Aunque considerado un niño prodigio tanto como pianista como compositor - sus primeras composiciones aparecieron en 1849, cuando tenía ocho años – Emmanuel Alexis Chabrier (1841-1894) estudió derecho por imposición paterna y trabajó en el Ministerio del Interior francés durante casi 20 años. Después de escuchar Tristan und Isolde en Munich, Chabrier renunció al ministerio para dedicarse a la composición. Wagner fue una gran influencia en Chabrier, ya que estaba en la música francesa de la época. Chabrier tenía un buen oído para el canto y la danza folclórica, que imitaba con gran eficacia; el compositor pensaba que sus obras escénicas eran las mejores, mientras que otros músicos tan diversos como Franck y Poulenc consideraban su piano música como la más importante. Sin embargo, es España, una de las pocas piezas que escribió originalmente para orquesta, la que ha asegurado su fama. El descubrimiento del folclore español fue una verdadera revelación para Chabrier. Observador atento y curioso, con un apreciable sentido del humor, el compositor compartió en su correspondencia sus impresiones musicales e idiosincrásicas de los lugares que conformaron su itinerario. Este viaje fue un hito en su vida. Como la obra de Chabrier, quien a la vez tuvo mucha influencia en los compositores franceses de las generaciones siguientes. Emmanuel Chabrier, de finales de julio a diciembre de 1882 cumplió su sueño de conocer de cerca el “exotismo” de España (sus profesores de música eran refugiados españoles; recordemos que el siglo XIX español fue marcado por numerosos pasajes de inestabilidad política y económica, y el padre de Chabrier, abogado, hablaba español) y, con su esposa, sus dos hijos y la vieja aya de estos durante esos meses visitó ciudades como San Sebastián, Burgos, Valladolid, Salamanca, Zamora, Ávila, Madrid, Toledo, Sevilla, Granada, Córdoba, Málaga, Valencia o Barcelona. A su vuelta, compuso esta rapsodia, donde captura el color y la emoción de la música que escuchó, y revela el imaginativo talento de Chabrier para la instrumentación. Sobre las zarzuelas de Fernández Caballero, Emilio Arrieta, Ruperto Chapi, entre otros, Chabrier decía que se trataba de Verdi «en malo», precisando, sin embargo, que «la última malagueña tiene cien veces más valor que esos tontos finales a la italiana y que los tríos a la Bellini de los que los compositores de Madrid hacen un abuso desesperante». Chabrier escribió que no conocía otro país cuya música nacional tuviera tal variedad de ritmos y decía estar tan inspirado por su estancia española que quisiera escribir una ópera. Imploraba a sus editores con humor: «Ah, si ustedes pudieran encontrarme tres actos muy alegres cuya acción tuviera lugar en España, haría una obra que tendría color; no se necesitaría hacer el viaje, olería a puchero a una legua; pondría banderillas de fuego (en español en el texto) a todas mis melodías; el terceto llevaría decoración de plumas, cascabeles, borlas de lana como una mula de corrida; el coro sería gallardo como el martes de carnaval en Sevilla; toda la sala bailaría palmeando al ritmo de mis peteneras…». Chabrier escribió también a su amigo director de orquesta Charles Lamoureux. Con lujo de detalles musicales y coreográficos describió todas las danzas que vió y escuchó y, después de pedirle noticias sobre la temporada musical parisina, Chabrier terminó su carta con una promesa, que se volvió incluso una profecía: “A mi regreso a París, escribiré una fantasía extraordinaria, muy española, con los recuerdos de este espléndido viaje. Mis aires, mis ritmos, agitarán a todo el público de movimientos febriles, todos se abrazarán en un beso supremo. Incluso Ud. mismo deberá abrazar al concertino de la orquesta de tan voluptuosas que serán mis melodías. Adiós hombre muy valiente, adiós director entre los directores, adiós batuta encantadora (…) esperándome mucho éxito, mucho dinero, una buena salud, un millón de saludos a su hija, la señorita Lamoureux, y para Ud. el mejor apretón de manos de su servidor, Emmanuel Chabrier”.
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