Aún es usual oír eso de “yo soy de tal religión, la única verdadera”, sonoro portazo sin paliativos a cualquier intento de razonamiento, cualquier análisis sereno o cualquier diálogo sobre el tema, dando por descontado que se está en posesión de la verdad absoluta y eso no requiere discusión. De aquí a la exclusión, los prejuicios y los clichés, un paso, que se da en todos los campos (la música, también), particularmente los lugares del ayer. La infancia debiera ser un territorio luminoso, un lugar al que siempre se vuelve, al que se regresa cargado de años y de renuncias. Por cierto, ninguna niñez debiera estar sometida a la desprotección, al maltrato, al dolor; uno se acuerda siempre de los desvelos de sus padres, de los besos y de las caricias que sustentan o debieran sustentar la armonía sosegada del hogar. También se sabe que la vida somete a encrucijadas, deja a la intemperie y nos deja en medio de caminos tortuosos que no pueden evitarse. Y los recuerdos y la nostalgia son (especialmente para quien se deja manipular por ellas) grandes y eficaces herramientas políticas. La España que sale de la guerra civil es una España que ha de convivir con la miseria, con las cartillas de racionamiento, con la brutal represión de los vencedores sobre los vencidos, se recuerde lo que se recuerde. Y sabe a copla tatuada en el viento, a estación de tren, a quicio de mancebía, a calle atravesada por el hambre. En ese contexto, que por razones políticas se alarga en el tiempo, España vive de espaldas a todo lo que no sea centralismo y (nos) hace ignorar manifestaciones que, en el fondo, sólo expresan amor a lo propio, y en ningún caso desprecio a lo ajeno, particularmente si están dichas en esos “idiomas periféricos” de segunda. Un buen ejemplo de ello es la canción Bizkaia maite (Querida Vizcaya), que recordamos hoy en su versión original (hay una versión muy conocida, de la soprano Ainoah Arteta). Su autor, Benito Lertxundi, fue uno de los creadores de la nueva canción vasca en la década de los años sesenta del siglo pasado; con él empezó toda una generación a ver la cultura como medio de expresión, y la obra de Lertxundi mantiene su fuerza hoy en día. Durante los últimos cuarenta años, la voz del de Orio (Gipuzkoa) ha difundido a los cuatro vientos el espíritu vasco. Y en su recorrido artístico de pueblo en pueblo ha resultado ser testigo directo de la variedad de la sociedad vasca. Ay, la política… En aquel tiempo, eso que se denomina conflicto nacional aparecía en toda su intensidad, y percibíamos colectivamente con bastante claridad que había una especie de vía imposible de encontrar; de ahí surgieron las canciones. Y claro, el compositor, entre otras cosas dice: Quisiera decir palabras de amor pero hoy me es imposible. Porque, en definitiva, la canción de amor siempre había sido el modelo; a través de la historia, la sociedad siempre ha tenido una fuerte inclinación por las canciones de amor, por la expresión de ese sentimiento universal eterno a la hora de hacer una canción, la cuestión del amor. La letra en castellano dice, más o menos (el euskera sigue siendo una asignatura pendiente):
Querida Vizcaya
ayer te vi por la mañana
con el vestido blanco puesto
en la cabeza verde, en el corazón fuego
pasando por el borde de mis ganas.
Tu olor dulce, trabajo,
amor, mar,
entrando en mí.
Ayer por la mañana oí
el eco de tu voz,
la caricia de tu canción,
en el corazón la tentación
y en la grandeza del eco
zambulléndome fui
cayendo, volando.
Anoche
al lado de la huerta de los antepasados
cantando versos y bailando
juntaste feliz el pimiento y la sal
vientre fértil.
Querida Vizcaya
ayer te vi por la mañana
con el vestido blanco puesto
en la cabeza verde, en el corazón fuego
De poeta
el dulzor y el dolor del penado
amor y canto
tu palabra suave
la vida de tu sal
el rojo vivo de tu hierro son hoy
el techo para mí.
Querida Vizcaya
ayer te vi por la mañana
con el vestido blanco puesto
en la cabeza verde, en el corazón fuego
limpia, fuerte, bella
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