sábado, 17 de febrero de 2024

Música y violencia.



Es época de regalos (ya sabéis, aquello del consumismo), y a mí, extrañamente, quizás por error, me han traído uno curioso: una grabación de 1975 de unos corridos mexicanos de los desconocidos para nosotros Los Tigres del Norte, una agrupación originaria de Sinaloa (México), creada en 1968 en la localidad estadounidense de San José, en el estado de California, con más de una treintena de discos lanzados; entre los temas de la grabación llama la atención uno que se llama como el disco, “La Banda del carro rojo”, que cuenta la historia de Lino Quintana y su banda, un narcotraficante de principios de 1970, que el músico Paulino Vargas inmortalizó a partir de un rastreo de este personaje en periódicos y archivos policiales; parece que a Lino Quintana lo mataron en Nuevo México, cuando salía de Dexter. Al parecer, la primera grabación de esta canción fue la del grupo Los Alegres de Terán, en 1972, aunque quienes la popularizaron fueron Los Tigres del Norte. Es algo apasionante: ¿música y delito? Pues profundicemos. En tiempos de la Revolución mexicana, durante la década de 1910, se hicieron populares una serie de composiciones musicales, que tenían su origen en el romance español. Tenían como principal objetivo narrar acontecimientos reales, eran algo así como periódicos populares que informaban y, también, ensalzaban a los héroes locales con visiones épicas de las batallas y los hechos que se generaban en su entorno próximo. Así es como nacen los corridos, también conocidos como mañanitas, ejemplos, versos, tragedias, relaciones o coplas. Estas historias de grandes hombres de la Revolución, de batallas, bandoleros, asesinatos, ejecuciones, accidentes o desastres naturales fueron, poco a poco, evolucionando hacia otros temas, como las drogas, muy presentes en la cultura mexicana del siglo XX, más reciente. En este contexto aparecen los narcocorridos, un subgénero del corrido mexicano tradicional en el que los hechos que se narran están relacionados con el mundo de las drogas, el narcotráfico, la violencia, el dinero, la corrupción, los enfrentamientos entre la policía y los traficantes, la influencia cultural que ejercen estas actividades ilícitas en la sociedad y, en general, todo lo que se ha venido en denominar “narcocultura”1. Durante la década de 1970, momento en el que este género inicia su apogeo, algunos grupos y artistas de narcocorridos fueron perseguidos por los narcotraficantes; y, también en ocasiones, por los representantes de la ley, por considerar que hacían apología del crimen organizado. En la actualidad, el narcocorrido ha evolucionado hacia un movimiento casi clandestino, que tiene su hábitat natural en internet, entre las comunidades mexicanas que viven en Estados Unidos, con contenidos más explícitos y violentos (torturas, armas, secuestros, venganzas, etc.); es lo que coloquialmente se conoce como “narcocorrido alterado”, un movimiento que busca acomodo en la red, ante la persecución del gobierno mexicano, que prohíbe estas manifestaciones en medios habituales como la radio o la televisión.


En sus inicios se le llamaban simplemente corridos de tráfico de drogas ilícitas. En la medida en que la temática abarcó más allá de los peligros y las hazañas, cambió a canción exaltadora de la vida ostentosa y placentera del narcotraficante y cambia su denominación a narcocorrido. En esencia, los narcocorridos conservan parte de la estructura de los corridos tradicionales, por lo que se considera que son una evolución de éstos y no precisamente un nuevo género musical, con excepción de las temáticas cantadas. En sus narrativas dan cuenta de la violencia, el poder, la muerte, el consumo suntuoso y los placeres, derivados de las acciones del narcotráfico.; sus personajes conservan ciertos elementos del papel otorgado al héroe del corrido tradicional: son carismáticos, dispuestos a enfrentar situaciones de peligro, a arriesgar su vida, ponen a prueba la lealtad y el valor siempre al margen de la ley, son benefactores de su pueblo y en correspondencia reciben su protección; sin embargo no dejan de ser personajes violentos, corruptos y asesinos. Así, los narcocorridos se convierten en el medio que vehiculiza e integra una gran variedad de componentes y dispositivos dentro lo que se conoce como narcocultura. Los hechos que narran los narcocorridos forman parte de la vida cotidiana, de muchos lugares de México, pero sobre todo aquellos donde el narcotráfico tiene un asiento histórico como es el caso de la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Son crónicas y boletines de prensa que ofrecen información sobre el mundo del narcotráfico y las amplias y variadas articulaciones que desde él se construyen y relacionan con otros espacios de la sociedad, contrapeso de la información oficial; plantean muchas de las complicidades institucionales y la participación de diversas figuras de los ámbitos legítimos que ayudan, protegen o sirven a los grandes narcotraficantes. Pero los narcocorridos van más allá de las letras, los sonidos y los ritmos. La existencia de elementos (expresiones, datos, lugares, ciertos códigos, etcétera) emanados del narcotráfico, instaurados en la narcocultura y observables en los narcocorridos, son capaces de producir sentido, y cada vez son más codificables entre sectores de la población que los escucha, pues son capaces de crear imaginarios, de reforzar ideologías y de servir de reflejo y espejo de todo los que representa el mundo narco. La apología ya no es solo de los personajes dedicados al narcotráfico y del delito, o de la droga como solía hacerse hasta hace poco tiempo.


En 2009, aparece una nueva corriente denominada “El movimiento alterado” o “corridos enfermos”, para colocar al discurso en otra dimensión, aún más desafiante, mucho más abierta en su lenguaje con el cual retratan de una manera brutal, la realidad de los ambientes y sucesos del narcotráfico. Quienes describen esta “nueva era” afirman que surge en las calles y ranchos del estado de Sinaloa y toma fuerza con la difusión de videos en las redes sociales, lo que, supuestamente, genera en los jóvenes un nuevo estilo de vida y ciertas características identitarias del movimiento:, en prácticas muy antiguas en Sinaloa y que son parte de la narcocultura aunque no son exclusivas de este “movimiento”. más bien es la imagen de quien sigue la combinación “tradicional” de música, lenguaje y modas. Esta corriente posee características propias de un proyecto mercadológico de espectáculos que abarca otros elementos no sólo la venta de música, como videos, playeras, camisas, gorras, ropa interior, entre otros, y cuenta con su radio oficial, de acuerdo con su página electrónica. El asunto de fondo son las acciones de índole económica, organizaciones dedicadas al ajuste de cuentas y, suponen, paradójicamente, una adscripción al mundo económico legal.


No es de extrañar, entonces, que en medio de la sombría realidad que hay detrás de la larga y, por ahora, perdida batalla contra la violencia de los cárteles, este género musical divida las opiniones de los oyentes en México, así como en las nuevas audiencias al norte de la frontera porque la realidad es que el narcocorrido traspasa fronteras: "Me gusta que la música cuente historias reales de personas reales", cuenta Alex Fernández, un estadounidense de primera generación que vive en el sur de California, a pocos kilómetros de la frontera con México. "A la gente le gustan las películas policíacas o el rap de gánsteres. Es lo mismo". Es difícil conseguir cifras fiables de oyentes de narcocorridos en los Estados Unidos, pero la audiencia potencial es de millones de personas, la "música regional" mexicana, el amplio género en el que se enmarcan los corridos, es el formato de interpretación más fuerte entre los consumidores hispanos de la radio. Para muchos oyentes estadounidenses, el contenido de la música, que a menudo se retrata a los narcotraficantes como figuras parecidas a Robin Hood que se oponen al gobierno, es parte del atractivo y su popularidad en Estados Unidos es directamente comparable con el auge del rap de gánsteres a mediados de la década de los 80, "El rap de gángsters se ha naturalizado en la cultura masiva, y no es muy diferente en su función y estilo", señala Rafael Acosta, profesor de la Universidad de Kansas que ha estudiado el género de los narcocorridos, cuyo contenido suele estar inspirado en personas y eventos reales, y ha provocado que recientemente se prohiba su emisión por radio o algunas presentaciones en vivo en algunas partes de México y los Estados Unidos y en eventos que se consideran potencialmente relacionados con el narcotráfico. Los narcocorridos cuentan las historias de "personas que se sienten, muchas veces con razón, que son desatendidas por los aparatos estatales y económicos, y buscan posibilidades de rebelión y avance socioeconómico", y se comparan con las películas y canciones sobre gánsteres italianos de principios del siglo XX o con los forajidos que traficaban alcohol ilegal durante la prohibición de la década de los años 20, pero los críticos que denuncian el género señalan su relación con incidentes violentos de la vida real y la relación percibida entre los músicos y los delincuentes; más de una docena de cantantes de narcocorridos han sido asesinados en México en los últimos años, mientras que otros han sido acusados por las autoridades de estar involucrados en delitos. La naturaleza violenta de esta música es un tema "complicado", incluso para los fanáticos, pero hay señales de la fatiga que ha generado la violencia asociada a las drogas, y esto ha hecho que algunos fanáticos se alejen de esta música. Por cierto, hablando de la internacionalización, en las décadas de 2000 y 2010, el género musical reguetón empezó a calar en Colombia, específicamente en Medellín y varios reggaetoneros han sido relacionados con narcotraficantes colombianos aunque otros han rechazado que se use el género musical reguetón como plataforma para promocionar la narcocultura, con canciones e imágenes, pidiendo enfocarse en lo positivo y musical.

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1La Narcocultura se refiere a la influencia cultural que ejerce el narcotráfico sobre una sociedad, gustos generalizados y popularizados por narcotraficantes y ha afectado con particularidad a cada sociedad que ha tocado, en la que se ven estructuras mafiosas imponiendo costumbres y tendencias sobre el resto de la población, en algunos casos sin o poca ética y estética. La narcocultura tuvo su origen en la década de 1960 en Estados Unidos, México y Colombia, principal ruta del tráfico de marihuana, cocaína y heroína, donde tomaron aspectos de las culturas autóctonas y glorificando la cultura del narcotráfico sobre todo en redes sociales. El fenómeno ha afectado diferentes aspectos culturales como la música, la literatura, la moda, el arte, la arquitectura, costumbres y modo de vida, vehículos, estética corporal, pero ante todo la normalización de la violencia, el culto a las armas y el "todo vale". La gente siente identidad cultural hacia el capo; ven un héroe, un hombre de clase baja que consigue dinero. Cuando estas organizaciones criminales toman el control del gobierno en un país se le llama narcoestado.



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