que guarda la abadía de Roncesvalles, o también con la cruz arzobispal de Domingo Pascual y el pendón conservados en Vilches. Un aspecto a resaltar es el significado de la contienda en el contexto español y europeo, pues no en vano tuvo carácter de cruzada, y como tal tuvo el respaldo papal y la participación de tropas procedentes de más allá de los Pirineos, que fueron conocidos como los ultramontanos, por lo que, si bien comprometió a los principales reinos cristianos peninsulares, se trató de una empresa que trascendió lo hispánico para convertirse en un choque entre civilizaciones. Hoy, el proceso de la Reconquista está cuestionado desde diversos sectores de la Historia, la cultura en general o incluso desde la política por su carácter discontinuo, la falta de unidad política entre todos los reinos cristianos peninsulares, la ausencia de una identidad propia y diferenciada de los reinos cristianos frente al Islam, y la ausencia de referencias explícitas a una empresa clara de reconquista. Los almohades sabían que el ejército cristiano avanzaba hacia el sur, como respuesta a la derrota que le habían infligido tanto en la batalla de Alarcos como en la toma del castillo calatravo de Salvatierra, y por ello debían frenar el avance de un número tan elevado de tropas. Para ello utilizaron las características del terreno en su favor. Como curiosidad, hoy se sabe que la retaguardia donde se estableció Miramamolín se situó en las inmediaciones del antiguo balneario de La Aliseda. El camino natural salvaba el paso desde la meseta hacia el valle del Guadalquivir a través del puerto del Muradal; lo abrupto del relieve provocaba un estrechamiento en un punto concreto, denominado el paso de la Losa, angostura que fue cerrada por los almohades, impidiendo el paso de las huestes cristianas, y provocando así un problema de difícil solución2. A los cristianos no les quedaban más que dos opciones: forzar el paso de Sierra Morena o dar un largo rodeo; la primera opción sería costosa en vidas debido a lo inexpugnable de las posiciones enemigas; la segunda era inviable debido a que la poca cohesión de un ejército tan variopinto y de tan distintas procedencias como el cristiano. Es aquí donde aparece el protagonista de nuestra historia/leyenda, al que el propio Jiménez de Rada en su crónica describe su llegada como «Dios (...) envió un home como aldeano o pastor, home mal vestido, é parecía que era el vestido de poco valor, segun su manera de parecer. E dijo que él guardara tiempo habia su ganado en aquellos montes, é que tomara por allí en aquel puerto liebres, é conejos. E dijoles que él les mostraria logar por do pasasen muy bien, é sin peligro por la cuesta del monte en derredor, é que los llevaria escondidamente, que aunque los moros los viesen no les pudiesen empecer ninguna cosa, é que podiamos llegar al logar que deseabamos para lidiar con los moros»


La leyenda asegura que la colaboración de ese hombre fue crucial para el éxito de la batalla. Según parece, guió el día anterior a la batalla a las tropas cristianas hasta un buen lugar cerca del campamento musulmán (por una antigua calzada romana), lo que tuvo un impacto importante en el combate; un camino, conocido por pocos y por supuesto desconocido para los guerreros que no pertenecían a la zona, a través de Sierra Morena, fue el utilizado para ayudar a los cristianos. El 14 de julio todo el ejército cristiano desfiló por la senda fuera de las vistas de los musulmanes. Atravesaron el paso del Emperador (o paso del Rey) y llegaron a una meseta (hoy Santa Elena) frente a los campos de las Navas de Tolosa. La sorpresa que produjo entre los musulmanes la presencia de los cristianos en ese punto fue muy grande. No hay datos históricos ni pruebas irrefutables que lleven a confirmar la identidad o la existencia del pastor, pero la leyenda está ahí y es bien conocida. El personaje permaneció en el anonimato hasta principios del s. XVI, cuando Gonzalo Fernández de Oviedo en su Catálogo Real de Castilla, de 1532, lo mencionó por primera vez bajo el nombre de Martín Halaja, añadiendo a la historia el detalle de que el pastor había señalado el camino valiéndose de unas calaveras de vaca que los lobos le habían comido recientemente, y de que el rey castellano le había nombrado hidalgo y otorgado armas en premio por sus servicios, haciéndole así antecesor del linaje de los Cabeza de Vaca: «Dizen algunos queste ombre se llamava Martín Halaja...Escriven e testifican muchos libros antiguos de armería que después de vençida la batalla, el rey Alonso armó caballero a este ombre e le hizo noble e le puso nombre Cabeça de Vaca. E le dio por armas siete escaques de gules en campo de oro, e sobre el escudo por timbre, una cabeça de vaca de gules».Nadie sabe de dónde pudo sacar este cronista informaciones tan precisas trescientos años después de los hechos. Cabe señalar que el nombre no era nuevo en la historia de España en la época de Fernández de Oviedo: ya circulaba en Cuenca la historia de otro Martín Halaja que en 1177 había ayudado a las tropas cristianas a penetrar en la ciudad ocupada por los musulmanes, probablemente basada en la Estoria de Conca que un tal Giraldo, titulado canciller del rey, había escrito supuestamente en 1212 aunque posteriormente la crónica sería convincentemente refutada como apócrifa. Otros autores dejaron constancia de otro nombre atribuido al pastor: Martín Malo; a mediados del siglo XIII un personaje del mismo nombre tenía propiedades en Aceca, al norte de Toledo, aunque su participación en la batalla no está documentada.



A
lgunos llegaron a afirmar que aquella ayuda provino nada más y nada menos que del mismísimo santo madrileño San Isidro Labrador, fallecido en 1172, transformado en pastor y personalizado en aquel hombre que se ofreció a ayudar a los cristianos en una de las batallas clave de la Reconquista; el propio Jiménez de Rada menciona que Dios envió al pastor. Las relaciones de hechos milagrosos ocurridos en combate no es extraña en la historiografía de la Reconquista; en la misma batalla de las Navas se habla además de numerosos prodigios: el paso de la cruz primacial portada por Domingo Pascual a través de los escuadrones sarracenos, a cuya visión éstos caían muertos; la aparición de la cruz en el cielo (en la que posteriormente se basaría la fiesta del triunfo de la cruz); el estandarte que la virgen María envió al rey Alfonso de Castilla mediante el sacristán de Rocamador; o el increíble balance de bajas, estimado en 200.000 árabes por 25 cristianos «sin salir gota de sangre de tanto moro muerto», según De rebus hispaniae, de Jiménez de Rada, que todavía a finales del siglo XVIII algunos autores consideraban correcto. Otros pastores también tuvieron una participación destacada en diversos episodios bélicos de la historia de España en situaciones similares: en 711 Kairan el Ela ben-Mugueit, lugarteniente de Tariq, conquistó Córdoba a los cristianos guiado por un pastor; en 1177 el ya mencionado Martín Halaja mostró a las tropas la entrada a la ciudad sitiada de Cuenca; en 1472 otro pastor ayudó en la toma del castillo de Torre Cardela (Granada) por Rodrigo Ponce de León; en 1477 otro más, de nombre Bartolomé, informó al obispo Alonso de Fonseca de la ruta a seguir para la conquista de Toro (Zamora), y más recientemente, en 1704, el pastor gibraltareño Simón Susarte guió a las tropas españolas en un frustrado ataque a los ingleses durante la guerra de sucesión española en el asedio franco-español a Gibraltar.


Pero, si Martín Halaja es una leyenda ficticia, ¿qué hacer con los monumentos que hay hoy desperdigados a su nombre? ¿y los establecimientos e instituciones? Pues no se hará nada porque está asumido lo que ya decía Honoré de Balzac: “Hay dos historias: la Historia oficial, mentirosa,… y la historia secreta que esconde las verdaderas causas de los acontecimientos”, y cuando las leyendas se incorporan a la Historia y pasan a formar parte de ella …Y si no, ahí tenemos la Sábana Santa de Turín, Italia, el sudario de Cristo para la tradición católica, de la que un estudio de 2018 publicado en el Journal of Forensic Science apunta a que al menos la mitad de las manchas de sangre serían falsas, ya que no son compatibles con la posición de un cuerpo ni en la cruz ni en un sepulcro. A juicio de los expertos, el sudario es un producto artístico «en línea con los análisis ya existentes, como la datación por radiocarbono, según la cual el sudario es un producto artístico medieval». La reliquia ha despertado controversias a lo largo de los años, pues mientras para algunos realmente envolvió el cuerpo de Jesús, un examen del año 1988 con carbono 14 apuntó a que el lienzo se podría haber creado en la Edad Media. Pero los portavoces de la Iglesia dan la vuelta; creen en la Resurrección del Señor por el testimonio de los Apóstoles y por gracia del Espíritu Santo, así que si la Sabana Santa es auténtica estupendo, y si por el contrario es falsa … pues estupendo también.

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1En 1210, bula de Inocencio III dirigida a los obispos españoles apoyando la empresa castellana contra los Almohades, en 1211, nueva bula dirigida a los obispos de Toledo, Zamora, Tarazona y Coimbra para que castigasen a los reyes cristianos que violasen las paces suscritas con Castilla, mientras se enfrentaba a los musulmanes, y en 1212, proclamación papal de un llamamiento a la Cruzada, exhortando a los obispos del sur de Francia con la finalidad de que animasen a sus súbditos a apoyar la empresa castellana y nuevo mandato papal para aparcar las diferencias entre los reyes hispanos en orden a combatir a los sarracenos..

2El Reino de Jaén tenía dos puertos fundamentales en su vertiente norte: el primero, el Puerto del Muradal con el Puerto del Rey (a la izquierda de Despeñaperros), que abrían el paso hacía las importantísimas plazas de Úbeda y Baeza, y luego Jaén, que era lo que interesaba a Castilla; el segundo, el antiguo Saltus Castelonensis, el Puerto de Montizón controlado por el Castillo de San Esteban (en la actual Santisteban del Puerto). Este segundo paso fue el histórico paso del Reino de Castilla al Reino de Granada y Valencia, y del que consta que ya en el tiempo de la batalla de Las Navas de Tolosa, incluso antes, se habían hecho incursiones desde el Sacro Castillo de Calatrava, avanzadilla en la frontera del Toledo conquistado.

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