https://youtu.be/16y1AkoZkmQ?si=7gyo7IN7yvKp_dFj
“Vivió cierto hombre en Rusia hace mucho tiempo, era grande y fuerte, tenía en sus ojos un resplandor llameante. La mayoría de la gente lo miraba con terror y miedo”. Las líneas con las que comienza la vibrante canción disco de Boney M., “Rasputin”, hacen referencia al polémico personaje ruso, ese milagrero influyente que guió de forma caprichosa al zar Nicolás II llevándolo a la ruina junto con su imperio. Rasputín gozó de su poder a comienzos del siglo XX y Bobby Farrell, líder del grupo de música disco, fue amo y señor de la pista en la década de los setenta del pasado siglo. El 30 de diciembre de 2010, los medios del mundo anunciaban que el cantante había sido hallado muerto en la habitación de un hotel en San Petersburgo, Rusia. El artista tenía 61 años, había nacido en la isla caribeña de Aruba, pero las vueltas de la vida lo llevaron a despedirse del mundo en el país al que le había cantado tantas veces. ¿Una paradoja del destino? ¿Una coincidencia fatal?. El líder de Boney M. bailaba muy bien, era atlético, le gustaba andar semidesnudo. En los 70 se convirtió en un galán exótico, aunque cantar se le daba pasable. Había nacido bajo el nombre de Roberto Alfonso Farrell y cuando cumplió 15 años se enroló en la Marina; su espíritu aventurero lo llevó a vivir un tiempo en Noruega, en Holanda y al final terminó haciendo base en Alemania, donde descubrió que podía dejar de ser un simple marinero para convertirse en un llamativo DJ. La música empezaba a formar parte de su vida y las discotecas se convertían en su hábitat natural. Antes de consagrarse como el creador del engendro del marketing musical que fue Milli Vanilli en los 80, el productor Frank Farian inició una búsqueda de actores que hicieran playback para llevarlos a la televisión. Farian reclutó entonces a Farrell, a las cantantes jamaicanas Liz Mitchell y Marcia Barrett y a la ex modelo Maizie Williams. Farrell se dedicaba, sobre todo, a bailar y contonearse, igual que Williams. Las voces grabadas pertenecían en su mayoría a Farian, a Mitchell y a Barrett. Lo que empezó como una idea y a ver qué pasa, funcionó. Las canciones eran muy bailables y el aspecto de los cuatro era magnético, con sus peinados estilo afro y unas prendas de vestir dignas de una comedia musical. Boney M. tuvo un éxito arrollador: “Rasputin” fue uno de los hits que acompañaron su factoría de éxitos, a los que siguieron “Ma Baker”, “Belfast”, “Brown Girl In The Ring” y “Gotta Go Home”, entre muchos otros. Con el cambio de década, los ánimos se caldearon y Farrell empezó a pensar en la posibilidad de una carrera solista (que jamás se iba a concretar), se fue a Holanda a vivir en los suburbios de un barrio obrero de Rotterdam; el hombre que había sido un símbolo sexual durante la década anterior, logró casarse, tuvo dos hijos e intentó establecerse como un padre de familia normal, pero su carácter irascible fue más fuerte. En 1994 fue acusado de intentar prender fuego a su esposa Jasmina después de bañarla en combustible, el tribunal falló en su contra y lo condenó a unos cuantos años de prisión, durante los cuales, obviamente, desapareció de la vida pública. Tanto Bobby Farrell como Rasputín se caracterizaron por ser personajes oscuros, que consiguieron fama y poder gracias a la mentira y el engaño. El ruso no curaba, el caribeño no cantaba. Así y todo, sobrevivieron a la Historia y al tiempo, el primero gracias a las nuevas tecnologías, los vídeos y sus coreografías que duran segundos. La música de la canción arranca con las balalaicas y la percusión a todo trapo que da paso a la típica de disco con los sintetizadores también a todo trapo, el bajo poderoso y la guitarra que darán paso al duelo de voces entre la grave del cantante y las agudas de las chicas, que convergen en el mítico Ra Ra Rasputin.
Hola Miguel, al leer tu articulo no he podido evitar recordar, no recuerdo la fecha exacta pero debió ser un año o dos antes del que mencionas murió Farrel, al grupo al completo en unas fiestas en Torrejón de Ardoz. Lo que más me impresionó fué contemplar la debacle del paso del tiempo sobre los componentes y en particular sobre él que trataba de mantener su eterno estilo incombustible aunque tras unos imposibles contoneos tuviera que desmadejarse a un lado del escenario sobre una silla para recuperar el aliento. Me hizo recordar aunque no me lo aplique que hay un tiempo para todo y a la vez un tiempo para cada cosa. Un abrazo
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