Los peligros de
vivir en la Arcadia
La Arcadia era en la realidad una
provincia de la antigua Grecia que con el tiempo se ha convertido en el nombre
de un país imaginario, cantado y representado por poetas y artistas, sobre todo
del Renacimiento y del Romanticismo (nuestros Cervantes, Lope de Vega o
Garcilaso, entre muchos otros), en el que reina la felicidad, la sencillez y la
paz en un ambiente idílico en comunión con la naturaleza, como en la leyenda
del buen salvaje. En puridad, la Arcadia
idílica es perfectamente equiparable al concepto de Utopía si bien los
fundamentos de una y otra figura son sensiblemente diferentes...
El origen de la
leyenda cabe buscarlo en la mitología griega, que sirvió al poeta latino
Virgilio para escribir sus Bucólicas,
una serie de poemas situados precisamente en Arcadia. Virgilio influyó a su vez
poderosamente en la literatura europea medieval y en lo que representó la
vuelta a la Naturaleza, de forma que durante más de dos mil años, mientras la
guerra triunfa como modo legítimo de vida y el poder bendice sus sangrientas
empresas, nunca han faltado voces poéticas que mantuvieran viva esa perpetua
llamada bucólica a la simplicidad, ese contrapunto de mensaje de una felicidad
posible.
En el
Renacimiento, y a diferencia de la Utopía de Tomás Moro, que se erige en objetivo
como instrumento de evolución cultural y actitudinal creado por el hombre,
Arcadia es presentada como el resultado espontáneo de un modo de vida natural,
no corrompido todavía por la civilización.
De ahí nace,
entonces el concepto mismo de la investigación de la Arcadia Feliz, que encierra
la emoción de seguirle las huellas a una misma idea pensada por el hombre a lo
largo de siglos y siglos. Por vez primera se plantea el doble reto de trazar
sobre los parajes reales de una Arcadia actual un retrato documentado y vivo de
la Arcadia que imaginaron los antiguos y de rastrear a un tiempo la
conformación y la influencia de ese sugerente mito desde la antigüedad a
nuestros días a través de las obras y los testimonios de los personajes
históricos que expusieron o desarrollaron diferentes enfoques del fenómeno,
desde Hesíodo hasta Goethe o Blake pasando por Erasmo o Góngora, todos los que,
al final, sin embargo, no perdieron de vista que las evocaciones de la Arcadia
gozan de la conciencia plena de paraíso perdido que de ninguna forma les hace
perder la noción del rabioso presente.
Sin
embargo, ya el gran Antonio Machado, observador agudo y privilegiado de su
entorno, avisaba de la existencia de un cierto personaje que tan magistralmente
describe en su poema “Del pasado efímero”:
“Este hombre del casino provinciano
…
tiene … algo más o menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
…
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
…”
Y
tal parece que se reproduzca hoy este personaje machadiano del profesional que
vive en un estado imaginado sin darse cuenta de que, ya no sólo la situación
real, sino las tendencias, sociales, económicas, políticas, etc., apuntan a
que, de esa Arcadia confortable en la que alguno cree vivir va quedando cada
vez menos.
Causa
sonrojo, en ese sentido, ver que en determinados observatorios que, en épocas
de bonanza pasaban por ser punteros de la gestión de recursos humanos, algunos
de sus colaboradores no han sido capaces de asimilar el cambio radical
ocurrido, y no solo en lo que se refiere a las posibilidades de empleo, sino en
la imparable tendencia social que necesariamente ha de desembocar en nuevos
paradigmas que se adecuen a las nuevas formas de relación profesional. Así,
observar que algunas de esas reputadas
publicaciones, en lugar de los ineludibles análisis de la situación enfocados a
ponderar cómo se han de estructurar las oportunidades, emplean su espacio en elucubraciones
metafísicas y cantos filosóficos (únicamente válidos, en todo caso, en fases
posteriores de plena automotivación personal) en torno a las diferencias entre
satisfacción, alegría y felicidad en el desempeño de una obligación, pongamos
por caso, entristece porque da a pensar que los expertos se están dejando llevar por posturas erráticas e inanes
que ni benefician su mercado ni, incluso, dejan en buen lugar, su pretendido
conocimiento de la realidad.
Y
hay que revisar con cierto desapasionamiento cómo se prevé el futuro inmediato
para tener la fuerza suficiente para afrontarlo con una mínima posibilidad de éxito
Las fuentes de energía y el futuro
de la crisis
Viene
apuntándose, cada vez con mayor fundamento argumental, que lo que está en juego
en lo que empezó (simplemente) como
una fortísima crisis económica es nada más ni menos que el modelo de sociedad,
que la época del desarrollismo como germen del consumismo, base a su vez del
modelo relacional y político, está llegando a su fin, y para demostrar esa
premisa se echa mano de una idea nuclear irrebatible: si el mundo en que
vivimos y los recursos que nos proporciona son finitos, del futuro no puede
sustentarse en un crecimiento sin límites, que choca con la realidad
circundante.
No
se dedican estas líneas a glosar la necesidad de cambio en el sistema de
sociedad basado en el crecimiento continuo (y desordenado, me atrevería a decir
en algún caso), que, como forma social, merece otro espacio.
Sin
embargo, hay un factor adicional al meramente filosófico de forma de vida, más
preocupante a corto plazo, que parece olvidarse en torno al estudio y previsión
de agotamiento de las fuentes tradicionales de energía, y es algo que ya se
está haciendo visible en el mundo empresarial, como es la aplicación pura y
dura de la ley de la oferta y la demanda. Para decirlo de forma breve en este
inicio de exposición, a medida que un recurso (la energía fósil, por ejemplo)
se agota, su precio va en aumento, de manera que, aunque sin levantar mucha
polvareda en los noticiarios, ya se han dado a conocer casos de industrias que,
lisa y llanamente no pueden asumir el incremento del coste de la energía que
necesitan para desarrollar su actividad y han tenido que cerrar sus puertas.
No
son artificios retóricos, por supuesto. Basta recordar un solo ejemplo cercano,
el de la empresa vasca Babcock & Wilcox, que, de tener más de 5.000
empleados a mediados de los años 70 del pasado siglo y un producto
tecnológicamente puntero y de gran demanda mundial pasó al total
desmantelamiento y desaparición tras sufrir el impacto que la llamada crisis
del petróleo de los años setenta precisamente produjo en la industria de bienes de equipo, muy consumidora de energía
en volumen y precio asequibles para sus necesidades y su viabilidad. El
corolario a que se llega, es, por decirlo en expresión suave, preocupante, toda
vez que se colige que el coste de la energía para la actividad industrial es
una variable de considerable peso en las cifras de desempleo y en la
desigualdad social.
No
hay que olvidar que, en la reciente evolución de la humanidad, a partir de la
eclosión de los progresos industriales, la historia de la industria en el mundo
se escribe en paralelo a la obtención y aprovechamiento de la energía necesaria
para su funcionamiento de forma que a nadie sorprende que numerosas crisis
económicas ocurridas, en particular en la segunda mitad del siglo XX, el
detonante siempre ha sido algo relacionado con la energía, sea su producción,
su distribución o su precio.
En
España debe tenerse muy presente, además, que, por los escasos recursos
naturales que produce, el 76 % de la energía se importa y que, por
condicionamientos de índole política que afectan a las inversiones necesarias
para ir efectuando el cambio a energías renovables, se han destruido más de
70.000 puestos de trabajo desde el inicio de la crisis en 208, de los que unos
48.000 se pueden atribuir al parón en el desarrollo del sector fotovoltaico,
unos 14.000 al de los parques eólicos y el resto a otras fuentes.
El agotamiento de los recursos
naturales
Cuando hablamos
de “recurso natural”, es conveniente ponderar su aplicación a algo tan
aparentemente disperso como un yacimiento mineral explotable, una bolsa de
petróleo, un bosque, el agua o el aire
respirable, por poner ejemplos sin discusión. De hecho, lo que consideramos
recurso ha ido cambiando con el tiempo. El petróleo, por ejemplo, era ya
conocido hace miles de años, pero su identificación como recurso energético es
muy reciente, cuando se ha podido explotar técnicamente. Y eso también es
aplicable a muchos minerales, a los recursos de los fondos marinos, de los
saltos de agua o de la energía solar que, obviamente, siempre han estado ahí.
La idea de
“recurso” lleva implícita su limitación, es decir, la evidencia de que es algo
valioso pero que no está al alcance de todos. Por eso, el agotamiento de los
recursos es uno de los problemas más acuciantes para la sociedad en general y
para la ONU en particular, como quedó demostrado en las conclusiones de la
primera Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992.
Resulta obligado,
claro está, referirse al agotamiento de los recursos energéticos fósiles,
que aparece como uno de los ejemplos más claros. Sin embargo, paradójicamente, los
comportamientos sociales en los países desarrollados no muestran una
comprensión real del problema cuando se siguen fabricando coches que queman
alegremente cantidades crecientes de petróleo, sin tener en cuenta, ni las
previsiones de su agotamiento, ni tampoco los problemas que provoca su
combustión o el hecho de que constituye la materia prima, en ocasiones
exclusiva, de multitud de materiales sintéticos (fibras, plásticos, cauchos,
medicamentos…).
Como es
fácilmente comprensible, resulta difícil predecir con precisión cuánto tiempo
podremos seguir disponiendo de petróleo, carbón o gas natural. La respuesta
depende de las reservas estimadas y del ritmo de consumo mundial. Y ambas cosas
están sujetas a variaciones: se siguen realizando prospecciones en busca de
nuevos yacimientos e incluso se está volviendo a extraer petróleo de
yacimientos que hace tiempo fueron abandonados como no rentables. Pero las
tendencias son cada vez más claras y ni los más optimistas pueden ignorar que
se trata de recursos fósiles no renovables, cuya extracción resulta cada vez
más costosa, lo que se traduce en un encarecimiento progresivo del petróleo,
que se ha disparado de forma alarmante y sostenida tras la invasión de Irak en
la primera década de este siglo.
Pero,
desgraciadamente, la situación de emergencia planetaria no es atribuible a un
único problema, por muy grave que sea el agotamiento del petróleo. De hecho,
algunos expertos temen que no llegue a agotarse lo suficientemente deprisa como
para poner freno al acelerado cambio climático que está provocando su
combustión. Y si se sigue considerando el problema del agotamiento de recursos,
para la inmensa mayoría de la población mundial resulta tanto o más grave el
proceso de desertización y drástico descenso de los recursos hídricos, un
recurso esencial tan sólo aparentemente
renovable, en cuyo acceso se dan desequilibrios insostenibles.
Posibles alternativas
El agotamiento de
los recursos conocidos, el derroche energético y la agresión al medio ambiente,
como consecuencia de la misma producción energética, son los problemas que más
preocupan a los Gobiernos como gestores de los recursos, y a la sociedad en su
conjunto. Esto es así porque cualquier actividad humana necesita un consumo de
energía provinente de esos recursos, pero dependiendo de los fines requeridos,
emplea un determinado tipo, pudiéndose observar a lo largo de la Historia que
el hombre ha utilizado distintos tipos de energía empezando por los tradicionales
(fuerza humana, fuerza animal, madera, agua y viento). La evolución de las
fuentes de energía a partir de los inicios de la industria ha sido debida a la
influencia de diferentes factores como:
- El encarecimiento de determinado recurso.
- Mayor eficiencia de unas energías respecto a
otras.
- Mejor aprovechamiento tecnológico de unas u
otras
- Descubrimiento de nuevos recursos.
- Agotamiento de las fuentes de energía.
- Menor impacto medioambiental.
En razón de todo
ello debe admitirse que actualmente, las reservas energéticas existentes son
obtenibles mediante la tecnología disponible a un precio competitivo, lo que
permite suponer, pese a todo, que las reservas estimadas en la actualidad
pueden aumentar de manera espectacular por las mejoras de los sistemas de
obtención de la energía.
Sería ingenuo,
sin embargo, fiarlo todo a un presunto mantenimiento de standards de obtención
y, consecuentemente de unos precios estables; al contrario, debe trabajarse
decididamente en la tendencia de cambiar el uso de energías no renovables por
renovables, dando por descontado que la calve del cambio se estructura en dos
pilares: el respeto por el medio ambiente como marco inalterable imprescindible
para la supervivencia y convivencia futuras, y el
estudio de la tecnología (unido a la economía y a las tendencias sociales) que
permita el aprovechamiento y la aplicación de las fuentes de energía
necesarias.
Revisemos a
vuelapluma, y solo a título de recordatorio, las diferencias básicas entre la
energía no renovable y renovable, lo que, sin duda, proporcionará argumentos
que justifiquen la necesidad del cambio
a) las energías no renovables se encuentran
supeditadas a ciclos geológicos de formación del producto; como el proceso
geológico dura miles de años, el elevado consumo agota las reservas a una
velocidad mucho mayor que el tiempo necesario para que se formen de nuevo.
El carbón, el gas
natural y el petróleo son las principales energías no renovales, y todas ellas
tienen características comunes:
- Agotamiento progresivo con su consumo.
- Cubren mayoritariamente la demanda mundial.
- Reparto geográfico desigual.
- Explotación costosa y perjudicial para el medio
ambiente.
b) las energías renovables, su estudio,
aplicaciones y aprovechamiento, nacen como consecuencia de factores como la
degradación ambiental, el desequilibrio energético entre países desarrollados y
en vías de desarrollo y el agotamiento de recursos combustibles tradicionales.
También puede afirmarse que, como ocurre en el segmento de las no renovables,
las renovables comparten ciertas características comunes:
- Tienen un impacto ambiental menor o nulo
respecto a las energías tradicionales.
- Exigen generalmente inversiones costosas para su
obtención, aplicación y distribución.
- Son inagotables o muy abundantes.
- Suponen el aprovechamiento de recursos
naturales.
Dentro de las energías renovables, cabe citar, sobre
todo: energía solar (principalmente para producción de agua caliente,
calefacción y electricidad a través de paneles fotovoltaicos), energía eólica,
para la producción de electricidad con aerogeneradores, la biomasa o
combustible obtenido de recursos biológicos, energía geotérmica que hace
aflorar fuentes de calor interna de la tierra, energía marina, que abarca la de
olas y mareas y la de diferencias de temperatura por las profundidades
diversas, energía hidráulica de saltos de agua en embalses, etc.
Propuestas de futuro
Como se ha
apuntado, el sistema económico basado en la máxima producción, el consumo, la
explotación ilimitada de recursos y el beneficio como único criterio de la
buena marcha económica es insostenible. Un planeta limitado no puede
suministrar indefinidamente los recursos que esta explotación exigiría. Por
esto se ha de imponer la idea de que hay que ir a un desarrollo real, que
permita la mejora de las condiciones de vida, pero compatible con una
explotación racional del planeta que cuide el ambiente. Es el llamado
desarrollo sostenible.
La definición más
conocida de Desarrollo sostenible es la de la Comisión Mundial sobre
Ambiente y Desarrollo (Comisión Brundtland) que en 1987 lo hizo como:
"el
desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la
capacidad de las futuras generaciones para enfrentarse a sus propias
necesidades".
Según este
planteamiento el desarrollo sostenible tiene que conseguir a la vez:
- satisfacer a las necesidades del presente,
fomentando una actividad económica que suministre los bienes necesarios a
toda la población mundial.
- satisfacer a las necesidades del futuro,
reduciendo al mínimo los efectos negativos de la actividad económica, tanto
en el consumo de recursos como en la generación de residuos, de tal forma
que sean soportables por las próximas generaciones. Cuando nuestra
actuación supone costos futuros inevitables (por ejemplo la explotación de
minerales no renovables), se deben buscar formas de compensar totalmente
el efecto negativo que se está produciendo (por ejemplo desarrollando
nuevas tecnologías que sustituyan el recurso gastado)
Para ello, un
desarrollo económico/social que podamos calificar de sostenible ha de reunir
una serie de características que pueden resumirse en:
- Busca la manera de que la actividad económica
mantenga o mejore el sistema ambiental.
- Asegura que la actividad económica mejore la
calidad de vida de todos, no sólo de unos pocos elegidos.
- Usa los recursos eficientemente.
- Promueve el máximo de reciclaje y reutilización.
- Pone su confianza en el desarrollo e
implantación de tecnologías limpias.
- Restaura los ecosistemas dañados.
- Promueve la autosuficiencia regional
- Reconoce la importancia de la naturaleza para el
bienestar humano.
Sin embargo, el primer escollo es mental, y obedece a que en la mente humana está firmemente asentada una visión
de las relaciones entre el hombre y la naturaleza que lleva a pensar que:
- los hombres civilizados estamos fuera de la naturaleza y que no nos
afectan sus leyes
- el éxito de la humanidad se basa en el control y
el dominio de la naturaleza
- la Tierra tiene una ilimitada cantidad de
recursos a disposición de los humanos
Estos
planteamientos, imbricados firmemente en la cultura occidental, hacen que,
desde hace unos cuatro siglos, se ha visto que el éxito va asociado a una forma
técnica de pensar, centrada en el dominio de la naturaleza por el hombre.
Por el contrario,
el punto de vista del desarrollo sostenible enfatiza en que debemos plantear
nuestras actividades "dentro" de un sistema natural que tiene sus
leyes, usando los recursos sin trastocar los mecanismos básicos del
funcionamiento de la naturaleza.
Un cambio de
mentalidad es lento y difícil. Requiere afianzar unos nuevos valores dando a
conocer ejemplos de actuaciones sostenibles, promoviendo imprescindibles compromisos
políticos, y desarrollando programas que se propongan fomentar este tipo de
desarrollo.
No está de más
acabar recordando que en la Unión Europea se elaboró en 1992 el V Programa de acción
de la Comunidad en medio ambiente con el título de "Hacia un desarrollo
sostenible". En este programa se decía "No podemos esperar… y no
podemos equivocarnos", el medio ambiente depende de nuestras acciones
colectivas y estará condicionado por las medidas que tomemos hoy. El V Programa
reconoce que "el camino hacia el desarrollo sostenible será largo. Su
objetivo es producir un cambio en los comportamientos y tendencias en toda la
Comunidad, en los Estados miembros, en el mundo empresarial y en los ciudadanos
de a pie".
Coincide la
publicación de estas líneas con la celebración de la cumbre de Doha (Qatar), en
la que se dirime la continuidad de los compromisos (siempre vulnerados) de la
cumbre de Kyoto de 1997, por la que un número importante de países declaraba su
intención de limitar la emisión de gases industriales que propiciaban la
aceleración del cambio climático. Ya hay quien ha anunciado que ha variado su
estrategia y que no piensa disminuir las emisiones, aparte de quienes, como
USA, China o India, nunca asumieron su deseo de limitarlas.
Es algo más lo
que está en juego, con o sin acuerdo en la cumbre: es un modelo de progreso (no
necesariamente equivalente a crecimiento) económico y social que permita dejar
un mínimo legado a las generaciones futuras.
Se documentó entonces que el consumo
de algunos recursos clave superaba en un 25% las posibilidades de recuperación
de la Tierra. Pero, lejos de tomar medidas eficaces de contención, sólo cinco
años después, en el llamado Foro de Río + 5, se alertó sobre la
aceleración del proceso, de forma que el consumo a escala planetaria superaba
ya en un 33% a las posibilidades de recuperación. Según manifestaron en ese
foro los expertos: "si fuera posible extender a todos los seres humanos
el nivel de consumo de los países desarrollados, sería necesario contar con
tres planetas para atender a la demanda global”.
Hay un marcado desequilibrio en la
distribución geográfica entre los grandes consumidores de energía y los
productores de la misma, lo que, por un lado, favorece el comercio energético a
nivel internacional, pero también, por otro lado, es una inacabable fuente de
conflictos. Eso, aún a pesar de que es un hecho que los países grandes
consumidores de energía, que se ven obligados a importarla, han controlado más
su gasto energético sobre todo a partir de la crisis del petróleo de los años
setenta.
La Comisión Brundtland resaltó
"las necesidades básicas de los pobres del mundo, a los que se debe dar
una atención prioritaria".