Para la formación de un gobierno en España tras los resultados electorales se puso de manifiesto que la lista más votada, tras exhibir sonora incapacidad de negociación, argumentaba sólo eso, que era la más votada, ignorando (?) el funcionamiento de las democracias parlamentarias, basadas en pactos. Corramos un espeso velo sobre las vergonzosas soluciones para conseguir el poder y quedémonos con la idea propuesta por alguien de que se alíen los dos partidos mayoritarios, la derecha y la izquierda. Un poco de Historia para empezar: se cuenta que el debate desatado en la asamblea francesa, integrada tanto por seguidores de la Corona como por revolucionarios interesados en tumbarla, era tan acalorado y pasional que los contrincantes se terminaron ubicando estratégicamente en la sala según sus afinidades; de un lado, en las sillas ubicadas a la derecha del presidente del organismo, se sentó el grupo más conservador, los leales a la Corona, quienes querían contener la Revolución y que el rey conservara el poder y el derecho al veto absoluto sobre toda ley, partidarios de que en Francia se instalara una monarquía constitucional, algo parecido al ejemplo inglés, un rey poderoso con un Parlamento que dependiera en gran medida de su figura. Del otro lado, en las sillas de la izquierda, se comenzaron a reunir los revolucionarios que tenían una visión opuesta, los que pedían un cambio de orden radical, para los que el rey solo debía tener derecho a un veto suspensivo, es decir, si no estaba de acuerdo con una propuesta de ley podía suspender el proceso por un tiempo determinado, pero no podía detenerla definitivamente ni cancelarla, lo que en lan práctica suponía el fin del poder absoluto del monarca. Pero más allá de aquella jornada, los asambleístas siguieron ubicándose en la sala por afinidades y la dicotomía no tardó en colarse en el lenguaje político, algo que terminó siendo muy práctico para los editores de las primeras actas de la Asamblea y de los primeros periódicos revolucionarios.
Así pues, al inicio de la Revolución francesa, el lugar que ocuparon respectivamente los partidarios de la realeza y sus oponentes en la Asamblea condujo a que, por facilidad, se denominara a los primeros “derecha” y a los otros “izquierda”. Más de dos siglos después, estas etiquetas siguen siendo utilizadas, aunque cada vez con menor capacidad explicativa. En términos generales, se ha ubicado como “derecha” a los partidarios de la conservación del orden establecido, y se ha considerado “izquierda” a los impugnadores del estado de cosas prevaleciente. Pero, si bien la derecha ha sido y es identificada con valores o creencias como la autoridad, el orden jerárquico, el militarismo, la tradición e incluso la religión, en el lado izquierdo los contenidos han pasado por una evolución. En particular, sobre la adhesión revolucionaria a la igualdad se ha elaborado una propuesta de justicia social que, en el capitalismo desarrollado, ha generado el llamado estado de bienestar para combatir la desigualdad. En el medio, en un territorio disponible a unos y otros, han quedado otros asuntos de importancia: el nacionalismo, los derechos individuales —encabezados por la libertad—, la justicia, el valor del trabajo y el del mérito, para mencionar algunos. Derechas e izquierdas —el plural ayuda a dar cuenta de la variedad presente en cada lado— recurren seriamente o de modo oportunista a la invocación de “la patria”, “la libertad” o “la justicia” cuando así lo estiman necesario o simplemente útil. El liberalismo ha hecho más difícil la dicotomía izquierda/derecha al postular valores como el respeto a la diversidad y a la discrepancia, que llamamos pluralismo, que no pueden ser claramente situados en una u otra. De allí que, en ocasiones, se haya echado mano a hablar de “liberales de izquierda” para diferenciarlos de los liberales centrados únicamente en el laissez-faire, laissez-passer que postula un capitalismo no sujeto a controles La realidad ha ido mostrando, a veces de manera trágica, que las categorías de derecha e izquierda son camisas de fuerza en las que nos obligamos a colocar a las posiciones que, con tantos matices, se van desarrollando. ¿Nos explica algo de eso ubicar a Eisenhower y a Trump en el mismo casillero? La complicación es mayor cuando se trata de situar, por ejemplo, a Stalin: ¿en la derecha o en la izquierda? En la actualidad, al rescate ha llegado la teoría al crear la subdivisión “izquierda iliberal”, que en términos simples sería algo así como una izquierda reaccionaria, contradicción en los términos que, solo para mantener tercamente el uso de la categoría “izquierda”, se aplica a algunos regímenes. Este es el caso de países de Europa del Este, como Hungría y Polonia, cuya orientación retrógrada entra constantemente en colisión con la Unión Europea.
Está ampliamente difundido en la opinión publica que, con el fin de las ideologías y la caída del muro de Berlín, han perdido significado gran parte de las diferencias sustanciales que existieron entre la derecha y la izquierda, mas aún existen diferencias de sensibilidad entre los que se colocan sobre este eje, aunque hayan adoptado posiciones y posturas, sin duda más atenuadas e, incluso, temas diferentes respecto a los tradicionales. Por tanto, ¿podemos seguir hablando de izquierda y derecha? Y si existen y tienen campo, ¿cómo se puede sostener que han perdido el significado? Y si tienen todavía un significado, ¿cuál es este significado? En el ámbito de la política surgen básicamente cinco preguntas:
1) ¿Existe una apropiada y unívoca definición de derecha y de izquierda?
2) En caso negativo, ¿tiene significado, más allá del lenguaje común del hombre de la calle?
3) En caso positivo, ¿esta división es útil para interpretar la complejidad de la realidad política contemporánea?
4) Esta división ¿es suficiente para recoger la totalidad de los comportamientos políticos en las sociedades actuales?
5) ¿Es exclusiva de otras distinciones?”
La psicología social y política puede también estudiar lo que significa en lo cotidiano –en las pequeñas cosas de todos los días– ser de derechas o ser de izquierdas. ¿Existen diversas sensibilidades? ¿Existen modos diferentes de mirar a sí mismo y al mundo social? ¿Existen diferentes estilos de atribución de causas para explicar la realidad que nos circunda atados a esta distinción? ¿Existe una base psicológica del ser de derechas o bien de izquierdas? Naturalmente no pretendemos responder a toda esta serie de preguntas pero parece interesante comenzar a estudiar el tema desde un enfoque tentativo, para poder analizar.
Por ello, partimos de que, a pesar de los citados fin de las ideologías y caída del Muro, existen aún diferencias entre la derecha y la izquierda, que se manifiestan no tanto a nivel de grandes cuestiones políticas, sino en las diversas sensibilidades de los que se colocan en el eje derecha–izquierda, lo que se relaciona con algunos temas de carácter social y civil que posibilitan recoger la articulación entre los aspectos psicológicos y los aspectos sociales, uno de los más interesantes niveles de lectura de la actual psicología social. En las sociedades actuales, la causalidad personal es una explicación de derechas y la causalidad situacional es una explicación de izquierdas. La psicología social no puede ignorar el hecho que el mundo es estructurado y organizado según tal división y que esta es una división permanente: nosotros explicamos el comportamiento de las personas en base a la premisa que se consigue lo que se merece. Los psicólogos canadienses Guimond y Simard han intentado comprobar esta teoría y no se han sorprendido al descubrir que esta actitud era sobre todo típica de las personas pertenecientes a la clase mayoritaria o dominante pues las clases dominantes y dominadas no tienen una representación semejante del mundo que comparten; ven el mundo de forma distinta, lo juzgan con criterios específicos y cada uno según sus propias categorías. Para las primeras, el individuo es responsable de todo lo que le pasa y sobre todo de sus fracasos. Para las segundas, los fracasos se deben siempre a las circunstancias que la sociedad crea para el individuo. En este sentido, la expresión de causalidad de derechas/causalidad de izquierdas –una expresión que es igualmente objetiva como las dualidades alto–bajo, persona-ambiente, ...– puede ser aplicada a casos concretos.
Según un estudio/encuesta realizado hace ya un cuarto de siglo por las Universidades italianas de Turín y Bolonia continúan existiendo elementos que distinguen a la derecha de la izquierda que no parecen estar ligados a diferencias ideológicas o a grandes cuestiones políticas, pero se asocian a diferentes sensibilidades psicosociales relacionadas con diversos modos de percepción, atribución causal y de valoración de sí mismo y del ambiente social. Aquellos que prefieren los valores tradicionales de la izquierda tienen un estilo de atribución sustancialmente definible como situacional, y plantean como causa, por ejemplo, de la drogodependencia la injusticia de la sociedad, con la tendencia, además, a percibirse menos seguros y preservados de incurrir, ellos mismos, en problemas psiquiátricos o de droga, piensan también que son insuficientes las ayudas de la sociedad a las categorías sociales en dificultad, propuestas en el cuestionario. En el polo opuesto se colocan los simpatizantes de las fuerzas de derechas y comparten el estilo de atribución causal sustancialmente personal y extremamente negativo en términos de valoración (los drogodependientes están así por pereza); sostienen que las ayudas a los grupos sociales en dificultad son adecuadas e incluso hasta excesivas; y comparten la percepción de sí mismo como libres de posibles problemas psiquiátricos y de drogodependencia. Entre estos dos extremos se coloca “el hombre de la calle” que, por su naturaleza extremamente compuesta e integradora, se coloca en una posición intermedia. Merece la pena recordar que los sujetos entrevistados en el trabajo universitario no son militantes políticos, sino solamente potenciales electores, lo que avala la idea de que sea posible hacer referencia a diferentes sensibilidades de derechas y de izquierdas que van el más allá de los datos ideológicos y políticos en su sentido estricto, y que en cambio están –en un significado casi prepolítico– ligadas a las cosas de la vida cotidiana.
Para muchos, la izquierda y la derecha política son percepciones de la realidad que están desactualizadas. “Ser de izquierdas es como ser de derecha: una de las infinitas formas que tiene el hombre de ser imbécil” (José Ortega y Gasset) Pero lo cierto es que aún hoy existen una serie de diferencias insalvables entre ambos bloques. Lo verdaderamente complicado es saber situarse o situar a alguien, sobre todo en sistemas multipartidistas, donde pueden existir formaciones con reivindicaciones pertenecientes a ambos bandos. Una persona es de derechas o de izquierdas, no sólo por el partido político en el que milite o al que vote, pues podría estar influenciado por otras motivaciones como lal económica o simplemente el sentirse obligado por algún motivo, principalmente por cómo se ve a sí mismo, cómo se siente con respecto a los demás y cómo ve a su prójimo, cómo lo trata y cómo se comporta con los que le rodean. Si te sientes superior porque sí, por algo que has heredado directamente, o que has conseguido por motivo de esa herencia y te crees merecedor de todo aquello que a los demás les niegas, ya empiezas a ser de derechas, y puedes llegar a ser hasta de extrema derecha; si además utilizas alguna religión o creencia para sojuzgar a inocentes, influenciables o débiles de carácter, ya te auguro un brillante futuro económico para esta vida dentro de esa ideología. Si, por el contrario, te sientes con los mismos derechos y la misma dignidad que los que te rodean, a pesar de posibles circunstancias adversas, bien heredadas o simplemente por el destino, lo normal es que empieces a ser de izquierdas, lo que no quita que con tu esfuerzo puedas triunfar en la vida con un poco de suerte y si, aun así, sigues tratando a tu prójimo con dignidad y cariño y deseándole lo mismo que a ti, entonces eres de izquierdas de verdad. Si, por el contrario, el éxito te hace cambiar y empiezas a comportarte como alguien de derechas, entonces serás simplemente un farsante. Naturalmente, esto no tiene por qué ser así para siempre. Uno puede, sin duda alguna, hacer algo bueno para sí mismo, como mirarse en ese espejo interior e ir moldeándose a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario