Si cualquier poesía pudiera ser musicalizada tendríamos canciones de nuestros poemas más señeros y hoy podríamos tener a nuestro Cantar Del Mío Cid o las Rimas de Bécquer como parte de nuestras playlist; si cualquier música pudiera ser dotada de letra tendríamos miles de temas donde encontráramos la Primavera de Vivaldi o el Júpiter de Holst. Pero las canciones son otra cosa para poder encontrar la forma de que ambas partes se unan en un todo que sea mucho más que su suma por lo que su reconocimiento considero el primero de los muchos que deberían recibir ese honor, empezando por Joan Manuel Serrat. En la Crónica del Asesino de Reyes de Patrick Rothfuss se dice que “Un poeta es un músico que no sabe cantar. Las palabras tienen que encontrar la mente de un hombre si pretenden llegar a su corazón, y la mente de algunos hombres es lamentablemente pequeña. La música llega al corazón por pequeña o acérrima que sea la mente de quien la escucha.” Cuando en 2016 a Bob Dylan (Robert Allen Zimmerman) le dan el premio Nobel de Literatura el primero en despreciarlo fue él, ya que no asistió a recoger el premio pero sí que se quedó con la pasta, lo cual fue el doble de humillante para quienes se lo concedieron y demuestra que un genio no tiene por ello que dejar de ser un miserable como ser humano. Y es una pena porque podría haber sido el perfecto nexo de unión entre la llamada literatura con mayúsculas y la popular, él podría haber sido quien demostrara que es posible hacer poesía cantada que tenga la calidad suficiente para perdurar en el tiempo como arte y al mismo tiempo ser capaz de emocionar a generaciones y generaciones de amantes de la las canciones. Pero si él no quiere tirar de ese carro desde este blog tomamos el relevo y os traemos uno de los poemas musicados más bellos que ha escrito y compuesto. Bob Dylan nace dentro de una familia judía de emigrantes rusos y al llegar a la universidad descubre el folk que se adecúa mejor a su intención de que las letras tengan un mayor mensaje. Abandona la carrera y se marcha a Nueva York fajándose en los locales de Greenwich Village que era el núcleo de la contracultura. En 1963 lanza Blowin’ In The Wind que lo convierten en la figura más destacada de la contestación a la política y sociedad estadounidense junto a su novia del momento Joan Baez. Abrumado por su relevancia política se centra en la música y lanza, entre otras, la sensacional Like A Rolling Stone (elegida la mejor canción de todos los tiempos), que le hacen aumentar su fama entre todo tipo de públicos y empezar a realizar giras mundiales. Los ochenta no son demasiado buenos con su carrera siendo recuperado por el supergrupo The Traveling Willburys. Desde entonces sigue publicando discos de una calidad enorme, ganando con desgana el premio Nobel de Literatura y actuando por todo el mundo con llenos continuos y con una vitalidad y profesionalidad con 83 años que ya quisieran la mayor parte de las estrellas actuales. La letra de la canción que hoy recordamos, Knockin’ on heavens’ door, publicada en la banda sonora de la película de 1973 de Sam Peckinpah, Pat Garrett and Billy the Kid y una de las mejores canciones de Bob Dylan de todos los tiempos de la que mucha gente no tenía idea de que era de Bob Dylan, nos narra los últimos momentos de un agente de la ley que ha sido tiroteado y donde pide a su madre que le quite la insignia y las pistolas porque se siente a las puertas de la muerte. Empieza con esas notas tan conocidas de órgano eléctrico, guitarra y bajo con el tarareo del coros, que dan paso a la voz del cantante en eco que desgrana la tristeza de la letra.
Me gusta mucho Bon Dilan ! No sabía que venía de familia judía ! Ahora con el horror de palestina no me suena muy bien y ya se que no son todos netanyahu pero es duro lo que está pasando allí!!!
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