domingo, 26 de marzo de 2023

Carne de cañón.



Ahora que se ha cumplido un año del inicio del, llamémosle, conflicto de Ucrania, es hora de afirmar con contundencia que las guerras
(todas, sean más o menos mediáticas, desde las que están en la boca de todos a aquellas de las que nadie habla o, peor aún, nadie se acuerda) son nefastas, crueles, estúpidas e injustas. No debe existir motivo jurídico, político, económico o moral que las justifique porque, en el fondo, siempre es jugar con las vidas humanas. El ser humano está llamado a vivir en paz, fraternidad y comunión. Es cierto que existen egoísmos, avaricias, diferencias y puntos de vista contrarios, pero es necesario recurrir a la vía del diálogo, generosidad, comprensión y tolerancia. En La Batracomiomaquia1, un antiguo relato, poema épico (y cómico) atribuido a Homero, con fina ironía se hace una parodia y denostación de la epopeya bélica. La historia de la literatura nos ha emocionado con la épica de las grandes batallas, desde la mítica toma de Troya hasta los feroces combates del Abismo de Helm, pero es de justicia recordar que la más cruenta batalla no fue entre aqueos y troyanos, ni en ella participaron elfos ni orcos: la más épica batalla que ha dado lugar la historia de la literatura enfrentó a ranas y ratones. La Batracomiomaquia es un texto rico en lecturas: para los conocedores de la obra de Homero, funciona como una divertidísima parodia de la batallas narradas con estilo épico, con sus epítetos, sus fórmulas y la sucesión de interminables sintagmas. Pero lo que ha convertido a este texto en un clásico que resiste el paso de los siglos no son solo sus rasgos paródicos, sino el profundo antibelicismo que rezuma. Si una guerra entre ranas y ratones nos parece absurda, es quizá porque todas las guerras, al margen de quien combata, lo son. Como en todas las batallas (y en todas las épocas), los problemas de los dirigentes desencadenan las desgracias. En este caso, dos príncipes, el de las ranas y el de los ratones, tienen un encontronazo que acaba con la muerte del príncipe ratón. Semejante ratonicidio no puede ser pasado por alto, la tensión bélica crece entre los dos bandos y acabará desatándose la guerra. “La guerra -como apuntó Igino Giordani (político, periodista y escritor italiano que perdió su escaño en el Parlamento por algunas elecciones políticas presentadas, el pacifismo y la unidad a pesar de las diferencias ideológicas sobre todo, por lo que es considerado un democristiano demasiado fuera de los esquemas y no es reelegido)- es siempre una matanza inútil”. Y cuando parecía que Europa (al menos nuestra querida Europa) estaba libre de conflictos bélicos dentro de su territorio, alguien parece reírse de la diplomacia y abre una guerra de consecuencias impredecibles. Ya había antecedentes cercanos en la Guerra de los Balcanes, en el corazón de Europa, muy cerca de nosotros y que cada día se cobraba decenas de víctimas, muchas civiles: hombres, mujeres y niños. Un conflicto que por mucho que leyera, nunca se llegaba a comprender el por qué., un sinsentido, como el de ahora; romper la paz y matar por religión, territorio, poder... Oriente y occidente de nuevo separadas y divididas en dos bloques. Cuando acabó aquella terrible guerra que, afortunadamente quedó limitada al espacio de la antigua Yugoslavia y no se extendió por el resto de Europa (algo que en el conflicto de hoy aún está por verse), el mensaje de los países europeos fue que nunca más debía repetirse algo similar. Sin embargo ha vuelto a suceder, salvando claro está las diferencias puesto que las razones del actual conflicto bélico entre Rusia y Ucrania difieren de las que motivaron la Guerra de los Balcanes. Ha vuelto a romperse el 'statu quo' de los últimos años y se corre el riesgo de que la guerra se extienda más allá del territorio ucraniano, cuyas imágenes son dramáticas con la población. Ahora que parece que hemos vencido a la pandemia por el Covid se nos presenta una guerra de consecuencia impredecibles.

Y luego, aparte de la sordidez y la destrucción de la guerra, la anulación de la esperanza, el horror y el sufrimiento (la degradación del ser humano en todos los aspectos: física -muerte, mutilaciones, cuerpos despedazados...-, civil -fosas comunes con cadáveres anónimos-, psíquica -locura y enajenación- y humana -violencia y asesinatos-), están los “daños colaterales” de los conflictos. En palabras del Papa Francisco (no es el único que piensa así, sea religioso o no, creyente o no, católico o no) “¡Cuántos pobres genera el sinsentido de la guerra! Mires donde mires, puedes ver cómo la violencia afecta a los indefensos ya los más débiles. Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad. Hay millones de mujeres, niños, ancianos obligados a desafiar el peligro de las bombas para salvarse buscando refugio en países vecinos; los que quedan en las zonas de conflicto, viven cada día con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo afectos. En estas situaciones, la razón se oscurece y quienes sufren las consecuencias son muchas personas comunes y corrientes, que se suman al ya gran número de pobres. La guerra de Ucrania ha venido a sumarse a las guerras regionales que en los últimos años vienen segando muerte y destrucción. Pero aquí el cuadro es más complejo por la intervención directa de una ‘superpotencia’, que pretende imponer su voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten escenas de trágico recuerdo y una vez más el chantaje mutuo de algunos poderosos tapa la voz de la humanidad llamando a la paz. La experiencia de debilidad y limitaciones que hemos vivido en los últimos años, y ahora la tragedia de una guerra con repercusiones globales, nos debe enseñar algo decisivo: no estamos en el mundo para sobrevivir sino para qué cada uno se permita la vida digna y feliz. La pobreza que mata es miseria, resultado de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no otorga perspectivas ni salidas. Es la miseria que, si bien empuja a uno a la condición de extrema pobreza, afecta también la dimensión espiritual que, aunque a menudo se descuide, no existe o no cuenta”.

Posiblemente se hayan de cuestionar los valores nacionalistas que romantizan las guerras,
ocultan información veraz e invitan a “morir por la patria”; si al inicio de los conflictos, sus intervinientes buscan la gloria de convertirse en héroes, rápidamente descubren que en la guerra no hay gloria ni tampoco honor porque tan sólo la muerte sirve de escolta, una muerte con mil formas grotescas; una muerte indigna, sucia, grotesca. No es una crítica retórica fácil; la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich, ganadora del XXXIV Premio Internacional Catalunya, fue galardonada con el Nobel de Literatura, por primera vez por obras de no-ficción, obras (prohibidas en Rusia) en las que se contrapone el mensaje “patriótico” oficial y la realidad de la gente de la calle. Pero esta manipulación no es nueva; retrocedamos unos cuantos siglos y cambiemos a otras latitudes históricas para verlo con un ejemplo. La batalla de Azincourt (o Agincourt, según las fuentes) tuvo lugar el 25 de octubre de 1415, día de San Crispín, en un campo espinoso y pelado cerca de la minúscula villa del mismo nombre del norte de Francia, en el marco de la Guerra de los Cien Años (que en realidad duró 116 largos años). Los ingleses con una fuerza muy inferior, de 6.000 soldados extenuados, enfermos y hambrientos, derrotaron a los 30.000 franceses a los que se enfrentaron, lo que les permitió apoderarse de media Francia de entonces. De hecho, antes de la guerra, ya poseían unas cuantas plazas, como Burdeos, Calais o Bayona y los derechos dinásticos al trono de Francia. Enrique V de Inglaterra (cantado por Shakespeare) dijo que renunciaría a su derecho al trono de Francia si los franceses le pagaban 1,6 millones de coronas y le entregaban los territorios de Normandía, Touraine, Anjou, Bretaña y Flandes, además de Aquitania, y también la mano de la princesa Catalina, hija de Carlos VI de Francia, junto con una dote de 2 millones de coronas para el matrimonio. Los franceses solo accedieron al matrimonio con una dote de 600.000 coronas y el territorio completo de Aquitania, con lo que un ultrajado Enrique clamaba que los franceses habían ridiculizado su propuesta y movilizó un ejército de 10.000 efectivos para una guerra que no era de incursiones como habían hecho sus precursores, sino de conquista, su objetivo era ir a París y de aquí a Burdeos pero, tras las primeras escaramuzas, su ejército quedó muy menguado por las bajas del combate y por las enfermedades, sobre todo la disentería, las bajas fueron 2.000 muertos y 2.000 enfermos o heridos evacuados. Venciendo las adversidades, Enrique no se arredró, y le informaron que una gran concentración de tropas enemigas se encontraba a menos de 4 kms. La situación de los ingleses era precaria, se estaban quedando sin comida y estaban a merced de las enfermedades y la disentería; y para colmo ejército francés bloqueaba el camino hacia Calais. Retrasar la batalla solo debilitaría más a los ingleses y fortalecería a los franceses con más refuerzos. Los franceses intentaban retrasar la batalla, porque sabían que el tiempo estaba a su favor, y cuanto más tiempo pasase, más refuerzos irían llegando, mas los hombres de armas franceses con su armadura, el yelmo puesto que les impedía la visión; y con la lanza que habían acortado en ristre avanzaron penosamente por el barrizal, muchos de los caballos heridos embistieron contra la formación, causando la pérdida de cohesión. Cuando llegaron cerca de los arqueros ingleses, estos disparaban las flechas en tiro tenso y con más precisión, usaron las flechas de punzón que eran capaces de atravesar las armaduras, causando numerosas bajas. Los hechos relatados por los distintos cronistas son difíciles de conciliar, se dice que el rey Enrique y su séquito, se abrieron camino hasta la segunda línea de combate (puede que aquí fuera cuando recibió un golpe que abolló su yelmo que se encuentra actualmente expuesto en la abadía de Westminster). También hablan de montones de cuerpos franceses que eran más altos que la altura de un hombre. Al final la segunda línea se retiró dejando el campo lleno y cadáveres y muchos prisioneros.

La batalla de Azincourt había comenzado y concluido en apenas una hora. Llegaba el mediodía y los ingleses reunían a sus prisioneros, saqueaban a los muertos y hacían cuentas acerca de los suculentos rescates que obtendrían por las vidas de los nobles capturados. Muchos de ellos llevaban la armadura puesta, el guantelete derecho se lo habían entregado a su captor y se habían quitado los yelmos para su identificación. Enrique ordenó pasar por las armas a todos los prisioneros, los nobles y caballeros ingleses consideraron la orden como poco honorable y se negaron a cumplirla por ser contrario al honor de un caballero; entonces Enrique recurrió a los arqueros que estaban fuera del sistema caballeresco, un escudero con 200 arqueros empezaron a acometer la tarea, empezando por los de menos valor, es decir los que no podían pagar rescate; es muy posible que usasen los ballock o dagas de la misericordia que solían usar para rematar a los heridos muy graves en el campo de batalla. La conclusión fue una victoria completa por parte inglesa en la que murieron 500 hombres de todos los rangos y tuvieron más de 1.000 heridos. Los franceses enterraron a 6.000 muertos y se hicieron 2.000 prisioneros que fueron llevados a Inglaterra. Y todo por un supuesto agravio personal. Pero hubo algo más. Los ingleses estaban casi de retirada debido a la disentería, que los había diezmado y agotado antes de la batalla. Fue entonces cuando Enrique V ordenó que sus arqueros pelearan desnudos de la cintura para abajo, lo que les permitiría defecar al mismo tiempo que disparar como solo ellos sabían hacer. Casi ningún arquero, a despecho de sus ridículas desnudeces, fue muerto por las armas francesas, pero aquellos hombres sin ropa, con sus vergüenzas al aire, cambiaron la historia militar para siempre

Para acabar, a lo largo de la guerra de los Cien Años, ingleses y franceses habían peleado por las tierras de Normandia y Bretaña, disputadas desde los tiempos de Guillermo el Conquistador. Como los señores franceses conocían lá habilidad de los arqueros ingleses, habían hecho correr la voz de que les cortarían el dedo medio para que no volviesen a combatir contra los franceses lanzando sus flechas. Los caballeros franceses caían al barro con sus pesadas armaduras y los arqueros ingleses, desprovistos de corazas, aprovechaban la dificultad para moverse de los caballeros caídos a fin de capturarlos o matarlos con sus cuchillos. Azincourt concluyó con una humillante derrota gala en apenas media hora y fue entonces que los ingleses se burlaron de los franceses exhibiendo que aún conservaban sus dedos del medio. Este gesto dio origen a un soez agravio que persiste hasta nuestros días. Todo lo que ha quedado de esa histórica jornada es el gesto del dedo medio enhiesto como expresión, en principio, de desprecio y superioridad del vencedor.

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1La Batracomiomaqtiia es una obra que ha suscitado poco entusiasmo en los últimos años, dado que los principales estudios a ella dedicados se realizaron en los siglos pasados. Como su nombre indica, se trata de una batalla entre ranas y ratones en la que, finalmente, intervienen los dioses para terminar el conflicto. Un príncipe de los ratones fue a beber agua a un estanque en el que se encontró a un rey de las ranas, quien lo invitó a pasear sobre su lomo en el lago. De pronto, surgió una serpiente acuática y la rana se hundió para escapar, mientras el ratón se ahogó; otro ratón observó la escena y corrió a dar aviso. Los ratones declararon la guerra a las ranas y pidieron el favor de los dioses. Atenea no quiso apoyarlos porque le habían roído muchas prendas. Zeus tampoco quiso intervenir sino hasta el final, al ver que los ratones estaban depredando totalmente a las ranas, por lo que envió a unos cangrejos que evitaron la hecatombe. En esta narración, los ejércitos de animales ridiculizan a los hombres que se animalizan en la guerra. Los dioses rehúsan intervenir porque no apoyan las proezas militares.

 

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