domingo, 18 de septiembre de 2022

CO2, ¿bueno o malo?


Cuando se va a cumplir un año de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) celebrada en Glasgow, Escocia, que reunió a 120 líderes mundiales y más de 40.000 participantes para, durante dos semanas, centrar la atención del mundo en todos los aspectos del cambio climático: los fundamentos científicos, las soluciones, la voluntad política de tomar medidas y las indicaciones claras para la acción por el clima, sin haber hecho NADA POSITIVO (al contrario, se ha incentivado la quema de carbón, vale que por la crisis de los precios del gas y por las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania) pese a la grandilocuencia de los discursos, parece oportuno poner negro sobre blanco unas reflexiones sobre el tema. En el imaginario colectivo, los llamados gases de efecto invernadero aparecen como los culpables del calentamiento global de nuestro mundo. Pero la Tierra siempre los ha incorporado como elementos naturales de la atmósfera y es gracias a su presencia que el planeta ha tenido, durante gran parte de su historia, temperaturas perfectas para el nacimiento y desarrollo de la vida. Sin estos gases, la temperatura media de la Tierra sería de unos -15º.


El dióxido de carbono (CO2) es un componente natural del aire. Y la biosfera -o el ecosistema global- funciona de tal manera que hace posible la vida sobre el planeta. Los animales necesitan oxígeno para respirar, que convierten en dióxido de carbono. Las plantas, por el contrario, precisan dióxido de carbono para llevar a cabo la fotosíntesis y desprenden oxígeno. Si esta relación se mantiene en equilibrio, el sistema funciona. La Tierra vive en un equilibro térmico delicado entre el calor que recibe del Sol, el que genera el propio planeta y el que emite de retorno al espacio. Y los diferentes tipos de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, el metano o el óxido de nitrógeno, han tenido una función clave en este equilibrio; sus moléculas absorben parte de la radiación que se emite hacia el exterior im pidiendo que se escape e incrementando así la temperatura del planeta. A lo largo de millones de años la Tierra ha conseguido mantener el equilibrio de temperaturas respondiendo con mecanismos de recuperación si algo lo ponía en peligro. Por ejemplo, en grandes episodios de vulcanismo en los que aumentaba considerablemente el dióxido de carbono en la atmósfera, el aumento de la temperatura que se generaba ponía en marcha un régimen superior de lluvias que arrastraba parte de este gas, disuelto, hacia la superficie y se fijaba a los minerales.


Pero la acción humana, con el uso masivo de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo o el gas natural, ha cambiado el escenario radicalmente. El rápido aumento de la temperatura global que se está registrando en todo el mundo, especialmente intenso en las últimas décadas, es consecuencia directa del incremento de las concentraciones de gases de efecto invernadero derivado de la quema de combustibles fósiles. El análisis de burbujas de aire atrapadas en columnas de hielo antártico permite asegurar que, al menos los últimos 800.000 años, la Tierra no había vivido nunca un período tan extremo en cuanto a los niveles de dióxido de carbono atmosférico1. El ciclo armónico se ve perturbado de forma palpable. Desde el inicio de la industrializacio las temperaturas han aumentado de forma evidente. Y no se trata solamente de la combustión de materiales fósiles, es decir, de carbón, petróleo y gas. También la creciente destrucción de áreas naturales, especialmente de superficies forestales, contribuye a desestabilizar este equilibrio. Se trata de zonas que, durante el desarrollo del planeta, han almacenado CO2 a lo largo de milenios. Su destrucción libera miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero en un corto periodo de tiempo. En relación con el cambio climático, la deforestación de los bosques constituye una bomba de relojería pues hasta un 15% de las emisiones globales están relacionadas con la devastación de las superficies forestales. En comparación con esta cifra, el tráfico de vehículos supone un porcentaje reducido del total de emisiones de CO2.


Los mecanismos reguladores de la Naturaleza no pueden responder a una agresión tan intensa y provocada tan rápidamente: en cincuenta años, las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera han aumentado un 40% con unos efectos dramáticos: la temperatura global en las dos primeras décadas del siglo XXI es 1º más alta que la del período 1850-1900. Y el nivel de los océanos ha subido 20 centímetros desde 1900, consecuencia directa del deshielo y de la expansión térmica del agua. Pero, tomemos un ejemplo, denunciado ya hace años: Groenlandia. Parece lejano y que no nos incumbe, pero el progresivo deshielo polar en Groenlandia puede tener efectos globales, ya que podría afectar a países de todos los continentes. ¿Y qué pasaría concretamente si se derritieran los polos? La pérdida de hielo en Groenlandia se ha multiplicado por siete desde la década de los noventa. La capa de hielo de esta isla situada entre el océano atlántico (especialmente sensible al calentamiento global), donde ocupa actualmente el 80% de la superficie) y el océano Glacial Ártico y actualmente se está derritiendo a un ritmo alarmante, más rápido que las predicciones que los expertos auguraban. Los números hablan por sí solos: de los 3,8 mil millones de toneladas que Groenlandia perdía a principios de los noventa, habríamos pasado a los 254 mil millones actuales. Un incremento de hasta siete veces más y, para colmo, el deshielo no solo se produce en la superficie (producto de la luz del sol y del aire cada vez cálido), sino también por debajo de los bloques de hielo. El motivo son las constantes corrientes de agua cálida. La relación entre el origen del deshielo de Groenlandia y el calentamiento global es evidente. Hasta la década de 1990, el hielo conservó su estabilidad a pesar del aumento de la temperatura del aire por el cambio climático. No obstante, desde entonces, cada año el manto de hielo ha ido perdiendo masa y peso. Gracias a las suficientes nevadas, esta disminución se veía compensada. Con este planteamiento se entiende que los científicos considerasen que, aunque el cambio climático estuviera influyendo negativamente, se podría tardar siglos en percibir sus efectos. Pero, alrededor de 1997, mientras se estudiaba el glaciar Jakobshavn de la costa oeste de Groenlandia, la comunidad científica presenció cómo una lengua de hielo que desembocaba en un fiordo había menguado. El proceso de pérdida de este glaciar era especialmente significativo: en 1997 medía 15 kilómetros. A comienzos de la década del 2000, algo más de la mitad y, tan solo diez años después, ya había desaparecido2. Para encontrar las causas del deshielo del glaciar Jakobshavn, los científicos descubrieron que estuvo expuesto a un calor fuera de lo común. El equipo comprobó que las causas del deshielo se encontraban en una corriente de agua marina cálida de gran longitud que había llegado al glaciar. Estas aguas calientes son resultado de la absorción por parte de los océanos de gran parte del calor excesivo producido por el calentamiento global. Desde el inicio de la Revolución Industrial, las aguas oceánicas han atrapado el 90% del calor de la atmósfera originado por el cambio climático.


Es hora de responder a la pregunta de qué pasaría si se derritieran los polos. Su desaparición produciría efectos devastadores para la vida en el planeta, alterando su geografía y biodiversidad de manera radical. Algunos estudios estiman que al final de este siglo el incremento del nivel del mar oscilará entre 0,5 y 1,8 metros (¡), aunque hoy en día este aumento está situado en medio milímetro al año (según los estudios, cada centímetro que aumenta el nivel del mar en la tierra, unos seis millones de personas se ven afectadas por inundaciones y temporales. El dato es contundente). El derretimiento de los polos está provocando que el agua dulce inunde el Atlántico Norte, por lo que afectaría al clima en Europa. El tiempo sería más abrupto y sufriríamos tormentas más fuertes e impredecibles, algunas zonas costeras sufrirán cada año, de un modo más frecuente, las inclemencias del tiempo: oleadas violentas, lluvias torrenciales, inundaciones esporádicas… el catálogo es amplio. La migración desde las zonas más cercanas a la costa hacia otras latitudes más tranquilas irá sucediéndose paulatinamente.


¿Y qué se está haciendo? Los gobiernos de países que se enfrentan a fenómenos metereológicos extremos están empezando a invertir en tecnología e infraestructuras que les protejan. Los planes de choque se suceden cuando todavía no existen medidas eficaces para concienciar sobre el cambio climático; muchas personas no son conscientes de nuestro responsabilidad en la conservación del planeta y todavía existen negacionistas del cambio climático, cuando la realidad muestra lo contrario. El derretimiento de los polos es una gran amenaza que debe ser abordada como tal. Los expertos son muy claros al respecto: hay que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para frenar el derretimiento de los polos. Si no controlamos la huella de carbono el calentamiento global no frenará. La contaminación sigue creciendo a nivel global y los gobiernos aún no han alcanzado un acuerdo de envergadura contra el cambio climático. Los expertos advierten de que estamos llegando al «punto de inflexión» a nivel de temperaturas. El derretimiento de los polos se desarrolla a un ritmo casi exponencial, cuatro veces más veloz que hace dos décadas. Una vez llegado al punto de inflexión, un pequeño aumento de la temperatura podría resultar especialmente desastroso y dar lugar a un deshielo súbito de consecuencias desconocidas. El nivel del mar podría aumentar de forma abrupta afectando a países que ya han vivido las peligrosas consecuencias de la subida del nivel del mar y los temporales aparejados. El derretimiento de los polos es una de las mayores amenazas y retos a los que se enfrenta el ser humano. Resumiendo, todos los estudios científicos e indicios naturales apuntan a que el deshielo en Groenlandia seguirá su curso durante los próximos años, lo que revertirá en un progresivo calentamiento global. ¿Será capaz el ser humano de revertir la tendencia para que no afecte negativamente a las poblaciones costeras? O una pregunta todavía más pertinente: ¿estamos haciendo todo lo posible para ello? Las proyecciones de futuro son muy pesimistas si no aceleramos el uso de fuentes de energía limpia. Los humanos, con una actividad nada respetuosa con el medio ambiente, hemos convertido unos gases a los que debemos la vida en nuestros enemigos.

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1 «Vale la pena recordar que la última vez que la Tierra experimentó una concentración comparable a la que se teme de CO2 fue hace de 3 a 5 millones de años. En aquel entonces, la temperatura era entre 2ºC y 3 °C más cálida, el nivel del mar era entre 10 y 20 metros más alto que ahora «, explica la secretaria general de la Organización Metorológica Mundial, Petteri Taalas.

2En los últimos cincuenta años, Groenlandia ha perdido suficiente hielo como para añadir 1,27 centímetros a los niveles de los mares de todo el mundo. Un fenómeno que se acelera por las olas de calor extremas. De producirse un deshielo completo de Groenlandia, el nivel del mar podría aumentar alrededor de 7.6 metros. Una catástrofe para la vida en nuestro planeta.

 

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