Patxi Andión, cantautor, actor y profesor de universidad, falleció el 18 de diciembre de 2019 en un accidente de tráfico, como Nino Bravo, Cecilia, Jesús de la Rosa y tantos otros, famosos o no. Suele pasar que cuando uno se muere empiezan a surgir los comentarios elogiosos y aumenta por un tiempo la presencia pública y el reconocimiento. No sé si éste es uno de los casos o si Patxi Andión (el cantante de voz grave y reivindicativa) ya los había ido recogiendo en vida (creo que había algún homenaje en camino cuando murió, un libro por ejemplo). ¿Qué fue de los cantautores…?, se preguntaba Luis Pastor en una de sus canciones… Es cierto que el “todo vale” de este neoliberalismo tan cruel ha intentado que la palabra cantautor sea tan denostada como olvidada por la conciencia del pueblo, mediante el consumismo y la autocomplacencia. Pero, por suerte, este cometido se ha venido desarrollando a lo largo de todo este tiempo, sin éxito. Todo empezó en la España de principio de los años sesenta del siglo XX, cuando la tecnocracia generó el desarrollismo, palabras que hasta entonces, no habían sido otra cosa que dos términos de nuevo uso en la sociedad de la España de la larga posguerra. Entonces surgió la guitarra como escudo contra esa falta de libertad y en medio del corazón del pueblo, emergió esta voz que criticaba su explotación y elevaba los detalles más íntimos de sus vidas hasta convertirlos en poesía. En uno de esos días nacería en Madrid Francisco José Andión González, conocido como Patxi Andión, el cantautor por excelencia, sin desmerecer a otros. Siempre se enorgulleció de ser hijo de emigrantes vascos que decidieron ir a ese Madrid todavía entablillado con el fin de poder crear para su hijo un marco cultural positivo desde donde pudiera tener acceso a la educación, para poder llegar a ser un verdadero librepensador, sin olvidar en absoluto su origen. Su padre, antiguo combatiente republicano, le enseñó que una persona tenía que ser consecuente consigo misma y con sus ideas, sin tener nunca que avergonzarse de ellas, aunque fueran repudiadas una y otra vez por el vencedor. Su madre, de quien Patxi heredó su voz y su talento musical, le enseñó a escuchar siempre a su corazón como centro de su vida, y sobre todo, a no separarlo nunca de su alma. En aquel momento, el niño Patxi se convirtió en ese ávido lector que siempre fue, desde donde descubrió la canción como arma cultural y educativa del pueblo: la canción como causa y consecuencia, como compromiso y como moral, cuyo fin no era otro que el de romper aquellas barreras que la incomunicación levanta entre los seres humanos. Desde aquí empezó a cantar, trabajando en diversos oficios como el de marino, pero comprometido con la UPA (Unión Popular de Artistas), por lo que tuvo que marchar al exilio en Francia, donde su célebre chanson francaise, mediante autores como Jacques Brel, (a quien conoció), Leo Ferre y Georges Brassens, influyó en su obra. Las canciones de Patxi Andión suponen una nueva forma de acercarse a la realidad más allá de los elementos comunes para llegar a la dignidad y el valor del ser humano. Y así será, desde cuando publica su primer álbum, Retratos, hasta llegar a La Hora Lobicán, días antes de su fallecimiento. Entre ambos elepés se suceden una serie de éxitos tales como Manuela, Padre, La Jacinta, El Maestro, Rogelio y su universalmente castiza Una, Dos y Tres, retrato no sólo del Rastro de Madrid sino también de la sociedad española desde el Siglo XVI. Pero tampoco debemos olvidar sus conocidas intervenciones tanto en el cine como en la televisión con su participación en películas y series. Pero, en todo caso, entre toda su obra, sigo identificando a Patxi con El maestro, un maestro que seguramente, sería una amenaza porque enseñaba a hacer preguntas. O era como aquel maestro de la película La lengua de las mariposas. O tantas maestras y maestros...
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