Ya casi olvidada la pandemia provocada por el Covid-19 (aunque el virus está bien vivo), es probable que antes de que diera comienzo la crisis sanitaria nunca habíamos dedicado unos minutos a pensar en la importancia que tenía un simple apretón de manos, un abrazo, un beso. Eran gestos que repetíamos con tanta frecuencia, tan habituales en nuestra vida que simplemente pasábamos por alto su valor sentimental y emocional. Pero llegó 2020 y el mundo tal y como lo conocíamos desapareció, en el sentido más literal de la palabra. La pandemia no solo limitó nuestros movimientos, también nuestra forma de relacionarnos con los demás, de mostrar cariño. Y algo tan básico como dar un beso se convirtió en un imposible. El confinamiento (pero no sólo él) del coronavirus provocó que este acto cotidiano dejara de estar presente en nuestras vidas. El distanciamiento social o el miedo al contagio nos robaron besos de despedidas, de reencuentros, de agradecimiento, de amor. Besos de esos que despiertan mariposas en el estómago y que nos hacen tomar decisiones. Besos que, al fin y al cabo, ya no volverán. Los besos incluso son importantes en la evolución humana y animal, y así lo sugiere un estudio hecho por la antropóloga Helen Fisher. Para esta experta en la biología del amor, dar un beso es un mecanismo de adaptación muy importante y está presente en más del 90% de las sociedades humanas. Sin descontar que animales como los chimpancés también se dan besos o los elefantes ponen sus trompas en las bocas de otros miembros de la mandada, para poner algunos ejemplos. Toda una evolución y necesidad biológica que se ha visto tocada por la pandemia; vivimos una situación de incertidumbre muy grande y todas las indicaciones que recibimos son contrarias a esta necesidad. Hemos asociado cuidarnos al hecho de no tocarnos, cuando nuestro deseo es podernos tocar. Vemos el hecho de tocarnos como ponernos en riesgo. Por eso, del mismo modo que durante meses se ha estado haciendo esta campaña para concienciar a la población, cuando todo esto acabe se tendría que hacer otra campaña que ayude a restablecer los beneficios de poder tener contacto físico, sobre todo con la gente mayor, que es la que más necesita este contacto en el ámbito neuronal. En otras palabras, tendremos que perder el miedo y aprender a acercarnos a los otros sin la percepción de que esto pueda suponer un peligro.¿Dónde han ido a parar esos instantes previos, esos segundos eléctricos que pasan antes de darse el primer beso? ¿Cómo se pueden robar hoy los besos en medio de la calle? Y ya no solo esto: ¿cómo está la situación de los besos en general? La frontera física en tiempo de pandemia es evidente, pero esto también ha creado una frontera mental. Desde hace meses nos han dicho que, para protegernos, hay que distanciarnos. ¿Dónde han quedado los besos, en toda esta ecuación? El beso no es sólo un bálsamo para el alma, sino una poderosa herramienta que ayuda a establecer y afianzar relaciones, y a perpetuarse, tiene la increíble cualidad de implicar nuestros cinco sentidos, igual que otras cosas naturales que disfrutamos en nuestra vida, como comer un plato exquisito o abrir los brazos al sol en pleno día de primavera. Para besar, implicamos el tacto de una de las zonas más sensibles y con más terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo: los labios. Pero también este acercamiento tan estrecho nos permite captar al otro mediante su olor, a través de la mirada, y, según qué tipo de beso, a través de su gusto. En los labios tenemos muchas terminaciones nerviosas que activan toda el área neuronal del placer y el bienestar. Los besos son una puerta a ampliar los sentidos de conexión emocional. Unas sensaciones que con la pandemia se han echado mucho de menos ya que cuando se da un beso, se accede al espacio más próximo de la otra persona, el espacio más personal, lo que nos hace conectar de manera más íntima con el otro.
No siempre ha sido así y no siempre ha tenido el beso el mismo significado que ahora; haciendo un poco de historia, una de las primeras referencias documentadas en las que se habla de los besos en un sentido sexual se encuentra en la India, el Mahabharata, el gran poema épico del siglo III a. C. y en el Kamasutra, donde se registran varios tipos de besos. Hay una teoría que dice que el hábito amatorio de los besos se habría extendido desde el subcontinente asiático hasta Europa gracias a las tropas de Alejandro Magno tras conquistar el Imperio Persa. En cuanto a los romanos, se cree que tenían hasta tres palabras diferentes para distinguir los besos: estaba el osculum, que tenía un sentido protocolario; el basium, para las relaciones de amistad, y el suavium, de carácter amoroso; incluso el poeta romano Cátulo tiene numerosos versos en los que se dirige a su amante, Lesbia, pidiendo que le dé besos hasta que pierdan la cuenta. “La vida es breve”, decía. En la Edad Media el beso se convirtió en uno de los símbolos de la relación entre el vasallo y el señor y también era la manera de dar la paz durante la liturgia de la misa cristiana. Además, durante las transacciones legales se daba un beso sobre la firma del contrato, que era una X (primaba, por descontado, el analfabetismo), como muestra de compromiso con lo que se acababa de firmar. De ahí la expresión "sellar con un beso".
Aunque durante esta época se han encontrado indicios de que los besos también formaban parte del erotismo, no es hasta el siglo XVIII cuando en el arte del Rococó se presentan pinturas de amantes muy sensuales besándose, como las de Jean-Honoré Fragonard. Más tarde, durante el Romanticismo, se empezó a otorgar poderes mágicos a los besos. Es el caso de los cuentos como los de los hermanos Grimm, en el que la Bella Durmiente se despierta gracias a un beso o la rana que se convierte en príncipe. Sin embargo, los besos solo estaban permitidos en momentos de intimidad. Tendrían que pasar muchos años para que la unión de los labios se normalizara y fuera aceptada públicamente. Sobre todo fue gracias a la aparición del cine, con sus películas románticas y pasionales, cuando los besos pasaron a formar parte del público de masas. Desde entonces, querer dar "besos de película" es una de las metas de muchos jóvenes enamorados.
Y, ya puestos, exploremos los misterios del beso; poco tienen que ver los besos de amor fraternal y filial, el beso de Judas, el beso de la paz, o el beso como saludo, con el beso erótico y, posiblemente, el más interesante es el último, el único que se da con la boca abierta. El beso erótico, en particular el beso en la boca y el beso con la lengua, que ya aparecía evocado en los versos de la Biblia, en el Cantar de los cantares, es, físicamente, el más complejo, el más sofisticado de todos los besos, en primer lugar porque es un beso que se da y se recibe a la vez, y en segundo lugar porque requiere mucho más que el mero contacto con los labios. Del beso erótico participan la lengua, los dientes, la saliva, el aliento, las manos, los brazos, el cuerpo entero. Más historia: sabemos que el beso erótico, lejos de ser una práctica moderna u occidental, es algo propio del ser humano y universal; antiguas estatuillas, bajorrelieves, pinturas, frescos y mosaicos hallados en templos hindúes y aztecas, en cuevas del País Vasco, en lupanares pompeyanos, en iglesias bizantinas celebran el beso como intercambio de almas y fundición de cuerpos, como origen de la vida, acaso influidos por las varias estatuas romanas de Cupido y Psique besándose que sobrevivieron de la Antigüedad, En el arte, por poner ejemplos, Canova, Rodin y Brâncusi exploraron el tema en la escultura, y Klimt, Hayez, Magritte y otros hicieron lo propio en la pintura mientras Hollywood hizo del beso una marca registrada. Sin embargo en todos estos casos, el beso en sí, lo que sucede adentro de las bocas, es un misterio que permanece sellado. Pintores y escultores representan la cadencia de los cuerpos de quienes se besan, sus expresiones extasiadas, sus bocas entreabiertas o cerradas, pero el beso en sí permanece inaccesible. Es en la poesía, y en cierta tradición poética en particular que se origina en la Grecia helenística, florece en la Roma imperial y resurge con vigor en el Renacimiento, donde uno encuentra algunas de las más explícitas y exhaustivas evocaciones del acto de besar. Esta tendencia en la poesía de los siglos XV, XVI y XVII florece al tiempo que filósofos, médicos e intelectuales se dedican a pensar los fenómenos del amor y del erotismo con inusitado entusiasmo.
Hacia fines del siglo XVI Francesco Patrizi di Cherso (italiano de la actual Croacia) escribió la única breve obra de filosofía exclusivamente dedicada al tema del beso. El diálogo Il Delfino, ovvero del bacio (hacia 1577) constituye un meticuloso análisis de la sensación de placer que produce el beso erótico1. Si durante el Renacimiento, poetas y pensadores se ocuparon de este tema más que en ningún otro momento de la historia occidental es porque durante los siglos XV y XVI la cuestión del tacto pasó a un primer plano, pero esta novedosa y desinhibida atención al beso también se debió a que el renacimiento de los clásicos greco-latinos y la invención de la imprenta, que ayudó a divulgarlos, iniciaron una verdadera revolución estética y promovieron el cultivo de sensibilidades poéticas menos pudorosas. Y así fue como los poetas se lanzaron a explorar la experiencia corpórea del erotismo. Dando un salto al siglo XIX, al Copenhague de Søren Kierkegaard, de la pregunta por el beso a un intento de respuesta. En una de las entradas del Diario de un seductor, Johannes (álter ego del autor, un neurótico donjuán protoexistencialista) confiesa que ha estado reuniendo material para escribir una Contribución a la teoría del beso; el tipo de beso que interesa a Johannes es el beso romántico heterosexual. "Un beso perfecto es aquel que se dan un hombre y una mujer. Un beso entre hombres es de mal gusto, o peor: tiene mal gusto." Para Kierkegaard el beso por sí solo no tiene valor alguno: un beso robado, un beso por error, un beso entre hombres o entre mujeres, un beso entre niños no es un beso sino una mera instancia de contacto entre dos bocas; el beso que tiene interés filosófico es aquel producto del deseo erótico que produce placer sensual. A continuación, el seductor propone una taxonomía de los besos, una clasificación de los besos por su sonoridad aunque lamentablemente el lenguaje carece de onomatopeyas suficientes como para dar cuenta de la abrumadora variedad de sonidos que puede producir un beso, advierte Johannes. El autor, Kierkegaard, intenta, sin embargo, una breve clasificación: el beso aplastado, el beso explosivo, el beso silbado, el beso fangoso, el beso resonante, el beso lleno, el beso hueco, el beso algodonado, etc, pero los besos también se pueden clasificar de acuerdo con parámetros táctiles o temporales, sigue Kierkegaard. Está el beso tangencial, el beso de pasada, el beso pegote, el beso largo, el beso corto. Y si de distinciones temporales se trata, concluye el autor, la más interesante es la que existe entre el primer beso y todos los demás. "Esto nada tiene que ver con el sonido, el tacto o el tiempo en general. El primer beso es cualitativamente diferente de todos los demás. Muy poca gente se detiene a pensar estas cosas.".
Si, como sostenía Sócrates, la filosofía no es más que un entrenamiento para la muerte, dado que es la práctica que nos enseña a separar el cuerpo del alma, el beso es, en la fantasía de estos poetas ciados, filosofía pura. Para Sócrates y Platón la filosofía se pone en funcionamiento y se ejercita en el diálogo, y ¿no es el beso una forma alternativa de diálogo que prescinde del verbo (aunque no de la lengua)? Con justa razón, que dirían Patrizi y Kierkegaard, amonestaban a los filósofos por no haber apreciado el potencial filosófico del beso. ¿Existe el beso perfecto? He aquí la pregunta del millón. O quizás la pregunta más bien sería: ¿hasta qué punto es importante dar un buen beso? Según un estudio publicado en la revista Evolutionary Psychology, el 59% de los hombres y el 66% de las mujeres pierden el interés por la otra persona si ésta no domina este arte amatorio. Pero ¿hay alguna manera de saber cómo dar besos de manera correcta? Se han hecho estudios para todo, uno incluso indica que uno de los secretos es inclinar siempre la cabeza a la derecha, no importa si eres zurdo. Si con esta información no es suficiente, el autor de The art of kissing, William Crane, asegura que existen diferentes preferencias por género: a ellos les gusta profundizar más mientras que ellas prefieren un estilo más suave. Pero está claro que, sobre besos, como parte de la filosofía, no hay nada escrito.
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1El texto nunca se publicó y hace unas décadas se encontró sepultado en los archivos. Tradicionalmente, Patrizi ha sido etiquetado como filósofo completamente neoplatónico y con este texto sorprende con un diálogo sobre un amor carnal, sensual, físico, con un diálogo que habla de besos, espíritus luminosos, cosas, que, en teoría, muy poco interesaban a aquellos neoplatónicos casi obsesionados con un amor teológico y metafísico
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